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octubre, 2018:

Santa María de la Peña, en Brihuega

Santa Maria de la Peña en BrihuegaDe la Alcarria, miel, y pueblos antiguos, con carácter. Y de entre ellos, Brihuega, destacando por largos siglos de historia en los bolsillos, mucho arte en los detalles de tantos edificios emblemáticos. Hoy me animo a dar de nuevo una vuelta por sus cuestas silenciosas, y al final, bajando siempre, llego al Prado de Santa María, y penetro en la joya de esta tierra, el templo dedicado a Santa María de la Peña.

En el llamado Prado de Santa María, al extremo sur de la población, puede admirarse la iglesia parroquial de Santa María de la Peña, uno de los cinco templos cristianos que tuvo Brihuega y que fue construido, en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo toledano Ximénez de Rada.

Su puerta principal está orientada al norte, cobijada por atrio porticado. Se trata de un gran portón abocinado, con varios arcos apuntados en degradación, exornados por puntas de diamante y esbozos vegetales, apoyados en columnillas adosadas, que rematan en capiteles ornados con hojas de acanto y alguna escena mariana, como es una ruda Anunciación. El tímpano se forma con dos arcos también apuntados que cargan sobre un parteluz imaginario y entre ellos un rosetón en el que se inscriben cuatro círculos. La puerta occidental, a los pies del templo, se abrió en el siglo XVI por el cardenal Tavera, cuyo escudo la remata. La cabecera del templo está formada por un ábside de planta semicircular, que al exterior se adorna con unos contrafuertes adosados, y esbeltas ventanas cuyos arcos se cargan con decoración de puntas de diamante.

El interior es de gran belleza y puro sabor medieval. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves comportan una tenue luminosidad grisácea que transportan a la edad en que fue construido el templo. El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con varios conjuntos de capiteles en los que sorprenden sus motivos iconográficos, plenos de escenas medievales, religiosas y mitológicas. La capilla mayor, compuesta de tramo presbiterial y ábside poligonal, es por demás hermosa. Se accede a ella desde la nave central a través de un ancho y alto arco triunfal apuntado formado por archivoltas y adornos de puntas de diamante. Esbeltas columnas adosadas en su interior culminan en nervaturas que se entrecruzan en la bóveda. Su muro del fondo se abre con cinco ventanales de arcos semicirculares, adornados a su vez con las mismas puntas de diamante. Todo ello, especialmente después de la restauración de hace pocos años en que se ha quitado un feo baldaquino que lo ocultaba, le confiere una grandiosidad y una magia que sin esfuerzo nos transporta como en un sueño al momento medieval en que tal ámbito servía de lugar ceremonial para los obispos toledanos, que tanto quisieron a esta villa de Brihuega, señorío relevante de la mitra arzobispal.

El alzado del templo ofrece como hemos dicho la visión de una nave central más alta que las laterales, enlazando así con el carácter de la arquitectura propiamente gótica, en la que los avances técnicos se plasman en una nueva estética. Las grandes arcadas que separan las naves, todas ellas de medio punto, hacen perder al conjunto el neto carácter románico de muro que pesaposibilitando un nuevo tratamiento estético. Una torre se alza a los pies del templo, y que tradicionalmente se ha tenido por construida en siglos más avanzados, quizás en el siglo XVI. En cualquier caso, ya en su origen debió tener una torre en este ángulo noroccidental, aunque fuera de menor elevación que la actual.

Las techumbres de las naves se forman con nervaturas góticas. Sobre la entrada a la primera capilla lateral de la nave del Evangelio se muestra una gran ventana gótica, elemento cumbre del resto de vanos apuntados que ofrecen también el valor, nuevo en el gótico, de la luz como elemento ornamental e incluso simbólico.

En la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega destaca como en pocos sitios el carácter netamente cisterciense de la arquitectura de transición del románico al gótico que promovió en sus territorios toledanos el arzobispo Ximénez de Rada. La escasez de ornamentación, su rigidez y parquedad, es propia de este momento, y del concepto de pureza y renovación que se quiere difundir.

