Ahora que ya estamos inmersos en la Fiesta grande de la ciudad, no estará de más recordar a algunos de sus vecinos que dejaron memorable huella de sí. No porque hoy sean ejemplos a imitar, sino más bien porque son siempre individuos singulares, que si bien las modas cambian y las hazañas se cifran en otros valores, la sangre fría y el brillo de la aventura siempre es un factor que merece ser observado. En guerras y tempestades surgieron las figuras de los valientes. Si ellas se dedicaban (hablo de la Edad Media, del Renacimiento, de siglos muy pasados) a rezar y ornamentar altares, ellos iban a las guerras contra el turco, defendían su honra y la de su familia con fieros duelos en las calles, y algunos hasta hacían verdaderas barbaridades que con asombro contemplamos, como si fuera un retal pretérito de la columna de “Sucesos”. Aquella Guadalajara que se limitaba al contorno de su amurallamiento medieval cristiano, y que desde San Ginés (el campo del mercado, por el sur) descendía calle mayor en línea hasta el Alcázar, con su Puerta de Madrid, al norte. O por poniente la línea del barranco de San Antonio y el torreón de Alvarfáñez como límite del burgo, hasta, el barranco del Alamín, sus viejos muros alcazareños, su torre albarrana que hoy otea el recobrado “parque lineal” por el levante, era la ciudad en que cabían los milagros y las posturas de reto. Más directa relación humana que la que hoy se estila, siempre pasando por la “rueda de prensa” o la denuncia judicial, o la tunda descalificadora “a nivel de comentario”. Tiempos en los que había valientes, alcarreños decididos de los que hoy traemos un recuerdo, si no ejemplar, al menos curioso. El comendador Rodrigo de Campuzano En la segunda capilla, toda oscura y alumbrada de velas temblorosas, según se entra a la iglesia de San Nicolás, a la derecha, aparece el mausoleo tallado en alabastro del caballero don Rodrigo de Campuzano, de quien dicen los historiadores que era “gran soldado y hombre de mucha erudición de Historia y letras humanas”. Es una estatua soberbia, mal entrevista por el perenne oscurecimiento de la piedra, robado al ambiente. Estuvo en la vieja iglesia de San Nicolás (que ocupaba el solar donde hoy está el Banco de España) y se pasó a esta de los jesuitas en el siglo XIX. Está tallado (para mí […]