Beleña a lo lejos

viernes, 20 septiembre 1968 0 Por Herrera Casado

 Publicado en Nueva Alcarria el 20 Septiembre 1968

Es Beleña un lugar apartado, y recóndito; lejano del tiempo, que allí se detuvo un día, al abrigo de su silencio; lejano del Sorbe, que bate con fragor en lo hondo, hondísimo de las rocas que hacen del pueblo atalaya natural; lejano de un mundo del que Beleña no sabe ni quiere saber nada. Y hace bien.

Llegamos a ese lugar a medía tarde de invierno. Como por milagro. Atravesando esos campos sin geografía, secos de haber llorado tanto, en que la piedra es dueña y señora, único fruto y único verso, de la tierra ondulada y aterida.

Beleña, del Sorbe… ¿dónde está el Sorbe? Pequeño caserío de pueblo castellano. La brisa del refrán, la terrible brisa, asoma por las esquinas tímidamente, blanca y azul, lejana. Al sol, los viejos, tomándole. En la plaza hay un carro. Un niño asoma su nariz tras de una esquina. La brisa y la roja naricilla del niño. Las esquinas romas, desgastadas de brisas y de narices infantiles.

En el pueblo hay sólo 40 personas…

Pensamos que son suficientes. Una hermosa familia numerosa.

Pero nuestra llegada se correspondía con una espera. Antes de entrar en el lugar, se divisaba, clásica, infantil, hermosa: la iglesia de Beleña, dedicada a San Miguel, que desde él siglo XII hace guardia de Dios sobre los riscos.

(La iglesia de Beleña del Sorbe data del siglo XII. Construida primitivamente en estilo románico, ha sufrido posteriores reformas. Pero conserva su estructura general, y, sobre todo, aún, se puede admirar en ella, atravesando el atrio en parte cegado, sobre el que aún lucen su tímida sonrisa cierta cantidad de canecillos infantiles y grotescos la hermosa portada, una de las muestras más puras y sorprendentes del arte románico rural en Guadalajara. En el interior, poco de reseñar: una bóveda de crucería; una, semi‑estatua yacente de cierto sacerdote, olvidada en un rincón, en el doble sueno de su piedra blanca y su anonimato; y una pila bautismal tosca, enorme, que por sí sola pregona su senectud (¿desde cuándo está esto aquí? «Desde siempre, esta pila está aquí de toda la vida»). Piedra bautismal la de Beleña sobre la que sin duda, el llanto de veinticinco generaciones habrá sonado).

En la portada, un arco de medio punto, formado por catorce, dobelas, descansa sobre cuatro capiteles de buen tamaño, labrados con amor, con alegría. Con fe labrados. Los de la izquierda se han convertido en enigma, al ser desgastados por los años. En cambio, los de la derecha conservan una claridad que, sin dificultad se comprende el significado. Tentado estoy de no decir nada y así, el que vaya a verlo, encontrará a sola  con el Arte y el Evangelio, un íntimo placer al reconocer, labrada con la rústica sencillez del alma románica, esa escena de la que San Pablo dijo ser la única base sobre la que se sustentaba su Fe.

La representación de los doce meses del año, Zodiaco campesino, es elemento bastante repetido en la escultura románica. Pero hay muchas variedades en la plástica de estas escenas. Y aquí, el pórtico de San Miguel de Beleña bate todos los «récords» en cuanto a sencillez e ingenuidad. Porque ésta es la palabra que, irreprimible, acude a nuestros labios al calificar esta maravilla: ingenuidad. Después, mirando a la puerta del atrio, con las pocas casitas al fondo, parecemos esperar que aparezca el artesano, el anónimo aldeano que, en noches de viento barahonés, sólo con la piedra, el cincel y la nostalgia, labrara para los siglos aquellas escenas.

Las dobelas del arco comienzan con un ángel a la izquierda y acaban con un diablo (el pelo ensortijado, los labios gruesos: es un diablo moro al que con espadas y oraciones, caballeros han expulsado de Beleña) a la derecha. Enero, y la matanza del cerdo. Febrero y las manos calentándose en una buena fogata. Marzo y la poda esperanzadora. Abril y una muchacha cantando entre flores. Mayo y el caballero a caballo, con el neblí en la mano. Junio y a cortar las malas hierbas. Julio y la hoz dispuesta para la siega. Agosto y la trilla en la era, con los bueyes. Septiembre y la uva cae en los cestos, madura. Octubre y una alegría sencilla al ver el mosto ya dispuesto. Noviembre y otra vez con los bueyes, arando. Diciembre y una buena mesa el día 24.

Historia gráfica, palpitante, sincera. Historia actual, luego de ocho siglos de civilización. ¿Será que lo más hermoso es lo qua queda? A Dios ya San Migue, hoy como hace ochocientos años, los hombres, y las mujeres de Beleña ofrecen su trabajo estival, su ingenua alegría de otoño, sus invernales veladas, su canto de primavera…

En Beleña hay, además, un castillo. También, un hermosísimo panorama en el que el Sorbe labra las rocas y enhebra su líquido hilo bajo el puente inverosímilmente colocado entre las rocas. Historia y Naturaleza. Y Arte. Y una brisa delgada que penetra, y unas naricillas coloradas, tras las esquinas

Ahora. Beleña está dentro de nosotros. Y sigue, con todo, lejos del tiempo, del Sorbe, del mundo

(¿Será que nosotros estemos también lejos de todo esto?). Beleña espera, en su nube, la visita de las almas puras.