En las molduras y arquivoltas de sus puertas y ventanales, así como en buena cantidad de capiteles se encuentran con exclusividad decoraciones a base de puntas de diamante, hojillas, y pequeños triló­bulos que se ven también en muchos otros lugares de la baja Alcarria y territorio de Cuenca, como Santa María de Alcocer, monasterio bernardo de Monsalud, etc.

Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara

 

Respecto a los capiteles de este templo, se encuentran algunos elementos iconográficos que brillan por su ausencia en el resto de las iglesias de Brihuega. Dentro de la gran variedad existente en su temática vegetal, pueden encontrarse tres grupos que ofrecerían, respectivamente, una traza fina y muy cuidada, que recuerda a los capiteles de las gran­des catedrales francesas; una flora más jugosa que la acerca a un estilo más rural; y finalmente un grupo de capiteles rústicos que de mano popular y tomando por motivo los anteriores modelos, se repiten en infinitas fajas.

Muchos elementos zoomorfos se ven en este templo tallados: unos proceden de la rica fauna románica, como toros alados, cerdos de gran tamaño que ocu­pan la casi totalidad de la superficie del capitel, de los que, en menor tamaño, y de una forma más naturalista, surgen entre las hojas: pájaros, monos, linces o perros acompañados a veces de hombres. La interpretación de estos anima­les, más de que símbolos abstractos, es simplemente de signos maléficos y benéficos.

También se ven múltiples elementos antropomorfos: gentes aisladas y escenas complejas nos sorprenden talladas con tosquedad en la múltiple riqueza de los capiteles de Santa María. Diversos cánones pueden ser apreciados: unos de figuras rechonchas, como en la Anunciación (en el segundo pilar desde los pies del lado derecho de la nave central), y otros de elementos más estilizados, como las del centauro del pilar del ángulo derecho de los pies. Unas escenas están rígidamente enmarcadas, como la de la Anunciación, mientras que otras como el banquete se muestran en total libertad compositiva. A pesar de la riqueza de imágenes que en este templo se advierte, no encontramos un claro programa iconográfico que las unifique. Parece como si los autores hubieran querido simplemente recordar los hitos principales del Antiguo y Nuevo Testamento, sin más hilación entre ellos. Hay un predominio de los temas marianos, dada la advocación del templo, y algunas son de muy difícil interpretación, como la situada en el extremo inferior del lado de la Epístola, en el que aparece un centauro vuelto hacia atrás dispa­rando sus flechas a un hombre que se encuentra al lado de un león erguido, mientras entre ellos se alza un árbol de dos ramas. Pudieran ser alusiones a la eterna lucha de las fuerzas malignas y benigas sobre el hombre, aunque lo más probable es que se trate de la presencia de Sanson como evidencia bíblica de esas luchas.

Es digno de ser destacado el hecho de que este templo, aun con ser iglesia parroquial de una villa, sobrepasa por sus dimensiones y disposición lo que era tradicional en el siglo XIII enla Alcarria, donde aún se construía habitualmente en estilo románico, con galería porticada al sur, y una sola nave. Las edificaciones litúrgicas promovidas por el arzobispo Rada (Brihuega, Uceda, etc.) tienen tres naves y una funcionalidad que supera lo meramente parroquial, intentando alcanzar un grado más alto, como pequeñas catedrales, respecto al entorno en que asientan.

Este templo recibió una trasformación y ampliación en el siglo XVI. En el verano de 1539 llegó a Brihuega el Cardenal D. Juan de Tavera, quien se prendó del ambiente y situación de la villa en tal grado que no le quedaron ganas de volver a Toledo, pese a la insistencia del Emperador Carlos V que lo reclamaba en la Corte.

De su mecenazgo han llegado hasta nosotros algunas muestras en los templos briocenses: los hubo en la derruida iglesia de San Juan, y los hay en las de San Miguel y San Felipe. Pero fue fundamentalmente en Santa María donde la renovación se hizo en tan gran medida que bien puede decirse que se edificó de nuevo: Derribó y rasgó muros, levantó nuevos arcos de estilo renacentista, edificó capillas adosadas al presbiterio y ábside, tapió ventanales, y construyó un coro al fondo de la iglesia sostenido por un gran arco escarzano, abrió una puerta en el muro occidental rematada de su escudo de armas, construyó la sacristía con el balconcillo, edificó el camarín de la Virgen y acortó el presbiterio. Posteriormente se levantaron adosadas al primitivo algunas otras capillas, como la que dedicada a la Virgen del Pilar mandó hacer don Juan de Brihuega y Río en el siglo XVIII, sobre la nave norte, colocando su escudo de armas al exterior.

