Los obispos franceses en Sigüenza

sábado, 24 octubre 1981 0 Por Herrera Casado

 

La lucha multisecular que registra la historia de España entre cristianos y árabes, conocida vulgarmente como «la reconquista» y que vino a ser una convivencia multifacética a lo largo de ocho siglos, en la que hubo desde batallas y saqueos a trasiego de modas, de artes y hasta de lenguajes, reviste dos aspectos fundamentales al estudiarla en nuestro territorio guadalajareño. De una parte, la tarea conquistadora y militar, de apresamiento de castillos y dominio de territorios, generalmente rápida y con fechas concretas. De otro, la más difícil, lenta, incierta y peor estudiada, de repoblación y asentamiento de nuevas gentes y nuevas culturas. En este aspecto repoblacional, vamos a detener hoy nuestra memoria y consideraciones sobre un tema poco tratado hasta ahora, y que es clave para entender muchas cosas de la Edad Media en nuestra tierra. Concretamente repasaremos la llegada de personajes galos a la diócesis de Sigüenza, y su influencia en instituciones y artes.

En los fines del siglo XI, el rey castellano Alfonso VI manda venir cierto monje benedictino, de la abadía de Cluny, llamado Bernardo de Salvitar, para que reforme las costumbres del monasterio de Sahagún. Y tan bien lo hace, con tan certero modo impone su sabiduría y santidad, que al reconquistar Toledo en 1085, el monarca le nombra para regir la recién creada archidiócesis, que adquiere la categoría de primada de las Españas. Será este Bernardo de Sauvitat quien solicitará enseguida del papa Urbano II que el primado español se extendiera también al Midi francés, a la Galia Narbonense, en atención a que dicha comarca había sido tradicionalmente sufragánea de Toledo, desde la estancia de los visigodos en la península. Así es concedido, y poco después es cuando el arzobispo Bernardo comienza a traer familiares y amigos al reino de Castilla a los que va encargando de regir diócesis y otros asuntos directamente relacionados con el poder, la ciencia y la iglesia. Viene así Bernardo de Agen, natural de un pueblecillo cercano a Narbona, como cantor del cabildo toledano. Llegará a obispo de Sigüenza en 1121. Un hermano de éste, don Pedro, es nombrado obispo de Palencia, y un tío de ambos, hermano de su madre, accede al episcopado de Segovia. El lemosín

Burdino, en esas fechas, llegará a obispo de Coimbra, y aun a arzobispo de Braga. Con estos personajes llega a la meseta castellana no sólo la sabiduría y el metódico trabajar de los galos, sino una organización nueva de los asuntos eclesiásticos -formándose cabildos y asentándose comunidades de canónigos reglares agustinianos, bajo el modelo francés- y un concepto diferente en la arquitectura y decoración de los edificios religiosos, hasta el punto de que esa influencia del arte románico francés se hará neta en ciertos edificios molineses, seguntinos y segovianos.

Don Bernardo de Agen, nacido en dicho pueblecillo hacia el año 1080, fue puesto como chantre en el Cabildo toledano, y en 1121 le fue concedida la preeminencia episcopal de Sigüenza, ciudad con tradición diocesana pero todavía en poder de los árabes. A su reconquista se aplicó, consiguiéndola tres años después, en 1124. Fue obispo seguntino hasta el año 1152, y señor de la ciudad desde 1138, en que el emperador Alfonso VII, del que había sido capellán, concedió tal donación para sí y todos sus sucesores. Por una parte se ocupó don Bernardo de Agen en fundar el Cabildo de la iglesia seguntina, cosa que hizo en 1144, figurando en sus primeros tiempos, y entre sus miembros, diversos personajes franceses también: un Pedro Ausciensis (de Auch) vamos, un Willelmo, un Arnaldo, un Egidio, etc. Poco después fundará los cabildos de Medinaceli (poniendo a Arsenius de prior) y de Calatayud, así como el de Molina, en el que figura como fundador o primer rector un Juan Sardón, de origen galo. D. Bernardo pone también las bases para que la regla de San Agustín llegue, en forma de capítulos reglares, hasta Santa Coloma de Albendiego, Buenafuente, Alcallech, Santa María de la Hoz y San Salvador de Atienza. De su región natal trae lo que andando los siglos será médula de la devoción seguntina: las reliquias de Santa Librada, a las que se daban culto cerca de Agen, en una aldea llamada Sainte Livrade, trajo el primer obispo para colocarlas en su templo mayor y ponerles como en el centro de las devociones de la región conquistada y virgen de cristiandades. Asimismo trae la cabeza de San Sacerdote, obispo que fue de Limoges, para que en Sigüenza recibiera culto. Finalmente, es su actividad de magno fundador y constructor de la catedral la que le señala como de imborrable memoria. El mandó venir de su tierra arquitectos y alarifes, maestros canteros y decoradores que fueron dando planos y cuerpo a la catedral seguntina.

