Don Rodrigo Jiménez de Rada

sábado, 14 febrero 1970 0 Por Herrera Casado

 

No podía faltar en nuestro glosario de todo lo que está relacionado con la provincia de Guadalajara, un hombre cuya importancia, en su tiempo, no se limitó a las fronteras de Castilla, sino que se extendió gloriosamente por los demás reinos peninsulares y aún por los del resto de Europa, reclamando para sí, con indudable merecimiento, uno de los puestos de honor en la historia política, cultural y religiosa de nuestra nación.

No deja de ser curioso el hecho de que fuera este personaje, así como sus antepasados, de pura cepa navarra. En aquellos tiempos remotos de comienzos del siglo XIII, en que toda la península ibérica se hollaba dividida en múltiples reinos diferentes, cuando no antagonistas, nuestro personaje supo tener esa visión unificadora y precisa de lo mucho que significaría la total unión del suelo español. Para un entendimiento claro y lúcido como el suyo, aquello no sólo era una bonita idea, sino una necesidad perentoria. Es en cierto modo, un adelanto de lo que va a ser algunos siglos más tarde nuestro cardenal Mendoza. Luego se verán datos que los acercan extrañamente.

Nació Rodrigo Jiménez de Rada en el reino de Navarra. Respecto al lugar del nacimiento hay dudas: ¿la villa de Rada? ¿Puente de la Reina? Lo mismo ocurre en cuanto a la fecha del nacimiento: ¿1170? ¿1180? Su padre, Jimeno Pérez de la Rada, era de la confianza del rey Sancho de Navarra. Tío suyo fue San Martín de Hinojosa.

Como hijo de noble familia, desde los primeros años de su vida se dedicó al estudio. Su gran inteligencia, y sobre todo, su gran curiosidad por las cosas, le llevaron a estudiar todas las materias que por entonces constituían el más trascendental saber del hombre. Su padre no quiso forzarle a que escogiera, todavía en edad temprana, una ocupación determinada. Jiménez de Rada estuvo en Bolonia estudiando filosofía y derecho. En París, donde se encontraba en 1201, teología. Su cultura llegó a ser vastísima, y hablaba latín y griego, así como francés, italiano, alemán, árabe y hebreo. A su regreso a Navarra, todavía joven, decidió ingresar en religión.

El rey navarro, viendo en él un hombre inteligente, pensó sería bueno como diplomático, y le envió a la Corte de Castilla, a negociar la paz con Alfonso VIII. Su éxito fue rotundo. Consiguió una tregua de cinco años, y, lo que es más importante, se ganó la estima del monarca castellano, quién le adoptó enseguida como su consejero más preciado. A poco de su llegada a Castilla, en 1207, el rey Alfonso pidió para él obispado de Osma, y al año siguiente, fue electo obispo de Toledo. Comenzó inmediatamente su actividad en el reino castellano, y rápidamente fue un hecho la fundación de la universidad de Palencia. Por momentos fue­ creciendo su fama de recto varón, no sólo en p1dad, sino también en sabiduría y dotes de mando. A oídos del Papa Inocencio III llegó la voz de los que le alababan, en una Bula de marzo de 1210, se instituía en el obispo de Toledo el título de Primado de España, que hasta hoy se conserva.

Su actividad continuó, construyendo en Alcalá de Henares el palacio arzobispal y en Talavera la colegiata. Su actividad, tanto religiosa, como política, no decayó hasta el momento de su muerte. Baste citar su tarea diplomática en Roma y otras capitales europeas para conseguir ayuda para la batalla de las Navas de Tolosa que planeaba Alfonso VII contra el musulmán. Volvió a España, ya nombrado Canciller Mayor de Castilla, y aquí preparó un ejército con el que ayudar a su rey en la famosa batalla de las Navas. En 1215 tomó parte activa en el Concilio de Letrán, y en 1218 fue nombrado por el Papa Honorio III legado de la Cruzada Occidental en España.

A la muerte de Alfonso VIII, el rey castellano que tanta predilección mostró por Atienza, continuó el arzobispo Jiménez de Rada en el servicio de sus descendientes, Enrique I y Fernando III el Santo. Guerrero y evangelizador, entendía la guerra contra los moros como una actividad dirigida en ambos sentidos. Porque no solo se conformaba con destrozar los ejércitos árabes y conquistar sus ciudades, sino que en el mismo territorio de Marruecos comenzó a levantar misiones cristianas.

Como literato, nos ha dejado una obra capital para la historia de España: «De Rebus Hispaniae», que narra, desde Adán y Eva hasta el día en que la finalizó, en 1243, todo lo acaecido en el mundo, especialmente en relación con el territorio español. Consta la obra de 9 libros y 216 capítulos.

Realmente parece imposible que un hombre, a lo largo de una vida no demasiado larga como fue la suya, pudiera realizar tantas y tan grandes obras.

Porque no termina aquí todo. De sus viajes por el mundo cristiano cobró, unido a su innato gusto por lo bello, una verdadera pasión por las nuevas obras de arte. Jiménez de Rada es quien introdujo en España el gusto cisterciense, muy de moda entonces por Europa, saturado de sencillez y elegancia en las esbeltas formas. Funda el Monasterio de Santa María de Huerta, en la vecina provincia de Soria, en cuya iglesia está enterrado, y que es una verdadera maravilla del estilo. En toda su archidiócesis levanta monumentos religiosos, civiles y militares. En nuestra provincia, la hoy derruida iglesia de Nuestra Señora de la Varga, en Uceda, de puras líneas cistercienses, es obra suya directa. Finalmente, bajo la protección de su rey Fernando el Santo, comienza la construcción de uno de los más grandes monumentos religiosos de España y del mundo entero: la bellísima catedral de Toledo.

Su trágica muerte ocurrió el 10 de junio de 1247. Volvía a España después de conferenciar con el Papa, que por entonces estaba en Lyon, y acabó su vida ahogado en las aguas del Ródano, en un desgraciado accidente que privaba a Castilla de uno de sus más preclaros hombres.

Noble, sabio, religioso evangelizador, guerrero de cristiana indignación contra el usurpador mahometano, protector del arte y de la cultura, Primado de España y Canciller de Castilla, así como máximo consejero de sus soberanos, el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada es como un anticipo de lo que será el alcarreño don Pedro González de Mendoza. Ambos son de las máximas figuras de nuestra gloriosa historia.