Ha habido que esperar al siglo XX para que nuevas e importantes reformas se hicieran sobre el templo. En 1988 se realizó una gran restauración del mismo, lo que ha venido a dignificarle y recuperar su aspecto más primitivo y elegante, pues desmontado el camarín de la Virgen quedó totalmente al descubierto el magnífico ábside primitivo, románico, en el que algunos ventanales se reconstruyeron, recobrando su aspecto original.

Guia del Viaje a la Alcarria de Camilo Jose Cela por Garcia Marquina

Abultado aniversario en Valverde

Valverde de los ArroyosEn este año se cumplen, exactamente, los 450 de la fundación de la Cofradía del Santísimo, eje de la fiesta, y la tradición, de Valverde de los Arroyos. Este próximo fin de semana se sucederán los actos en la localidad serrana para conmemorar tan abultado aniversario.

Un Cabildo de Coronados

En estos días se cumple un suculento aniversario en Valverde: los 450 años de la fundación de esa Cofradía del Santísimo cuyos miembros danzantes protagonizan, al inicio de cada verano, una solemne y colorista fiesta al pie del Ocejón. Una fiesta que ya declarada de Interés Turístico reune cada vez a más curiosos a contemplar sus ritos y movimientos.

El domnigo 21 va a celebrarse el aniversario de modo local y sencillo, con una fiesta muy para los valverdeños. Acudirá el señor Obispo de la diócesis, don Atilano Rodríguez, a más de una serie de sacerdotes relacionados con la localidad: habrá una misa cantada, en latín, original de Pío X, y un “Cantar de los Hermanos”, más la procesión de Minerva ante la Cruz parroquial, en el Portalejo, imposición de medallas y exposición de documentos, más una danza previa a la comida de hermandad.

La noticia de que la Cofradía del Santísimo de Valverde se fundó en 1568 (hace, pues, exactamente 450 años) aparece referida en un documento manuscrito, de la Visita que hizo, en 1752, don Francisco Jalón, cura párroco de Montejo, por mandato del Obispo de la diócesis de Sigüenza. Allí se declara que en el año 1568 se creó la “Cofradía del Santísimo Sacramento” con sobrenombre de Los Coronados, y que entonces constaba de 12 hermanos, más el abad y su objetivo era el de asistir “revestidos de sobrepellices” y cantar en las procesiones del Corpus y otros oficios divinos, asistiendo además a una “Misa de Cuerpo de Cofradía”.

El objetivo inicial al constituir esta hermandad o cofradía era, al parecer, algo más ambicioso que una simple reunión de varones adultos y amigos. Nos lo epxlica con todo detalle Juan Antonio Marco Martínez, en su obra sobre “Valverde de los Arroyos, parroquia y parroquianos”. Él nos da como fecha más antigua de la Cofradía la de 1606, que es la de la famosa Bula Papal de Paulo V en la que se constituye y aprueba la Cofradía del Santísimo Sacramento, a la par que otras basadas en las características de la iglesia de Santa María de Minerva en Roma, que tienen como misión principal la de acompañar y exaltar al cuerpo de Cristo, el Corpus Christi, en su festividad y en la de su Octavo Día. Esa Bula, que existió en Valverde y muchos la vieron y leyeron, desapareció sin dejar rastro en el primer tercio del siglo XX (quizás un incendio, un robo, la Guerra…) pero se sabe de otros lugares de España en que hay Bulas del mismo tipo y fecha, que ayudan a comprender lo que decía la de Valverde.

Esa constitución de Cofradía inicial se transforma luego en “Cabildo de Coronados”. Nada tenía que ver con un “Cabildo” o reunión de eclesiásticos al estilo del catedralicio de Sigüenza, y al hablar de “coronados” tampoco se hace referencia a la costumbre de los danzantes de bailar cubiertos de altos gorros floreados ante el Santísimo.

