Las bodegas de Horche

viernes, 23 enero 2009 0 Por Herrera Casado

Tan cerca está Horche, que a muchos alcarreños nos pasa desapercibido. Pero esta villa de la altura, en crecimiento imparable, tiene muchos motivos para ser centro de la atención de historiadores y viajeros, de folcloristas y curiosos. Tiene una historia densa, muchas veces protagonizada por la rivalidad con la cercana capital; tiene monumentos de categoría, como su iglesia, sus ermitas, y hasta sus bodegas, como luego veremos; tiene unas fiestas con encierros que pasan por ser de las más animadas de toda la Alcarria; y tiene finalmente unas rutas que hacerse entre los cerros, las sierras, las fuentes y las leyendas, que no dejará indiferente a nadie.

Los bodegones de Horche

Una historia por venir

La historia de Horche fue escrita, a mediados del siglo XVIII, por un fraile mercedario que había nacido en el pueblo a finales de la anterior centuria. Curioso, científico a su modo, incansable, fray Juan de Talamanco consiguió llevar al folio todo el saber ancestral de su villa natal. Durante mucho tiempo esa fue la única fuente en la que se pudo beber para saber datos y procesos en el devenir de esta villa. Desde su nombre, tan controvertido en su origen y en su uso, hasta los privilegios reales y las leyendas nacidas de su geografía y avatares.

Concluia una nueva historia, de Horche, su villa de adopción, el periodista Juan Luis Francos Brea en la primavera del pasado año 2008, y moría tras acabarla de escribir, un par de meses después. Una historia [hablo de ella porque la he visto, me la he leído, y la conozco en profundidad] hecha al aire de los nuevos tiempos, moderna y sabia, sin falta alguna: sabiendo qué pasó realmente en “tiempos de los moros” y cómo ha evolucionado el rito de los encierros. Sabiendo quien hizo las campanas del templo (las varias veces que ha habido que hacerlas) y por qué se llevaron tan mal los horchanos con los guadalajareños.

Una historia que gracias a la generosidad de la familia de Juan Luis Francos, y al entusiasmo por todo lo alcarreño de una editorial de nuestra tierra, va a salir en forma de libro muy pronto, en un par de meses como mucho, en grueso tomo profusamente ilustrado, y con todo el saber que sobre Horche fue atesorando el autor, hasta el momento mismo de su muerte, en que expresó su deseo de que viera la luz, para conocimiento de esta y futuras generaciones.

Las bodegas de Horche

He mirado estos días en bibliotecas y bibliografías, y he comprobado que recientemente han aparecido algunos libros que tratan de Horche. Unos cuantos, sucesivos, formando serie, se han dedicado a reproducir las fotografías antiguas relacionadas con el pueblo y sus gentes. Ha sido Tomás Bogónez el encargado de recogerlas y ponerlas en orden.

Otro, debido a la iniciativa del mismo artista, que plasma sus ideas en imágenes fotográficas, se refiere a las Bodegas de Horche, y aunque es una obra fundamentalmente gráfica, viene a ser la expresión del alma de la villa, un alma que está palpitante y escondida, bajo tierra, en semioscuridad, pero siempre alegre y creativa. En las fotografías de Bogónez, en el libro de limpias páginas que editó el Ayuntamiento de Horche hace unos años, late una historia que tiene, probablemente, más de mil años. Porque la mayoría de los autores, y la voz popular que es infalible, califica el origen de estas bodegas horchanas como árabes, pues la posición estratégica de Horche, al borde de la meseta dando vistas a los valles del Ungría y el Tajuña, tuvo un castillo (al que llamaron de Mairena, por María Reina) y ya población que lo defendiera en esa época.

De tantos siglos corriendo ha quedado fraguado el silencio, la humedad y la paz de las bodegas en unas 200 que todavía existen en la villa. Se dice que llegaron a ser 500 a principios del siglo XX, pero la plaga de la filoxera que destruyó tantas viñas acabó con muchas perspectivas vitivinícolas. Hoy se usan unas 70, pero con el esmerado cuidado de sus dueños, que las miman, las mantienen y las dan vida.

Esta es una parte muy señalada de Horche, que Juan Luis Francos en su inminente historia refiere con todo detalle, y que ya es posible admirar en las fotografías de Bogónez.

En el Plan de Ordenación Urbana que en 2004 elaboró el Ayuntamiento horchano, figuraban unas cuantas bodegas como elementos arquitectónicos y patrimoniales a proteger. Con protección estructural aparece la “Bodega de Sixto”, que es monumental realmente, y con protección ambiental, las bodegas de Muñoz Moya, de Alfredo, de Felipe “el Hortelano”, de Salas, de Joaquín Escribano, de la Francisquilla y de la Piedra de la Comuna.

