Por la ruta colombina del Descubrimiento: La Gomera, isla colombina

viernes, 1 julio 1988 0 Por Herrera Casado

 

En esta época, ‑con el verano recién puesto de blanco y estreno‑, en que todos andan afanados buscando un lugar donde viajar, donde ver cosas, caras y casos nuevos, se me ocurre hacer la sugerencia de un viaje, que aunque traspase en esta ocasión los límites de nuestra provincia de Guadalajara, siempre tiene el acicate de hacerlo a un lugar que tiene el remoto parentesco de haber estado, por la historia o las casualidades, ligado a ella. Se trata de una de las islas Canarias, concretamente de La Gomera.

Fue de allí, y no de Palos de la Frontera, de donde salió realmente Cristóbal Colón al descubrimiento de las Indias Occidentales. Porque si del puerto andaluz, y con la ayuda consabida de los Medinaceli y los Mendoza, partió en agosto de 1492 con su flotilla de tres naves y gentes de todo tipo (había algún que otro alcarreño en el grupo), hubo de recalar en las Canarias, no sólo como punto de descanso en tierra, sino para arreglar la carabela «Pinta» que comandaba Martín Pinzón y que había sufrido averías en el primer tramo de la travesía, cambiando ya de paso el velamen y el timón de la «Niña», y por supuesto para hacer el último acopio de víveres y de agua.

Por aquella época, finales del siglo XV, el mayor puerto de las Islas Canarias era San Sebastián de la Gomera. Tenía allí su refugio, mitad de piratas, mitad de señorío feudal, don Hernán Peraza, a quien por su crueldad manifiesta terminaron por asesinar los indígenas. Su viuda, doña Beatriz de Bobadilla, de quien se cuentan maravillas, suma en su haber la posibilidad, entre legendaria y real, de haber sido el gran amor imposible de Cristóbal Colón. De allí, tras cargar sus alimentos, sus matalotajes y sus aguas, el 6 de septiembre de 1492 partieron (lo hacían desde tierra española, desde una isla plenamente explorada y conocida) hacia la gran aventura que culminaría 36 días después dando vista a la tierra de Guaraní.

La Gomera, en la provincia de Tenerife, es un lugar impresionante que deberían conocer todos cuantos quieren ver algo diferente a lo demás. En medio del océano surge como un peñón gris de lava. Se trata, como las otras siete islas Canarias, del resto de un antiguo volcán que emergió del mar, hace millones de años, en impresionante vómito de fuego. La tierra, entre gris y negra, suavizada hoy por los verdes toques de los bosques múltiples y los cultivos de plátano o tomate, es un continuo tobogán de cerros, de barrancos y de montañas espigadas. Resguardada en un rincón de la abrupta costa, se encuentra la capital, San Sebastián de la Gomera, a donde llega cada seis horas el «ferry» que transporta viajeros y mercancías desde el puerto de Los Cristianos, al sur de la isla de Tenerife. Ese es su único enlace con el mundo.

En la isla existen otros seis municipios, constituidos por pequeños pueblecitos que cuelgan materialmente de las empinadas vertientes: Hermigua, Agulo, Vallehermoso, Santiago, son los más destacados. En Santiago, junto a una playa gris y silenciosa, abrigado de los cerros en que crece el «cardón» ó «candelabro» (Euphorbia canariensis) con fecundidad asfixiante, se encuentra un Hotel (el Tecina) que acaba de inaugurarse y que es un espectáculo de pulcritud, de lujo y comodidad. Aparte del pequeño y anticuado Parador Nacional que se construyó hace años en San Sebastián, la del Tecina es hoy por hoy la única oferta hotelera de altura que tiene La Gomera.

Los días que pase el viajero en este peñón rocoso del Atlántico, puede dedicarlo a dos cosas fundamentales: por la isla viajar, ver los pueblos, los paisajes, y especialmente el Parque Nacional de Garajonay. Por la capital, recorrer sus calles estrechas, soleadas y cuajadas de monumentos que recuerdan el paso de Cristóbal Colón por el lugar. De Garajonay cabe decir que es uno de los cuatro Parques Nacionales que existen en las Canarias. En este caso, se trata de la conocida «laurisilva», el bosque de brezos gigantes que, salido de una película mágica, se cubre permanentemente de nieblas, de humedad, de verdor restallante, dejando atónito a quien pensaba que solo desiertos cabía encontrar en islas tan inclinadas al Trópico.

De San Sebastián de La Gomera, no puede dejar de verse el llamado «pozo de la aguada», donde Colón se abasteció de agua para sus naves y poder realizar la travesía hasta América: gracias a ese pozo, muy posiblemente, pudo tener lugar tan alta aventura. También se visita, a lo largo de la calle mayor, la iglesia parroquial, construida en estilo «gótico atlántico», la ermita de las Nieves, la Casa del Conde, del siglo XVI y otros pequeños edificios de corte multisecular. Sin olvidar, por supuesto, la Torre del Conde o de Peraza, un típico torreón defensivo medieval puesto sobre la costa.

Cualquier momento es bueno para llegarse a La Gomera. El clima canario es permanente, y a lo largo de las cuatro estaciones europeas allí se manifiesta la primavera: la vertiente norte de la isla, permanentemente sumida en nieblas y humedad vivificante; la vertiente sur, calcinada del sol, con el arrullo constante del mar, es el lugar idóneo para olvidarse que en el Continente hace frío. Ahora que la gesta de Colón se actualiza, y que todos buscan lugares inéditos donde viajar, la oferta de La Gomera es tentadora: merece la pena aprovecharla.