Lecturas de Patrimonio: La Capilla de Luis de Lucena
Repasando los edificios que hacen de Guadalajara una ciudad singular, heredera de tiempos distintos, y expresivos de otros modos de entender la humana existencia, llega hoy la estampa de la capilla de Luis Lucena, dura por fuera, blanda por dentro, como una fruta añeja.
La capilla de Luis de Lucena, situada en la cuesta de San Miguel, es el único resto conservado de lo que fuera iglesia parroquial de San Miguel del Monte, obra románico‑mudéjar que fue derribada en el siglo pasado, salvándose por fortuna esta su capilla aneja.
La capilla fue diseñada, costeada y dirigida en su construcción por su fundador el doctor Luis de Lucena, sabio humanista nacido en Guadalajara a fines del siglo XV, eclesiástico y médico: cuidó de la salud de los Papas, en Roma, tras haber ejercido su profesión y publicado algún libro sobre enfermedades, en Tolosa de Francia; erudito investigador de la antigüedad clásica y preocupado por todos los problemas de la cultura, residió en Italia largos años, acudiendo a las Academias más afamadas. Muy posiblemente erasmista y hondamente interesado en las cuestiones del espíritu, planeó su capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, en Guadalajara, como un monumento a la Espiritualidad (programa iconográfico de sus pinturas murales) y a la Sabiduría (en el piso superior mandó instalar una biblioteca pública).
Aún viviendo en Roma, donde murió en 1552 y quedó enterrado en Santa María del Pópolo, Luis de Lucena encargó la capilla que fue construida en torno al año 1540. Es un curioso edificio todo él fabricado en ladrillo, con el que su arquitecto y diseñador logró unos magníficos efectos ornamentales. Sus paramentos, orientados al norte, sur y a poniente el más amplio, muestran las huellas de sus arcos que en tiempos fueron descubiertos. Reforzando las esquinas, y al comedio del muro occidental, se levantan unos cubos cilíndricos que rematan en almenadas cupulillas, sustentadas a su vez por modillones. El pronunciado alero se sustenta por un complicado friso de mocárabes, todo ello en ladrillo consiguiendo en los huecos que entre sí forman los modillones inferiores de este friso, representar cruces y otras figuras ornamentales, todo ello manejando con verdadera gracia el elemento mudéjar por excelencia. En esta pieza arquitectónica se comprueba la amplitud de registros y saberes que los albañiles y ornamentistas de mitad del siglo XVI tenían en nuestra ciudad.
La elaborada estructura de esta capilla, con su arrebatado mudejarismo, sorprende en pleno siglo XVI. Y más aún al conocer la filiación hondamente humanista de su fundador. Sobre el cubo angular del S.O. del exterior de la capilla, hay una cartela de piedra tallada en la que se lee lo siguiente: Deo Optimo Maximo / Dei Matri Beatissime / Angelorumque Hierarchiis / Ludovicus Lucenius erigendum / Curavit, dicavitque, Anno / et Christo nato M.D.XL. Viene a decir, tras la exclamación teológica a favor de “Dios el Mejor” y de la “Beatísima Madre de Dios y Reina de los Ángeles” que Luis de Lucena pagó y dedicó el edificio en 1540.
Sobre la puerta de entrada, que estaba entonces dentro del atrio meridional del templo de San Miguel, el eclesiástico mandó poner tallado en piedra caliza su escudo heráldico, en el que figura centrando el elemento una cruz desbastada, esencia del cristianismo, y expresión de sus ideas reformistas.
El interior de esta capilla es de nave única. En su cabecera, orientada al este, se situaba un retablo (ya desaparecido). A sus pies, en el lado occidental, aparece un alto cubo rematado en cupulilla similar a los del exterior, en cuyo interior asciende helicoidal una escalerilla que sube al piso superior, donde Lucena quiso que se instalara su fundada biblioteca pública.
Las pinturas de las techumbres, arcos y enjutas, más las que probablemente asentaron en sus paredes, se encuentran hoy en buen estado de conservación, tras una cuidadosa restauración a la que ha sido sometida esta capilla, y así se puede admirar su conjunto y el programa religioso que forman: la línea central de rectangulares cuadros ocupa, en sucesión y disposición que recuerda a la de la Capilla Sixtina, toda la bóveda de la capilla, y presentan escenas de la vida del pueblo judío, guiado por Moisés, y luego por Salomón, representándose en el arco mayor una magnífica escena de la llegada a Tierra Prometida. En las mismas bóvedas, se ven representaciones de las Virtudes Cardinales (cuatro figuras magníficas, de fina ejecución) con sus correspondientes atributos, de diversos profetas y luego de Sibilas, que en número de doce rellenan también algunos espacios de enjutas, completándose con representaciones de las virtudes teologales. Pueden interpretarse como un «camino en el Cielo hacia Cristo» de indudable inspiración erasmista.
Las techumbres, bóvedas, y arcos del interior, están recubiertos de pinturas de estilo manierista. Todas estas pinturas, hechas ya cuando el fundador había muerto, pero siguiendo sin duda un plan previamente trazado por él, son debidas al pincel de dos artistas italianos contratados en Roma por el fundador de la capilla. Fueron estos pintores Pietro Morone y Pietro Paolo de Montalbergo. Algunas de estas pinturas de las bóvedas han quedado sin concluir. Además quedan inscripciones en el pasadizo de la entrada, en que se alude a la sucesión de personajes en el patronato de la capilla.
El interior, que se encontraba aireado porque en su inicio los arcos de la capilla estaban abiertos, existían los elementos propios de un templo devocional. En el piso superior, de techo bajo, y que apoyaba sobre las bóvedas pintadas y visibles, el humanista quiso que se creara una biblioteca pública con sus libros personales. En su testamento (cuyo original se conserva en archivos romanos) propuso la estructura y funcionamiento de esa biblioteca pública, la primera que se establecía en España. Hoy podemos visitar esta capilla, y en ella se ofrecen en vitrinas numerosos fragmentos procedentes de las decoraciones murales de la capilla de los Orozco en San Gil de Guadalajara, y de restos de los mausoleos de los Condes de Tendilla en la iglesia de San Ginés.
Declarada Monumento Nacional en 1914, (gracias al informe del académico seguntino Manuel Pérez-Villamil) y salvada (por el entonces primer ministro Alvaro de Figueroa y Torres) del seguro derrumbe junto a la iglesia de San Miguel, durante muchos años estuvo vacía y abandonada, sirviendo para que los chiquillos del barrio vieran las películas que proyectaban en el Cine “Terraza Actualidades” desde las ventanillas de su piso superior. En 2017, el Instituto Cultural Español se encargó del arreglo definitivo, eliminando humedades y mejorando sus condiciones de conservación, permitiendo su visita, que hoy corre a cargo de los servicios turísticos del Ayuntamiento de Guadalajara.
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