Nociones de heráldica
España ha tenido la suerte, a pesar de sus periódicas revoluciones, agresiones gratuitas a sus monumentos y ajustes de cuentas con el pasado, de conservar un inmenso acopio de escudo heráldicos tallados, pintados, grabados y forjados en mil y un monumentos. De los escudos se ocupa una ciencia, la Heráldica, a la que podemos definir como la ciencia que trata de la creación e interpretación de los escudos de armas. Ciencia compleja donde las haya sujeta a numerosas normas que, en ocasiones, complican la vida a quien pretende acercarse por primera vez a ella: Aquí intento hacer un aproximación breve y útil a la misma.
La Heráldica se basa en el escudo, pieza defensiva que el combatiente ha usado desde los albores de la humanidad. Efectivamente los escudos, de diferentes tamaños y construidos con todo tipo de materiales: pieles, madera, juncos trenzados y, por supuesto, hierro y acero, han sido empleados sujetos por el combatiente en su brazo izquierdo, mientras en el derecho empuñaban el arma ofensiva, lanza o espada, por todos los pueblos de la humanidad: zulúes africanos, aztecas e incas, hóplitas griegos, legionarios romanos… Y en casi todas las ocasiones el escudo se ha adornado con multitud de elementos y motivos, a veces como emblemas, a veces con el interés de amedrentar al adversario.
Pero el escudo del que tratamos es el que aparece en la Edad Media y entre los combatientes cristianos, tanto en Europa como en las Cruzadas. De forma triangular, era más grande en las tropas de a pie, en las que servía para proteger buena parte del cuerpo, mientras que era más reducido entre los de a caballo por razones operativas. Pronto se decorará con determinados emblemas, entre los que destaca la cruz que distingue a los combatientes cristianos que acuden a las citadas Cruzadas contra los musulmanes.
Y, si bien el de los peones busca cierta uniformidad, similar al empleado en las legiones de Roma, pronto el de los jinetes se va a convertir en distintivo personal del guerrero que lo porta. Y va a coincidir con la aristocratizacióndel caballero como combatiente: aquel que puede costear un caballo de guerra y acude con él a la misma es más apreciado y objeto de multitud de privilegios legales: con frecuencia no paga impuestos y se dedica solo a la actividad militar, entrenándose en el uso de las armas. Ha nacido la caballeríacomo clase social asimilada a la nobleza y, como ella, rodeada de una serie de ritos y consideraciones determinados.
El caballero pelea cubierto de hierro de pies a cabeza: su cuerpo se reviste de una cota de mallas, sobre la que se colocan las piezas de una, cada vez, más complicada armadura: peto, espaldar, grebas, etc. Su rostro se oculta tras el yelmo, vislumbrándose los ojos a través de las rejillas del mismo. Pero el caballero tiene afán de singularizarse, de que lo conozca el compañero y el adversario, sobre todo si es un combatiente afamado; por ello se adorna con plumas y airones en el yelmo, con determinados colores en las vestas sobre su armadura o en las gualdrapas de su caballo y, por supuesto, decora con figuras el escudo que le sirve de defensa: ha nacido la heráldica como ciencia que trata, en principio, en conocer al caballero a través del emblema que emplea en su escudo, y cada vez será más compleja ante el número de combatientes que utilizan estos.
Así, el heraldoera un vocero o pregonero que, a gritos o con el acompañamiento de trompetas, anunciaba la presencia del caballero. Y más que en las batallas, en las justas o torneos a los que tan acostumbrada era la nobleza en los siglos medievales: los caballeros que acudían a los palenques eran proclamados por heraldos entre estentóreas aclamaciones. El heraldo cambia de función: más que un anunciante debe ser un conocedor de los caballeros a través de sus emblemas. De identificarlos, pasa a orientarlos sobre los emblemas que pueden o no portar para no confundirse con otro que emplee los mismos; además, debe establecer un simbolismo para esos elementos y ello le lleva a establecer una, cada vez más compleja, serie de normas y de reglas. El heraldo se ha convertido -valga la redundancia- en experto en heráldica, usando, además, otras denominaciones: persevantes,farautesy, al final, Reyes de Armas: auténticos notarios heráldicos encargados de acreditar el uso apropiado de los emblemas del escudo, prohibiendo, entre otras cosas, el apropiarse indebidamente de aquellos que no corresponden a una determinada persona. La Heráldica se ha oficializado a partir de estos momentos.
Lo que el caballero hace pintar en su escudo se denominan sus armas. Comienza el uso de un lenguaje específico con la frase “trae por armas…”, que es con la que el heraldo saluda al caballero al aparecer por el palenque dispuesto a pelear, describiendo las figuras que lo identifican. Por ello el escudo es, al principio, individualy propio del caballero en cuestión, aludiendo a una hazaña que ha realizado o un empresaque se propone hacer: a ello se denominan armas puras, siendo las que, posteriormente, originarán las del linaje. Era costumbre que el caballero que empezaba su carrera no decorara su escudo hasta realizar alguna hazaña digna de mención, llevándolo limpio, y denominándose, entonces, armas blancasa este emblema.