Fue su continuador en la ciudad mitrada don Pedro de Leucata, obispo entre 1152‑1156. Natural del pueblecillo de Leucata, a las arenosas orillas de la salada laguna de su nombre, en el borde de la Aquitania marítima, entre Perpiñán y Narbona, muy cerca de Agen. Probablemente sobrino, o familiar de don Bernardo, fue puesto por éste como prior del Cabildo seguntino, y a la muerte de Bernardo fue elegido sin reservas nuevo obispo. Tuvo múltiples relaciones -donaciones, mercedes, comercios-con los primeros señores de Molina: don Manrique de Lara y doña Ermensinda, de la familia condal de Narbona, donaron el lugar de Cobeta al obispo, y por su intercesión el rey Alfonso VII añadió la donación de la aldea de Saviñán y su territorio circundante en los mismos límites occidentales del Señorío molinés. Don Pedro de Leucata fue insigne continuador de su antecesor en las obras de la catedral seguntina, imprimiéndolas un avance notabilísimo.

Siguióle en la mitra don Cerebruno, que la ocupó de 1156 a 1166. Fue nacido en el ducado de Narbona, en la ciudad de Poitiers, a principios del siglo XII. Raro nombre, que no encuentra similar en la lista de eclesiásticos franceses o españoles de la Edad Media, quizás fuera su original apelativo el de Bruno, y por la proverbial sabiduría que demostró siempre se le añadiría el prefijo de «Celer», el listo, dando así ese Celebruno o Cerebruno con que ha pasado a la historia. A este prelado le trajo a Castilla don Raimundo, que fue primero obispo de Osma, y luego arzobispo de Toledo, en cuya catedral vemos a Cerebruno, en 1143, como Arcediano. Su hermano, llamado Pictavino (por ser también natural de Poitiers) alcanzó más tarde el grado de arcediano de Sigüenza. Don Cerebruno se ocupó en culminar las obras catedralicias de sus dos antecesores, cerrando el gran templo mayor, poniéndole sus magníficas puertas de románica decoración, con estructura poitevina avalada de magnífica decoración mudéjar; también a su episcopado pertenecen las iglesias de San Vicente y Santiago, en Sigüenza; y no es casualidad que en esa época se levantaran, en el Señorío de Molina, la iglesia del monasterio de Buenafuente, y el templo de Santa María de Pero Gómez (hoy de Santa Clara) en la capital, muestras exquisitas de un estilo románico de clara tradición gala. Cerebruno alcanzó posteriormente más altas gradas, llegando a ser, tras profesor de Alfonso VIII, arzobispo de Toledo.

Su continuador en Sigüenza fue don Joscelmo (1168‑1178) también francés, sin duda, pues aunque de diversas maneras nombrado en los documentos (Joscelmo, Goscelmo o Joscelino) su nombre de extraña raíz en Castilla era, sin embargo, frecuente en Bretaña: de la raíz germánica Gotsens o Gauhzelm derivó al latín Gaucelmo, Gothzelmo o Gocelmo. En Segovia hubo otro obispo de este mismo nombre. Al seguntino se le encuentra a veces con apellidos: Adelida en un caso (quizás el nombre de su madre) y Petioz en otro, no llegan a aclarar nada respecto a su origen. Se sabe, también, que su sobrino Ostensio fue arcediano de Molina en 1191. Joscelmo sintió siempre una gran devoción por Santo Tomás de Canterbury, hasta el punto de que le dedicó una capilla en la cabecera de la nave de la Epístola de su catedral seguntina (hoy capilla de los Arces) disponiendo que se hiciera allí su enterramiento: de hecho, aún queda empotrada en el muro una pequeña arqueta de piedra en la que se lee «Hic est inclusa Joscelini Presulis Ulna» conteniendo solamente un fragmento del brazo de este prelado, que debió morir fuera de Sigüenza. Es necesario considerar todavía en la lista de los obispos franceses de Sigüenza, al quinto de ellos, don Arderico, de quien consta que procedía de Frómista, en Palencia, pero que muy posiblemente, y orientados por su nombre, sería originario de Bretaña o Aquitania, o al menos sus padres fueron gentes de allí venidas. El fue miembro, de los fundadores, de la Orden de Santiago, y en su convento de Uclés mereció el grado de profesor insigne, dando enseñanza de todo tipo de científicos conocimientos. Pasará en 1184 a regir la diócesis de Palencia, tradicionalmente ocupada de francos, y allí murió en 1208. Es a partir de los años finales del siglo XII que se aprecia en toda Castilla la desaparición de obispo y abades extranjeros. Alfonso VIII decide utilizar a sus súbditos más sabios, que ya entonces los había, y la castellanización de Castilla comienza con pujanza. Sin embargo, justo es recordar, y las líneas superiores así lo demuestran, el gran débito de nuestra cultura medieval a lo que del Mediodía francés vino a lo largo de todo el siglo XII: conocimientos, santidad, arte y organización. Sigüenza y su diócesis fue, en este sentido, una muestra magnífica y ejemplar, hoy recordada en sus líneas fundamentales.

Bibliografía:

MINGUELLA Y ARNEDO, Fr.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus obispos. Tomo I. Madrid 1910

ROMAN y CARDENAS, J. Noticias genealógicas del linaje de Segovia, 1890.

COLMENARES, D.: Historia de la insigne ciudad de Segovia, Segovia 1640.

GONZALEZ, J.: El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid 1960.

PEREZ ‑ VILLAMIL, M.: Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza, Madrid 1899.