Al parecer, y según los datos y apreciaciones de Marco Martínez, estos “Cabildos de Coronados” de los que hay muchos otros ejemplos en Castilla y Aragón, serían como una especia de “acolitado permanente”, para actuar en un lugar y una fiesta determinada. Un grupo de vecinos que tendrían una tonsura por haber alcanzado las órdenes menores de la clerecía, a los que enseguida se unieron seglares constituyendo todos la Cofradía.

El caso es que durante siglos, de un modo u otro, a esta unión de serranos valverdeños que hoy todavía forman parte de la Cofradía del Santísimo, se la denominó con ese pomposo nombre de “Cabildo de Coronados” que aún usa y del que está orgullosos. La fiesta, en todo caso, tiene todos los visos de ser muy antigua, y de haber servido de unión, y de estímulo, a los habitantes de este territorio, tan hermoso pero hasta hace poco tan remoto y alejado de la civilización, como el resto de pueblos de la Sierra Negra de Guadalajara y Segovia.

En todo caso, recordar aquí que, ese seguro, fue en 1568 cuando se fundó en Pinilla de Jadraque (Pinilla de las Monjas le llamaban entonces) el “Cabildo de La Asunción de Nuestra Señora” y que se conformaba de 25 clérigos y 15 seglares, y que acudía a solemnizar con su presencia y cánticos las solemnidades religiosas de los pueblos del entorno (a más de Pinilla, Medranda, Membrillera y La Toba. Del siglo XVI son otros cabildos, ya desaparecidos, pero de los que se tiene noticia, en El Atance, Valdelcubo, Anguita y Sotodosos, todos ellos formados por asociación de clárigos y seglares para solemnizar fiestas.

Un libro que lo explica todo 

El domingo próximo habrá también un hueco para recordar el libro que acaba de aparecer, y que explica en el detalle más minucioso esta fiesta, sus aniversarios y sus valores. Lo han escrito José María Alonso Gordo, y Emilio Robledo Monasterio y lleva por título “Las danzas de la Octava del Corpus de Valverde de los Arroyos”. Edición de los Autores. Guadalajara, 2018.

Un total de 372 páginas forman estas “Danzas de Valverde de los Arroyos” en formato de un libro grande, de 17 x 24 cms., cargado de cientos de fotografías en color. Se complementa con extraordinarios dibujos de Angel Malo Ocaña, que presiden el inicio de cada capítulo, y lleva un Prólogo cargado de sabiduría firmado por Joaquín Díaz, uno de los más reputados entendidos del foclore español.

Empieza el texto con una situación al lector del lugar en que se centra la acción: “Nos encontramos en un pueblo escondido entre las laderas del pico Ocejón, a 1.255 metros de altitud, y rodeado de cumbres…” Ya solo con echar un vistazo al Indice, el lector se percata de la amplitud del tema y de la meticulosidad de su estudio. Nada ha quedado fuera de la lupa de los autores. que bordan la obra por dos caminos: el de ser naturales de Valverde, y haber crecido entre el sonido de los instrumentos serranos, y el de ser rigurosos analistas de la fiesta que tratan, en la que llevan de un modo u otro comprometidos toda su vida.

Así empiezan con “La Octava del Corpus” a hacer un análisis de la fiesta de Valverde y de otras similares, haciendo por ejemplo alusión al nombre popular de “Coronados” que se le daba a los cofrades.

Sigue luego el capítulo de “Las danzas rituales” de origen medieval y las analizan una por una. Allí aparecen las danzas de castañuelas, la danza de la Cruz, El Verde y El Cordón, siguiendo luego la relación de danzas de cintas y finalmente las danzas de palos: “El Capón”, “los Molinos” y “La Perucha” de la que transcriben letra y música. Dicen al lector cuanto saben de las danzas perdidas, y de las danzas parcialmente recuperadas, como “El Garullón” y “Las Campanillas”.

Ponen el foco seguidamente sobre el grupo de los danzantes: el gaitero, el botarga, el registro, los danzantes propiamente dichos, y los niños danzantes. Hay referencias genealógicas, nominales, entrevistas a los que permanencen vivos… y en general se constituye esta parte del libro en una vibrante demostración de cariño y admiración por estos protagonistas.

