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noviembre, 2023:

Palacios en la provincia de Cuenca

villamayor de santiago

Palacios en la provincia de Cuenca

Por Antonio Herrera Casado

Académico de la Real Academia Conquense de Artes y Letras.

Es tierra castellana también la de Cuenca, y lugar donde la historia fue tallando sus memorias en forma de palacios, templos, puentes, de castillos y ermitas, de plazales y consistorios. Por eso quiero hoy dedicar un breve espacio al recuerdo de algunos elementos arquitectónicos que merecen un recuerdo y, por supuesto, una visita. En la hermana tierra de Cuenca.

Por ser tierra de hidalgos, de guerreros, de esforzados caballeros que siempre se afanaron por dejar memoria de sí mismos, y de sus gentes, Cuenca está repleta de palacios. No solo la capital, entre Júcar y Huécar elevada, sino sus más tradicionales núcleos de población, entre los que hoy escojo tres: Huete, San Clemente e Iniesta.

Huete

Mucho cabría decir de Huete, ese emplezamiento fuerte en la parte meridional de la Alcarria, que tanto tuvo que ver en la historia de los pueblos más sureños de Guadalajara. En esta villa alcarreña encontramos, aparte de otros edificios de gran interés, comunitario y sacro, un buen número de palacios y casonas, expresión de la fuerza de la burguesía nobiliaria, e hidalgos de ejecutoria, que la habitaron desde el siglo XVI en sus inicios, así como poderosos señores eclesiásticos. Destaca entre todos ellos el palacio del Conde de Garcinarro, hoy destinado a Hotel rural. Muy bien restaurado, ofrece la elegancia de sus líneas de fachada, en la estrecha y céntrica calle de Juan Carlos I. En el interior, el patio es bellísimo, y en el exterior, el equilibrio de sus vanos se centra en la portada de molduras repetidas y rematadas por un gran escudo de armas, perteneciente a don José Antonio de Parada Vidaurre de Mendoza.

También es muy notable la casa-palacio de los Amoraga y Espinosa, también llamada Casa de Almonacid, con portada de moldura con orejetas en torno al vano, y tímpano semicircular en el que se inscribe, rompiéndolo por arriba, un gran escudo de la familia. Al interior, patio de nivel bajo, con escudos tallados en los capiteles que rematan los pilares pétreos.

En la calle de Santo Domingo está la casa-palacio de los Parada, con gran vano, de pilastras cajeadas, arquitrabe con ménsulas, y sobre el friso ancho balcón decorado también, con pilastras y molduras, sobre el que encuadrado va el escudo heráldico, que rompe con un cuerpo central y alto el nivel de cornisamiento superior del edificio.

Son de recordar la Casa de los Linajes (de los Salcedo y Amoraga), del siglo XVII con reformas posteriores, con portada adintelada y balconada superpuesta con escudos nobiliarios y en el interior un patio de columnas con artesonados, hoy ya en estado de abandono; la casa de los Arellano, la casa de los Chacón, y la casa-palacio de los Montalbo, frente a San Nicolás, que terminó de construirse en 1684. Todos ellos con fábrica de sillería, grandes portadas, exuberantes escudos…. y en el interior, casi todos mantienen su patio, en forma de claustro, y zaguán desde la portada al patio.

En la calle Nueva se encuentran el palacio episcopal del Obispo Palafox, del siglo XVIII, y el antiguo palacio del Obispo Solano, una casona de la misma época, con portón adintelado. Escudo de armas del eclesiástico, y una peculiar escalera. Seguro que el buen rastreador encuentra alguno más, pero con estos basta para saber que Huete tiene solera y edificios de raigambre.

