Buscando fuentes por Solanillos

viernes, 10 julio 2009 0 Por Herrera Casado

La excursión por la Alcarria nos lleva esta semana hasta Solanillos del Extremo. Un lugar que, como la Olmeda, cercana, tienen el apellido de lo lejano, de los extremoso y arcano. Ello se debe a que en tiempos medievales, estos pueblos pertenecían a la Tierra de Atienza, y, estando ya cerca del Tajo, los tenían como muy lejanos, en “el Extremo” del común atencino.

En tiempo de calores, buscamos fuentes. Y Solanillos del Extremo puede presumir de tener en su término más de una docena de buenas fuentes, de esas abundosas, sanas y que nunca se secan. Especialmente hay una, la “Fuente del Pozo” que puede formar entre las 3 ó 4 mejores de toda la provincia. Así es que a verla nos hemos ido, a escuchar el canto del agua cuando sale de su caño y se vierte por pilones, conductos y regueras.

Podríamos poner a la Fuente del Pozo de Solanillos en “comparanza” (como dicen en la Alcarria) con las de Fuentelencina, Fuentenovilla y Albalate de Zorita. Ante muy pocas más se rinde esta, y para algunos, quizás sea la mejor, la más grande y bella, la más solemne, como una “catedral de las fuentes”.

El turismo de fuentes ha ido a más. Desde que hace ahora unos años Juanjo Bermejo, de Budia, sacara un librillo que titulaba “Guía de las fuentes de Guadalajara”, son muchos los viajeros que se echan a los caminos a buscarlas. En la Alcarria es donde están las mejores, en los valles donde asoma el nivel freático de los cerros y la meseta arcillosa. De ahí que las buenas y abundantes estén en las cuestas, y allá que ir, a través de esos caminos que llaman “carralafuente” a por agua abajo, con las borricas antiguamente, ahora con los coches. También hay hermosas fuentes en el Señorío de Molina, talladas en piedra rojiza, barrocas y episcopales algunas, como la de Tartanedo, la de Setiles, la de Rueda y Torrubia…

De la de Solanillos nos dice Bermejo que es una de las mejores de la Alcarria. Que se encuentra en el camino real que trazó el gobierno de Carlos III para llevar a los viajeros desde Brihuega a Trillo. Por allí delante pasaría, por lo tanto, más de una vez el “mejor alcalde de Madrid”, cuando se dirigía a tomar los baños en las proximidades de Trillo. Y nos dice que es fuente de muro, que con su masa pétrea contiene el declive del que surgen los dos manantiales que la dan vida: el central, más abundante y de aguas duras, y el lateral, más escueto pero de agua más dulce.

La mejor descripción de este elemento nos lo proporcionan las fotografías que tomé hace pocos domingos, y que acompañan a estas líneas. Bajando unas cuantas calles, en recodos, desde la plaza mayor, en dirección al barranco o camino de Cifuentes, se encuentra enseguida la “calle del Pozo” que lleva hasta ella. Vemos que se puede llegar en coche, aunque es conveniente y hasta relajante bajar andando desde la plaza: escolta el camino ancho y como ahora tiene fugas lo pone todo perdido de agua y verdines. La fuente es un enorme muro de piedra caliza muy bien tallada, con sillares perfectos, que el tiempo ha puesto grises. Un muro central nos muestra una especie de capilla por donde sale el agua, sumándose en lo alto de un ventanal, que le da airosidad. El agua se vierte a un pequeño pilón, del que corre a los dos lados, por medio de ancha conducción de piedra.. Pero también deja escapar parte de su caudal al centro, quedándose en un enorme y cuadrado pilón donde beberían antaño las caballerías y las mujeres bajarían a lavar. Luego recibe, en su parte izquierda, el caudal más breve de otro manantial dulce, y finalmente las aguas por conductos subterráneos salen del entorno, atraviesan el camino, y se van hacia los huertos, a regarlos generosamente.

En el término municipal de Solanillos hay muchas otras fuentes curiosas. Un folleto, muy bien editado por el Ayuntamiento, con un dibujo central de Jesús Padín, nos da idea y ofrece ayuda para hacer unas rutas y visitar en ellas, a lo largo de un día muy caminado, las fuentes del término.

Los viajeros alcanzaron a visitar, no más  otras dos fuentes: una la de Carravillar, que aparece antes de llegar al pueblo, a la derecha de la carretera que nos trae desde La Olmeda. Es esta bien ancha y los pilones sucesivos por los que va cayendo el agua son largos y limpios. Se encuentra también muy cuidada, y reune las condiciones para hacer un paseo tranquilo desde el pueblo, y allí descansar para iniciar la vuelta.

Otra curiosa que visitamos, tomando ya el camino/carretera que pasada la ermita y la plaza de toros nos lleva hacia Cifuentes, es la Fuente de la Losa, que aparece delimitando un amplio espacio llano bajo unos roquedales y entre carrascos. La fuente tiene también un muro contenedor, y de un par de caños el agua se distribuye por un largísimo pilón lineal que la deja correr. En época de calores, solo el sonido del agua corriendo ya estimula.

Otras fuentes del término, y que el viajero debe ir a ver, buscar primero, y disfrutar de sus aguas finalmente, son las de Fuensalida, enorme también, por lo que nos dicen en el pueblo y se ve en las fotos, y las fuentes del Merendero, donde el Ayuntamiento, que es de posibles gracias a tener la Central Nuclear Trillo I frente a su término, ha montado un espacio de esparcimiento que les ha quedado “ole” y lo conservan con mimo.

