El pasado sábado se celebró en El Toboso (Toledo) la Reunión anual o Congreso de la Asociación de Escritores de Castilla la Mancha. Con una nutrida representación de escritores de todas las provincias, y bajo la presidencia del alcalde toboseño, Marciano Ortega, y del alcarreño Alfredo Villaverde, presidente de la Asociación, se desgranaron numerosas comunicaciones referentes a la prestigiosa villa manchega en la que (se dice…) vivió siglos ha doña Dulcinea, el amor imposible de don Quijote de la Mancha.
En esa ocasión me encargué de revisar la historia y el contenido patrimonial de los conventos que todavía existen (y de los que han existido) en El Toboso. Los monasterios y conventos son testimonios arquitectónicos y humanos de tiempos pasados, por lo que como toda mirada hacia atrás encierran enseñanzas y curiosidades. Aunque ya traté de ellos con mayor amplitud en un libro que sobre este patrimonio monasterial en la región publiqué hace años, aquí van algunos apuntes de este curioso y admirable patrimonio.
En El Toboso existen diversos monasterios, a cual más interesante. Son tres exactamente, dos vivos aún, de monjas, y otro ya desaparecido, aunque con leves rastros monumentales.
- Monjas franciscanas clarisas
El primero de ellos está ocupado por monjas franciscanas, llamadas también clarisas, y dedicado a la Concepción de María.
Fundado en el siglo XVI, y muy reformado en el XX, conserva de su estructura primitiva la portada de la iglesia, de gran belleza arquitectónica.
Su origen se remonta a los inicios del siglo XVI, y más concretamente a 1515, época en la que junto a la ermita dedicada a Santa Bárbara, se destinó un viejo caserón a residencia de un conjunto de beatas que, al estilo de la época, entre doncellas y viudas se recogían para orar y sobrellevar en compañía sus precariedades. Ese beaterio se convertiría, en 1546, y gracias al apoyo de don Antón Martínez, clérigo natural de El Toboso, en convento de la Regla de San Francisco.
En la Relaciones Topográficas enviadas por la villa en 1575 a Felipe II, se menciona esta institución como convento dedicado a “La Sentencia” y albergante de mujeres que a mitad eran beatas, a mitad profesas. Ya entonces estaba dedicado a la Concepción de Nuestra Señora. Todas llevaron, durante un siglo, vida recoleta y penitente, humilde y sobria, pues se albergaron en el primitivo edificio.
Y no sería hasta un siglo después, en 1670, que se levantara la primitiva iglesia conventual, pequeña todavía, sin particularidad alguna, salvo el porche principal que era todo de sillería, con dos grandes columnas dóricas. Su fachada, en piedra tallada, podríamos considerarla del Renacimiento tardío, y del interior, solo el primer tramo de la nave se conserva, en barroco sencillo, pues el resto de la fábrica fue rehecho casi en nuestros días, hacia 1975, teniendo también el resto del convento ese aire de tradición y ruralía que emana de la reconstrucción meticulosa a que se le sometió en el último cuarto del pasado siglo.
Las monjas, que practican el severo régimen de clausura, sobreviven gracias a la elaboración artesanal de dulces. Y raro es el visitante de la villa que se va de ella sin haber comprado algún paquete de las “pelusas”, esos sabrosos compuestos de pasta elaborada con harina y yema de huevo, que al final se adornan con una espiral de clara y azúcar. (más…)