Paseando Buenos Aires

viernes, 18 diciembre 2009 0 Por Herrera Casado

No se oye demasiado, en los salones de tango y milongas de Buenos Aires, esa canción emocionante a la que Astor Piazzolla le puso la música y Eladia Blázquez la letra: “Siempre se vuelve a Buenos Aires”. En los mil cubículos de la ciudad porteña sigue imperando el sonido y la estética de Carlos Gardel, que a mí me suena a rancio, mientras que el “nuevo tango” de fines de siglo no acaba de cuajar, sin embargo de su belleza refinada. Un paseo por Buenos Aires, envuelto en el olor de los cafés de Defensa y entre el barullo urbano de la Avenida Corrientes, me ha servido, sobre todo, para revivir España, y aun nuestra tierra alcarreña, palpitantes entre la presurosa respiración de esa ciudad gigantesca, la cuarta ciudad de América, con más de doce millones de habitantes: la vieja fundación de Santa María del Buen Aire, que nuestro paisano Pedro de Mendoza fundara en 1536.  

Estatua y Monumento erigido en Buenos Aires a la memoria de su fundador Pedro de Mendoza, en el Parque Lezama de la capital porteña.

 

 Los aniversarios  

Va a ser 2010, a punto de entrar en nuestras vidas, un año prolífico en centenarios. Por aquí, reviviremos el de Alfredo Juderías, escritor molinés que ensalzó a Sigüenza y se metió entre pecho y espalda la obra toda de Gregorio Marañón. Por Buenos Aires, sin embargo, va a ser algo más sonado el memorial de su segundo centenario de Independencia, que llevó a la ciudad de Buenos Aires a proclamarse distinta en lo político de España, con su caudillo general San Martín a la cabeza. El 25 de Mayo, reabrirá sus puertas remodelado y espléndido el Teatro Colón, para celebrarlo a lo grande, con lo más florido de la intelectualidad porteña ascendiendo sus escaleras solemnes, aquellas que dieron vida y taquicardias al protagonista de la novela “El Gran Teatro” de Mamuel Mujica Laínez, de quien también se celebrará el centenario de su nacimiento.  

Para muchos, especialmente los instalados en la modernidad, es Jorge Luis Borges el mejor escritor que ha tenido Argentina en toda su historia. No estoy en esa línea, porque entre la pléyade de escritores rioplatenses que tanto han aportado a la literatura hispánica, me quedo con Mujica, sin duda el más imaginativo, pulcro y brillante de todos ellos. La ciudad, que es tan varia y sonora como pude comprobar en el cruce de las peatonales Florida y Lavalle, el verdadero corazón latiente de la vieja ciudad que va ya para los cinco siglos de vida, tiene memoria para todos. Hasta para ese genio de la música del siglo XX, que puede ponerse a la altura de Falla y de Gershwin en punto a nacionalismos sinfónicos: Astor Piazzolla, a quien cada noche se levanta un altar de tangos bailados y cantados en los sótanos del pasaje Güemes, entre San Martín y Florida. Respira en sus terciopelos rojos la elegancia y el glamour de esta ciudad que a pesar del bullicio y las basuras incontroladas, sigue siendo una de las capitales del mundo, sentimental y generosa.  

La memoria de un Mendoza combativo  

Tras recorrer decenas de kilómetros andando por las calles y plazas de esta ciudad inmensa, me encuentro con el monumento que Buenos Aires dedicara en su día al fundador de la colonia. Va su imagen junto a estas líneas, como también el dato de que entre las varias leyendas grabadas en el enorme obelisco que centra la plaza de la República, apuntando el cielo entre Corrientes y 9 de Abril, está la que dice “En el cuarto centenario de la Fundación de la Ciudad por don Pedro de Mendoza. 2 de Febrero de 1536”. Se colocó entonces, y hoy cualquier porteño sabe que fue ese vástago mendocino quien creó allí justo, donde hoy la plaza de mayo sigue viendo a las madres/abuelas de los pañuelos blancos, el primer espacio abierto y cuadrado donde respiró Espíritu Santo, el primer nombre de la ciudad.  

Aunque Pedro de Mendoza nació en Guadix (1487) lo hizo en el seno de la familia de los marqueses de Mondéjar, que entonces formaban el cortejo militar y político más denso en torno a los Reyes Católicos, embarcados en el asunto de la conquista definitiva de Granada.  Aunque se desconoce su formación educativa y sus primeras actividades, está comprobado que ocupó diversos cargos en la corte de Carlos I y participó en las campañas militares de Italia, Alemania y Austria. Animado por el éxito de muchos otros castellanos en la conquista de nuevas tierras americanas, solicitó y obtuvo licencia para formar una expedición al cono sur. Fue ayudado por su familiar doña María de Mendoza, esposa a la sazón del poderoso secretario imperial, Francisco de los Cobos. La capitulación firmada en Toledo el 21 de mayo de 1534, concedía a Mendoza los títulos y privilegios de Adelantado, Gobernador y Capitán Vitalicio de las tierras que conquistara en el Río de la Plata entre los paralelos 25º y 36º, alentándolo a fundar ciudades, cristianizar a los indios, y abrir las rutas terrestres que facilitaran el tráfico rápido desde el Océano Atlántico hasta el corazón del Imperio Incaico.
La expedición de Mendoza partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda el 24 de agosto de 1535, y estaba formada por dieciséis navíos y más de un millar de hombres. Tras cruzar el Atlántico, la expedición arribó al estuario del Río de la Plata a principios de 1536. Tal como se dice en el obelisco, el día 2 de febrero de 1536 se dio vida al Puerto de Nuestra Señora María del Buen Aire (la actual Buenos Aires). Precisamente es Mujica Láinez quien en el primero de los cuentos que forman su impresionante galería literaria “Misteriosa Buenos Aires” nos lo refiere con puntos y comas.  

