El retablo de Fuentelencina

sábado, 23 diciembre 1972 1 Por Herrera Casado

 

A Fuentelencina le queda todavía, por encima de sus empedradas callejas, y medio hundidos tejados, un pulcro y oloroso refinamiento señorial. Hay en sus largos y zigzagueantes soportales un suave olor a madera húmeda, a estiércol caliente, a guisado montaraz. La plaza mayor opulenta y noble, es el lugar donde el sol fabrica la leyenda del Siglo de Oro español. Las rejas de domeñado hierro luciendo en cualquier insospechada pared; el fragor de la antigua industria (cordobanes y jabones) se mezcla al arrastrar la espada de los desocupados hijosdalgos. Escudos pétreos, gallinas por la calle, un sol dorado y muriente sobre el chapitel gris de la parroquia.

A ésta hemos llegado, después de peregrinar por el pueblo en busca de la llave. Es su advocación la Asunción de Nuestra Señora. Templo enorme, de maciza silueta renacentista. Se comenzó un atrio en la pared meridional que no llegó a acabarse. La torre, alta y picuda, remata en un chapitel desmantelado. El interior, de tres naves revocadas de yeso blanco, es frío y palacial. Al fondo, a la media luz que la tarde invernal tamiza en las ventanas, vemos asombrados la maravilla. Durante unos momentos se nos corta la Voz y queda el respirar suspenso. Ha aparecido lo que, en nuestro viajar continuo por la provincia, de Guadalajara, parecía ya quimérica pretensión: un retablo, grandioso y monumental, de puro estilo plateresco.

Al acercarse han notado los viajeros que su estado es de conservación es, salvo pequeños detalles, bastante bueno, pero en cambio adolece de una falta de limpieza e iluminación adecuadas. Detalles éstos que, por ser éste uno de los poquísimos ejemplares que de este tipo de retablos nos quedan, no debían ya restarle todo el auténtico, realce que merece.

La relación que en 1575 hizo de su Villa el Licenciado Pedro López, habla de él como «un retablo muy principal de los curiosos que hay en Castilla». Trataremos de describirlo, muy a grandes rasgos, para que el lector pueda formarse una idea de lo que esta iglesia de Fuentelaencina atesora en el fondo de la capilla mayor.

Tres calles verticales son separadas y escoltadas por cuatro cintas donde exentas figuras de apóstoles tienen su asiento. En la calle central, más ancha que las laterales, hay cuatro grupos escultóricos en altorrelieve. Falta el inferior, correspondiente al Sagrario, en el que hoy aparece una mediana pintura de la Coronación de la Virgen, rota y deslucida. El tablero superior, y centro dé todo el retablo, representa la Asunción de la Virgen María, talla de cuerpo entero, en actitud orante y la cabeza elevando al cielo su mirada, en un gesto dulce y natural. El plegado de los paños, aunque algo excesivo y rebuscado, tiene el sello de la maestría. Cuatro grupos de angelillos músicos, con cierto resabio goticista, rodean a la Virgen. Los dos inferiores tocan laúdes, y los de arriba hacen sonar largas trompetas. Dos ángeles estarían poniendo una corona (que falta) sobre la cabeza de María. Por todo el panel hay distribuidas cabezas de angelotes. Más arriba aparece otro tablero, con sus tres figuras de menor tamaño, cobijadas por venera renacentista, representando a la Virgen con su madre Santa Ana y el pequeño Jesús jugando a sus pies. Como remate de esta calle escultórica, un Calvario de toscas y apelotonadas figuras, pero en actitudes de claro sello renaciente, ponen con su desconchado y desvaído estar, fin a esta serie de altorrelieves. El busto del Padre Eterno, encima aún, roza casi con la techumbre nervada.

A la izquierda del espectador, sube una calle que, en su zona correspondiente a la predela, posee un magnífico tablero en relieve policromado, representando la Adoración de los Pastores, con profusión de figuras, y buen estudio de rostros, actitudes y ropajes. Encima aparecen tres cuadros representando la visita de la Virgen a su prima Santa Isabel, el beso de Judas y otra escena no identificada. Colores tiene que fueron vivos en su día, hoy perdido el contraste y la luminosidad. La primera de las escenas citadas es de buena mano. Las otras, casi imposible valorarlas por su escasa visibilidad.

En la calle de la derecha, y de abajo arriba también, aparece, en la predela, el hueco de la pareja escena en altorrelieve, que representaba la Adoración de los Reyes Magos. (Igual que el tablero del Sagrario, desapareció en Guerra). Por encima, otros tres lienzos de semejante estilo renacentista, representando la Circuncisión, la Anunciación del Ángel a María, y Cristo caído con la Cruz a cuestas, en cuyo ángulo inferior izquierdo aparece el Sudario con un Ecec-­Homo de gran mérito, aunque también difícil de estudiar y, valorar por su altura y oscuridad.

En las cuatro cintas que separan y escoltan las calles, aparecen catorce valiosas figuras de apóstoles, exentos, cobijados en sus correspondientes veneras, y orlados cada uno de un par de columnillas muy decoradas al estilo plateresco. Arriba, a ambos lados del Calvario, hay dos medallones con bustos de patriarcas.

En la predela, intercalados con los tableros de altorrelieves, aparecen cuatro redondos y policromados medallones que llevan esculpidas las figuras de los cuatro evangelistas, con su correspondiente símbolo cada uno. Además, y escoltando dichos tableros, aparecen algo escondidas otras ocho magníficas tallas representando santos y santas, papas, fundadores, etc.

En el zócalo, a la derecha, aparece el escudo imperial. A la izquierda, los del Papa y el Arzobispo toledano Silíceo.

No pasó de aquí nuestra visita. Del autor o autores, nada se sabe en concreto. No quiere esto decir que no se pueda llegar a una conclusión definitiva. Cree Camón Aznar que es obra debida, en lo escultórico, a Francisco Giralte, uno de los más directos y aventajados discípulos de Alonso Berruguete. Trabajó en la zona castellana desde 1547 hasta su muerte en 1576. Fechas entre las que caerá, muy probablemente, la construcción de este retablo. Su semejanza con el de la Capilla del Obispo, en la madrileña parroquia de San Andrés, es muy grande. Pero nada más se puede aventurar a este respecto.

Lo que saca en claro el visitante de esta magnífica obra de arte alcarreña, es la ineludible necesidad que existe de que, además del estudio completo y detallado del mismo, se proceda (organismos no han de faltar para ello) a la limpieza e iluminación convenientes. Pues no más cosas necesita restauración no procede, porque lo que hay, está en muy buenas condiciones. Ah si… y un poco más de facilidades para que el viajero bienintencionado y amante del arte, pueda, contemplarlo sin trabas.