Tras las huellas de la Inquisición por Guadalajara

viernes, 2 julio 1993 0 Por Herrera Casado

 

Días de calor, de vacación también. Días que podemos dedicar al viaje relajado, sin pasión excesiva, a la simple búsqueda y casual hallazgo de huellas raras por nuestra tierra. De huellas de la Inquisición, por ejemplo. Que haberlas, háilas. Y muchas.

Por la Calle Mayor de Guadalajara surge la primera presencia. En la «Cruz Verde», donde tienen sus tiendas Montes, Olivares, Torcal y Reyes, nombres tan castellanos como la tradición que dice que allí, en la casona del fondo, ‑balcones y sombras‑ aparecía sobre el portón oscuro la emblemática cruz de color verdoso con la escolta clásica de la palma y la espada: el símbolo del Santo Oficio de la Inquisición, que en ese lugar tuvo sus tribunales locales.

Por todos los caminos en Guadalajara se encuentra uno el recuerdo de aquella tenebrosa institución, que sirvió fundamentalmente para proteger a la Fe Católica de los desviacionismos heréticos, pero que en el siglo XVII sobre todo se usó como arma política al servicio de la Monarquía hispana. Cualquier desviación de la norma establecida, se sometía al rigor jurisdiccional del Tribunal de la Fe. En Sigüenza existió uno de ellos, y algunos de los que hoy son nombres ‑sonoros e importantes‑ de la historia de la Ciudad Mitrada, se encargaron siglos ha de medir con la vara de la Inquisición a los vecinos que se aventuraban a opinar. Por no ir más lejos, el nombre (y el rigor) de su Obispo don Fernando de Valdés, que rigió la diócesis seguntina entre 1539 y 1546. Un año después, en 1547, fue nombrado Inquisidor General, y mantuvo a raya de herejías el reinado de Felipe II, alcanzando la consideración (es la opinión de Llorente, poco partidario de este instituto)  de «el más sanguinario de los inquisidores». No olvidar tampoco cómo don Pedro González de Mendoza, «el tercer Rey de España», que anduvo tanto por Guadalajara como que nació y murió en nuestra ciudad, está considerado como el auténtico fundador de la Inquisición.

Paseando por los pueblos de nuestra provincia salen como en sorpresa los duros perfiles de sus símbolos por cualquier parte. Desde el extremo más remoto, en Villel de Mesa, donde sobre una casa picuda brilla al sol de la primavera el escudo inquisitorial que acompaña estas líneas, hasta la cercana villa de Tendilla, donde el familiar del Santo Oficio que vivía en la calle de junto al río, puso sobre la puerta solemne de su casa otro blasonado pedrusco en el que tallada junto a su morrión y sus armas se lee que fue levantada «Siendo Inquisidor General el Ilmo. Sr. D. Diego de Arze y Reynoso, Obispo de Plasencia». Es de la primera mitad del siglo XVII.

La cruz, la palma y la espada son los símbolos del Santo Oficio de la Inquisición. En aquellos lugares donde se vean talladas juntas, podemos decir sin temor a equivocarnos que vivió un su «familiar», un hombre encargado por la autoridad central de oír conversaciones, de filtrar significados, de acusar por escrito a quienes hablaran en contra de la Fe, o del Rey, o de las Instituciones. De esos había en Milmarcos, donde aún hay una casona que luce esos signos, junto a una estrella y una mano sosteniendo una pareja de llaves (símbolo de la clericatura), y la frase «Veritas amica fides». También en la plaza mayor de Valderrebollo, frente por frente a su románica portada parroquial, cruz, palma y espada recuerdan viejos tiempos de intransigencia. Una amable señora que aún vive en la casa, se muestra orgullosa de que muchos vengan a fotografiar esa vieja piedra con dibujos que tiene junto al balcón.

¿Y cómo olvidar a Pastrana? En la calle de la Palma suenan aún los ayes del tormento. La primera de sus casas tiene la siniestra silueta del inquisitorial palacio. Entre ventanucos y balcones asoma el triple símbolo. En la Olmeda del Extremo también se ve el recuerdo tallado de los inquisidores. Y en la plaza grande de Cogolludo hay otro escudo que los recuerda a través de la concisa y triple llamada de Fe, de honor y de castigo.

El recuerdo de la Inquisición llega a Guadalajara a través, también, de quienes sufrieron sus rigores. Así, de una parte, los iluminados del palacio del Infantado: María de Cazalla, Ruiz de Alcaraz y tantos otros. Incluso los Mendoza, sus más altos señores, tuvieron que vérselas con esta justicia sacrosanta,y al tercer duque don Diego sólo le salvó la providencial muerte,que si llega unos meses más tarde le cuesta un disgusto serio. También al más genial de los historiadores jerónimos, a fray José de Sigüenza, las envidias de sus rivales enanos le llevaron a enfrentarse con un duro tribunal que, después de años de hacerle sudar sangre, finalmente le absolvió. Lo mismo que le ocurrió al dominico fray Bartolomé de Carranza, quien no pudo seguir su iniciada obra plateresca en la actual iglesia de San Ginés de Guadalajara, porque la Inquisición le proporcionó sombra y frescor en sus calabozos durante algunos años.

Un elemento (la cruz, la palma y la espada) de meditación por nuestras tierras. Un motivo más para peregrinar por nuestros pueblos y buscar la huella del pasado en sus muros, bajo sus aleros…