Iniesta

En Iniesta hay numerosos y singulares ejemplos de palacios señoriales y casonas hidalgas. Varias de ellas ofrecen los portalones de moldurajes excesivos, rejas preciosas, patios con sabor antiguo, y numerosos escudos. Entre ellas cabe destacar la Casa-palacio del marqués de Melgarejo, construcción de los siglos XVI a XVIII, que ofrece una fachada solemne y monumental. Fue hasta no hace muchos años sede de la Casa-Cuartel de la Guardia Civil. Además reseñar la Casa de los Cantero, con gran fachada y escudo de armas acolado de águila bicéfala. Recibió el nombre de un famoso militar carlista que se apellidaba Cantero. En el interior ofrece aún el patio monumental. La casa de doña María de Luján es de los siglos XVI a XVIII, y lo mejor de ella es su monumental fachada toda de piedra de sillería, y las rejas que cubren sus vanos. Todo ello en un exquisito estilo renacentista que recuerda lo herreriano. Además hay que mencionar la Casa de la Inquisición, con escudo del Santo Oficio en su dintel; la Casa de Pedro I el Cruel, con dos fachadas blasonadas sobre el conjunto de piedra tallada, y la Casa de los Atalaya, esta del siglo XVIII, con fachada bien diseñada, y portada de gran tamaño.

San Clemente

Está San Clemente cuajado como pocos de palacios, o restos de los mismos. Aunque hoy es un regular enclave de la Mancha conquense, por aquí se huele a hidalguía, abundante y generosa, y mucho arte en la arquitectura habitacional. 

No  se puede obviar La Torre Vieja, de planta cuadrada, construcción esquinera, con dos cuerpos separados por una imposta, teniendo en el piso primero vanos con arcos ojivales pareados, y en el alto vanos de medio punto. Remata el alero con almenas y grandes gárgolas. Fue construido en la primera mitad del siglo XV por un tal González del Castillo, y está hoy perfectamente restaurada y es emblema de la población.

La Casa de Osma, en la calle Arrabal, es del siglo XVII, tiene planta rectangular y patio porticado en su interior. Toda la fachada ofrece un denso aire barroco.

El palacio del marqués de Melgarejo, también situado en el Arrabal, ofrece al exterior un bello conjunto de hierros forjados.

El palacio de Valdeguerrero, en la calle del Marqués, es de aire rococó en su ornamentación, construido en el siglo XVIII, ofrece un estupendo patio interior porticado, con columnas de piedra.

Casa de los Picos, erigida por la familia de los Víllora, en la calle Trinidad, constituye un precioso ejemplo de palacio renacentista, con dos alturas y en su interior un patio con columnas de piedra.

Casa de la Reina Mora, con portada de piedra almohadillada, ventana de rejería y escudos a ambos lados del vano. También el palacio Piquirroti, del que solo queda la fachada, del antiguo palacio renacentista que fue.

La casa-palacio del marqués del Peral, en los números 3 y 5 de la calle San Sebastián, es un edificio del siglo XVI aunque en realidad se trata de dos palacios unidos. El primero de ellos es el más vistoso, con portada de aire renacentista en la que lucen pilastras dóricas, un friso con triglifos y metopas, y un frontón roto en el que aparece el balcón principal, más un patio interior con columnas. La Casa de Benítez, antiguo hospital de Santiago, del siglo XVI, en la calle Rafael López de Haro.

Hay en este pueblo una Casa del Inquisidor, con portada de arco de medio punto entre dos pilastras, que soportan un entablamento de abultada cornisa, sobre el que se ve tallado el Escudo del Santo Oficio. La fachada ofrece una amplia serie de ventanales enrejados en el nivel inferior, y de balcones en el superior. El edificio es del siglo XVIII. La Puerta de la Inquisición, obra del siglo XVI con el emblema tallado en piedra del Santo Oficio, está hoy instalada en la fachada del Centro de Salud que da a la iglesia parroquial.

Se deben ver también los palacios de Pérez del Castillo, López de Mendoza, Gómez de Ludeña, Rosillo, Haro, Guzmán, Valenzuela… en el siglo XVI llegó a haber 83 familias con ejecutoria de hidalguía… y se supone que todos ellos construyeron buenas casas, o al menos pusieron en ellas sus blasones.

El Jardín de las Casas de Benítez

El palacio “El Jardín” en Casas de Benítez es uno de esos lugares mágicos (y, por supuesto, abandonado y en ruinas) que no debemos olvidar. La Finca “El Jardín” fue construida por la familia Gonsálves, en término municipal de Casas de Benítez, junto al Puente de Don Juan, muy próximo a Villalgordo del Júcar, y debe ser considerada como un caso excepcional de conjunto palaciego, pues se compone de palacio, varios pabellones de criados y renteros, capilla, y un jardín casi perdido. Todo aislado en el campo, hecho en clave versallesca, fuera del contexto de los palacios y casonas hidalgas de siglos anteriores. Una muestra más del conjunto patrimonial palaciego en Cuenca, pero también una evidencia del poco apego que hoy se tiene ya por nuestro patrimonio.

