Evocaciones judías en Hita
Mañana sábado, 9 de septiembre, a la tarde, la villa de Hita tendrá un motivo más para saberse digna y elocuente, reconociendo y aplaudiendo la memoria de gentes, ya idas, que han sabido enaltecerla. Un homenaje a la memoria de Beatriz Lagos tendrá lugar, a las 8 de la tarde, en las ruinas de San Pedro. Por allí andaré, para aplaudirla.
De las carencias que observo en nuestra provincia, una y principal es el olvido que de su cultura hebraica hace gala. Apenas mínimos recuerdos para cuanto supuso la presencia de los hacedores y habitantes de Sefarad entre sus límites. No hace mucho estuve en Gerona, y en sus calles ví reflejada esa pervivencia de la Sefarad antigua, en forma de placas de bronce entre los adoquines. Lo mismo que pasa en Toledo, o en Ribadavia, o en Lucena que visité recientemente, como en Tudela, donde iré a la semana que viene. En sus pavimentos lucen el signo de “Los Caminos de Sefarad” y los edificios que recuerdan la presencia judía son señalados, destacados y atendidos.
Conviene saber que los judíos, en Guadalajara, fueron numerosos hasta el siglo XV. Muchos de ellos quedaron a vivir en los pueblos de la provincia, gozando de sus pertenencias y trabajando en sus oficios, pero ya “convertidos” de forma forzosa al cristianismo. Aljamas hubo y muy importantes en Hita, en Sigüenza, en Molina, en Pastrana. Sabemos que también las hubo en Atienza, en Marchamalo, etc. En Guadalajara ciudad estaba sin duda la más numerosa y selecta, pues consta que aquí se estableció un grupo denso de estudiosos e intelectuales, que integraban la llamada “Academia de la Diáspora”, sabios teólogos, traductores, poetas y cabalistas, que fueron protegidos por los ricos comerciantes de la familia de los Benveniste, Avrabanel y Aboba. Los historiadores Yithzak Baer, José Luis Lacave, Francisco Cantera y Carlos Carrete, además de Manuel Criado de Val, y Marcos Nieto, han ido aportando numerosos datos sueltos con los que puede construirse una amplia visión realista de la existencia y movimientos de los judíos en la parcela alcarreña de Sefarad.
Por el contrario, también aquí destacó la acción de los opositores y rigurosos perseguidores de los judíos. Uno de ellos, el más conocido, don Pedro González de Mendoza, el gran cardenal, fue creador de la Inquisición, primer inquisidor general de Castilla, y uno de los que participó en la elaboración del edicto de expulsión, la terrible pieza administrativa que fue leyéndose en todas las calles de las aljamas judías de Sefarad en los primeros meses de 1492, obligando a marcharse del país a todos cuantos no quisieran seguir aquí convertidos al cristianismo. Drama que se lee con admiración y facilidad en esa serie de “Novelas de Hita” que nos ofreció la escritora argentina Beatriz Lagos, y que expone de forma magistral, a través de la vida de tres mujeres judías de Hita, sus costumbres, sus deseos, y sobre todo, los miedos y las tristezas de irse unas, quedar las otras, todas desarraigadas en su propia casa.
Viajando por la provincia, en Albendiego nos encontramos tallados en la piedra rojiza de su iglesia de Santa Coloma la exalfa o sello de Salomón. Por Sigüenza subiendo desde la plazuela de la Cárcel al plazal del castillo, trepamos por la calle de la Sinagoga. En Hita, solo con ver la silueta de su viejo castillo ruinoso, recordamos a Samuel Haleví Abulafia, el tesorero real. En Guadalajara, si subimos desde la antigua carretera a la calle del Museo, lo haremos por la calle de Sinagoga, y en la cuesta de Calderón tendremos la memoria de otros dos templos judíos, uno de ellos, la sinagoga de los toledanos, alabada por todos cuantos la conocieron… Un mundo de temor y brillos, la Sefarad que hoy se nos muestra, delicadamente recuperada en una veintena de poblaciones españolas. A las que deben sumarse algunas de nuestra provincia. Es obligado por evidente criterio histórico.
