Memorias monjiles de El Toboso

viernes, 24 octubre 2014 0 Por Herrera Casado
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Interior del Museo de las Trinitarias de El Toboso, un lugar cuajado de recuerdos, y de arte.

El pasado sábado se celebró en El Toboso (Toledo) la Reunión anual o Congreso de la Asociación de Escritores de Castilla la Mancha. Con una nutrida representación de escritores de todas las provincias, y bajo la presidencia del alcalde toboseño, Marciano Ortega, y del alcarreño Alfredo Villaverde, presidente de la Asociación, se desgranaron numerosas comunicaciones referentes a la prestigiosa villa manchega en la que (se dice…) vivió siglos ha doña Dulcinea, el amor imposible de don Quijote de la Mancha.

En esa ocasión me encargué de revisar la historia y el contenido patrimonial de los conventos que todavía existen (y de los que han existido) en El Toboso. Los monasterios y conventos son testimonios arquitectónicos y humanos de tiempos pasados, por lo que como toda mirada hacia atrás encierran enseñanzas y curiosidades. Aunque ya traté de ellos con mayor amplitud en un libro que sobre este patrimonio monasterial en la región publiqué hace años, aquí van algunos apuntes de este curioso y admirable patrimonio.

En El Toboso existen diversos monasterios, a cual más interesante. Son tres exactamente, dos vivos aún, de monjas, y otro ya desaparecido, aunque con leves rastros monumentales.

  1. Monjas franciscanas clarisas 

El primero de ellos está ocupado por monjas franciscanas, llamadas también clarisas, y dedicado a la Concepción de María.

Fundado en el siglo XVI, y muy reformado en el XX, conserva de su estructura primitiva la portada de la iglesia, de gran belleza arquitectónica.

Su origen se remonta a los inicios del siglo XVI, y más concretamente a 1515, época en la que junto a la ermita dedicada a Santa Bárbara, se destinó un viejo caserón a residencia de un conjunto de beatas que, al estilo de la época, entre doncellas y viudas se recogían para orar y sobrellevar en compañía sus precariedades. Ese beaterio se convertiría, en 1546, y gracias al apoyo de don Antón Martínez, clérigo natural de El Toboso, en convento de la Regla de San Francisco.

En la Relaciones Topográficas enviadas por la villa en 1575 a Felipe II, se menciona esta institución como convento dedicado a “La Sentencia” y albergante de mujeres que a mitad eran beatas, a mitad profesas. Ya entonces estaba dedicado a la Concepción de Nuestra Señora. Todas llevaron, durante un siglo, vida recoleta y penitente, humilde y sobria, pues se albergaron en el primitivo edificio.

Y no sería hasta un siglo después, en 1670, que se levantara la primitiva iglesia conventual, pequeña todavía, sin particularidad alguna, salvo el porche principal que era todo de sillería, con dos grandes columnas dóricas. Su fachada, en piedra tallada, podríamos considerarla del Renacimiento tardío, y del interior, solo el primer tramo de la nave se conserva, en barroco sencillo, pues el resto de la fábrica fue rehecho casi en nuestros días, hacia 1975, teniendo también el resto del convento ese aire de tradición y ruralía que emana de la reconstrucción meticulosa a que se le sometió en el último cuarto del pasado siglo.

Las monjas, que practican el severo régimen de clausura, sobreviven gracias a la elaboración artesanal de dulces. Y raro es el visitante de la villa que se va de ella sin haber comprado algún paquete de las “pelusas”, esos sabrosos compuestos de pasta elaborada con harina y yema de huevo, que al final se adornan con una espiral de clara y azúcar.

Monjas Trinitarias Recoletas

Es esta quizás la más importante fundación y elemento patrimonial de tipo monasterial que encontramos en El Toboso. El inicio de esta institución religiosa toboseña es muy propio de la grandiosidad y opulencia en que vivió la decadente sociedad hispánica de la segunda mitad del siglo XVII.

En el año 1660, el clérigo don Alejo Martínez Nieva y Morales decidió dedicar sus caudales para crear en El Toboso un convento de clarisas “a lo grande”. Fallecido pronto, en 1662, su sobrino don Juan de Morales Martínez, Caballero Santiaguista, queda como patrono del monasterio, con la obligación moral de acabar las obras comenzadas por su tío, obteniendo al año siguiente, en 1663, la necesaria licencia eclesiástica para la fundación de un Convento de Santa Clara por parte del Prior de Uclés. A pesar de su intención de acabarla en solo un año, esto no pudo cumplirse porque en 1664 murió, quedando como nuevo patrono y heredero de tamaña empresa su hijo, don José Gregorio Ramírez de Arellano que, por ser menor de edad, quedó bajo la tutela de su tío don Carlos de Villamayor, Caballero de la Orden de Calatrava y Consejero del Rey.

