Cañizar y su toponimia

Cañizar y su toponimia

viernes, 9 junio 2023 1 Por Herrera Casado

El pasado sábado 27 de mayo, en la iglesia de Cañizar, se presentó un libro que ha escrito su párroco, que es además licenciado en Historia, y analista en detalle de la geografía y el paisaje de ese lugar de la Alcarria. Un libro hondo de saberes, muy especial por cuanto defiende la Naturaleza con todas sus fuerzas.

Tuve la suerte de asistir a la presentación de la obra “Cañizar y su toponimia” en la iglesia de Cañizar, apoyando al autor y párroco (también licenciado en Historia por la Universidad de Alcalá) don Jesús Sánchez López, quien a sus saberes históricos y patrimoniales, añade un hondo sentimiento de admiración y protección hacia la Naturaleza. Este libro que ha presentado, y que me ha honrado dejándome que lo prologue, viene a tratar de un pueblo de la Alcarria, haciéndolo desde sus raíces más primigenias y sencillas. Desde la propia tierra. Sacándole lustre a los nombres de sus caminos, de sus fuentes, de sus navas y cerros.

Es un libro que trata de Toponimia. Y así de inicio, y para aquellos lectores que aún no se lo hayan planteado, debo preguntarme al inicio de todo ¿“Qué es la Toponimia”? Pues la Toponimia es, según el Diccionario de la Real Academia Española, “el conjunto de los nombres propios de lugar de un país o de una región”. Pero también es “la Rama de la Onomástica que estudia el origen de los nombres propios de lugar, así como el significado de sus étimos”. En definitiva, y para entendernos, la toponimia estudia los nombres propios de un lugar. La palabra proviene del griego –topos (lugar) -nimia (nombre). Se ocupa de investigar el origen, significado y tratamiento de los nombres geográficos.

Y ahora cabe preguntarse –¿Cuántos topónimos habrá en Cañizar?– No los he contado, aunque sí me he paseado sobre sus nombres. Hay cientos, muchos… Todo en el municipio tiene un nombre, todo está señalado, y antiguamente todos sabían de qué se hablaba, cuando se decía “el camino de la Galleguilla, el pago de Espantazorras, o la Cueva Caballera”.

En esta obra que tiene raíces muy hondas en la tierra, el autor don Jesús hace una clasificación general, con el objeto de organizarse, de dar claridad a este lío de los nombres. Y así crea capítulos relativos a los topónimos según expresen formas, accidentes geográficos o topónimos que tengan que ver con los vegetales, los animales, los seres humanos, o las figuras de la religión como Dios, la Virgen y los santos. En todo caso, a mí me parece sorprendente como cualquier recoveco del término municipal tiene su apelativo, y sirve para identificarlo. En el libro añade varios planos, y muchas fotografías, que aportan veracidad a lo descrito.

Por ejemplo, al inicio se entretiene en buscar todos los topónimos que tienen que ver con los caminos. Y así describe los tres principales de la zona, entre los que Cañizar quedaba: el Camino Real a Zaragoza por el valle del Henares, el que iba por el valle de Torija y luego seguía por la meseta de Trijueque y Algora (el Camino Real de Aragón mas clásico), y el Camino del Badiel. Pero otros caminos pequeños, a los que llama sendas, y que son anóminos (los sendajos, las senducas) o llevan su apelativo brillante como “la Brioca” (el que iba a Brihuega), “Las Olivillas”, “Los Carboneros” “el Carrascalejo” y “la Sendilla Empedrada”. Sigue luego con ese inicio de topónimo que tanto se usa en la Alcarria como es el “Carra…” que inicia la denominación de cientos de caminos. Aquí en Cañizar tenemos el clásico “Carralafuente” (el camino que lleva a la fuente) y el “Carralavieja”, el camino que lleva a algún despoblado, a algunas ruinas herederas de un lugar antiguamente poblado. Esta es la esencia de la toponimia: el nombre de los caminos. Que se atribuyen también a los animales que por ellos andan, como la zona de “Las Cabrillas” que,–nos aclara don Jesús– no eran cabras pequeñas, sino una especie de caracoles de secano, más “la lebrera” por donde se veían muchas liebres, “la culebra” donde alguien se vió sorprendido por el serpenteante animal, “la pesquera” donde se iba a coger peces (más bien pececillos de poco fiste) o “los aguilares” donde posaban estas aves. Y todavía los androtopónimos con nombres y apellidos de personas, a los que se les perdió la pista, pero que dejaron su nombre en los caminos, como “la cuesta de Juan Gil”, o “la Galveña”, poniendo a otros pagos el apodo de los populares, como el “correcapas” o la alusión a las cosas menudas y sin valor, que acabaron siendo aquí “La Zurrundaja”, una especie de limbo donde va lo que ya no existe.