Porque aquello no fue tan sencillo: los indios querandíes, que vivían en los alrededores, al principio se mostraron amistosos y obtuvieron mercancías españolas a cambio de alimento proveniente de la caza y la pesca; pero, poco a poco la situación empeoró, y los aborígenes dejaron de aportar alimentos, atacando incluso, hasta que se llegó a la guerra abierta, en la que los españoles sucumbieron de malas maneras.  

Diego de Mendoza, hermano del Adelantado, pidió ayuda en Brasil, pero los refuerzos no llegaron a tiempo. A fines de junio, los querandíes iniciaron el cerco de Buenos Aires y la situación se malbarató, muriendo unos mil expedicionarios castellanos. Gravemente enfermo, Pedro de Mendoza delegó el mando del poblado al capitán Francisco Ruiz Galán y partió con dirección a España en abril de 1537. La muerte le sobrevino cerca de las islas Canarias y su cuerpo fue arrojado a las aguas del Atlántico. En años sucesivos y con Ayolas por capitán, se siguió insistiendo en aquella posición, a la que sería Juan de Garay quien diera vida definitiva, en 1580, y pusiera donde hoy está la Casa Rosada, el fuerte del Adelantado, levantando en torno al Coso los edificios de la Catedral, y el Cabildo, que aún quedan, y de la Audiencia.  

El sueño argentino  

Una celebración familiar y amistosa, -la boda del más joven de los Marqueta-, ha sido el motivo de seguir un viaje hacia el interior del continente, cientos de kilómetros hacia el oeste, llegando exactamente al límite final de la Pampa, donde esta se alza en los amables y verdes montes de la Cordillera de Córdoba. El Embalse del Río Tercero es uno de esos lugares que aún respiran el clima de la colonización. No tiene siquiera un siglo de vida el pueblo, que está formado por dos calles asfaltadas que se cruzan en una plaza central, y el resto de la población es de calles de tierra que se embarran cuando llueve.  

Un sitio así es el que rememora Mujica Láinez en su novela “El laberinto” cuando su protagonista, Ginés de Silva, decide sentar la cabeza y quedarse a vivir en lugar remoto y paradisíaco. No tenía en cuenta que (era el siglo XVII) los indios seguían siendo revoltosos y al final le quitarían la vida. En ese lugar de tranquilidad y leyenda, por él mismo creada, se quedaría a vivir, y a morir, y a descansar eternamente, el propio Manuel Mujica.  

En un sitio parecido, siempre en el interior de este país que en muchas cosas parece estar aún por descubrir, apostó por llegar y quedarse a vivir un alcarreño de pro, del que alguna vez he hecho memoria en estas páginas. Me refiero al pintor Antonio Ortiz de Echagüe, quien en los años veinte del pasado siglo se instaló en Cerro Quemado, en La Pampa también, y aún hoy permanece viva su fundación, “La Holanda” donde se revive la aventura personal, y el exquisito arte pictórico de este impresionista alcarreño.  

Para quien vaya a Buenos Aires buscando la huella alcarreña, recomiendo pasarse un momento por la estación del Subte de Entre Ríos: allí permanecen los anchos frisos que con cerámica elaborada por Cattaneo y Cía, pintó Ortiz de Echagüe dando vida a la memoria de la conquista y colonización de la Pampa. El pintor alcarreño monta en este lugar del Metro porteño un inmenso friso donde las diversas escenas quedan separadas por troncos de árboles cuyas copas tocan el borde superior del panel. Entre ellos aparecen los militares, los frailes blandiendo la cruz, y los colonizadores con sus carretas y ganados. Unos rótulos anuncian que se trata de la “Fundación de los Pueblos de la Pampa”, y de la “Conquista del Desierto” y son realmente alusivos a las colonizaciones que en esos lugares remotos hicieron los argentinos a lo largo del siglo XIX.  

El viaje rápido, los compromisos muchos, me han impedido entrar más en profundidad a conocer esta ciudad y este país que la rodea en profundidad. Pero al menos ha servido para comprobar que, también aquí –como en cualquier lugar del mundo- la memoria de lo alcarreño está viva y palpitante.  

Puntos alcarreños en Buenos Aires  

El viajero por la ciudad del Río de la Plata debe aprovechar a mirar estas cosas, y sentir cómo la Alcarria y sus gentes han dejado huellas por todas partes:  

  1. El obelisco de la plaza de la República. En la cara que da a la primera parte de la avenida Corrientes, aparece tallado con inmensas letras romanas el dato de que Pedro de Mendoza fue fundador de la ciudad el 2 de febrero de 1536.
  2. El monumento a Pedro de Mendoza. En el parque Lezama, en la esquina de Brasil con Defensa, en el barrio de San Telmo, se levanta la estatua de bronce (realizada por Juan Carlos Oliva Navarro) que imagina al fundador, respaldada por una gran lápida de piedra en la que luce tallada la imagen de un indígena. La frase al pie dice que “Buenos Aires es su inmortalidad” además de señalar la fecha de su llegada.
  3. La estación de Metro de Entre Ríos, donde se ven los paneles cerámicos que pintó el alcarreño Ortiz de Echagüe evocando la colonización de la Pampa.
  4. La estatua del Cardenal Cisneros que asoma en el campanario de la iglesia de San Francisco, en pleno barrio ilustrado de Montserrat, sobre la calle Defensa.