Luego se adentran los autores en la descripción del “Vestuario y accesorios de la danza”, con profusión de fotografías y dibujos, todo en color. Terminando con una historia y relación de acontecimientos en los tiempos actuales.

Finalmente nos ofrecen un interesante estudio, quizás la parte más valiosa del libro, en el que se viaja a la comprensión de otras danzas, en la Región, en la provincia, en la Serranía, con utilización de flores, de cintas y espejuelos, más el tamboril, la gaita y la dulzaina, la conexión con el folclore segoviano, etc.

La llectura de este libro es la espoleta, sin duda, para volver a Valverde, y una posibilidad de adentrarse en el conocimiento definitivo, completo, asombroso, de estas danzas y de las gentes que las hicieron posibles.

Ferias y Mercados de Guadalajara

Feria de Cifuentes

Feria de ganado molar en Los Parrales de Cifuentes

Siguen celebrándose, aquí y allá, las “Ferias Medievales” que obedecen ya, casi en forzada secuencia, a un programa que marcan las empresas organizadoras y que venden a los Ayuntamientos que quieren marcarse dos días y medio de bullanga y visitantes. Pero las Ferias y Mercados genuinos, tienen una larga historia que aquí voy a recordar, aunque sea deprisa y corriendo.

Hoy 12 de octubre es el de Cantalojas, la Feria y Mercado de Ganaderías de la Sierra, el que tendrá lugar por aquellas alturas frías.

En esta época de recogida de cosechas, de preparación para el invierno que en Castilla es largo y duro, se celebraban muchas de las antiguas ferias y grandes mercados de nuestra tierra. En Guadalajara, concretamente, era para San Lucas (18 de octubre) cuando por concesión del rey Alfonso X el Sabio se celebraban sus famosas ferias de ganado y mercaderías.

Aquí tratamos cosas de tiempos pasados, para que al menos su memoria quede, si no conseguimos que se mantengan vivas sus esencias: las ferias, que primero fueron de ganados y mercaderías, y los mercados, donde la población se aprovisionaba de todo aquello que no podía producir por sí misma. El trueque y la supervivencia. Esencia de la vida. Y en esas formas de vida, en esas costumbres antañonas que parecen salidas de una fábula de Tolkien, pero que se desarrollaban en Cifuentes, en Jadraque, en Molina, en Tendilla, en Uceda o en la propia Guadalajara, aparecen nuestros ancestros con singularidad y fuerza.

Las ferias se establecían en tiempos pretéritos a partir de una concesión real: eran un bien, tanto económico como social, y aquellos burgos que recibían la merced de celebrarlas podían considerarse bienquistos, existiendo su nombre en el favorecedor latido del corazón de un monarca. A Guadalajara, siendo todavía villa, se las concedió Alfonso X en 1253 (quince días después de la Pascua) y en 1260 (quince días para San Lucas, al inicio del otoño). En Atienza fue Alfonso VIII quien dio carta de salvaguarda a todos los recueros establecidos en la villa, para que anduvieran libres de impuestos por todo el reino. Y a Cifuentes, Fernando III en 1242 protegió su mercado de mulas, y en 1289 Sancho IV dictó la orden de que los recueros cifontinos anduvieran libres de pagos por todos los caminos de Castilla.

El bien se concretaba en poder tener, durante 7 o más días (a veces se alargabn dos semanas enteras) establecido el derecho a poner a la venta cualquier mercadería, sin pagar los impuestos establecidos por esas transaciones, y a que los mercaderes venidos desde otros lugares del reino, o incluso más allá de ellos, no tuvieran que pagar impuestos en su camino, ni en los puentes, ni en las entradas y salidas de las villas por las que pasaban. El beneficio estaba asegurado, y los precios podían ser mejores para el comprador… todos ganaban. Y, lo más importante de todo, así se estimulaba la producción, y el consumo: que es en esencia la base del crecimiento económico y de la riqueza.

