Dentro de la capilla del caballero San Galindo en Campisábalos
Una vez más me he acercado por Campisábalos, en la altura máxima de la sierra de Pela, a buscar ese “aire más limpio de España” del que pueden presumir y estar orgullosos. En el interior de su iglesia, una capilla se abre, la del Caballero San Galindo. Vamos a visitarla.
Primero hay que llegar a Campisábalos. Se puede hacer desde Atienza, por la carretera que va hacia Ayllón, y Aranda de Duero. O quizás mejor por la vena grande de la Sierra, desde Cogolludo subir por Veguillas y Arroyo de Fraguas, cruzando el Campanario y bajando hacia Galve de Sorbe. Es más hermoso el recorrido. El caso es llegar, al alto, generalmente con abrigo. Y allí charlar con los paisanos, mirar el Centro de Interpretación, que lo han dejado perfecto, y llegarse a la iglesia, puesta bajo la advocación bajo el santo de las tormentas, San Bartolomé.
Casi todos mis lectores saben ya de qué va este templo. Es románico, es del siglo XIII, recibió reformas en siglos posteriores, cuando le alzaron una torre en el extremo suroriental. Y muestra valiente su ábside semicircular, su atrio porticado con unas laudas primitivas, una portada elegante, y un interior soberbio. Pero, sobre todo, con una capilla adosada a su fachada sur, la capilla que llaman “del Caballero San Galindo”, a la que por nada del mundo debe dejar el viajero de echar un vistazo, aunque sea rápido, pero mejor intenso, detallado, a todos y cada uno de sus detalles. Que son estos.
En el exterior, esta capilla tiene de destacable su portada, que se abre en un cuerpo saliente de piedra sillar mediante arcada formada por cinco arquivoltas de trazo semicircular, con una estructura y decoración muy parecida a la de la aneja parroquia y a la de san Pedro de Villacadima. Una de las arquivoltas se cuaja de roleos vegetales, y los capiteles don de idéntica consistencia vital, con una preciosa cornisa en la que se ven tallados elegantes y risueños canecillos. Aún más: la superficie del muro de la capilla, tiene a media altura tallado sobre los pétreos sillares una secuencia de 14 escenas que constituyen un curioso mensario, legible de derecha a izquierda, y con sendas escenas de la vida cotidiana al principio y el fin de su serie mensual. El ábside de la capilla, que es de planta rectangular, se ilumina a través de un ventanal muy llamativo, con un óculo circular tramado de filigranas mudéjares talladas en la piedra. Los especialistas relacionan este templo muy directamente con el de Villacadima, a media legua al norte, y con los de Santa María del Rey, en Atienza; Santa María, en Tiermes; la Anunciación, en Alpanseque y San Pedro de Caracena, estas últimas en Soria. Es lógico, porque están próximas y todas debieron su construcción a un mismo equipo de maestros constructores, escultores y canteros.
El interior de esta capilla tiene mucho de mágico. En todo caso, de sorprendente, de poco habitual. Es un espacio único, una sola nave, de unos seis metros de largo por cuatro de ancho, con acceso desde el exterior al sur, y con comunicación al templo parroquial a través de una puerta al norte. En ese espacio único, orientado canónicamente con los pies al poniente y el presbiterio y ábside al levante, nos llaman la atención varias cosas, que intentaré desmenuzar a continuación.
Quizás sea la primera el severo ámbito creado. Para mí, la esencia de la arquitectura es el espacio, lo que hay de vacío entre el pavimento, los muros, las columnas y los abovedamientos. El hueco en el que nos movemos. Que cuando es sagrado se revela en templo. Su abovedamiento es de cañón y en la cabecera de cuarto de esfera. Varias columnas adosadas a los muros rematan en capiteles foliados sobre los que cargan arcos fajones. El arco toral que da paso al presbiterio de esta capilla descansa sobre columnas cortas, pareadas, robustas, que sostienen sendos capiteles de gran interés iconográfico: el de la derecha, correspondiente a la epístola, ofrece en su decoración, aunque muy desgastadas, unas figuras de grifos. Y el de la izquierda, correspondiente al evangelio, muestra un bello conjunto iconográfico de clara filiación silense, presentando en su cara ancha dos animales fantásticos sobre los que cabalgan aves de encapuchada cubierta, y sobre las caras estrechas un par de centauros disparando sus flechas sobre las aves centrales. Una corrida imposta sobre los capiteles recorre todo el ábside. Esos dos animales cuadrúpedos, que muy bien pudieran ser esfinges, con torsos y cabezas humanas, que se dan la espalda, y que en sus lomos sostienen unas aves cuyas cabezas son también humanas y se cubren de cogullas, representando sin duda arpías, enfrentando sus caras. Aunque no exactamente como aquí, en el claustro de Silos aparecen muchas parejas de animales y grupos en esta disposición, con este aire. Son seres imaginarios, que proceden de las leyendas orientales, persas, caldeas, que podrían identificarse con esfinges, con arpías, en todo caso, con seres malignos que pueblan el submundo. A sus costados, en las partes estrechas del capitel, sendos centauros que disparan flechas, como sagitarios. Son seres benignos, que atacan a los malos. En definitiva, una psicomaquia evidente y aleccionadora.
