El Obispo Landa, en Yucatán

sábado, 9 diciembre 1972 0 Por Herrera Casado

 

La gloria que durante mucho tiempo ha gozado Extremadura de ser la patria de los grandes conquistadores de América, será tal vez algún día puesta en tela de juicio por los que consideran que la acción hispánica en las Indias Occidentales no fue sólo la cabalgada triunfal y el acertamiento geográfico y material. De esos grandes hombres, muchas veces de perdido apellido y obra olvidada, se nutrirán los futuros manuales de la «Historia de España en América».

Cuando ese día llegue, nuestra tierra alcarreña, Guadalajara toda, saltará al primer plano de las atenciones por obra y gracia de muchos esforzados que de aquí salieron, y allí, en la lejana patria del aire y las incógnitas, edificaron un altísimo nombre que no se borra. Uno de esos grandes alcarreños que transformaron, otro poco más, América, fue fray Diego de Landa y Calderón, que a lo largo del siglo XVI atravesó el océano y dejó oír su fuerte voz en una y otra orilla.

A las noticias que de él nos dio el erudito alcarreño don Juan Catalina García (1) hay que añadir ahora las que Ramón Esquerra nos proporciona (2). Ambos beben en las fuentes clásicas de Salazar (3) y Dávila (4), que por su cercanía temporal al personaje apuntan más cantidad de datos, e incluso el señor Catalina tomó noticias suyas de una rarísima publicación de Sánchez de Aguilar (5). Entre todos ellos forman la nade común historia de este alcarreño genial cuya biografía Intentaré brevemente resumir para todos vosotros.

Nació Landa en Cifuentes, en 1524, y a los 17 años ingresó de franciscano en San Juan de los Reyes, de Toledo. Pasó luego por Ocaña y por el convento de San Antonio de la Cabrera, en la sierra madrileña. Pero, siguiendo una norma que tenía la orden seráfica en aquellos tiempos, pronto pasó a América, a misionar: concretamente en 1549, acompañando a fray Nicolás de Albalate. En el convento de Izamal, en el Yucatán, comenzó su carrera americana. De guardián de ese convento pasó en 1560 a provincial de la Orden franciscana en Yucatán Y luego a guardián del convento del Mérida. En estos cargos, se dedicó a corregir «vivir y mal vivir de los españoles de la región, y el modo de proceder que tenían contra los indios», al tiempo que, contra éstos, desataba una Implacable campaña antildolátrica. Auxiliado por el alcalde mayor Diego Quijada, se dedicó a la persecución y exterminio de las prácticas paganas, culminando su acción el 12 de julio de 1562 con el famoso auto de fe realizado en Maní, con el protocolo y formas habituales de la Inquisición: azotes, uso del sambenito, esclavitud y multas, quema de libros y de ídolos (reales o supuestos, pero, con toda seguridad documentos interesantísimos para la historia del pueblo maya) fueron los resultados finales del proceso.

El descontento creció; Francisco Toral, obispo de Mérida del Yucatán, le formó proceso por asumir funciones episcopales y de inquisidor que no le correspondían; los indios gobernadores de Yucatán se quejaron al rey de España en carta, pidiendo que vayan otros frailes, pues aunque quier­en bien a fray Diego de Landa y a sus compañeros «solamente de oirlos nombrar se nos revuelven las entrañas».

Landa es llamado a España con su colaborador civil Quijada. A nuestro paisano se le censuró con cierta severidad en el Consejo de Indias, especialmente por usurpar las funciones de Obispo e Inquisidor, no siéndolo. Pero una resolución de la Audiencia de Guatemala, dada en 1568, le descargaba de estas acusaciones, al tener en cuenta la no existencia, en esas fechas, de Obispo e Inquisidor en el Yucatán, por lo que fray Diego de landa, provincial de la orden franciscana y máxima autoridad eclesiástica, había actuado conforme a sus obligaciones. Tan bien parado salió de estos juicios peninsulares, que el 30 de abril de 1572, el rey Felipe II le propuso como obispo de Mérida en Yucatán, cargo que desempeñó con grandes dotes hasta su muerte, ocurrida en aquella ciudad americana en 1579.