Están excavadas, la mayoría de ellas, en la propia tierra, en la parte baja de las casas, y ofrecen su entrada desde el portal, o en los aledaños del caserío. Son normalmente húmedas, con una superficie adecuada a la producción vinícola familiar. Muestran sus techos abovedados, pasillos generalmente rectos, huecos a derecha e izquierda para las tinajas (que en su gran mayoría eran compradas en Colmenar de Oreja) y alguna estantería de madera, siempre húmeda,  algo salitrosa, sobre las que se colocan las botellas, garrafas, damajuanas, vasos, cántaros y un montón de útiles varios y profusos.

Estas bodegas horchatas, como todas las de Alcarria, se mantienen siempre en la misma temperatura: la media anda entre los 12 y los 14 grados, y ni en el más crudo invierno bajan 3 más, ni en lo peor del verano suben otro tanto. Esa atmósfera templada y permanente sirve también para guardar adecuadamente los productos perecederos de la huerta. De ese nivel de temperatura atmosférica depende el inicio y la duración de la cocción de los caldos y de su grado de humedad el sabor del vino.

Al perder volumen las cosechas de vino en Horche, sobre todo tras la epidemia de filoxera a comienzos del siglo XX, se fueron arreglando para servir de almacén y de lugar de estar, de espacio comunitario y de convivencia.

De las tres fechas que en la Alcarria están elevadas a la categoría de mito, y que son, a saber, la vendimia y posterior pisado de la uva, el esquileo y la matanza del cerdo, prácticamente solo queda viva la primera. Ello ha hecho permanecer activas a las bodegas. Y aún más lo ha conseguido el hecho de haberse creado el Concurso del Vino de Horche, que se celebra el último domingo del mes de abril, y que lleva ya 28 ediciones en el cuerpo, con lo que supone de estímulo para todos cuantos producen caldos con la uva de sus viñas y el calor de sus bodegas, disputándose el mérito de ser los mejores.

Entre las bodegas actuales, creo que las más impresionante es la Bodega de Sixto, considerada Bien patrimonial en Horche, y sin duda es un monumento a conocer. Tiene dos pisos, con dos caños o pasillos en el piso inferior, y otro central en el superior, más su cocedero y un pilo grande. La altura de sus naves, lo bien dispuesto de sus arcos y bóvedas, el aire denso y agradable que en ella se respira, la hace sin duda ser una meta en cualquier visita a Horche. Además hay otras como la conocida con el títilo de “El Metro”, con forma de aro, en cuyo perímetro hay oquedades, en cada una de las cuales está un símbolo del Metro de Madrid y el nombre de una estación de la Línea 1 (Cuatro Caminos, Iglesias, Chamberí,…). Durante una temporada se usó también como taberna, y en ella los grupos de amigos se acomodaban cada uno en una “estación” y se lo pasaban de miedo tomando sus vinos y merendando. Se vendía vino a granel, y venían gentes de fuera, de Guadalajara y de Alcalá. Todavía cuenta Damián Catalán, el hijo del dueño, que había meses de verano que llegaban a vender 400 arrobas (6.400 litros), y en invierno hasta 100.

Otra interesante bodega, sin duda, es la Piedra de la Comuna, de planta circular, con unos 2 metros de diámetro interior, pero en los que caben, en sus paredes, hasta 12 huecos para otras tantas tinajas, soportando el conjunto una columna central. De muy buena piedra labrada son los muros de la bodega de Pepe “Musín” y en general todas tienen su interés y su gracias. Bogónez supo verla y plasmarla con su cámara en el interesante libro al que remito al lector, para que se planifique y suba a Horche, buscando las dichas, o alguna más, como la de Julián y Benjamín Chiloeches, limpia y pulcra, museo auténtico del ruralismo alcarreño; o la de José Antonio Martínez, más moderna pero igualmente recoleta; o la de Saldaña, gigantesca y pura; o la de Regino, oronda de vientres subterráneos, de grandes tinajas, de húmedos regustos… todas son únicas, diferentes y mágicas.

Cantares de Horche

Otro libro, este muy reciente, de hace tan solo unos meses, que el Ayuntamiento de Horche ha apoyado con su edición, es el escrito por José Antonio Pérez Martínez y titulado “Cantares”. Es un voluminoso libro de 304 páginas en las que el autor vierte su inspiración en forma de seguidillas (180), jotas (360), despedidas (40), villancicos, y otras muchas y variadas canciones. Surgen de su pertenencia a la Ronda de Horche, esa institución multisecular, sin ordenanzas ni presidentes, pero con vida propia, como si de un ser bilógico y activo se tratara. La Ronda es rondar, y si no se ronda no hay Ronda, que dijo Perogrullo, pero que define en una sola frase muy bien lo que este latido horchano. Pérez nos ofrece un gran libro de letras y cantares, actuales, evocadores, sencillos, alegres… y al aire de su inspiración va dejando también caer la memoria de días, de fiestas, de formas de cantar y rondar.

Unos libros, unas memorias, y un carácter que, sin duda, se van a ver muy pronto aumentados y tallados en las páginas realmente definitivas de esa gran “Historia de la villa de Horche” que ha escrito Juan Luis Francos, y a cuya memoria irá dedicada cuando aparezca.