Quiero aquí recordar aquellas ocasiones en las que gentes de toda una comarca se daban cita en algún pueblo importante de nuestro entorno, y con la excusa de celebrar a un santo, o de cambiar una mula, se pasaban varios días fuera de casa, familias enteras, cambiando de circunstancia y adquiriendo elementos de comida, de vestido y de entretenimiento para todo un año. Una economía de supervivencia, muy autócrata, anticonsumista, marcaba las formas de estos mercados. Sin embargo, algunos de éllos eran especialmente atractivos, sorprendentes, reuniendo cosas en sus puestos que venían de muy lejos, y que le hacían ser una especie de Meca para alcarreños, campiñeros y serranos. Ese era el caso, por ejemplo, de Tendilla, cuya gran feria dedicada a San Matías reunía a miles de personas de los entornos, y aún de toda Castilla, y era tan curiosa como nos lo demuestra la Relación que los de la Villa mandaron a Felipe II en 1580, y que no me resisto a copiar entera porque realmente lo merece y posibilita, con poco esfuerzo, que el lector se traslade «in mente» a esa calle mayor soportalada, que antaño era el eje mayor de un pueblo digno y de un mercado señero y arrraigado.

Decía así la tal relación: «Cada un año se hace una feria la mejor que se hace en esta Comarca, de la qual feria resulta mui gran provecho y ganancia a los vezinos, así en las posadas como en otras grangerías que se exercitan los que se quieren aprovechar; tiene treinta días: trataré de las calidades que tubiera noticia: la Mercadería que a esta feria más viene y hace ventaja a las demás del Reyno, es la mucha suma y cantidad de paños de todas suertes, y para ello concurren mui buenas calidades: la primera, ser la feria de coyuntura que todo el imbierno se han labrado los paños, y ser la primera del año; lo otro, estar la villa en parte tan cómoda de donde se hacen y labran, pues está tan cerca de Segovia, de donde traen tan buenos paños velartes, finos, negros, y rajas, y otras suertes de finos paños; de la Ciudad de Cuenca vienen los mejores Mercaderos: traen mui escogidos y finos paños de subidas, y cendradas colores de todas las serranías y comarcas desta Ciudad de Cuenca, y de molina, Medinaceli, Sigüenza, Soria, vienen paños de todos géneros, y cordellates finos, a causa de que en estas partes hay la más fina lana del Reyno; de Aragón vienen Cordellates mui finos; de la Rioja, torrecilla de los Cameros, vienen muchos paños, y así mismo destas comarcas y pueblos de la Alcarria, y Ynfantazgo, de la ciudad de Huete y su tierra, Marquesado de Villena y Mancha vienen muchas suertes de paños: así mismo vienen muchas tiendas de paños subidos, granas, paños estrangeros, sedas terciopelos, rasos y damascos que traen Mercaderes gruesos de Toledo, Madrid, Alcalá, Medina del Campo y otras partes; para todos estos paños vienen infinidad de mercaderes de todo el Reyno y fuera dél, para las quales mercaderías hay asignadas partes donde se pone lo de Cuenca, Toledo, Segovia, con los demás géneros de paños por buena orden: pónense mui principales tiendas de sedas, joyerías mercería, que traen Mercaderes gruesos que venden a otros de menos cantidad; están juntas estas tiendas que parecen una Alcaycería de Granada que parece estar toda la vida de asiento: hay otras tiendas de Mercadería de Flandes, lienzos y otras cosas preciadas: vienen muchos vizcainos con lienzos preciados, y Mercaderias extrangeras: vienen muchos portugueses, traen muchas suertes de lienzos, y hilo de mucho valor; traen mucha especería, añir, brasil y otras muchas cosas curiosas y preciadas, como es drogas y conservas de la Yndia; pónense mui grandes tiendas y aparadores de Plateros: viene mucha cera, pescados de todos géneros, por ser principio de Quaresma: véndense muchas cabalgaduras; tíranse a la Andalucía y a los Reynos de Granada, Murcia y Valencia: vienen otros muchos géneros de Mercaderías, que especificarlas sería nunca acabar«.

Allí se congregaban, en la calle mayor de Tendilla, con el rumor palpitante de la humanidad que compra y vende, las gentes de Castilla toda, de la Mancha, de los pequeños lugares de la Alcarria. Y así ocurría en Guadalajara, en Sigüenza, en Brihuega, en Jadraque, y en tantos otros sitios.