Otra buena fuente, curiosa y misteriosa, es la de la Cueva del Pilón, porque el lugar se encuentra bajo una enorme roca socavada, y bajo ella discurre el agua que se recoge en la fuente, con su muro y su pilón corrido. La Fuente del Castillo tiene también su mérito. Es muy rural, está en medio de los campos, junto al camino que desde Solanillos va a Cifuentes. A poco de salir de la villa, giramos a la izquierda en el primer cruce para tomar el camino de Masegoso. A unos dos kilómetros, bajando siempre, se gira a la derecha para coger el “Vallejo del Ciego” y desde allí se llega al enclave, que es muy visible porque está presidido por una gran peña, la “Piedra del Castillo” llaman, y bajo ella se encuentra la fuente de dicho nombre. A pesar del nombre de la peña, no aparecen en ella restos de construcción defensiva. El nombre lo recibió, hace siglos, porque es muy evidente el parecido con un castillo.

Aún quedan más, porque Solanillos en esto de fuentes es como un museo: hay muchas, bonitas, y todas diferentes. Está la fuente del Chopo de la Huerta, en un ramal que se desvía del Camino de Carlos III. Y están las Fuentecillas, aisladas en el chaparral, pero con sus pilones siempre llenos. En estos meses del estío, la fauna que las puebla son los consabidos renacuajos y las avispas. Cerca, porque estamos en la Alcarria, se ven algunos colmenares, medio abandonados, y algunas abejas ronronean cuando vienen a por agua. En general, el campo ya no es lo que era. Y en esto de las picaduras, parece que han disminuido mucho las ansias hematófagas de mosquitos, moscas y moscardones de secano. Todo sea para bien, como decía mi amigo Pánfilo de la Peña, agricultor de Esplegares que solo hablaba con muletillas. Se ve que le iba lo de ser torero.

En todo caso, y como aviso para viajeros y veraneantes, lo que hay que hacer cualquier día de estos es llegarse a Solanillos del Extremo, y aparte de refrescar el gaznate con cualquier cosa permitida por la ley y en venta por sus bares, bajar con cuidado y entusiasmo hasta la Fuente del Pozo. Mis lectores lo van a agradecer: pocas fuentes vieron en la Alcarria tan grandes, tan monumentales, tan espléndidas como esta.

Apunte

Algo de Historia

En medio de la Alcarria, dando vistas a los cerros gemelos de Viana, y al pie de unos cerretes que por el norte forman las ondu­laciones de la meseta alcarreña, en una zona de vistosidad alcarreñil y encuentro de varios vallejos que, formados en dichos altos, corren sus aguas hacia el Tajo, asienta el caserío de Solanillos, sus tierras ásperas y secas, que dan cereal y olivos predominantemente. Sin olvidar la gran extensión de monte bajo, de chaparral y encinar que pervive en su soledad de siglos.

En punto a historia, podemos decir que perteneció desde los primeros siglos de la Reconquista a la tierra de Atienza, cuando esta se dedicó con entusiasmo digno de mejores resultados a la repoblación de las tierras que bajan al Tajo. La Olmeda y solanillos pertenecieron al extremo meridional de esa Tierra, tomando de ello el apelativo toponímico del “Extremo”.

Pasó luego, en 1478, a pertenecer al señorío condal de los Silva, condes de Cifuentes, pasando después, por lazos familia­res, a las casas de los duques de Pastrana, y luego del Infantado. Siglos después, hace solamente veinte años, le llegó la prosperidad porque enfrente surgió un edificio complicado y humeante: la Central de Energía Atómica de Trillo. Eso supuso que sus habitantes pudieron dedicarse a las mil tareas de su construcción y mantenimiento, y de ahí le ha venido dinero al Ayuntamiento, en forma de impuestos que la empresa de la Central le paga, y el Estado le da en aras del peligro en que sus habitantes viven. Que, como ellos dicen, “tampoco es para tanto”.

Además de las fuentes a las que he animado a visitar, en Solanillos debe verse su iglesia parroquial, dedicada al Apóstol Santiago, que tiene al exterior un aspecto de fortaleza y sencillez, con torre de cuatro cuerpos divididos por ligeras impostas, siendo los muros del templo de sillar y sillarejo calizo. La planta es cruciforme, con una sola nave cubierta por bóveda con labores de yeserías, mostrando en algunos puntos dibujados cruces santiaguistas. La entrada se resguarda por tejaroz que sostiene tres columnas toscanas, y es un arco semicircular abovedado, con la fecha de 1802 como de su última restauración, aunque el templo todo denota ser del siglo XVI. Al interior sobresale el altar mayor barroco con diversas tallas de santos. Poco más hay en el pueblo, sino es la plaza de toros, de las pocas que hemos visto que es mitad plaza mitad campo. Quizás por economizar, o quizás porque no era necesaria tanta plaza, solo se hizo la mitad. Y sirve para lo que es: para matar novillos y ver lances de faenas soñadas.

Ah, que además, -y no se le olvide al viajero, ya que está, visitar alguna- son famosas las cuevas del vino de Solanillos. En los blandos repliegues de la roca en que asienta el pueblo, desde hace siglos la gente se cavó sus bodegas, que ahora, bien compuestas y adornadas, con parras a la puerta, y vinos dentro, sirven para pasar los atardeceres del verano en amigable charla, viendo los vencejos lanzarse suicidas al vacío, y el humo de la central, lento, manso, subir pidiendo ¿qué? ¿Hay quien sepa lo que piden los vapores de agua de las Centrales Nucleares?