A quien no le fue tan bien fue a Diego de Quijada, acusado de haber sometido a tortura a 4.549 idólatras indígenas (entre otras finezas muy del siglo XVI), y que le costó un «juicio de residencia», condenatorio a todas luces, quedando inhabilitado para cualquier cargo público.

Los seis años postreros de su vida pasó fray Diego en Méjico, Campeche, Mérida, Tabasco, todas las urbes nuevas del Yucatán vieron pasar su figura alcarreña e inflexible. De resultas de los problemas surgidos por sus actuaciones, Felipe II se decidió a establecer la Inquisición en América (Tribunales de Perú y México, en 1570 y 1571 respectivamente), eximiendo a los indios de la jurisdicción del Santo Oficio.

La obra cumbre de Landa fue su libro «Relación de las cosas de Yucatán» cuyo original se perdió, y su copia, resumida, fue encontrada a mediados del siglo pasado en la Academia de la Historia, por el abate francés Mr. Brasseur de Bourbourg, quien la publicó en francés en 1864. El obispo alcarreño recogió en ella todos los datos que los indios le fueron proporcionando acerca de sus maneras de vivir, sus costumbres, creencias, ritos, organización social y familiar, edificaciones, lengua, etc. Los signos katúnicos que recogió (tomados de los monumentos mayas y de los papiros en que escribían) no han servido para descifrar la escritura de aquellos indios, pues no lo era propiamente, sino sólo un código jeroglífico, al parecer relacionado solamente con sus prácticas religiosas. Dicha obra, tan interesante para el conocimiento de la América prehispana y su paulatina colonización por los españoles, fue editada en castellano por Rada Delgado, en 1884, quien corrigió errores del primitivo copista. Otra edición en francés corrió a cargo de Genet en 1928 (dos volúmenes) y en inglés por Alfred M. Tozzer (1941).

Fray Diego escribió aún une «Doctrina cristiana en lengua maya», de la que sólo queda el recuerdo, gracias a la cita que Sánchez de Aguilar (6) hace de ella.

Según Fray Pedro de Salazar, después de morir fue sepultado en «un sepulcro muy estimado en la iglesia Cathedral de Mérida». Estos sus restos se debieron de trasladar años más tarde a su pueblo natal, sin que quede noticia concreta del hecho. Don Juan Catalina García encontró en la iglesia parroquial de Cifuentes una lápida con esta inscripción: «aquí están colocados los guesos del Ilmo. Señor Don Fray Diego de Landa Calderón, Obispo del Yucatán. Murió año de 1572 (7). Fue sexto nieto de don Iban de Quirós Calderón que fundó esta capilla año de 1342 como consta de la fundación». ¿Están, en efecto, los restos de fray Diego de Landa, obispo de Mérida mejicana tras la fría y escueta losa cifontina? Lo que sí es cierto es que por todo el ámbito del pueblo, de la Alcarria, del océano eterno, flota todavía su figura de hombre enérgico, de aldeano resuelto e inteligente que legó hasta el sitio justo donde él quiso. Hazaña que no todos somos hoy, en este superperfecto siglo XX, capaces de hacer.

(1)  Juan Catalina García: «Biblioteca de escritores alcarreños».

(2)  Ramón Ezquerra, «Diccionario de Historie de España».

(3)  Fray Pedro de Salazar: «Crónica franciscana de la provincia de Castilla” 1612, pág. 114.

(4)  González Dávila: «Teatro Ecle­siástico de Indias», tomo I.

(5)  Sánchez de Aguilar: “Informe contra Idolorum cultores del obispado de Yucatán».

(6)  Op. cit.

(7)  Feche equivocada.