Nuevo Viaja a la Alcarria

viernes, 14 marzo 2003 0 Por Herrera Casado

 

Una nueva oferta para hacer el Viaje a la Alcarria, (y no el de Camilo precisamente, aunque muy parecido), nos llega de la mano veterana y medida de José Serrano Belinchón, que ha vuelto a entregarnos su visión precisa de la tierra en que vivimos: una guía de la Alcarria, de la que se encierra en los administrativos límites de Guadalajara (pues sabido es que también Madrid y Cuenca tienen parte de esta comarca), aunque al final no puede evitar dar el salto, y entregarnos un último capítulo, una especie de “propina” o coda, sobre la Ercávica conquense, la gran ciudad romana que al otro lado del río Guadiela nos muestra cada vez con más nitidez lo que fue la colonización romana en el interior peninsular.

El recorrido por la Alcarria

Con la prosa sencilla y clara de quien ya tiene experiencia de contar lo que ve, y de ofrecérselo a los demás, Serrano Belinchón nos tiende la mano, a través de las páginas de este su nuevo libro, para que recorramos la Alcarria. Y nos la ofrece con un primer capítulo espléndido, poético, magistral, que él titula “Fantasía de andar y ver” en el que resume lo que la Alcarria nos va a dar: paisajes, monumentos, pueblos recoletos y silenciosos, olores de labiadas, choperas junto a los delgados arroyos… todo lo que de poéticos seamos capaces de alcanzar al mirar la tierra que nos rodea, la Alcarria se encargará de pulirnos y mejorarnos. Porque, eso sí, este libro y esta oferta están condicionados a salgamos al campo, vayamos a los pueblos, nos metamos en sus iglesias, miremos desde varios ángulos sus plazas, mantengamos el tipo en sus fiestas: hay que mirar y vivir, y a través de esa vivencia, se recoge todo el calor y el color de esta tierra de Alcarria.

Empieza el viaje por Morillejo, que es, según nos dice el autor, el punto más oriental del recorrido, allí por donde el sol sale primero. Enseguida nos plantamos en Trillo, con su río Tajo espléndido, verdeante como todo el paisaje que le rodea: las aguas minerales, el recuerdo de las ruinas de Ovila, los cerros gemelos de Viana, el buen yantar…

Sube luego hasta Cifuentes, donde va paso a paso contemplando los curiosos testimonios del pasado medieval de la villa: que si el castillo, que si la portada románica de Santiago, que si la Balsa donde nace el río parido por las claras rocas, que si la plaza triangular… un montón de espectaculares fotografías nos van conduciendo luego, por Cívica, a la vera del Tajuña, hasta Brihuega.

Aquí, en la capital de la Alcarria (pero bueno, también Cifuentes, y Pastrana, y Budia lo son) en el jardín de la comarca, en el surtidor permanente de sus múltiples fuentes, Serrano pasa a describir cuanto de ver existe en esta villa de los arzobispos: el castillo con su muralla circular, los jardines de la fábrica, los templos góticos, en los que la piedra brilla y tamiza nuestras voces, la gran plaza del Coso, las choperas amarillas del otoño tapizando cualquier rincón del valle.

En este punto, el lector promete ser viajero en solo unas horas. A este límite, las ganas del lector por salir corriendo a ver la Alcarria suben de punto, y el cometido que el libro persigue, que es dar pistas, información e imágenes para ser turista consciente y viajero sensato por nuestra comarca más representativa, se completa: Brihuega suena a fuentes en las imágenes de la Blanquina, y a verano taurino en la silueta de su plaza “La Muralla”.

Por Budia primero, y por Alocén y Tendilla después, el autor sigue ofreciéndonos imágenes y descripciones. Tomo nota, ya sé que en Budia hay otra plaza mayor de antología, unas ruinas carmelitas que desconocía, y un Peral de la Dulzura que habla de leyendas y mitologías rurales. En Tendilla, finalmente, la sombra larga de su calle mayor soportalada, con sus palacios y templos, sus ruinas y sus ferias, es otro destino que no puede perderse. Tantos caminos en esta Alcarria que de ellos recibe su nombre: “La Alcarria – el Camino pedregoso”, que hoy es paso fácil para llegar en un momento a cualquier parte.

Pastrana centra buena parte de este viaje. Pastrana ducal y cuajada de joyas del arte arquitectónico, escultórico y pictórico. Pastrana que es un milagro en la estreches y empinamiento de sus calles, que resuena siempre en voces de historia, en personajes de leyenda. Serrano disfruta enseñándonos Pastrana. La Colegiata con su cripta ducal, en la que mezclados están los huesos de la Éboli y el marqués de Santillana, del arzobispo don Pedro y del capitán don Diego Hurtado… Retablos, tapices, recuerdos carmelitanos. En fin: hay que ir, disfrutar, mirar sin pausa, en Pastrana, para saber cuanto de fantástico existe. Ese es el objetivo de Serrano Belinchón con esta guía de “La Alcarria de Guadalajara” y lo consigue con holgura, sobre todo al leer este capítulo de Pastrana.

Marcha luego al sur, a las tierras de en torno al Tajo y del Guadiela: y nos describe Sacedón y sus pantanos, que siguen siendo un milagro cuando crecidos nos dejan soñar con la “Costa de la Miel” y sus barcos veleros. Por allí sigue, enseñándonos Alcocer, el monasterio cisterciense de Monsalud en Córcoles, el castillo de Zorita espléndido de recuerdos calatravos, la joya engastada en pinos del castillo de Anguix, el recuerdo de La Isabela, Millana, etc…

Acaba, como dije al principio, con un irrefrenable salto a Cuenca: y nos dice qué es Ercávica, que mérito tiene, por qué hay que ir a verla. En definitiva, una espléndida guía turística, un libro modélico, de esos que “hacen patria” porque no persiguen otra cosa que alentar viajes, animar gentes, promover un flujo de gentes hacia esta Guadalajara que está deseosa de enseñar cuanto tiene. Un libro de mérito, un libro ejemplar. Un nuevo (y eterno) viaje a la Alcarria que nos ofrece y nos deja disfrutar este escritor de calado y saberes aquilatados.