Botargas de Guadalajara
He declarado en algunos sitios que este año será en Guadalajara el Año de las Botargas. Por varias razones: porque la Diputación Provincial, a través de su área de Turismo y Ferias va a darlas un empujón, creando su Ruta, y dándolas visibilidad a través de un folleto, de cartelería varia y de promoción en ámbitos de ancha voz. También va a serlo porque aparecerá, muy pronto, un libro extraordinario que las recoge todas, con dibujos realizados exprofeso por el ilustrador Monés Pons.
Cual sea el origen de las fiestas con máscaras en la Península Ibérica (y aún me atrevería a preguntarlo, en su conjunto, de toda Europa y del planeta Tierra) es algo sobre lo que se ha escrito mucho, y con unas u otras razones, más o menos argumentadas, están todos de acuerdo. Es concretamente José Antonio Alonso Ramos, el gran conocedor del folclore provincial, quien nos ha ofrecido recientemente, en la Revista “Besana” de la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid, un magnífico artículo que la estudia y retrata, y que titula “Las botargas en Guadalajara y su significado”.
Está lejano su origen, porque nace del propio sentido ceremonial del hombre. Y aunque podemos enunciar sencillamente que su raíz procede de los ritos propiciatorios de las sociedades agrícolas y ganaderas, aún más lejos están las razones psicológicas de la imitación y el sentido mimético del ser humano. Que piensa que él puede influir, de algún modo, en el desarrollo de la Naturaleza que le rodea y en la que vive. Por eso, todos están de acuerdo, las fiestas de mascaradas (aquellas en las que el hombre adopta posturas y realiza ejercicios cubierto el cuerpo con trajes infrecuentes y la cara con máscaras que ocultan su faz) tienen un impreciso origen prehistórico con una raíz común.
Pero en un momento de la historia, esas viejas costumbres se institucionalizan por parte de un Estado que adquiere fuerza ante el común del pueblo. Esto ocurre, por ejemplo, en Roma, cuando los primitivos ritos son integrados en el cuerpo religioso estatal. Y así las celebraciones Lupercales, Saturnales y Kalendas se van a formalizar como fuertes nexos festivos de un corpus religioso progresivo. Sin duda que los orígenes de las mascaradas reconocen una influencia directa de las Lupercales, ligadas a Fauno y al mundo pastoril, lo que se confirma con la atribución popular de las mascaradas a pastores en muchas de estas fiestas. Pero cada mascarada tuvo su evolución particular a lo largo del tiempo, recibiendo enseguida el fuerte influjo del cristianismo y de las propias circunstancias socioculturales e históricas de cada región. Durante los siglos del Imperio, la Hispania ocupada va adoptando progresivamente el rito romano sobre un sustrato ibérico, naturalista, que adquirió cierta consistencia en época celtibérica.
Pero es con la llegada, definitiva, del cristianismo, que esas tradiciones festivas se ven moduladas por la nueva religión, que da significados a los ritos y añade figuras o identificaciones a los personajes primeros. Aunque el cristianismo trató en algún momento de prohibir estas prácticas rituales, luego se dio cuenta de que lo mejor era integrarlas en su código y alcanzar el sincretismo entre prácticas paganas antiguas y el culto cristiano. De esa camaradería, inteligente y dirigida, han llegado hasta nosotros estas fiestas que hoy nos sorprenden.
Estas fiestas han pervivido en la España rural, que fue la ocupada por la mayor parte de la población hispana durante largos siglos. Pero su evolución sigue, y así vemos que, por ejemplo, en la época de la dictadura del General Franco, y por una influencia radical de la Iglesia Católica, se prohibieron en la mayor parte de los lugares, aunque posteriormente se han rescatado, purificándolas con sus detalles más auténticos, y dotándolas de una saludable práctica que, a veces, corre el peligro de priorizar lo espectacular frente al sentido de fiesta, de acontecimiento social entre grupos muy cohesionados. Por supuesto que otra de las amenazas que en este mundo cambiante y vivo le afectan, es la consideración de “curiosidad popular” ante un público cada vez más urbano. Y la declaración de “Fiesta de Interés Equis” con el que sus organizadores pueden alcanzar subvenciones y apoyos políticos y aún comerciales.
