Ser Devoto

sábado, 13 enero 1973 0 Por Herrera Casado

 

Ahora es protagonista de estas líneas, cualesquiera de los centenares de pueblos y aldeas que yacen, por decirlo de alguna manera, sobre los meridianos de esta nuestra provincia. Checa en el verde Señorío, Humanes en la Campiña coqueta, Valverde de los Arroyos en la gris y cortante serranía, o el mismo Valdesaz en su vallecico alcarreño, que precisamente el próximo día 15 de enero festeja a San Macario. Todos ellos, todas sus gentes, Son devotos. Le dan a esta palabra una dimensión propia, popular netamente, a caballo pintado entre una idiosincrasia étnica y una religiosidad con visos de subjetivismo. Es bonito ser devoto. Cada lugar tiene su santo patrón, su excelsa abogada celestial. La Virgen María, en cualquiera de esos mil nombres y formas con que a lo largo de esta tierra se la conoce y adora (de lo qué tanto sabe y podría hablarnos el señor García Sanz) posee sus rincones blancos y pardos de ermitas montaraces y cristalinas. Santos de luenga barba y mitológico empuje, San Bernabé, San Pedro, Santiago y Bartolomé… Santas de cosmológica fuerza y resistente anatomía ante el martirio, Santa Águeda, Santa Librada, Santa Lucía… y arcángeles blanquísimos, y Cristos ensangrentados y dolorosamente encallecidos, y santos Niños Mártires alevosamente descuartizados por los romanos… un gran dolor, en suma, se interpone ante la devoción del alma popular. Y en ese dolor, todo el amor sencillo y aldeano se coagula y prende.

No puedo, con cuatro palabras recortadas, decir por qué y para qué se hacen más rojos los corazones del pueblo, se mueven sus labios y ponen velas pálidas en los altares. Me consideraría contento con centrar un poco esta actitud del ser devoto. Con repintarla de nuevo, cogerla desnuda como una criatura recién nacida, y dejarla aquí, sentada, en esta vitrina forrada de papel, para que cualquiera de vosotros la visite. Se emocione con ella. La desee.

Ser devoto es, ante todo, tener una imagen de bulto, una buena estatua pintada o revestida, con cara piadosa o, a ser posible, de dolor. Ser devoto es, también, conseguir que esa imagen no sea venerada en, por lo menos, veinticinco kilómetros a la redonda. Jamás en los pueblos colindantes. En ese caso, la devoción pasaría automáticamente a guerra declarada. Ser devoto es sentir un bienestar anímico que parece caído del cielo, al saber que esa Virgen, que ese Cristo, que ese Santo o Santa, demostró o expresó en algún momento de los pasados siglos, su deseo de ser venerado en nuestro pueblo. Ser devoto es tener esa imagen santa en un buen altar dorado y luminoso, con muchos angelillos rodeándola y con bastantes velas, debajo, ardiendo incansables. En una ermita de las afueras o en altar propio de la parroquia, apartado de todas otras advocaciones. Ser devoto es tener un escapulario verde o morado (en algunos lugares lo tienen blanco o rojo) con la imagen venerada impresa en él. Ser devoto es, sobre todo, pertenecer a una Cofradía cuya advocación sea la del santo, santa o milagroso advenimiento virginal que se prefiera. Y que esa cofradía guarde férreamente unas ordenanzas venidas “de los mayores” hasta nosotros, pagando cuotas, celebrando ágapes, y sobre todo, sacando por las calles del pueblo, sobre las andas que con entusiasmo inusitado se hayan previamente subastado, la imagen querida. Cuando el devoto, o la devota, marcha serio y circunspecto, doblando pies y esqueleto en general, por las empinadas y pedregosas callejas, casi siempre húmedas y grises, con un velón de cera blanca de esos de a quince pesetas en la mano derecha, y la izquierda solemnemente apretada contra el pecho, serio y a la vez humilde, cargado de un dulce sentimiento de antigüedad, de buenas costumbres, de lealtad al Papa y a la Iglesia, de amor, sobre todo de amor, hacia el celestial patrón al que, ya de paso, le cantará algunas coplas de esas pareadas sutilmente y heredadas de antiguo. Ser devoto es asistir, en ese espíritu, a la corrida de toros que luego, en la plaza mayor del pueblo, se celebre. Y al bailoteo que a la noche se haga sobre las losas ensangrentadas con la sangre rabiosa de los animales. Y al día siguiente al funeral por los que fueron devotos y ya están, o deberían estar, en el cielo, junto a su patrón excelso. Ser devoto es, además, dar alguna vez un donativo al señor cura para mejora del culto de la imagen o arreglos en su ermita.

Ser, devoto es, todavía, tener fe absoluta en la importante inter­cesión que ante Dios tiene nuestro santo o santa: rogarle con insistencia ante cualquier enfermedad que la familia, el ganado o uno mismo pueda padecer; ante dificultades económicas, morales, familiares o aún políticas. Y para mejor conseguir sus favores, poner una vela en la iglesia o una lamparilla en casa, delante mismo de una estampa (también vale el escapulario) y dejarlas que ardan, que se consuman, que echen humo agrio en el que vaya toda la devoción y el sentimiento… y si consigue el favor solicitado, o a milagro suyo se achaque curación inesperada, pondrá un ex‑voto de amarillenta cera (si es mujer, podrá dejar también una mata de pelo o una coleta) sobre la resig­nada pared de la capilla. Ser e    voto es, finalmente, llamar a esa Virgen morenita, a ese Cristo transido, a ese santo varón fortísimo, o a esa martirizada santa, en el crítico momento dé la muerte, y dejar en, el testamento algunas perrillas con que decir un par de misas en su altar de tal día en un año.

Aún quedan muchos devotos en la provincia de Guadalajara. Y, aunque los hay de Variadas categorías, está ese que lo es por patriotismo, la que lo es por decencia, aquél por gloriosa herencia, aquélla por convicción íntima, todos se revisten del mismo uniforme en sus prácticas: el viejo vestido de pana negra, duro y perdurable como los montes de yeso; la boina almohadillada y temblorosa; el refajo y la barba mal quitada… el pañolón de seda negra a la cabeza, las tres faldas y los plateados pendientes de la feria. Hombres y mujeres, seres devotos de nuestras tierras, enclaves sólidos de una historia que en ellos se microniza y disuelve, pasando sin ser notada al cotidiano discurrir y abrir las puertas. Para ellos es hoy este recuerdo, este homenaje, estas palabras de agradecimiento sincero.