
Comentario al libro que Taravillo Alonso escrib sobre don Mariano Moreno Pastor, un cura que vivió intensamente la Guerra civil en el Madrid asediado.
Artículos y comentarios sobre Guadalajara
Un libro que sirve de regalo a los visitantes ilustres del Palacio de Fomento, en Madrid, me ha servido para encontrar algunos datos complementarios relativos a la construcción y ornamentación del que fuera ministerio de Agricultura, construido a fines del siglo XIX por Ricardo Velázquez Bosco. El libro se titula “El Palacio de Fomento”, es su autor Juan Carlos Arbex y es segunda edición del original, hecho en Madrid, en 1988. No trato de valorar el libro, de resumirlo o de destacar los elementos más singulares o interesantes del mismo, sino de espigar los datos que tienen relación con el otro gran complejo arquitectónico que por le misma época realizó en Guadalajara el arquitecto Velázquez, a instancias de doña María Diega Desmaissières, condesa de la Vega del Pozo: la Fundación San Diego de Alcalá y panteón fúnebre familiar. Era lógico que el arquitecto, como entonces ocurría en toda Europa y mundo occidental, se auxiliara de otros artistas especializados en la construcción de sus grandes obras. En el caso del Palacio de Fomento, y lógicamente en el de la fundación guadalajareña, contó con la colaboración de pintores, escultores, rejeros, ceramistas, jardineros y artesanos diversos. Los ornamentos cerámicos de las fachadas se lo encargó el arquitecto al ceramista Daniel Zuloaga. Hizo unos bajorelieve cerámicos preciosos, espectaculares. Los hierros que sostienen techumbres en el interior se hicieron en los Altos Hornos de Vizcaya. Las esculturas del remate de la fachada son de Agustín Querol. Se empleó mármol de Carrera, mármol de Robledo de Chavela, y piedra blanca de Novelda. Las balaustradas de hierro de las escaleras interiores son de las industrias GONZÁLEZ, de Madrid. Todo el conjunto está cerrado con una extraordinaria verja de hierro, elaborada en los talleres López, de Madrid. Las pinturas de los techos son realizadas por Manuel Domínguez Sánchez, y por Alejandro Ferrant y Fischermans, siempre dedicado a la pintura de historia. Había colaborado en los techos de San Francisco el Grande, en el Palacio de Linares, etc, y en Guadalajara pinta el Calvario del Panteón. La escultura es encargada al catalán José Alcoverro y Amorós. Muy joven empieza también a colaborar allí el escultor Angel García, a quien se adjudican las esculturas de la Industria y Minerva, y los cuerpos desnudos y ornamentaciones que llenan las enjutas de las bóvedas. Otro escultor colaborador fue Ricardo Bellver y otro importante fue Querol, en el remate, en bronce. De la […]
Se cumplen en este año los trescientos desde que nació, allá por Torija, Antonio de Sancha, uno de los más relevantes impresores de la historia editorial de España. Paradigma del esfuerzo y la inteligencia, del tesón y la perseverancia: sus ediciones del Quijote siguen siendo aplaudidas, admiradas, codiciadas… Hijo de Fabián Sancha (de Torija), y de María Viejo (de Rebollosa), el 11 de julio de 1720 nació en la villa alcarreña Antonio Sancha y Viejo, quien pasaría a la historia cultural de España como uno de los más prestigiosos editores, impresores, y encuadernadores de nuestro común pasado. Entre arados, sementeras y trillas pasaría su infancia, y también entre letras de viejos libros de enseñanza. Pero en 1739 hizo lo que muchos otros a lo largo de los siglos: dejó su pueblo natal, en aquella remota Alcarria fría, y fuese a la Corte, al Madrid de los milagros y las prosperidades. En Madrid dispuso su actividad en torno a los temas librescos. Empezando como encuadernador. En 1745 casó con Gertrudis Sanz Ureña, que era hermana de un importante impresor: le hacía libros a la Casa Real, a la Real Academia de la Historia y al Consejo de Castilla. Y con el cuñado empezó a trabajar. La cosa, pues, no fue difícil. Tuvo cuatro hijos, por este orden: Gabriel (que heredaría la empresa y aún mejoraría la actividad del padre), Manuel, Antonio-Evaristo y María Francisca. Todos ellos quedaron ligados a la actividad en torno al libro: editores, impresores, encuadernadores y comercializadores, iniciando lo que se podría llamar una empresa familiar en torno al libro, potente, de ámbito nacional… cosas así han seguido reproduciéndose en nuestro país, y –siempre que el Estado no se ha metido en medio–, han ido muy bien. De 1755 es, al menos, la seguridad de su actividad como librero, pues en esa fecha tenía abierta librería en la Corte. De 1761 es la seguridad de que tiene título de criado de la Casa Real, porque actúa en el oficio de encuadernador de su Real biblioteca. Y de 1764 es el momento en que sabemos que entra a formar parte de la Compañía de Impresores y Libreros del Reino, un “club” muy exclusivo al que solo accedían los grandes, los consagrados del oficio. Pero su faceta de impresor la acrecienta y hace definitiva en 1770, pues en esa fecha adquiere la imprenta que había sido de Gabriel Ramírez y […]
