Conversaciones con Antonio Burgos

sábado, 17 marzo 1973 0 Por Herrera Casado

 

He pasado unas horas con Antonio Burgos, apoyados los codos en una mesa de madera, oyendo una máquina de discos (son indestructibles como el demonio) a lo lejos, y viendo por el cristal pasar deprisa a las gentes de Guadalajara, que cada vez sienten menos el regusto tintado en ocre de oír sus pasos sobre las desgualdramilladas aceras de los antiguos barrios. Antonio Burgos habla sin parar, es fácil tener con él conversaciones, aunque difícilmente puede uno lanzarse a la tarea de comprenderle. Para eso hay que tener, siempre, un dibujo suyo delante, un papel en el que haya trazado rayas, sombrías transparencias, unicuidades… ahí estará Burgos; ahí podremos charlar con él.

A la semana que viene, el sábado 24, inaugura su exposición en la ciudad en que ha nacido. En los salones de la Diputación Provincial, el inquieto trazo y la científica manera con que Antonio Burgos se pelea con las realidades, tendrán 56 marcos cobijándolos. Veremos qué pasará. «Yo no he ido nunca al Salón Nacional, ‑me dice Antonio‑ porque siempre ha tenido irregularidades: en la selección, en el reparto de premios… ha habido altibajos en la calidad. No presentan, además, ninguna de las figuras españolas actuales». Antonio Burgos ha sido primer premio de dibujo en los Salones de Pintura de África. Ha permanecido recientemente más de un año por las ciudades del Magreb y tiene desarrollado en mil recursos el mundo azulado y vaporoso de los zocos y las estaciones morunas de autobuses. ¿Qué piensas sobre los temas repetidos en arte? ¿Son necesarios? « ¿Te refieres a esto que hago yo ahora de moros, de temas africanos y todo esto? Creo que es necesario, porque es desarrollar una idea. La realidad tiene muchas caras, hay que captarlas todas. Y además se está siempre buscando, sabes? Pero, ¿se encuentra? «Sí, se encuentran cosas, pero sólo sirven para sacar a flote nuevas preguntas, nuevas inquietudes. Es un camino permanente. Yo he buscado y he encontrado. Pero no quedo contento. Además, no interesa encontrar algo definitivo. Lo que dice Picasso de que él no busca: encuentra, creo que es simplemente una frase. El encuentro supone aburguesamiento». Entonces, Velázquez, Zurbarán, y todos esos, que se pasan al vida haciendo lo mismo, muy bien hecho, pero siempre lo mismo ¿son burgueses? «no, no exactamente. Ellos rompen algo en su mundo, son revolucionarios con su estilo. Lo que ocurre ahora es que en el mundo actual todo va más de prisa: las modas nacen y mueren mucho antes, y claro, cada pintor, cada artista, se apunta a varios movimientos a lo largo de su vida». Más o menos, estamos en un río que arrastra fuerte. «Sí, si. Mucho más fuerte que antes. Pero esto es bueno». Y dime, Antonio, ¿quién mueve a quién: el pintor arrastrado por  las aguas, o por el contrario, él con sus brazos, las bate y ondula? “Es él, sí, el artista, quien hoy impone su estilo y su opinión el público. Antes se pintaba por encargo. Hoy se compra lo que el artista quiere vender».

Y la conversación se agiganta, se entrechoca y hunde, como un navío por estrecho. Afuera es ya la noche, casi el silencio. Háblame del consumismo, Burgos. No es bueno el consumismo, no es humano. La cuestión es pasarlo un poco mal, pero hacer la pintura que te gusta. Incluso es preferible dejar de pintar, antes que repetir y repetir, en serie, como si fueras una máquina en una fábrica». Y esto lo dice Antonio Burgos porque sabe, como sabemos todos, que hay malos espíritus que repiten, repiten, repiten… su canción hermosa y blanda, moribunda y mareada. “Hay que buscar siempre, en cualquier parte. Ya ves, yo hago de todo. Incluso me he metido en el mundo de los objetos, de las cosas aparentemente vacías, usualmente inservibles. Algún día os lo enseñaré”.