Lecturas de Patrimonio: el Castillo de Guijosa

guijosa

Es el de Guijosa uno de esos elementos que han conseguido sortear las embestidas de los siglos, aguantar los años malos de la ruina y el abandono, y finalmente ver cómo alguien se interesa por ellos, y renacen. Este castillo, olvidado de todos durante siglos, es hoy un espectacular muestrario de arquitectura militar medieval, perfectamente restaurado.

El otoño llama, con sus nudillos encallecidos, al portón perezoso de las memorias. Cualquiera puede tener una alegría, un amor, una angustia desazonante, un principio de delirio. Es más: por las tierras de Guadalajara, que ahora están ya otra vez desiertas, frías y amigables, ronda al pasearlas una agenda que trae en cada hoja un repente de esos que he mentado. No son sólo los quejigares, las alamedas amarillas, el petirrojo que salta de rama en rama o la escarcha del amanecer los que nos saludan. Son esos sentimientos (cada cual con los suyos, pero en tropel siempre) lo que tirita en los bolsillos.

Tras pasar Sigüenza por la carretera que se mete en la serranía que llaman Ministra, entre los eriales que llevan por Torralba hasta Medinaceli, aparece Guijosa en lo alto del valle del Henares. Seguro que habrá luz, o viento, o lluvia, pero la visita a su castillo, a su iglesia minúscula, a su portentoso castro celtibérico, tendrá en cualquier caso el valor de lo nuevo. Hay que llegar, viajero amigo, hasta Guijosa.

La silueta de un castillo medieval

He conocido el castillo de Guijosa de muchas maneras. En una fotografía que le hizo Camarillo, hacia comienzos de los años treinta, aparecía ruinoso, gris, macilento, con un grupo de mujeres tristes y revestidas de paños negros delante. En los sesenta fui a verle, todavía enhiesto aunque con desperfectos, rodeado de carros, gallinas y bastante vida, porque en esa época aún quedaban vecinos activos en el pueblo. Tenía ya, como mantiene hoy, la casa que le pegaron a su muro sur y que no ha habido forma de deshacerse de ella. La construyeron en 1938 y allí sigue, rompiendo la línea valiente de la fortaleza. Fui luego en los ochenta, en una mañana fría de lluvias y nevizna, y más tarde cuando varios muros y parte de la torre se le cayeron.

Fue el momento clave. Si se abandona un poco más, se hunde por completo. Pero se dio la afortunada circunstancia de que lo adquirió un particular que le vió, en aquel momento, no solamente las posibilidades comerciales de convertirlo en algo interesante desde el punto de vista hotelero, sino que le permitió insuflarle el dinero necesario para rehacerle y, con muy buen criterio, restaurarlo en su silueta original y primitiva.

Esa silueta espléndida de castillo llano es la que vemos, violenta y dura, sobre los movidos alcores que van escoltando al río Henares desde que acaba de nacer, un poco más arriba, en Horna. Hasta él puede llegarse desde la capital de la comarca, desde la episcopal Sigüenza, por una carretera errabunda y solitaria que deja ver la distancia opaca del alto valle del Henares. En el pueblo, silencio total. El viajero encontrará la mayoría de las puertas cerradas, los edificios soñolientos y distraídos, sumidos en otra edad remota, y presidiéndolo todo con su sombría y parda coyuntura, el ruinoso castillo, que fue levantado, en el lejano siglo XIV, por don Iñigo López de Orozco, uno de los terratenientes más poderosos que ha tenido la tierra de Guadalajara a lo largo de las pasadas centurias.