Hoy se presenta, en el Colegio de las Adoratrices de nuestra ciudad un libro que ya tuvo su recorrido hace 20 años, y que agotado ha vuelto a sacarse a la luz, esta vez por decisión y en conjunto de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara y el Patronato de Cultura de la ciudad. Una obra que nos entrega, transparente, la vida y la obra [social] de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, cuando ahora se ha cumplido el primer centenario de su muerte. Como decía Benito de su hermana Escolástica, María Diega es un “hortus conclusus”, un huerto cerrado, un lugar misterioso, que se adivina, pero que no se ve. Ella siempre ejerció de ello: callada, inaparente, llena de vida en su interior. Aún recuerdo cuando, a mitad de siglo pasado, ya vacío y medio abandonado el palacio de los vizcondes de Jorbalán, detrás de la Diputación, visité su jardín: era espeso, oscuro, con especies raras, algunas palmeras, aquél enorme cedro del Líbano sobre el que se posaban las cigüeñas, que por entonces (yo las veía en el inicio de la primavera posadas en la mullida copa) se iban en invierno a África y volvían por San Blas, y rosas, magnolias, adelfas gigantes. Aquello se perdió del todo, como la memoria de esta mujer tan especial, que ha sido denominada “la gran desconocida” y yo reivindicaría como “la gran olvidada”. Era, en definitva, una señora rica, que solo sabía usar su dinero en levantar edificios gigantescos, y en dedicar enormes sumas a dar de comer y de vestir a los pobres, que a principios del siglo XX eran muchos, demasiados, entre nosotros. Como ese jardín (del que en este libro que hoy se presenta se recuperan algunas fotos) oscuro y silencioso: así fue la vida de María Diega Desmaissières y Sevillano, y de ese silencio la rescató hace años el investigador Pablo Herce Montiel, que a base de brujulear por infinitos espacios archivísticos y por hemerotecas, sacó a luz una estampa de esta mujer, que tuvo muchos perfiles, pero todos opacos. Veamos algunos. Su religiosidad y su vocación social Será recordada por dos cosas, doña María Diega: por su afán constructor, y por su ardor benefactor. Manda construir con sus dineros grandes edificios, conjuntos urbanos sorprendentes. Y entrega fondos sin fin a los menesterosos: funda asilos, colegios, da de comer a los pobres, […]
La tierra de Cuenca, que posee entre sus límites tantas bellezas paisajísticas y tantos elementos estimulantes del turismo, tiene en su haber una comarca que merece ser traída, de vez en cuando, a la memoria y la atención de todos. Es la Alcarria. Un viaje por esa provincia hermana me ha dado pie a ver la nuestra como en diferente perspectiva. Valga esta reflexión como estímulo a mirar el mundo –en todo lo posible- desde fuera. Es este de la Alcarria un lugar de permanente atracción turística. Lo fue siempre, porque tuvo (el nombre mismo lo dice, que viene del euskera o ibero primitivo «la carria», el camino: recordar «el carril» como apelativo popular al camino sencillo, y «el carro» como elemento que va por los caminos) repito que tuvo una función caminera: La Alcarria fue lugar de paso entre ambas mesetas, entre la España mediterránea y la interior y aún céltica. La Alcarria se hizo famosa, hace ya más de cincuenta años, con el universal escrito de don Camilo. Y aunque el universal escritor sólo corrió por los caminos de la Alcarria de Guadalajara, qué duda cabe que la parte de esta comarca que corresponde a Cuenca ha podido esponjarse algo más, y saltar a la fama y al deseo de ser conocida. * * * La Alcarria es un espacio común a tres provincias: una comarca uniforme con características propias, con peculiaridades definidas. Se extiende por la mitad sur de la provincia de Guadalajara. Abarca zonas del sureste de la de Madrid, y se extiende por buena parte del noroeste de la de Cuenca. Sus horizontes nítidos y rectos en la altura mesetaria (en las alcarrias de nombre propio) son iguales siempre: tierras de pan llevar, viñedos, algunos bosquecillos de pinos o encinas. Caminos, caminos siempre. Y en las cuestas que desde el alto van a los estrechos valles, el olivo, el matorral de carrasco, la salvia y el tomillo perfumando los ambientes. Al fondo siempre, los arroyos mínimos, los ríos definitorios: el Henares por su extremo norte; el Tajuña, corazón con el Tajo y el Guadiela de la comarca toda. Y el Escabas aún con el Júcar formando frontera por oriente, más acá de la sierra de Bascuñana, último murallón hasta el que llega la Alcarria. * * * Con estas líneas quiero abrir una puerta a favor del turismo en […]