Concha, en el camino real

sábado, 21 mayo 1977 0 Por Herrera Casado

 

Recordábamos la pasada semana la trayectoria vital de un molinés famoso y eternizable; las andanzas varias, de caminos y de letras, de don Gregorio López de la Torre y Malo. Y ahora vamos a caer, tras acompañarle por la Corte, Molina, Mazarete y otros lugares; tras leer sus historias de Buenafuente, del Señorío, de las genealogías y otros apuntamientos, en este lugar de Concha, que es luminoso y amplio enclave situado en el páramo más alto de la sexma del Campo, al abri­go de los fríos nortes por una cos­tanilla pedregosa, tendido a la ori­lla de un regato humilde, anchas las calles, la plaza; la iglesia, ‑de San Juan‑, situada al extremo sur del pueblo, y amables las gentes que siempre tratan de agradar y guiar al viajero en sus búsquedas del pasado.

Si mirando el mapa actual de ca­rreteras, encontramos Concha co­mo perdida en un rincón del Seño­río, comunicada con el resto del mundo por humildes caminejos de polvo y piedras, no era tal su aisla­miento en tiempos pasados, pues el camino real de Madrid a Zarago­za pasaba ancho y espléndido, por el borde sureño del pueblo. La pri­mera casa que el viajero, viniendo desde Establés, encontraba en Con­cha, era un edificio enorme y de ce­rrados paramentos, de aspecto emi­nentemente rural, aunque provisto del empaque natural de todas las casonas molinesas. Al mediodía, so­leada, se abría la puerta, cercada de sillares limpiamente tallados. Un balcón más moderno se abre hoy sobre ella. En el costado de poniente, tres ventanas se cubren de sen­das rejas de forja laboriosa y po­pular. A levante, gran paramento donde hoy tiene entrada la vivienda, y un huertecillo: Lugar amable, am­plio, tranquilo por excelencia. Allí vivió durante largos años, el histo­riador de Molina don Gregorio Ló­pez de la Torre Malo.

Cuando, hace ya algún tiempo, y con la ayuda de los vecinos del pue­blo, hice este descubrimiento, un sentimiento inefable de seguridad me invadió entero. Símbolo maes­tro de que los hombres permanecen en sus obras, aunque la memoria de sus sucesores sea débil y haya que refrescarla de vez en cuando. Porque, en realidad, el nombre de don Gregorio nada decía a los ve­cinos de Concha. Su obra pasó, que­dó en los libros, en las historias, en el recuerdo de unas pocas, y extra­ñas, gentes preocupadas de estos te­mas. En el pueblo que durante más de cuarenta años le albergó, hace ahora poco más de dos siglos, na­die le recordaba.

Y, sin embargo, sabemos con cer­teza que don Gregorio marcó el rumbo de Concha durante largos decenios. Fue el gran prohombre del lugar, el cortesano que tenía trato con los ministros, con los sa­bios y hasta con los reyes. Era el investigador que, a la luz de su ve­lón de bronce, ocupaba las horas, lentas horas, de la altura molinesa, en leer despaciosamente enormes librotes, en arrancarles sus secretos, sus memorias dignas, apuntando y dibujando, escribiendo, construyen­do historias.

Hombre de gruesa fortuna, dejó en su parroquia un recuerdo curio­so: el retablo de la Virgen del Pi­lar, sencilla pieza hoy colocada en el muro norte de la iglesia. Se tra­ta de un altarcillo barroco que, en­tre columnas salomónicas y diver­sas tallas, presenta como predela un grupo escultórico, sencillote y popular, en el que se ve a la Virgen del Pilar rodeada, a su derecha, de San José, un hombre maduro, y un niño; y a su izquierda, de la Virgen María y una señora de amplias ves­tiduras. Y sobre el grupo, esta le­yenda: «Este Retablo hizo a su cos­ta y debozion el Lº D. Gregorio Lo­pez de la Torre y doña Franzisca Martínez año de 1737».