Si al parecer fue dueña de Guijosa doña Beatriz, reina de Portugal e hija de doña Mayor de Guillén, la amada de Alfonso X el Sabio; o lo fue el infante don Juan Manuel, escritor y guerrero, español por los cuatro costados, hoy no queda constancia documental de ello. La pertenencia a los Orozco queda probada por el escudo en piedra tallado sobre lo que fuera portalón de entrada al castillo. Muy desgastado por tantos inviernos cernidos sobre el cascote de arenisca, aún se ve el campo español centrado de una cruz floreteada escoltada de cuatro lobos colmados de asombro, con la bordura repleta de las cruces de San Andrés que prueban la participación de su propietario en la conquista de Baeza. Es la enseña heráldica de los Orozco, constructores de aquella monumental «casa«.

Fueron luego los marqueses y duques de Medinaceli, terratenientes de aquellos fríos páramos que cubren entrambas Castillas, quienes se instalaron señores de Guijosa, de su castillo que siempre tuvieron por «casa fuerte» y al que nunca dieron otro cometido que albergar servidores, alcaides cómodos y algún que otro caballo restableciéndose de alguna herida. Lejos de sus palacios de Sevilla o de Cogolludo, los Medinaceli no supieron de aquella posesión sino por los recados de sus propios, que les pedían dineros para arreglarlo. Sería en alguna de esas guerras terribles y reincidentes que, con diversos nombres, han enfrentado entre sí a los españoles, la que acabaría con su silueta valiente, y le dejara en la triste figura en que hoy, desde la distancia, se ofrece a los viajeros.

guijosa

Para Francisco García Marquina, escritor de versos, de viajes y de epopeyas castilleras, sería este de Guijosa el castillo que escogiera para cultivarlo en una repisa de su biblioteca, como si fuera un «bonsai«. A mí me pareció un catafalco enorme, húmedo, lleno de grietas y de almenas valientes. Sin música pero con ecos múltiples. Ahogado, pero con voz propia. En perenne paradoja Guijosa se arrepiente de existir, y el alcázar que nunca fue (según los papeles) otra cosa que una «casa«, ofrece hoy a los viajeros que hasta él llegan la planta cuadrada, los torreones semicirculares adosados a las esquinas, las voladas cornisas y las almenas puntiagudas. Murallones herméticamente cerrados, y en el interior una torre también cuadrada, con entrada a la altura del primer piso. Tendría estancias, chimeneas y escaleras interiores, pero todo se hundió con el paso de los siglos, y ha quedado solo el cascarón exterior, que no es poco.

No tuvo Guijosa recinto exterior, y en torno a la fortaleza actual hubo un pequeño foso ya relleno. Dentro de él se dieron las escenas más simples de la vida rural. Nunca batalla, ni torneo, ni rapto vio el almenar de este elemento. Solamente la luz rabiosa del páramo, cuando cae justiciera, iluminando los muros, acentuando las sombras crudas de su silueta valiente. Es, sin embargo, un emblema más de esta tierra que tiene el pendón de Castilla por emblema, que sabe de cantos mozárabes, de romances merinos, de filigranas mudéjares, y que en definitiva tiene en los castillos como este de Guijosa su más viejo y cierto papel de identidad.

Propiedad del Estado, en 1973 se sacó a subasta y lo adquirió en ella el arquitecto don Luis Moreno de Cala, quien pagó (al cambio actual) 6.750 Euros por ello. Declarado BIC en 1985, cuatro años después se derrumbó el muro meridional, que los vecinos habían usado como frontón.

Los nuevos propietarios, llenos de ilusión, y al parecer de dinero, comenzaron la recuperación del edificio para convertirlo en un hotel. Se ha reconstruido completa la torre central, y se han consolidado y rehecho las torres esquineras de planta circular, con sus airosos garitones apoyados en cornisas de modillones, así como se han coronado todas las almenas en punta, como manda la tradición y el buen gusto.

Las obras iban a buen ritmo y la restauración se realizaba teniendo en cuenta la estructura original, pero la crisis económica en la que aún estamos obligó a parar las obras y actualmente el castillo se encuentra cerrado y sin ninguna actividad. Intentan venderlo, y barato, pero no hay nadie a quien interese ese conjunto de viejas piedras gloriosas. ¿Para qué lo va a querer nadie, cuando los intereses de la gente van por otros caminos?