Viene todo ello a cuento del anunciado Homenaje que mañana dedicará la villa de Hita a la memoria de la escritora (nacida argentina, nacionalizada estadounidense, pero siempre española de corazón) Beatriz Lagos. Fue un honor conocerla, tratarla, y sin esfuerzo admirarla. Y ello porque mientras en Hita vivió, en aquella “Casa de los Poetas” en que fue reuniendo amigos, escribió algunos libros en los que esa memoria palpitante de Sefarad quedó impresa para siempre. Ahora recordaré alguno de ellos. Antes, unas líneas sobre su persona.
Beatriz Lagos nació en Argentina en 1931, y murió en Pitaluga, California, en 2019. Se graduó en Literatura Castellana en Buenos Aires, y nos decía que entre otras había tenido por profesora a Clara Campoamor. Es cierto que esta autora vivió su exilio en Buenos Aires en la década de 1940, dando conferencias y haciendo traducciones del francés.
Lagos se diplomó como profesora de inglés, dando clases en el Liceo Cultural Británico de Callao, y como Bibliotecaria Técnica. Por cuestiones familiares (sufrieron las dictaduras militares del Cono Sur con especial virulencia) se trasladó a vivir a California, consiguiendo su Master en Literatura en la Universidad de Berkeley, y su licenciatura en Artes Liberales en la de Sonoma. Después, dedicada a la enseñanza, recorrió los Estados Unidos con aplauso general. Sus escritos, especialmente poemas, y sus novelas, han sido reconocidas en todo el mundo. Entre 1990 y 1997 fijó su residencia en Hita, en “La Casa del Poeta”. Empapada entonces de la cultura castellana, de la simbología literaria y patrimonial de Hita, vivió en esos años sus más densos procesos creativos, dirigiendo encuentros poéticos en la villa alcarreña y en Guadalajara capital. Aún recordamos algunos las reuniones literarias habidas en su casa, con vistas a los campos alcarreños, y con la insistente voz de sabiduría que emanaba.
Conoció ella entonces la actividad literaria y cultural de la Editorial AACHE, y decidió que su obra española fuera albergada en sus catálogos. Aunque de regreso en USA, de aquella época (los años 2000 a 2003) son la redacción y edición de sus tres grandes novelas que pusieron a Hita como un lugar señero (soñado en parte, pero muy real en su registro documental) en el contexto de la novelística histórica. Engarzadas por un temario común, que es el mundo medieval y renacentista de Hita, Beatriz Lagos publicó sucesivamente, las tres novelas que ahora le procuran este póstumo homenaje: La Halconera de Hita, (2001), La Juglaresa de Hita, (2002) y La Tapicera de Hita, (2003).
“La Halconera de Hita” es una historia, en realidad, que tiene todos los elementos para ser calificada de novela, y buena. Una historia apasionante, bien tejida, en la cual no decae el interés ni en uno solo de sus 37 capítulos. Personajes hay cientos, y protagonista, lógicamente, solo una: la figura de esa mujer, de esa María cuya profesión es halconera en un fin de tiempos que pone a prueba el valor y la firmeza del espíritu, es de verdad, de cuerpo entero. Su aventura/s, con la mezcla justa de realismo y fantasía que requiere este tipo de relatos, anclados en el saber medieval, es creíble, y está tejida con detalle y pasión. Muchos elementos de ese libro se cimentan en la realidad histórica: los personajes que pululan por sus páginas están sacados de la realidad de una aljama judía, la de Hita, muy dinámica en el final del siglo XV. Confirmados por los documentos, al menos en sus nombres. Pero los nobles castellanos, los rabís judíos, los creyentes islámicos, frailes y monjas, curanderos y brujas, todo está tallado con la razón de la certeza, y tejido con el hilo de la fantasía. De novela histórica puede ser calificada esa Halconera de Hita que nos entregó Beatriz Lagos, un tipo de literatura tan de moda, tan querida también, y tan interesante. Una novela histórica surgida de la entraña misma de la Alcarria, con la calidad extrema de una poetisa, y que muy pocas más de las novelas hasta ahora escritas habían dado razón tan clara de esta tierra. Aunque ya agotada en librerías, puede ser consultada en bibliotecas.
La memoria de Beatriz Lagos queda impregnando su obra. Mañana, en Hita, lo aprenderemos, de nuevo.