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ana de silva y mendoza

Pastrana revive en su festival ducal

Un festival que no puede pasar desapercibido, entre los que este verano se celebran por nuestra provincia, es el que este fin de semana va a tener lugar en Pastrana, la capital de la Alcarria por estos días. Color, evocación, majestuosidad, y un denso racimo de ofertas culturales y lúdicas. En la secuencia dinámica, viva y alentadora de este Festival, van a tener protagonismo este año, -según nos cuentan las previsiones de quienes lo organizan-, dos mujeres de la familia Mendoza, que tuvieron a Pastrana en sus venas metidas. Porque ambas, además hermanas, fueron hijas del primer duque pastranero y de su mujer doña Ana, la princesa de Éboli. Ambas, además, bautizadas con el mismo nombre, por llevar el de su madre, por la devoción a la santa madre de María. Hay que distinguir, en todo caso, a una de otra. Aunque la vida, como suele ocurrir, y a pesar de esa hermandad y comunión en un linaje principalísimo, las llevó por caminos muy diferentes. A la primera, la mayor de todos los vástagos principescos, se la denomina habitualmente Ana Gómez de Silva y Mendoza, con el primer apellido completo del padre, añadido del de la madre. A la segunda, que además fue la última en nacer del vientre de la princesa, se la llama simplemente Ana de Silva y Mendoza. Ambas van a ser, según proponen los organizadores de este Festival ducal que ahora comienza, protagonistas de los desfiles y las representaciones. La primera, festejada en la calle. La segunda, a través de una representación teatral, dentro del triste marco de un título elocuente: “Una clausura constante” Ana Gómez de Silva y Mendoza La primera de estas damas es llamada doña Ana Gómez de Silva y Mendoza. Es la segunda hija de los príncipes de Éboli (el primogénito fue un chico, Diego, que murió cuando contaba solo cinco añitos). Nacida en julio de 1561, con tan solo cuatro años de edad es ya destinada por sus padres a un ventajoso casamiento: se capitula con el que luego sería VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán. Tranquilos todos, sin embargo, porque aunque la prometida era una niña, la boda real se consumaría años después, en 1574, con la novia ya crecidita, de 13 años. Hoy hubiera sido imposible, legalmente, ese casorio. Pero eran otros tiempos, y la costumbre imperaba. Bodas celebradas en Pastrana, y bendecidas por el […]