Yo pienso que algún día fui artista, cuando me tumbaba la tierra y me forjé, según, pasaban las nubes hacia el ocaso, una legión blanda de quimeras y brujas y zoológicos ensueños. ¿Hará falta escribir, pintar, saltar, romper o crear algo, para ser artista? «No, ni mucho menos. Existe el «alma de artista» aunque sea frase tópica. El hombre, el que por inquieto recibe este nombre en su auténtica dimensión, busca en la naturaleza: la da formas y crea arte. Lo decía Oscar Wilde, que el arte limita a la naturaleza».

Antonio Burgos no ha caminado por el arte abstracto todavía… «Bueno, no exactamente. Fíjate que mis paisajes, sobre todo, están cada vez más cerca de ello». Son paisajes primitivamente alcarreños, cuerpos heridos de la tierra, donde el anochecer, el pálido invierno, la hemorragia verdinosa de las pizarras, hacen saltar los ojos y chisporrotear a la piel que ante ellos se sitúa: son abstractos bebiendo paisaje. «Y en los dibujos también hay algún paso a éste plano de la realidad pictórica»… «No me gusta bautizar; estoy naciendo ahora. Si te digo que toco el surrealismo, que me acerco al expresionismo, que barrunto el abstracto, no te estoy diciendo sino que no hago nada de ello: hago lo mío, lo que me gusta». Y luego se pone de acuerdo conmigo en que eso de literaturizar la pintura es contraproducente: tratar de explicar lo que se pinta, ponerle un verso colgando a un dibujo, puede dar un resultado muy estético y resultón, pero siempre es falso. Cada arte se nutre de unas fuentes que muy difícilmente contactan.

Antonio, ¿qué técnicas prefieres utilizar? «El óleo y el dibujo a tinta china. Son las técnicas reinas.  Hago, o he hecho en algún momento, la acuarela, la témpera y el mural». Burgos no encuentra definición para el Arte: se hace, simplemente. Pero ¿por qué pinta Burgos? ¿Por qué no empleas tu tiempo en leer novelas, en hacer deporte, en ir a tabernas? «Pinto por necesidad. Sí, ya se que suena a tópico. Pero es verdad». ¿Pero qué necesitas: expresarte, comunicarte? «Todo… más bien expresarme, sí. Hay que soltar cosas íntimas, tensiones, anhelos. La comunicación en arte es muy problemática y escasamente auténtica». Yo, mientras, pienso indefectiblemente en los problemas freudianos de la libido, en la cargazón de angustia y agresividad del ser humano. Las palabras de Burgos me lo confirman: “Mis mejores momentos de creación son los de sufrimiento”. Sublimar, limar, supralimar la realidad cotidiana. Hermosa tarea que no todos comprenden y acometen. “Para pintar, ‑me dice Antonio Burgos‑ no es necesario llevar paletas y pinceles: con mirar es suficiente. Yo lo hago algunas veces como Papini: “soy escultor de humos”.

Fluye, se retuerce, a veces me estrangulada. La conversación, la plural reciprocidad del lenguaje se hace con Burgos etérea, innominada. Miramos al techo, a la ventana, al vaso vacío… «si no tuviera relación lo que pinto con la realidad, con mi realidad, no sería sincero. Siempre hay una vivencia íntima que va latiendo, que necesita salir, traducida en cualquier lenguaje». El de Antonio Burgos es la pintura. Es un hombre que engaña, que te da a entender que carece de opiniones, porque se escapa a veces, se escuda en la frase corta casi siempre. Parece que las creencias firmes no han penetrado nunca en su pecho. Pero a Burgos hay que mirarle bajo otro prisma, a través del agujero de su propio idioma, del único que usa: la pintura, el dibujo, la visión horizontal, coloreada, latiente… porque todo lo dice con sus pinceles.

Ahora, en Guadalajara, Antonio Burgos va a darnos, pues, su conferencia. Va a hablar largo y tendido, despaciosamente, sonriendo casi, huérfano de divismos y mitificaciones. Sencillo, como un alcarreño más, que coge su carpeta, y sus lapiceros, y su gabán verde, y baja por la calle Mayor desierta y barrida por el viento.