Sobre la música moderna

sábado, 7 agosto 1971 1 Por Herrera Casado

 

Seguro que has visto, alguna vez te habrás fijado, en la boca de un hormiguero, en ese montoncillo de arena que rodea a la boca de la mansión comunitaria, en esos caminos estrechos y sin límites por donde corren los animales presurosamente, en busca del minuto siguiente, y sin saberlo, ¿no te ha asustado el enorme parecido entre todas las hormigas?, sólo la reina se diferencia de las demás, sin embargó ha habido ciertos sabios y gente de alta chaladura que han envidiado la suerte de la comunidad formil por su unidad y estructura férreas, por su continuidad inalterable a lo largo de los siglos, por su espartana disciplina promulgada y acatada sin palabras, por algunas cosas más que a mi, te lo digo sinceramente, me dan miedo, sí, verás, porque eso de ser todos iguales no lo digiero ni con agua mineral, porque además digo yo ¿no es tan bonito que cada uno vista como le de la gana, lleve su pelo en coleta o en cascada, y hable el idioma que quiera, si no molesta a los demás?, así todo sería una feria, la feria de la vida, eso ya se ha dicho por ahí, pero queda bien, y no las fúnebres hormiguillas, que parece que están yendo siempre a su propio entierro, lo que de hermoso tiene el llevar el nombre de la especie «homo sapiens» (homus eretus es de menor ostentación y más preciso) es que cada uno sale al mundo berreando su canción, al principio son todas iguales, pero ya ves, después no te cambias por nadie, y aún envidias a los que andan con los pies en el aire, por que tú quisieras hacer igual pero más alto, definitivamente no te va eso de ser guerrillero, ni tranviario, ni fotógrafo de prensa, ni botero, o cualquiera de esas múltiples excentricidades que tienen algunos, a ti te ha dado por ser chapista, contable, sereno o futbolista, como ves, bastante más normal, pero no renuncias a la posibilidad de llegar a ser algún día el héroe de una extraña guerra entre los hombres y las hormigas, que se producirá, seguro, si antes no nos hemos dedicado a tirarnos mutuamente los platos a la cabeza, de todas formas quiero decirte una cosa, su uña pasó rozando suavemente las líneas profundas que hay escritas en la palma de mi mano, esa M fatal que anuncia la muerte, yo me reí porque el día estaba acabando, el sol hacia arder en oro y azufre las copas de los pinos, y sus ojos tomaban el suave color del agua de las cascadas nocturnas, entonces pasé mi brazo sobre sus hombros, la estreché contra mí, y quedé dulcemente muerto, pero muerto de verdad, eh? no sólo en metáfora, hay que morir varias veces, nacer otras tantas, yo conozco a una anciana señora que ya ha muerto cincuenta y cuatro veces; cuarenta y seis ha resucitado, y en las otras siete ocasiones restantes ha vuelto a la vida sin darse cuenta, sin poderlo explicar, vaya, sin ninguna clase de ostentación, y casi siempre se ha dedicado a lo mismo: a pedir a Dios por sus hijos, a barrer la casa y hacerles las comidas, aunque en cierta ocasión resucitó de diseñadora de modas, pero eso duró muy poco, ella misma se dio cuenta del error, ya tenía escogido su sino, el suyo propio, y ni la muerte se lo haría cambiar, ahí tienes también a Unamuno, que cada día se levantaba de la cama con una obsesión nueva, matemáticamente contraria a la del día anterior, o a Lucienne Fillot, que cada día de su vida se puso un traje distinto, sin fallar, o al cretense Stargis, ochocientos años antes de Cristo, que llenó completamente un valle de su isla con piedras de tamaños diferentes, o a Manuel Estanis dos Santos, que según Fidelino de Figueiredo, filólogo portugués, que estudió su extraña vida en el Romance de don Fernando, de Alfonso López de Bayao, del siglo XV, hablaba un idioma totalmente distinto al de sus compatriotas y amigos, haciéndose entender de ellos; comía frutos, cereales y hortalizas desconocidas en el mundo, que le permitieron llegar hasta los ciento doce años; dominaba el secreto resorte de cada fibra muscular y cada nervio de su cuerpo, logrando los gestos y posturas más inverosímiles, se casó treinta y tres veces sin que nadie pudiera probarle poligamia; no era mago, era un tío listo, eso es vida, señores, y no la que dan por ahí, en los bares, de esas de a tres un duro, hay que llevar una bandera y un escudo, un lote de teorías (cualquiera, pues todas sirven, el caso es que sean originales y puedan cambiarse de vez en cuando) y un buen capuchón oscuro, aquí está visto que el único que se salva, y luego se lleva la copa esa que don al fin de los días, es el que más ha tratado de ser lo que debe: un hombre con todas las consecuencias, ¡oh si, ya sé! trabajo, lealtad, fidelidad, alta moral y, principios, sobre todo principio, pero échale a la vida un poco del picante de lo irracional, otro poco de la magia del surrealismo trata de comprender a los santones indios y conocer el secreto múltiple de los barrancos andinos, los animales, las rosas blancas, lo aprovechable (tan poquito) de la filosofía de Kant, y, tira por ahí, derecho o torcido, que todos los caminos llevan al mismo sitio, a esa M grande que llevamos en la palma de la mano, donde se confunde el mal olor con la sangré y el arrepentimiento.

SEGUNDA PARTE

Es optativa, y el que quiera leer, la tiene que escribir antes. En ella se puede corroborar o disentir de las opiniones arriba expuestas sobre la música moderna. Así quedamos todos contentos, amigos y hasta otra.