Todos los reyes, a instancias de sus obispos, concedieron a Sigüenza franquicias para sus ferias. La principal de ella, celebrada a mediados de agosto, fue otorgada por la reina María de Molina, en 1320, siendo en su inicio artesanal y de comercio.

La gran feria de Maranchón, entre el 8 y el 12 de septiembre, se consolidó a principios del siglo XIX como una de las más importantes de España, en cuanto a trato de caballerías.

Y la de Molina de Aragón, que venía celebrándose desde el inicio mismo del Señorío, por fuero de don Manrique a comienzos del siglo XII, tuvo su apoyo legal contundente en época de Felipe IV, en 1628, cuando el monarca, agradecido a la villa por sus apoyos en la campaña de Cataluña, le puso la feria de semana completa en la primera de septiembre.

En todo caso, si algún lector quiere aumentar conocimientos y allegar datos sobre todas y cada una de las ferias otorgadas por los reyes en siglos pasados a los pueblos de Guadalajara, debe consultar este libro estupendo del profesor Pedro Ortego Gil, con el qie ganó el Premio de Investigación Histórica “Layna Serrano” en 1990: “Aproximación histórica a las Ferias y Mercados de la provincia de Guadalajara”. Excmª Diputación Provincial. Guadalajara, 1991. Todo un tratado de historia local y de evocaciones.

Tres museos de Atienza

San Gil de Atienza

El ábside de San Gil, vista interior.

Hace una semana, y como preparación imprescindible para un nuevo libro que voy a editar sobre Atienza, con textos de mi compañero de páginas en “Nueva Alcarria” el profesor emérito don José Serrano Belinchón, que tantas leguas ha recorrido por los caminos de la Sierra Norte, estuve recorriendo de nuevo la villa esencia del castellanismo.

Acompañado de don Agustín González, hicimos el recorrido por los Museos de arte religioso. Una imprescindible mirada a la entraña de nuestra tierra, a la que debemos siempre devolver el rostro, y ponerlo frente a sus viejas respuestas. En los objetos de esos museos (que son cuadros, esculturas, piezas de orfebrería, telas y documentos) está la razón de un largo cuento de siglos. Cuento de cantidad, no de falsas alegorías. Cuento de cientos de clamores expresivos. Raudal de imágenes y tradiciones. Esencia de muchas vidas. Que hay quien las ve rancias, agotadas, polvorientas. Pero que yo las miro y me parecen palpitantes, explicándose aún, echándole gasolina a la vida.

La tenacidad de don Agustín González comenzó a manifestarse, y de qué manera, hace treinta años, cuando al llegar de párroco al pueblo vió que había cientos, miles quizás, de piezas artísticas arrinconadas, presuntas víctimas de chamarileros voraces. Él las ordenó, las clasificó, las estudió, y se puso a organizar tres espacios (tres iglesias vacías ya de culto; San Gil, San Bartolomé, Santísima Trinidad, románicas las tres, esencias de la historia) para albergarlas. El resultado está a la vista: salvado todo, es hoy meta de miles de viajeros que acuden, no en tropel, porque no es bueno el tropel, sino en razonable devoción, a ver el arte de los viejos tiempos.

Si Atienza es requerida, cada semana, cada día, como un destino preferente de viaje interior, es por unas cuantas razones que tienen que ver con su historia, con su patrimonio, con su folclore y con su gastronomía. Los cuatro ingredientes que montan el menú más seguro para descubrir los pequeños pueblos de nuestra España entraña.

De Atienza destaca su tinte medieval en el urbanismo, su airosa silueta en el patrimonio castillero, y sus orondos semicírculos en las portadas de las iglesias románicas que la salpican… también la sonoridad y emoción de una fiesta que es pulcra razón de la patria, la salvación por sus habitantes del rey niño Alfonso [VIII] cuando iba a ser violentado por su tío el rey de León. Y a más de esa “Caballada” tiene otra poderosa razón de llamada: la gastronomía, que se mece sobre los sabores y las texturas del cabrito asado, esencia de los pastizales y las bosquedas de la Serranía.