Un festival de leyendas en Guadalajara

guadalajara tierra de leyendas

Ayer jueves se presentaba, en el Café Metrópolis de la plaza del Concejo, frente a San Gil, un libro en el que, entre un centenar de leyendas, se recuerda la que ocurrió hace años frente al arco de San Gil. Este libro constituye una valiosa aportación al estudio y conocimiento de nuestras raíces, aquellas que en forma de leyendas van revocando los muros de nuestro edificio antiguo y común, la provincia de Guadalajara. El autor, Julio Martínez García, gran amigo, ha trabajado a modo con este proyecto, que ahora cuaja espléndido, nos entretiene e ilustra.

En el contexto de las crónicas que como argamasa rinden cuerpo y levantan solemnidad a nuestra tierra, las leyendas –a medias entre lo histórico y lo legendario– son elementos sustanciales, que no se pueden tomar nunca por fundamentos pero sí cumplen su utilidad de afianzar la identidad de la gente y los espacios en que vive.

Leyendo lo que ha escrito y publicado el periodista Julio Martínez García, me he sentido envuelto por ese mar sonoro de los cuentos, los redichos y las consejas: todas ellas contadas por viejos y viejas, por profesores y analistas de lo antiguo, por memorias como soñadas.

Y así me han ido apareciendo las inquietantes apariciones de la Virgen María sobre árboles frondosos, en cuevas profundas, en los recovecos de las cortezas. Así he rememorado lo que me contaron de la aparición de la Virgen en el Barranco de la Hoz, sobre el río Gallo, allá por Corduente y Molina. Lo he hecho también de la portentosa invención de la Virgen de la Salceda, en los dislates calizos de la Alcarria entre Peñalver y Tendilla. O del tierno aparecer de la Virgen de la Granja en las orillas tranquilas del Henares por Yunquera. Esas “apariciones” de vírgenes, de tallas en madera o piedra, en marfil y metal, de María madre, por los recónditos parajes que en los siglos de la Edad Media trasponían los pastores, son expresión de la necesidad humana de encontrar una referencia de la deidad, de algo maravilloso, en el entorno en que viven. Del objetivo, también, de la Iglesia Católica, de dejar señalado el territorio con referencias nítidas a la divinidad, a sus símbolos de influencia. Distintas todas (El Madroñal de Auñón, los Enebrales de Tamajón, el Pinar de Barbatona…) tienen de común la emoción, el resplandor sobre la sencillez, la perenne memoria alimentada en novenas, ritos, procesiones y romerías. Martínez García analiza el conjunto y saca unas interesantes conclusiones.

Lo mismo hace con otros capítulos, como por ejemplo el de la presencia demoniaca en nuestras tierras. ¿Existe el Demonio? Por ahí ha de empezarse. Pero el autor refiere sucesos acaecidos y documentados en Valdehita (término de Brihuega), las marcas de Auñón, el duende de Mondéjar y otros muchos, y a uno le queda la duda. Que es más folclórica que real, pero que se añade a los sucesos que narran de apariciones fantasmales por Sigüenza (Torre de doña Blanca) y Riba de Santiuste (el castillo en lo alto) o las apariciones de objetos voladores no identificados por los Pantanos de Entrepeñas y Buendía, por Mohernando y Pastrana, y aún por lo que ocurrió (y muchos vieron) en las Ferias de Guadalajara en 1974.

La base de este sustrato legendario está, sin duda, en los relatos sobre “moros y cristianos”, amores de unos con otras, apariciones y conversiones, tesoros ocultos y maldiciones cumplidas. A todo le encuentra el periodista Julio Martínez su razón sensata, su explicación científica. Pero no luchan una contra otra, sino que se complementan. Y por eso considera el autor, como yo lo hago, que tanta historia y tanta leyenda, –que en Guadalajara es tapiz de densas dimensiones–, debe ser conocida, valorada y transmitida, porque en definitiva es de nuestra propia vida y memoria de lo que estamos hablando. Si se pierde, nos caemos al vacío.