En el ámbito del presbiterio, en su costado del evangelio, se abre un arco en el muro que cobija un sepulcro. Es el del benefactor de la capilla, el caballero San Galindo. Ese arco se defiende del exterior por una reja y el enterramiento que aparece tras ella parece estar mal encajado en el espacio. Una especie de féretro incómodo que al caballero, -debe decirse, para que a todos nos deje más tranquilos- le importó muy poco, porque a los muertos ya no les importa nada de lo que en este mundo queda tras ellos.
En mitad del muro norte de esta capilla aparece un escudo y una inscripción, que conviene anotar, mirar, fotografiar. De siempre se ha atribuido el escudo al caballero fundador de la capilla. Es lo lógico. Aunque según dice la lápida, en texto que más adelante copio, fue el Concejo atencino quien puso el mensaje y el emblema. Se ha dado por supuesto que las armas corresponden al que allí llaman todavía el “caballero Galindo”, «caballero San Galindo» o «caballero” a secas. Sin embargo, ha habido quien piensa que el escudo sería del Concejo de Atienza, lo cual es imposible, por cuanto en el siglo XVI ese emblema heráldico municipal no existía con las características que hoy tiene. Sin duda que identifica al personaje allí enterrado.Ese escudo podría definirse como cuartelado, apareciendo en el primer campo tres flores de lis puestas de dos y una, un castillete rechoncho, un león rampante casi volcado de espaldas, y unas murallas sobre rocas. Lo curioso es que se acola de un águila bicéfala y se cima con una corona burda, que podría aludir al símbolo regio del emperador Carlos. Es un escudo raro, digamos que “poco canónico” pero evidentemente antiguo.
Esta es la leyenda tallada bajo el escudo que luce en el muro de la capilla del Caballero San Galindo: EN ESTA CAPILLA DONDE STA LA REXA / DE HIERO ESTA SEPVLTADO EL CVERPO D / EL CAVALLERO SAN GALINDO Y DE LA DI / CHA CAPILLA Y OSPITAL Y VIENES Y RENT / AS SVYAS SON PATRONES LA YVSTIZIA / Y REGIMIENTO DE LA VILLA DE ATIENZA / HIÇOSE POR MANDADO DE LOS YLLES / SS. LDO ALBAREZ ALCALDE MAYOR / POR SV MAG DE LA DIHA VILLA Y DON / GR DE MEDRANO BRABO ALFEZ M / OR FRANO DEL CASTILLO IVAN DE RIB / EROS GRD PINEDO BR DE HIXES A LO / PEZ DE GVZMAN FRAN QVES VE / RO…
Y esta es la transcripción que puede colegirse de ella: En esta capilla donde está la reja de hierro está sepultado el cuerpo del caballero San Galindo y de la dicha capilla y hospital y bienes y rentas suyas son patrones la Justicia y Regimiento de la Villa de Atienza. Hízose por mandado de los Ilustres Señores Licenciado Alvarez, alcalde mayor por Su Magestad de la dicha villa y Don Gerónimo de Medrano Bravo, Alférez Mayor, Francisco del Castillo, Juan de Riberos, Grd. Pinedo, Br. de Hijes, López de Guzmán, Francisco Quesvero …
No está mal, para un espacio tan pequeño, encontrarse con tantas curiosidades. Solo queda la última, que sería saber quien fue el “caballero San Galindo” del que tanto se ha hablado, y casi siempre de oídas. Es Marcos Nieto Jiménez quien viene en nuestra ayuda, a referirnos algunos datos en torno a este misterioso personaje. De un interesante trabajo que dejó colgado en Internet este autor seguntino, se puede colegir que solo existen leyendas en torno al personaje, que no quedan documentos fidedignos. El nombre, Galindó Galindo, era frecuente en la Edad Media en las tierras del Alto Aragón. El propio Cid Campeador se acompañaba de algún Galindo ó Galindez.
Y de este de Campisábalos se dice que fue hombre cumplido y rico que dejó parte de sus bienes para fundar un hospital que administraría el Concejo de Atienza. Es más, en la provincia, Alcarria abajo, hay otro pueblo que se denomina “Casas de San Galindo”. Nadie sabe quien fuera este señor. De él ha corrido también leyenda de su amor incestuoso con su hermana (la “galinda” de la que le separaron al nacer, y luego pasados los años se enamoraron y acabaron juntos…. Hasta que descubierto el parentesco, de común acuerdo decidieron enterrarse vivos en el sepulcro de la capilla de Campisábalos…
Dejémoslo aquí, porque a la historia, cuando es parca en documentos, le salen los refranes y las leyendas cabalgando sin freno por los laterales. Dejémoslo ahí, y acordemos la memoria vaga con la certeza de ese enterramiento, de ese escudo, de esa leyenda, de esos capiteles orondos, de ese templo minúsculo, bello, como una joya de piedra tallada.