Alguno de los sujetos que formaron esta cadena debió de gastar con alegría, ­–y en otras cosas–, los caudales que el clérigo don Alejo dispuso para tan santa misión. Todo a medias y en precario, las clarisas renunciaron a este alojo, y en su lugar vinieron trinitarias recoletas, comandadas por una mujer excepcional, sor Ángela María de la Concepción, que a la sazón no tendría más de treinta años, pero que venía inyectada del fragor espiritual que Santa Teresa de Jesús había extendido por Castilla toda, y que ella había alimentado en el convento de Trinitarias de Medina del Campo, donde había estado diez años sumida en un profundo dinamismo ascético-místico con algunos toques de revelación divina, y que la catapultaron a El Toboso donde llegó, en 1680, dispuesta a crear en el todavía vacío convento manchego el primer reducto de la Reforma Trinitaria que ella promovió junto con el que luego sería San Juan Bautista de la Concepción. La decidida oferta de esta mujer, de carácter y fijeza seguras, hace que el Sr. Villamayor recoja unos cuantos ducados que aún le sobraban y termine las obras comprometidas. A finales de 1680, la monjas se instalan en ese lugar y comienza una historia que hace saltar a El Toboso a las primeras páginas de la reforma trinitaria.

En su camino de Valladolid a El Toboso, sor Angela María hace parada en la madrileña mansión de los Condes de Monterrey, y les saca la promesa de mayores ayudas. Ahí se fragua la grande aventura del convento y sus edificios, que aún hoy vemos en pie, brillando.

Sin duda el de las Trinitarias es el conjunto de edificios conventuales que más sabor hispano le dan a El Toboso. Alguien ha denominado a la iglesia de las monjas como “El Escorial de La Mancha”, apelativo que se pelea con el otro Escorial que sobresale sobre los campos conquenses, en Uclés.

De líneas hispanas tradicionales, en un severo estilo herreriano, con una soberbia fachada en la que sobresalen los dos torreones que se levantan sobre la plaza, y la iglesia en una esquina, sin duda impresiona a quien por primera vez lo contempla, pensando que se encuentra ante uno edificio de solemnidad y lujo.

El conjunto es espectacular por sus dimensiones, con elevado crucero rematado con cupulín y aguda cubierta de pizarra. A la plaza, el convento presenta como fachada un gran lienzo de piedra de sillería bien labrada, con dos grandes torreones y espadaña intermedia; allí pueden verse dos interesantes escudos: el del fundador dentro de un blasón barroco (el mejor entre los conservados en la villa) y otro pequeño de la congregación del Ave María, entre dos angelotes excelentemente labrados.

Del interior del templo llama la atención el gran cuadro del presbiterio, una representación de la Santísima Trinidad, con los protectores de la orden y los titulares del monasterio, obra del pintor gallego Manuel de Castro, realizado en el tránsito del siglo XVII al XVIII, con una cierta elegancia formal y rica gama cromática. Fue lo único que se salvó en la Guerra Civil del conjunto de piezas artísticas que adornaban este templo.

El interior del convento, más humilde, no se priva sin embargo de un bonito claustro, y de numerosos escudos de armas tallados sobre piedra, y otros elementos artísticos que el efusivo siglo barroco fue dejando por muros y coronaciones.

El conjunto de iglesia y convento viene a ocupar una superficie de más de 9.000 metros cuadrados, contando con una fachada larga de 100 metros, en cuyas esquinas se alzan los famosos torreones, expresando con la rectilínea desnudez de sus muros un modo de ser que solo a España corresponde: severidad, espiritualidad, comunicación directa del alma humana con Dios.

Tiene además en su interior un señalado museo en el que puede admirarse una valiosa colección de pinturas e imaginería de la escuela española del siglo XVII, orfebrería, bordados en oro, etc.

Yo diría que es esta la principal meta de los amantes del Arte cuando llegan a El Toboso. En la primera sala de este Museo trinitario, dedicada a las artes textiles (que dicho sea de paso aún siguen ejercitando las actuales monjas, siguiendo la tradición de la casa) destaca un precioso palio chino (que desfilaba en las procesiones del Corpus Christi por las calles de la villa), y otros bellísimos que se utilizaban en las celebraciones litúrgicas por el rito mozárabe. También en esta sala pueden verse retratos de superioras, trabajos de bordado, pequeñas tallas de devoción, cantorales, libros y documentos, etc.

Puede verse luego una recreación de la austera celda de la Fundadora, y atravesando el claustro, se llega a la segunda sala en la que se exhibe otro conjunto de pinturas y piezas de orfebrería de subido valor. A las barrocas pinturas se suman piezas diversas y valiosas de orfebrería barroca: copones, relicarios, diademas, sacras, incensarios,…     

  1. Antiguo convento de Agustinos Recoletos y Huerta de los Frailes

Muy escasos restos quedan, hundidos sobre los campos y en las memorias, del que fuera convento de religiosos Agustinos Recoletos. Desde el último año del siglo XVI, en 1600, existe con certeza esta que fue escuela de sabios y santos. Se estableció en principio en torno a la que hasta entonces fue ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, y se mantuvo vivo hasta la Desamortización, en 1835, en que fue disuelto.

Fue este un convento notable en el conjunto de toda La Mancha por los muchos oficios que esta casa de religión tuvo y porque en ella se celebraron varios capítulos generales y provinciales. De entre sus celdas sobresalieron religiosos señeros que dieron fama al convento y al pueblo.

Hasta hace poco, de este convento agustino sólo quedaba en pie la arcada que daba acceso al cementerio municipal, que siempre se ha conocido como “Huerta de los Frailes” existiendo en sus inmediaciones el Pozo de la Virgen. Pero ya ni eso queda. De un vistazo, y desde lejos, nos damos por enterados…

Para saber más sobre monasterios y Conventos en Castilla La Mancha, mira aquí.