El libro

Este libro que estudia las leyendas de la provincia de Guadalajara es simplemente fascinante. La forma en que las leyendas están sistematizadas y clasificadas por temas hace que sea una lectura muy organizada y fácil de seguir. Además, el contenido en sí es sumamente interesante, ya que abarca una amplia gama de historias que van desde el paso del Cid por Atienza hasta las luchas entre musulmanes y cristianos, pasando por apariciones de la Virgen, procesos a brujas en Pareja y la existencia de fantasmas en lugares como Atienza, Riba de Santiuste y Sigüenza.
Este libro ofrece, a lo largo de sus diez capítulos, una variedad sugerente de temáticas en las que la noticia de su existencia viene a caballo de la historia (real) y la leyenda (asumida por imaginada).
Los principales aspectos de esa tradición oral que corre de boca en boca, y de generación en generación, por Guadalajara, son reflejados en los capítulos de la misma, que se fundamentan en estos temas:

1. Conceptualización de la propuesta 
2. Los árabes, protagonistas
3. Otras leyendas históricas
4. Leyendas marianas
5. Fenómenos religiosos sobrenaturales
6. Historias de terror
7. La presencia del Diablo en Guadalajara
8. Fantasmas
9. Objetos voladores no identificado.

Por eso aparecen aquí las historias de los guerreros medievales, de las luchas de cristianos y musulmanes, de las apariciones de vírgenes, de lobos en noches de luna llena, de brujas en Pareja y El Casar, de objetos volantes no identificados, a los que ahora la NASA propone denominar Fenómenos Anómalos No Identificados (FANI), y de relatos en los que infancia y vetustez. Lo que realmente impacta de este libro es la profundidad con la que se abordan estas leyendas. El autor no solo presenta las historias, sino que también las contextualiza y explora sus implicaciones culturales e históricas. Esto proporciona una comprensión mucho más rica de las leyendas y su relevancia en la provincia de Guadalajara. Su forma de analizarlas permite a cualquiera que se sienta inmerso en cada una de las historias, como si estuviera allí mismo, presenciando los eventos y personajes legendarios.

El Autor

Julio Martínez García (Guadalajara, 1985), que ha dejado muchas horas colaborando en NUEVA ALCARRIA, es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y graduado en Historia por la de Salamanca, donde también ha realizado el máster en Estudios Latinoamericanos, en colaboración con la Universidad de la Sorbona de Paris. Asimismo, ha estudiado las maestrías «Historia de la Masonería en España» y “Periodismo Transmedia” en la UNED. Ha ejercido el periodismo en medios locales y regionales de Guadalajara y Castilla-La Mancha. También ha trabajado en la Agencia EFE (en su delegación de CDMX), en Wall Street International, en El Confidencial, en El Obrero y en empresas periodísticas mexicanas, en las que ha sido reportero de política, cultura y medioambiente. Ha sido fundador de la editorial Océano Atlántico, que trata temas españoles y mexicanos.

Salvando retablos en Almonacid

almonacid de zorita

Una tarea de salvación de nuestro patrimonio: pequeña quizás, pero sustancial, porque es germen de otras que debieran venir, y porque se hace naciendo de la gestión de gentes de pueblo, que priman el entusiasmo y alcanzan cotas de excelencia en lo que hacen. Almonacid de Zorita vuelve a la actualidad gracias al esfuerzo de los cofrades de Nuestra Señora de los Desamparados.

Es un gusto saber, como me informa Ian Parra Alonso desde Almonacid de Zorita, que en algunos lugares de la Alcarria se ocupan y preocupan de sus bienes patrimoniales. Todos, por pequeños que sean, tienen su importancia. A veces se habla de la catedral tal o del castillo cual, de firmas consagradas y de brillos aplaudidos, pero también hay movimientos que por parecer ínfimos no se recogen en las crónicas. Y debieran.

En Almonacid existe un antiguo convento, el de Nuestra Señora de la Concepción, en las afueras de la villa, que tuvo en su tiempo, en pasados siglos, gran importancia. Hasta el punto que construyeron como templo del mismo un edificio de corte renacentista al que, además, se le puso un retablo fabuloso, construido por las mejores manos del renacimiento andaluz: Juan Bautista Vázquez el Viejo en los escultórico y Juan Correa del Vivar en lo pictórico. El retablo finalmente acabó vendiéndose y hoy afortunadamente ha parado en el convento de las monjas oblatas de Oropesa, en Toledo. La Madonna de Vázquez, que lo remataba, también pasó a la iglesia de Torrelaguna, en Madrid. Pero muchas otras cosas de aquel templo se perdieron. Las monjas se fueron, los edificios quedaron abandonados y en progresiva ruina, y nada parece entreverse que vaya a salvar aquello del absoluto olvido.

