Un documento de Villaviciosa

sábado, 20 enero 1973 0 Por Herrera Casado

 

«al profesor don Manuel Berlanga, sabiendo que le han de entretener estas palabras».

Hay en la villa de Villaviciosa, asomada por un extremo al valle del Tajuña más verde y aterciopelado, y por el otro a la sumisa y dura meseta de la primera alcarria, unas ruinas grises, aburridas, hipotensas. Unas ruinas fáciles de pisar, sufridas, discordantes. Son las del antiguo monasterio de San Blas, que allá en el gótico siglo XIV (entre 1347 y 1348) fue levantado por el arzobispo toledano don Gil de Albornoz, quién allí puso comunidad de canónigos regulares de la orden de San Agustín, formada en principio por un prior y seis hermanos, mandándoles decir misa y observar una existencia religiosa, a cambio de levantarles casa, iglesia y claustro, y concederles una asignación económica para vivir sin preocupaciones. También se edificó don Gil lo que él llamaba palacio, y que con humildad más propia de asceta que de magnate eclesiástico, consistía en dos reducidas y húmedas estancias. (1).

Muy poco tiempo duró la institución agustiniana en este lugar alcarreño, pues del mal cariz e irresponsable caminar del siglo se contagiaron los canónigos, a los que en 1395 visitó don Juan Serrano, obispo de Sigüenza, por mandado del arzobispo de Toledo, don Pedro Tenorio, al objeto de comprobar si eran ciertas las acusaciones recibidas contra los frailes de que andaban «dando con sus vidas mal exemplo». Un presbítero y otro con órdenes menores quedaban tan sólo. El prior, don Diego Fernández, paraba fuera de los muros del monasterio. De común acuerdo los dos prelados decidieron suspender la institución, y ofrecer el local vacante a la pujante orden de San Jerónimo, nacida en tierras de Lupiana, en el convento de San Bartolomé. A su prior fray García escribieron y solicitaron monjes para poblar este monasterio de San Blas. En 22 de mayo de 1396 llegaban a Villaviciosa seis monjes de Lupiana, entre los cuales salió elegido fray Pedro Román como primer prior (2).

No es mi intención ahora la de historiar el interesante devenir de este Monasterio, aunque dicha labor se verá acometida en un futuro próximo. Ha salido a colación este tema al descubrir un documento, inédito y desconocido hasta ahora, que relaciona al monasterio jerónimo de San Blas de Villaviciosa con don Iñigo López de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, y primer marqués de Santillana. No encierra dicho documento un gran valor histórico o trascendente en el devenir del convento, pero para los que nos atenemos más a la emoción y el sentimiento producido por las cosas pequeñas, ver aparecer la firma de don Iñigo, la letra grande y clara del autor de las «Serranillas», sobre el duro y amarillento tesón de un pergamino varias veces secular, ha vencido sobre la objetiva importancia del hecho, y ha querido explayarse en estas líneas cuyo único fin es el de despertar interés evocar pasadas épocas, ayudar a pasar curiosamente unos momentos de la tarde del sábado.

Para centrar un poco el documento en cuestión, hay que anotar previamente cómo al poco tiempo de su fundación, concretamente en 1350, el arzobispo don Gil de Albornoz donaba a los canónigos regulares de la casa de San Blas en Villaviciosa, en la persona de su tesorero o sacristán, un medio préstamo en la iglesia de Muduex, otro en la de Trijueque y algunas mercedes más con que aumentar su ya rico patrimonio (3). De estas pertenencias de los reglares de San Agustín, iban a heredar los jerónimos de Villaviciosa más disgustos que beneficios. Pues a poco de ocupar su nueva casa, suscitaron el arcipreste y clérigos de la villa de Hita un ruidoso proceso alegando su derecho sobre el beneficio y medio préstamo que en la iglesia de Trijueque venían disfrutando los monjes de Villaviciosa. El caso se falló en Illescas, el 10 de marzo de 1399, por el vicario general del arzobispado de Toledo, don Vicente Arias, en favor de los jerónimos del lugar alcarreño (4).

