Pinilla de Jadraque, paradigma del románico

viernes, 22 abril 1988 0 Por Herrera Casado

 

Aun en la primavera, estas altas tierras preserranas del valle del Cañamares reciben al viajero con frío en las esquinas. Se inclinan las copas todavía esqueléticas de los árboles. Y el sol que pone su dorado refulgir en las piedras y laderas, no es capaz de calentar casi nada. El viajero se ha lanzado, en su inconsciente práctica de bucear nostalgias, a caminar hasta Pinilla de Jadraque, donde ahora hace exactamente siete años ‑no lo olvidará nunca‑ la presencia de una mujer concedió a las piedras románicas un impalpable tono de perdurable alegría.

El pueblecillo, al que se llega por carretera desde Jadraque, pasando antes por Castilblanco y Medranda, es el último de la carretera. Allí se acaba el paso de vehículos y para seguir aguas arribas, rumbo al ex‑monasterio de San Salvador y al pantano de Pálmaces, no queda otro recurso que echarse a andar entre encinas. Que no es tampoco mala práctica. De todos modos, y de forma similar a lo que ocurre en tantos otros lugares mínimos de nuestra provincia, las calles pavimentadas, y la limpieza del ámbito sorprenden con agrado: en estos años ha cambiado el brillo de Pinilla.

Y digo que es el paradigma del románico porque el monumento capital de Pinilla es su iglesia parroquial, dedicada a la Asunción: catalogada como Monumento Histórico‑Artístico de categoría nacional, tras haber estado muchos años en trance de ruina, y gracias a las gestiones de un puñado de hombres preocupados por los viejos monumentos alcarreños, entre los que este viajero puede con auténtico orgullo ser contado, hoy brilla como nueva, restaurada y parece que definitivamente integrada en el mundo de los vivos.

Para quien se anime, en estas fechas de presumible color y calor próximos, a visitar el templo de Pinilla, daré aquí algunos elementos que permitan centrar su estampa, su valor, el aire solemne y redentor que tiene su masa de piedra dorada. Es, ya lo he adelantado, una obra magnífica de estilo románico rural, construida a finales del siglo XII o principios del XIII, que sufrió reformas posteriores, pues en el XVII se eliminó su ábside, que sería semicircular, para hacer una capilla mayor más amplia donde colocar un altarcillo barroco, y luego un incendio en nuestro siglo XX la arruinó en su interior, aunque fué finalmente reconstruida.

Sorprende, en su exterior, la enorme espadaña que corona el muro de poniente: es de cuatro vanos, muy pesada, toda ella de sillar calizo. Solamente otro templo románico hay en la provincia de Guadalajara con una espadaña de similares características: la de Hontoba en la Alcarria.

El edificio consta de una sola nave, con presbiterio cuadrado y sacristía adosada al sur. En ese interior, que siempre está en la semipenumbra de los edificios típicamente medievales, y en los que solo la luz de los ojos puede con la tiniebla de los siglos, destaca el arco triunfal que da paso desde la nave a la capilla mayor, y que se apoya, perfectamente semicircular, en sendos capiteles de muy perfecta talla y conservación: en el uno hay palmetas, en el otro piñas entrelazadas.

Apoyando en los muros del sur y poniente, aparece la estructura del atrio o galería porticada, heredero en este caso de las construcciones románicas que en las provincias de Soria y Segovia adornan tantas iglesias rurales. En el centro del costado meridional se abre la puerta de ingreso, consistente en un estrecho arco de medio punto apoyado en columnas pareadas que rematan en bellos capiteles de decoración geométrica y vegetal estilizada. De su ábaco surge una corrida imposta muy simple que se prolonga sobre el muro esquinero. El resto del ala sur del atrio se compone de ocho arcos, cuatro a cada lado de la puerta, también de medio punto, que apoyan sobre columnas pareadas y presentan magníficos capiteles de estilizada decoración foliácea. Estos arcos descansan sobre un podio o basamento.

En el ala de poniente del atrio se abren tres arcos más, también estrechos y apoyando sobre columnas pareadas, y sobre unos capiteles especialmente interesantes, pues muestran sus caras ocupadas por una abundante colección de temas iconográficos que posibilitan al viajero la ocasión de enzarzarse en evocaciones medievales, mitológicas y legendarias sin fin: como si del claustro de una poderosa catedral se tratase, en esos capiteles del ala de poniente de Pinilla surgen figuras arquetípicas como la mujer que sostiene peces en sus manos, los sirénidos coronados, los tres sabios de Oriente leyendo en filacterias, y por supuesto algunas imágenes de la religión cristiana, como la Crucifixión de Cristo, su Bautismo, y la presentación alegórica máxima de la Gloria del Hijo de Dios, que en su mandorla avellanada aparece majestuoso rodeado de los cuatro símbolos de los evangelistas.

Todavía algún detalle de interés que no debe ser olvidado. En el interior del atrio, una enorme pila bautismal, de cuando se hizo la iglesia, ofrece su señorial circunferencia de piedra. La puerta de entrada a la iglesia es asimismo muy hermosa. Tiene todos los caracteres propios del estilo: arcos semicirculares, baquetones múltiples, decoración de hojas, de puntas de diamante, etc.  Y, para terminar, distribuidas por los sillares de la parte más visible del templo, multitud de marcas de cantería que hacen pensar en seres humanos, en constructores esforzados e ilusionados del edificio.

Mañana, como siempre, será un buen momento para volver a Pinilla de Jadraque: siete siglos después, a contemplar la obra elegante y hermosa de gentes con fe; siete años después, a evocar la sonrisa rumorosa de quien es capaz de abrir el futuro cada día, y de poblarlo de ilusión cada instante.