No hace falta explicar que las in­genuas tallas representan a los do­nantes, que en aquella época eran todavía jóvenes, acompañados de su hijo Joaquín, niño aún. Enviudó don Gregorio, y volvió a casar, en Cillas, con doña María Moreno Fu­nes, también viuda. Ambos funda­ron una capellanía en Cillas.

De los manuscritos que don Gre­gorio dejara, inéditos para siempre, y hoy perdidos, el erudito molinés don León Luengo alcanzó a ver, ha­ce ya muchos años, el llamado «Li­bro de familia» de los López de la Torre, en el cual apuntaba el his­toriador cuantas cosas curiosas acontecían en su casa de Concha. Si hubiéramos de apuntar aquí, con detalle, las visitas que recibía en su casa de Concha, sería inacabable y pesada relación de la que hago gra­cia a mis lectores. Sólo con anotar algunas de las personalidades que, en diversas ocasiones, y a su paso por el camino real, se albergaron en la casa de don Gregorio, nos podremos percatar de lo que significó este hombre y su residencia para el pueblo de Concha. En 1729, el 20 de febrero, pasó por Concha un pa­riente suyo, el padre franciscano Juan Mateo López, que llegó a obis­po de Murcia, y que en aquella oca­sión, acompañado de muchos otros miembros de su orden, se dirigían a Roma, al Capítulo General de los menores. Ese mismo año, en ma­yo, hospedó en su casa al obispo de Sigüenza, fray José García, que pa­saba por allí a hacer la visita. Y unos días después, era don Claudio Bogio, embajador en España del reino de Saboya, quien se albergaba y departía con el ilustre molinés.

Seguimos con las noticias que el mismo López de la Torre nos pro­porciona, ilustrando así el crédito de que gozaba en los más cultos ambientes del país, y las muchas amistades cultivadas que le visita­ban. En 1731 albergó en su casa de Concha al Cardenal Aldobrandini, nuncio papal en España, junto con el obispo seguntino, el ya conocido padre García. En 1734 se alojó Pignatelli, gran mariscal de campo, y en 1742 se albergó nada menos que el Infante don Felipe, hijo del pri­mer Borbón español, cuando pasa­ba a Lombardía acompañado de innumerable gentío y tropa, aloján­dose, según indica don Gregorio, «en la sala de arriba» de su casa. Real visita fue la de 1750, cuando el 20 de abril se albergó en la caso­na de Concha la Serenísima Infan­ta Doña María Antonia de Borbón, última hija del segundo matrimonio de Felipe V, cuando hacía el viaje a Saboya para casarse con el mo­narca de aquel reino, Víctor Ama­deo III. La acompañaban numero­sas damas nobles, y refiere López de la Torre, admirado, que «fue un concurso muy grande, el mismo que si pasara el Rey, con su Alcalde de Corte que iba delante».

De este nutrido memorial de vi­sitas ilustres, anota don Gregorio en último lugar la que hizo el 21 de septiembre de 1769 el Excmo. Señor don Pedro Pablo Abarca y Dolce, conde de Aranda. capitán general del Ejército Español y presidente de Castilla. Rubrica así la noticia: «vino a visitarme en mi casa en di­cho día con muchas expresiones». No mucho después debió morir el historiador López de la Torre. Qui­zás en su casona de Concha, por donde durante largos años había desfilado el nutrido tropel de los caminantes de la Ilustración. Sin fecha concreta, pero también sabe­mos que le visitó el padre Enrique Flórez, quien en su famosa obra «España Sagrada» refiere haber si­do favorecido de don Gregorio con el regalo de un gran mapa de la diócesis de Sigüenza, e incluso «con otros papeles y medallas antiguas, hallados por allí y recogidas por su diligencia, á que le quedo agrade­cido».

Son muchas todavía las parcelas biográficas que de este ilustre mo­linés nos quedan, por descubrir. In­cluso gran parte de su obra es pro­bable que, dejada en manuscrito, se haya perdido o yazca ignorada en algún olvidado rincón. Valgan estas líneas para mantener su memoria viva y oreada ante los molineses todos y cuantos gustan de conocer estas figuras, nobles y trabajadoras, de nuestro pasado provincial.