Entre las ofertas artísticas, hay un milagro en Atienza, y es la salvación “a puñados” de cientos de piezas de arte que sin valor litúrgico habrían perecido a manos de chamarileros si no hubiera llegado un hombre con determinación que se propuso salvarlas y enseñarlas. Don Agustín González Martínez fue la mano que domeñó la diáspora, y el empeño certero de crear un museo tras otro, para albergarlas. De ahí fueron naciendo, sucesivamente, y sobre otras tantas iglesias ya sin culto, los tres museos de Atienza. Tres lugares donde el viajero pasa el rato admirando de todo: desde telas y orfebrerías, a pinturas y fósiles. Un mundo de saberes, de colores y sugerencias, que hoy por hoy es la llamada más recia que nos hace Atienza desde su altura.

Estos tres museos se han ido montando, abriendo y acogiendo visitantes, progresivamente, a lo largo de los últimos treinta años. Localizados en tres iglesias que habían quedado sin culto, pero enteras y cuajadas de obras de arte, estos museos ofrecen el retrato veraz de una población que durante siglos fue capital señera de Castilla, cruce de caminos y emporio de riqueza.

El primero que se montó fue el de San Gil, ocupando entera la iglesia de tal nombre, con ábside románico y portada plateresca. En su interior de tres naves surgen los elementos pictóricos, escultóricos y la orfebrería y tejidos, que conviene mirar con detenimiento y de cuyo conjunto, por mencionar algo, cabe destacar el grupo de cuadros pintados por Soreda con profetas y sibilas (para la iglesia de la Trinidad), más una preciosa talla de la Inmaculada de Salvador Carmona, sin olvidar la delicada pintura, enmarcada suntuosamente, de la Verónica de la Virgen, que se atribuye a algún pincel del entorno de Juan de Juanes. En su coro alto se muestra una interesante recopilación de piezas arqueológicas de la zona atencina. Y a destacar, en un cuartito bajo, la pila bautismal de la que fue parroquia.

Después se abrió el Museo de San Bartolomé, en la iglesia del mismo título, aislada entre árboles, y precedida de un atrio románico encantador. En su interior, y centrando el barroquísimo altar de la capilla del Cristo, destaca el grupo escultórico del Descendimiento de Cristo, gótico, que es al mismo tiempo patrón del pueblo: una joya de la escultura medieval que conmueve y asombra. Se añaden pequeños y grandes retablos, exvotos, tallas renacentistas y el valioso conjunto de fósiles que donó al templo el coleccionista Rafael Criado Puigdollers. Es un conjunto de piedras que tuvieron vida, y que no envidia aningún otro almacén de fósiles del mundo. Ni siquiera el Museo Nacional de Ciencias Naturales tiene tanto y tan bueno…

Finalmente, la tercera de estas iglesias museificadas es la de la Santísima Trinidad, al final de la calle Cervantes y en el inicio de la subida al castillo, mostrando un grandioso ábside semicircular románico con ventanales y cenefas pulcramente talladas. En su interior, de una sola nave con numerosas capillas laterales, se ven retablos (el mayor, de pintura y escultura, trazado y tallado por Diego del Castillo, debe lo mejor de su arte al pintor madrileño Matías de Torres), la escultura del “Cristo del Perdón” sobre la bola del mundo, de Luis Salvador Carmona, y el Calvario románico que en la capilla del bautismo se acompaña de la pila medieval de la primitiva parroquial, más escudos, tablas diversas, y solemnidad sin tasa.

Una capilla rococó dedicada a la Purísima, y una larga estancia reuniendo documentación y piezas relativas a la Caballada, sirven para conocer en detalle esta tradición festiva tan querida de la población.

Así es que, repito, si Atienza siempre reune las condiciones para una escapada, y el abrazo amable de sus callejas en cuesta y sus enormes plazas soportaladas, estos tres museos son remate de cualquier aventura viajera: el ánimo de conocer cosas nuevas, en el interior de esta España que tanta razón alcanza para saberse grande, cuaja sin problemas en esta villa castellana, que fue eje y cruce de caminos, meta para muchos de una mejor vida, y puerto seguro de caminantes, siempre.