Otro aporte importante de este libro es el análisis de los topónimos de los Despoblados que hubo en torno de Cañizar. Eran estos los llamados San Pedro, San Vicente ó Sovargas, Barrecas, Malvecino y Zambranos. De ninguna de ellos queda en pie una pared siquiera. Se sabe el lugar donde estuvo, se puede ver su horizonte paisajístico reducido a campos de labranza y sotos escuetos. Pero lo curioso es que de todos ellos ha quedado no solo el nombre y la localización, sino también un conjunto de topónimos que hoy los habitantes (los pocos que van quedando ya) de Cañizar identifican fácilmente.

Finalmente, acaba todo ello con el análisis del topónimo mayor, del nombre del pueblo: CAÑIZAR, para el que don Jesús hace un análisis detallado, con muchos detalles y reflexiones. Entre ellos se pregunta sobre de la palabra, y finalmente elige el significado de 

“una derivación de “cañas” o de un “lugar de cañizos”, como conjunto de “cañas”: esa es la imagen que lo define en su escudo municipal, y todavía queda un lugar emblemático de cañizos en una de las antiguas tejerías, junto al camino que lleva al cemen­terio”.

El tema que me propicia comentar la aparición de este libro, concretamente la toponimia de nuestros pueblos, da para varias reflexiones añadidas. Pero quizás la más importante sea la utilidad que esta ciencia onomástica tiene hoy para nosotros.

Siempre me ha interesado el tema. Por eso va ya para muchos años que me ocupé de ella, a propósito de un lugar del Señorío de Molina en el que particularmente me centré, como fue Tartanedo. Y escribí un largo trabajo que por ahí andará semiescondido en alguno de los libros que he firmado. Se titulaba “Los Cien Nombres de Tartanedo”. Incluso desde una perspectiva divulgativa, trabajé para que un libro capital en este tema, cual es el Diccionario de Toponimia de Guadalajara que escribió Ranz Yubero, pudiera salir adelante, y ser consultado por muchos lectores. Y el libro de los topónimos del lugar de Tordelrábano, de Chicharro Ranz tuvo las mismas oportunidades. 

En definitiva, la pregunta sería –“¿Para qué sirve la toponimia” Y la contestación ha de ser: –“Para sobrevivir, para orientarnos, para mantenernos vivos sobre el mundo”.  Porque cuando a los lugares les damos un nombre, y se lo damos con sentido, les sumamos dos valores: el primero, recordar algo, un hecho, una característica, una figura, un personaje. En esencia: conmemorar. Y el segundo señalar con precisión un lugar que es por todos conocido. Y eso es orientar.

Por eso este libro de la Toponimia de Cañizar me ha gustado tanto, y no puedo pasar sin recomendarlo a mis lectores. Porque van a disfrutar con él, van a prender mucho, y van a ver el mundo de otra manera. Sobre todo, van a conseguir mejorar su punto de vista sobre la Naturaleza, y ponerle un nuevo objetivo a sus caminares y sus rutas: saber el nombre de los lugares por donde se pisa.