Sin embargo, una iniciativa ha surgido en Almonacid, que partiendo de una Cofradía, y de la gente de creencias religiosas que siempre aportan sinergias positivas a la sociedad, han conseguido aunar al Ayuntamiento, a la Diputación, a la Diócesis y a todos los vecinos para recuperar una pieza artística que en ese convento estaba pudriéndose y a punto de desaparecer.

Por eso, los pasados días se ha procedido a sacar de allí, desanclándolo de los muros en que permanecía sujeto desde 1940, un retablo que ofrece un potente valor visual, con elementos barrocos y rococós, construido en los siglos XVII y XVIII, y que se va a trasladar a la iglesia parroquial de Almonacid, y allí colocarse, bien restaurado, en el muro de la nave del evangelio, ofreciendo acogimiento a la imagen de la Virgen de los Desamparados, que desde hace al menos cuatro siglos cuenta con una Hermandad de fieles que celebran su fiesta y la sacan en procesión.

Este retablo, que tiene ahora numerosos desperfectos, fue tallado en madera de pino de Soria hace cuatro siglos. Consta de un sotobanco, un banco, un cuerpo principal, y un ático. La mesa de altar, que es más moderna (rococó del XVIII) también lo complementa. Todos sus vanos están vacíos, y el conjunto ha sufrido con exceso la acción del tiempo, de la humedad, y de los traslados, por lo que las uniones de sus estructuras se han resquebrajado, presentando fisuras y pérdidas volumétricas, con pérdida generalizadas de la preparación original. O sea, un desastre.

El movimiento devocional, encabezado por la Hermandad de la Virgen de los Desamparados de Almonacid, ha conseguido los medios (dineros y permisos) para trasladarlo a la parroquia y restaurarlo. Cosa que se va a llevar a cabo en los próximos meses. Siendo el joven restaurador de Mondéjar don Álvaro Sarmiento Olivares quien va a hacerse cargo de la tarea. Seguro que conseguirá recuperar esta obra señalada. Todo ello con los apoyos del Obispado (como propietario del retablo), la Hermandad de Nuestra Señora de los Desamparados de Almonacid de Zorita, que lo utilizará para poner la actual talla de su patrona en el centro del monumento, la propia parroquia (siempre inacabada y necesitada de reformas) el Ayuntamiento, y el pueblo fiel.
En los pueblos de nuestra provincia hay muchas, demasiadas, obras de arte que están necesitando un cuidado. Desde los tejados de la iglesia románica de Pozancos, que se han venido al suelo tras las primeras lluvias del otoño, hasta el gran retablo de Pelegrina, joya del Renacimiento que padece los estragos del tiempo, o el muro norte del castillo de Jadraque… pero al menos de vez en cuando le llega la alegría de una buena restauración a estos pequeños elementos que tanto lo necesitan. En suma, una noticia que nos pone alegres, y esperanzados.

Otras piezas de Almonacid

En Almonacid hay otros elementos de interés, que poco a poco recuperan su valor, y se consolidan de cara a un futuro. Es verdad que este Ayuntamiento contó, durante muchos años, con la inyección económica de una Central Eléctrica Nuclear (la “José Cabrera”, la primera de España) que hoy ya no existe. Ello permitió recuperar algunas puertas de sus murallas, la torre del reloj de su palacio de los comendadores calatravos, hacer nuevo el Ayuntamiento, poner una hermosa escultura en bronce del poeta Leon Felipe, y recuperar la ermita de Nuestra Señora de la Luz, en la que un convenio bien hecho entre la Diputación Provincial y la Fundación Camilo José Cela, ha constituido en el espacio cultural “El Molino” el CELA (Centro de Encuentro de Literatura y Arte) más poner en pie la inestable picota y dedicar a Residencia de Ancianos el antiguo convento de Jesuitas con su templo barroco. Ahí es nada, lo que con ganas (y dinero, por supuesto) se puede conseguir. Por eso, hoy como muchas veces antes, Almonacid de Zorita se convierte en un ejemplo a seguir.