No acaba aquí, sin embargo, la serie de disgustos que los cuatro cuartos de ese beneficio y medio les iban a reportar a los monjes de San Blas. A lo que se ve, fueron los «paniaguados» que el Monasterio tenía en Hita y en Heras los que sufrían el constante agravio, que pesaría gravemente sobre sus economías, de no poder percibir los diezmos y rentas que el beneficio y medio de Trijueque, en nombre del monasterio de Villaviciosa les producía. Los vasallos que en dichos lugares de Hita y Heras de Yuso tenía don Iñigo López de Mendoza como señor del territorio, eran los que impedían percibir sus derechos a los paniaguados del monasterio. Quejóse de esta situación el prior de San Blas al magnate poeta, quien enseguida, enterado del caso, contestó con esta carta, elegante y sincera, que a continuación transcribo. La letra gótica y pulcra e tinta parda, sobre el pergamino duro y amarillento, le dan un valor de joya doméstica, de tesoro sencillo y cotidiano en el que un gran príncipe, un gran guerrero y un gran literato, puso su firma imperecedera. El documento se conserva muy bien, aunque en su parte superior le cayó alguna gota de ácido, borrando y comiendo algunas pocas palabras que se sustituyen por puntos suspensivos (5):

«ihs Yo Iñigo Lopes de Mendoza envío mucho saludar a vos los terreros y arrendadores que… te aquí adelante en el lugar triueq. de los panes y vinos. Hago vos saber que por parte del prior e convento del Monesterio de Sant blas de Villa Viciosa de la orden de Sant ierónimo me es fecho saber en como el dicho monesterio tiene en la iglesia de este lugar un beneficio y medio prestamera por razon delos quales dicen que han de aver su parte de los dichos diezmos por tasuya, el pan en las eras y el vino en uva y que algunos de vosotros nongelo queredes dar por tasuya como dicho es, diciendo quelo yo defendí, en lo qual digo que si assí passasse vendría al dicho monesterio grand daño. Et só mucho maravillado enlo vosotros assí ser, sabiendo que el dicho monesterio y personas que en él biven son cosas a quien yo mucho tengo de, guardar e ayudar. Por que vos mando que de aquí adelante dedes libremente al dicho monesterio o a quien por él lo oviere de aver toda su parte de los dichos diezmos assy panes como vinos por tasuya, el pan en las eras y el vino en uva en cada año bien comodamente en guisa que le non mengüe ende cosa alguna, nyn les tomedes dinero alguno por rason de tercería ó mayordomía nín alquiler de casa ni por otra rason alguna, ca my entencion e voluntad es que lo non pague. E los unos e los otros non fagades ende él sopena dela my merced y de dosmil maravedís a qualquier por quien fincare desto assy faser y complir. Et de más facerles ha pagar todas las costas y daños que al dicho monasterio sobre esta rason se les rescebiere, por que non valga carta que yo e doña Catalyna demos en contrario desta salvo si la tal carta en contrario siguiese desta especial mención. E desto les mande dar esta my carta firmada de my nombre, que fue fecha a qatorce días de marco año del nascimiento de Nuestro Señor iesu Xristo de mill y cuatrocientos y beynte y siete años.» «firma, Iñigo López de Men­doza».

En este año de 1427 aún no había recibido de Juan II el título de marqués de Santillana, pero ya andaba el caballero López de Mendoza muy metido en la revuelta política de comienzos del siglo XV. El infante don Juan de Aragón se hacía rey de Navarra interpretando a su manera el testamento, de su mujer doña Blanca; su hermano el infante don Enrique salía de nuevo de prisión, a sembrar Castilla con sus banderías y algaradas, tema enervante e interesantísimo éste de los infantes de Aragón, y del que ya traté hace tiempo en estas mismas páginas.

Y para que este pequeño trabajo se lleve impresa su correspondiente moraleja, pongo aquí lo que, sin fecha pero con letra del siglo XVI aparece escrito al reverso del precedente documento: «estos papeles son de los paniaguados que tenía este monesterio en Eras y Trijueque por mandato de los señores de la casa del Infantado, de que no se goza muchos años ha». ¿Para qué sirvió tanta queja, tanto juicio y tanta preocupación?

Para que al final se lo llevara todo ese viento sutil y maquiavélico del negro olvido.

(1)   fray José de Sigüenza, «His­toria de la orden de San Jerónimo», libro 2.2, pág. 109.

(2)   op. cit., pág. 111.

(3)   Memorial Histórico Español. Relación de los pueblos de Guadalajara, tomo 43, pág. 52.

(4)   Archivo Histórico Nacional, sección de Clero, carpeta 585, número, 4.

(5)   Archivo Histórico Nacional, sección de Clero, carpeta 585, número 13.