López de Medina, inquisidor

sábado, 10 marzo 1973 1 Por Herrera Casado

 

Para cierto número de lectores, éste de don Juan López de Medina no será un nombre desconocido. La obra que dejó en Sigüenza fue importante y crucial para el desarrollo de la ciudad en ciertos momentos, sobre todo los que median entre las centurias XVI a XVIII. Es el fundador del Monasterio de Jerónimos y de su anejo Colegio de San Antonio de Portaceli, germen de la Universidad seguntina., De ese germen místico intelectual floreció la firme basamenta de una Sigüenza constituida en pieza clave de la Teología, el Derecho y la Gramática a lo largo de esos dos siglos citados. Y, para muchos, ahí ha parado el rostro y los ademanes de López de Medina, en su aspecto de prócer, de patriarca benigno y santo varón. Su figura es curiosa, sin embargo, por lo que aún guarda de todo lo contrario: de acaparador de beneficios y prebendas, de iracundo y déspota, de hombre duro, en fin, que culminó su carrera en el puesto que a sus maneras más ajustado le caía: en el de Inquisidor.

Los relatos y apuntes de su vida que modernamente aportaron el Deán Juárez y el obispo Minguella, están sacados en esencia del capitulo que el padre fray José de Sigüenza le dedica en el tomo II de su “Historia de la Orden de San Jerónimo” A continuación cito algunos de los pasos importantes de su vida, para conocimiento de los que aún no se habían encontrado con su figura.

Con la enérgica y esperpéntica del Arcediano­ de Almazán, uno de los muchos títulos que poseyó, y que prevaleció para la historia, Don Juan López era hijo de un doble pecado: su madre era soltera y su padre sacerdote, Ascendencia que ya quisieran para si muchas figuras de Cela. Estas cosas ocurrían, sin embargo, a comienzos del siglo XV, que a la fuerza había de dar tantos terremotos políticos cuando la base moral y social tenía tan minada. En el mismo Sigüenza nació don Juan, hacia 1410. Marchó pronto a estudiar, a la Universidad de Bolonia, donde trabó mucha amistad con Francisco de la Rovera, que llegaría a ser Papa con el nombre de Sixto IV y que le habría de ayudar mucho en sus continuos medros. Primer factor con que desvelar el secreto de los ininterrumpidos ascensos del arcediano: la amistad, que no sólo fue con el Papa, sino con el Cardenal Mendoza y aún con el de Cisneros.

Se licenció en Decretos estando en Italia, y a los 32 años obtiene dispensa papal de su origen, legitimo, para que pudiera ordenarse sacerdote y obtener toda clase de beneficios y prebendas. En 1452 cazó un medio beneficio en Cifuentes. En 1453 fué nombrado Teso­rero de Salamanca. En 1454 era Maestrescuela en Calahorra. En 1455 llega a canónigo de Santo Domingo de la Calzada. En 1463, obtiene una canonjía en Burgos. En 1465, por fin, llega a canónigo de Toledo. Todo ello con la particularidad de que no tenía qué dejar un cargo para ocupar el otro: eran todos acumulables, bien dotados económicamente, y vitalicios. La fortuna de don Juan López de Medina se iba haciendo progresivamente dilatada.

Desde 1467, sabemos con segu­ridad que reside en Sigüenza de una manera habitual. Aquí es nombrado arcediano de Almazán, abogado del Cabildo seguntino,

Provisor de todos los negocios temporales y espirituales del Obispado, autor de las «Ordenanzas» de la ciudad y, finalmente, Vicario general y administrador cuando el Cardenal Mendoza pasó a ocupar las mitras de Sevilla y Toledo. Durante varios años fué nuestro don, Juan López de Medina el auténtico obispo de Sigüenza. Sus indudables dotes de mando le consagraron en el puesto. Además de su genio fuerte y demasiado brusco, que le llevó a tener una seria discusión pública, el 5 de agosto de 1474, con don Gonzalo Antonio de Trujillo, prior del Cabildo.

