Sigüenza en la mirada de Miguel Sobrino

Sigüenza en la mirada de Miguel Sobrino

miércoles, 30 diciembre 2020 0 Por Herrera Casado

Los libros de dibujos son buenos guías de la mirada, porque centran el interés en lo fundamental de las cosas, de las personas, de los edificios. Hoy me he leído un libro de dibujos sobre la Catedral de Sigüenza, obra de Miguel Sobrino, quien retrata el edificio al detalle.

Ha sido una hora la que, como lector, he vivido dentro del libro de Miguel Sobrino titulado “Las Catedrales de España”. Y la he vivido recorriendo de su mano la historia/historias de la Catedral de Sigüenza. La obra trae muchos más edificios, y se entretiene en un múltiple paseo por dos docenas de templos mayores. Pero yo me he detenido sobre las treinta y tantas páginas que este conocedor y estudioso del arte le dedica a la de Sigüenza. Y creo que lo hace con un alto nivel de originalidad y puesta en valor.

Primero se distingue por su cercanía y lenguaje accesible. Los libros eruditos, cargados de notas, de alusiones a documentos, fuentes y versiones, llevan el valor de lo científico pero asustan a muchos de los humanos. Siempre he creído que para construir el edificio común de la Cultura, quienes lo montan deben hacerlo con un habla limpia y discernible, con explicaciones diáfanas y valoraciones comprensibles. Es lo que hace Sobrino en este libro con las catedrales españolas, entre las que destaca y pondera a la de Sigüenza, por varios valores…

Para empezar, la localiza en “territorio mendocino” y aneja la prosapia del linaje alavés con el término “mendocino” que la Real Academia Española en su diccionario reconoce como “supersticioso”, porque así lo entronca con la producción de sal, que fue (en Imón y el valle del río Salado) sustento económico de esta catedral creciente. No aporta datos nuevo, porque son suficientemente conocidos, pero sí insiste en ese origen, en esa relación, que es curiosa, del crecimiento de un edificio en función de los ingresos que a su “partida presupuestaria” le llegaban de los impuestos recogidos en la industria minera de extracción de la sal.

Piensa, él también, si esta Sigüenza será la “Orbajosa” de la “Doña Perfecta” de Galdós,y pondera su vista por todas partes. Llega Sobrino a hacer un dibujo de la ciudad, desde Levante, que asombra y hace soñar, porque rescata la imagen de la ciudad en siglos pasados.

Trae a colación a los constructores, que fueron obispos aquitanos, y tallistas y maestros netamente influidos por la Orden de Cluny. Refiere la evolución de la Ciudad (romana en la vega del Henares, visigoda con su basílica, árabe también en altas cotas) y finalmente tras la Reconquista (a la que no se atreve a poner fecha exacta) lugar de episcopado protegido y alentado por los Reyes de Castilla. Destaca además su aspecto castillero, sus torres fortificadas, su idea de templo-fortaleza…

Se enfrenta con especial deleite al enterramiento de Martín Vázquez de Arce, ante el que se maravilla. Es la esencia del Humanismo –dice­–, y eso es lo que proclama el guerrero herido (muerto ya) con un libro en las manos: la eterna valoración del ser humano, de su biografía, de sus quereres y sentimientos, sobre cualquier otra circunstancia.

Recuerda con especial énfasis al Mendoza que le confiere mendocismo al templo, al Cardenal don Pedro González, primado, canciller, patriarca, gran príncipe de la iglesia, y cómo manda enterrarse en Toledo, en el presbiterio, de un modo (hecho por italianos) que luego Covarrubias imitaría en el altar de Santa Librada. Y recuerda a su sucesor en la silla, Bernardino López de Carvajal, constructor del claustro: si Mendoza estuvo, en 26 años de episcopado, 2 meses como mucho en la ciudad, Carvajal NO fue nunca. Pero no dejó de ayudar al templo con detalles y construcciones, con escudos, etc.

Se asombra Sobrino de la variedad de bóvedas y de soportes: columnas, pilares, haces finos, y recrecimientos de lo gótico sobre la pesada estructura inicial de lo románico. Valora esa riqueza de estilos, mezclados, porque dice que lo que se construyen son “funciones”, elementos de culto, y que se usa lo que más gusta en cada momento, aunque a veces gustan cosas pasadas, o con manos mudéjares hechas. De ahí que se anima a llamar “pegatinas” a las capillas, portadas y sepulcros que se van añadiendo, ricos de ornamentación, a los severos muros lisos. Es como si alguien hubiera ido “coleccionando” cromos y pegándolos en las paredes. Piensa Sobrino que la mejor de esas pegatinas es el conjunto, en el ala norte del crucero, del altar de Santa Librada y el mausoleo de don Fadrique.

A la sacristía pasa y destaca su estructura, tanto los muros con contrafuertes avanzados hacia el interior, aprovechando los huecos para poner cajonerías, como la bóveda. Y describe y se asombra con el techo. Del que dice textualmente: “un hermoso libro sería el que tratase, sin nada más que con fotografías comentadas, ese extenso corpus de rostros humanos en piedra”. Y da su aplauso a Martín de Vandoma, que fue el escultor directo y real de aquella maravilla, trazada y dibujada previamente por Alonso de Covarrubias.

Un detalle que le asombra es la gatera de la puerta de madera de esa sacristía, porque manifiesta el claro deseo de los capitulares de dejar expedito el paso a los gatos. Cuenta, porque lo sabe, que era habitual en tiempos antiguos que vivieran animales en los templos, aunque en este caso los gatos tenían venia porque acababan directamente con los ratones.

Cuenta también la última y más reciente historia de la catedral, su sacrificio en la Guerra Civil, su reconstrucción (primero por Torres Balbás, a quien el Régimen le quitó de la dirección, y luego por Antonio Labrada Chércoles, más el escultor Trapero de Zaragoza, Destaca que un Plan Nacional de Catedrales ha seguido remodelándola, cuidándola y dejándola siempre como una “niña mimada” entre las catedrales de España.

Es realmente un texto hermoso sobre la catedral, que debería conocerse hasta en las escuelas de Sigüenza. Porque “evita la jerga técnica y cualquier otro exceso académico” y sus descripciones y relatos los hace siempre “con esa cortesía literaria que logra seducir al lector no especializado”.

El autor de la obra

Miguel Sobrino González (Madrid, 1967) es dibujante y escultor. Ha publicado numerosos artículos sobre arte y arquitectura tanto en libros (El lenguaje de la arquitectura románica, La arquitectura tradicional en tierras de León, El arte del Renacimiento en el territorio burgalés, Palacio árabe de la Alhambra, Itinerarios de Isabel la Católica, En torno a los oficios tradicionales, El arte en el Camino. Un recorrido artístico por el Camino de Santiago) como en medios especializados o divulgativos (Goya, Boletín del Museo Arqueológico Nacional, Loggia, Descubrir el Arte, La Aventura de la Historia, Restauración y Rehabilitación).

Como ilustrador, ha trabajado para diferentes editoriales y por encargo para varias instituciones como el Instituto del Patrimonio Histórico Español, Instituto Cervantes, Fundación de Cultura Islámica, Museo de las Ferias de Medina del Campo, Museo Arqueológico de Vitoria, Institución Gran Duque de Alba, Fundación Martínez Gómez-Gordo y los ayuntamientos de Madrid, Córdoba y Santo Domingo de la Calzada.

Habitualmente imparte clases, conferencias y cursos en universidades y otras instituciones. Junto a Enrique Rabasa, se encarga de la asignatura de Taller de Cantería en la Escuela de Arquitectura de Madrid.