Aunque no tiene este breve artículo un interés concreto en hacer el estudio meticuloso de estas fiestas de máscaras, sí que conviene explicar un tanto lo que este mundo de la máscara propone. Pronto tendremos en la mano un gran libro en el que aparecerá un conjunto de dibujos, todos de la mano del artista catalán Isidre Monés i Pons, quien ha demostrado a lo largo de su dilatada trayectoria una capacidad excepcional en la captación de personajes e intenciones. Y esos dibujos se articularán, acompañados de texto escrito para la ocasión, entre 25 botargas de Guadalajara y 25 mascaradas de España.
En todas las imágenes que proceden de nuestra provincia aparece la figura de “la botarga”. Se trata de una máscara de origen solsticial de invierno, que aparece en una franja temporal que va de la Navidad (el solsticio concreto) hasta mediados de febrero, en ese momento del invierno en que los días crecen y la naturaleza despierta. Tiene todas ellas muchas características comunes. Fundamentalmente la figura protagonista, un individuo revestido de traje multicolor, con careta de aspecto monstruoso, cencerros y cascabeles colgando de su cintura, y cachiporras y castañuelas en las manos. Ejecutando simples ejercicios de carrera, salto, trepa y búsqueda, siempre en silencio. Son las comarcas de la Campiña del Henares, fundamentalmente, y de la Sierra y Alcarria, en las que aparecen estas botargas. Aunque en alguno de los ejemplos aportados, se quiere destacar el grupo o la fiesta en la que la botarga actúa de acompañante o contrapunto, como en Valverde de los Arroyos, donde su grupo de Danzantes de la Octava del Corpus resalta sobre cualquier otra consideración.
Por el resto de España aparecen figuras muy diversas, en contextos también variados, pero en todas ellas hay un elemento común, que es la máscara, el protagonista humano transformado en “otra cosa”: desde demonios (en Berga), a dragones (en Reus); desde danzantes enmascarados a representaciones de la naturaleza en su forma vegetal (los hombres musgo de Béjar) y animal (el Onso de la Mata de Morella). Y en contextos diversos como las fiestas del solsticio de invierno, en el fondo de todo, siempre, o en festividades religiosas como el Corpus que supone una radical cristianización del paganismo propiciatorio. En este muestrario y amalgama de ejemplos de mascaradas aparecen las fiestas de Carnaval (especialmente el catalán, y el andaluz) y del Entroido (en Galicia singularmente, y en León) o antruejo, como manifestaciones también enmascaradas de rituales de cambio, de ocultación y trastrueque funcional, anteriores a la Cuaresma.
La fiesta del antruejo está muy generalizada en toda España, teniendo esta palabra (con sus variantes regionales) el significado inicial de “introito”, introducción, referido a la entrada en la Cuaresma. Esta denominación se refiere a las fiestas que hoy generalmente se denominan “de Carnaval” y que tenían lugar los tres días anteriores al miércoles de ceniza: domingo, lunes y martes “de Carnaval”. Sebastián de Covarrubias en su conocido diccionario decía que este vocablo equivalía también a “Carnestolendas” y en las aldeas le decían “antruydo”. Dice el lingüista que hay sitios donde lo celebran desde primeros días de enero, y en otros por San Antón: “Tienen un poco de resabio a la Gentilidad y uso antiguo, de las fiestas que llamaban Saturnales”. En definitiva, una sociedad que se disfraza y oculta tras una máscara para ejercer –hoy como divertimento– lo que fue un vital llamado al crecimiento de la Naturaleza.
Aunque estas fiestas, especialmente las botargas de Guadalajara, vienen de muy antiguo, dos males las afectaron recientemente: las prescripciones moralistas del gobierno del general Franco, que las prohibió, y la masiva emigración desde los pueblos a las ciudades, que vaciaron de gentes, y de contenidos, tantos pueblos de esta provincia. Precisamente ha sido ahora, en los finales del siglo xx y principios del xxi, que el entusiasmo de los oriundos propició su rescate, y las ayudas de instituciones como la Diputación Provincial de Guadalajara, han posibilitado su recuperación, aportando ayudas a trajes y fiestas, y organizando rutas y divulgando su actividad. Creo que esta denominación que le he dado en 2021 al “Año de las Botargas en Guadalajara” va a tener muy pronto (con las medidas de la Institución Provincial, y el libro que anuncio), su sentido claramente explicado. Y que dará paso a una recuperación total y divulgación amplia de estas fiestas.