Actividad Política también la tuvo: Enrique IV de Castilla le nombró su Embajador en la corte francesa y en el Vaticano, con Paulo II. En el aprecio de los Reyes Católicos caminó también con paso firme, yendo a Bayona con don Juan de Gamboa para negociar la paz con Francia. La reina Isabel le nombró obispo de Córdoba poco tiempo antes de morir, sin que llegara a tomar posesión de su sede.

Es otra, sin embargo, la faceta de don Juan López de Medina, el arcediano de Almazán, la que más llama ahora mi atención. Fue su última actividad, tal vez la que más cuadraba con su violento carácter, la de Subdelegado Inquisidor en la Orden de San Jeró­nimo. El lo recibió del mismo Inquisidor General, fray Tomás de Torquemada, y su misión era la de colaborar o formar tribunal con fr. Juan de San Esteban, prior de Mejorada, y fr. Pe­dro de Trujillo, prior de Santa Catalina de Talavera, nombrados por la orden jerónima, para mantener a la dicha Orden monástica “limpia de escándalos” que tanto la desprestigiaron en el último cuarto del siglo XV.

Se ha ocupado muy detenida­mente de este tema el gran historiador Américo Castro, en los «Aspectos del vivir hispánico» que publicó en Chile en 1949. A lo largo del último siglo medieval, sin que exista una razón suficiente, muchos conversos que decidieron entrar en religión escogieron la orden jerónima para ello, apareciendo indefectiblemente conatos. de soterrado judaísmo que rápidamente hizo girar todas las miradas hacia la postura que autoridades eclesiásticas, en particular el Santo Oficio, adoptaron sobre el asunto. Estos, conversos, acudían a la orden jerónima. “por ser pequeña, humilde, escondida y recogida”. Pero es que, según Américo Castro, habla algo más que una infiltración judaizante entre los jerónimos: la orden, a mediados del siglo XV, era de las más pequeñas de Castilla, de las más calladas y oscuras. En ella se fraguaba, por parte de los espíritus más puros, «La idea de un cristianismo universal, paulino, interior y bíblico». Aquello era terreno abonado tanto para la Reforma luterana como para el culto críptico de la ley de Moisés. Y no sólo en la orden de San Jerónimo, sino en muchos intelectuales y aristócratas castellanos, cunde un nuevo brío cristiano, que llevó a don Luís de Guzmán, maestre de Calatrava, a encargar la traducción del Antiguo Testamento directamente del hebreo, al rabí Arragel de Guadalajara. El mismo fray Alonso de Oropesa, elegido general de los jerónimos en 1457, se erigió en declarado y apasionado defensor de los cristianos nuevos conversos.

La situación, sin, embargo, va cambiar sustancialmente al advenimiento al trono de los Reyes Católicos, Toda la benignidad y tolerancia que con los judíos gastaron los Trastamara, se tornará en persecución y santo celo por parte de Isabel y Fernando: se les expulsa del país, se les fuerza al bautismo, se crea la Inquisición para cortar de raíz cualquier nuevo intento de resurrección judaica… y es en esos momentos cuando don Juan López de Medina entra en acción. Según el padre Sigüenza, nuestro arcediano «hizo la visita de diferentes Conventos de la Orden con un verdadero celo apostólico, tanto que ninguna cosa se disimuló ni quedó sin castigo, pues hicieron castigos, públicos y ejemplares hasta llegar con algunos a la hoguera y otros en cárceles perpetuas reclusos, otros privados de las órdenes, y finalmente, que se purgó y se limpió la era con la mejor diligencia que fué posible». En la relajación de fray Juan de Madrid y en la quema de otros varios frailes del monasterio jerónimo de la Sisla «que ovyeron seydo priores e tenido grande honra en la dicha orden» no andaría lejos López de Medina, pues tuvo lugar dicho auto de fe en Toledo, a principios de 1488. Pocos meses después moría esta figura seguntina, curiosa y agria como un aguafuerte de Goya o un boceto de Solana. Si dejó buen recuerdo en Sigüenza, fue porque con sus muchos dineros fundadores de monasterios y colegios, borró los duros perfiles de su corazón violento