A partir del siglo XIII se producen ciertos cambios. La caballería deja de tener el papel preponderante que han tenido como tropas combatientes: el empleo del arco largo de los británicos en la batalla de Aljubarrota, en España, o de la ballesta en la de Crecy, acaban con orgullos tropeles de jinetes, que se convierten en presa fácil de los combatientes de a pie. Posteriormente, el uso de la pólvora, acaba definitivamente con dicha preeminencia y la infantería se convierte en la protagonista principal de los combates.
La Heráldica, entonces, ha cobrado ya una nueva dimensión. La caballería se ha aristocratizado del todo, adoptando determinados modos de vida propios de la sangre noble: el escudo se ha convertido en hereditario y, por tanto, identifica a un linaje y no ya al caballero individual. Los apellidos se han hecho también hereditarios y propios de ese linaje, aludiendo al lugar de procedencia o a aquel donde son señores y desconociéndolos el pueblo, que usa nombres propios o apodos alusivos a sus cualidades físicas o a sus oficios: aparecerán las distinciones entre un Rodrigo Díaz de Vivar (Rodrigo hijo de Diego, señor de Vivar) y un simple Martín Tejedor. Y también esta clase alta usa del escudo para decorar sus casas, colocándolo tallado en piedra sobre el dintel o el arco de la puerta: quizás procedente de la costumbre de las tribus germánicas de colgar sus escudos de combate de los dinteles ha nacido esta costumbre que identificará tanto a los orgullosos palacios de la nobleza como a las casas solariegasde caballeros e hidalgos.
Y será ahora cuando aparezca la misión de los heraldos de preservar el uso de los escudos de armas a quienes legítimamente tengan derecho a ellos, y solo a ellos. Aparecen los tratadistas heráldicos como D. Juan Manuel, que, por primera vez, escriben sobre estos temas. En los siglos XIV y XV se conoce un gran desarrollo de la Heráldica como ciencia, fijándose sus normas e intentando una reglamentación de la misma de forma muy rigurosa, propia de una sociedad de nobles que intentaban salvaguardar sus privilegios y su statusfrente a los recién llegados. Los escudos empiezan a ser descriptivos de la familiay, por tanto, a narrar las vicisitudes y alianzas de unas con otras. Comienzan a dividirse en partes para incluir los de otros linajes que se unen por matrimonio o para incorporar nuevos elementos diferenciadores, cuya importancia quiera tenerse en cuenta. En la página correspondiente relatamos una de las muchas evoluciones que se produjeron entre las familias de la aristocracia.
Los siglos de la Edad Moderna nos muestran los avatares de la nobleza como clase privilegiada, pero que ha entrado en fuerte controversia: son los siglos XVI, XVII y XVIII que nos muestran nobles orgullosos y pagados de su prosapia, de hidalgos muertos de hambre pero puntillosos en lo que toca a sus ancestros… La Heráldica no se escapa de esas maneras de vida y se convierte en algo fantasioso, vanidoso, con descripciones legendarias y genealogías fantásticas o inventadas, en cuya situación determinados heraldistas, como Salazar y Castro o Alonso López de Haro, tratan de reglamentar y actuar con seriedad en una simbología complicada, profusa y exagerada, tanto de elementos descriptivos incluidos en el escudo como de adornos exteriores del mismo (no en balde estamos en los siglos del Barroco): lambrequines, yelmos y coronas, manteletes, banderas y mantos, tenantes de fantásticas y quiméricas figuras hacen de los escudos piezas de barroca decoración. Tanto en su empleo más usual: el escudo de armas que se talla sobre las puertas de las casas solariegas y palacios, como en otros adornos: reposteros, frentes de chimeneas, decoración de muebles, sigilografía, etc.
El siglo XIX, además de por incidir en los aspectos anteriores, nos hace asistir a la aparición de la Heráldica como emblemática de las instituciones. Efectivamente, el nuevo estado liberal trata de adoptar un emblema que lo identifique, independientemente del de su soberano, al igual que se ha hecho con la bandera: aparecerán los escudos estatales, que con frecuencia estarán inspirados o repetirán los emblemas de sus monarcas o de su pasado histórico, pero también otros de nuevo diseño. Y, por supuesto, asistiremos a la utilización de estos emblemas por las instituciones del dicho estado: ciudades y municipios, provincias…
Y no sólo eso: una gran serie de instituciones públicas y privadas hacen lo mismo, empleando emblemas que pertenecen a la Heráldica como distintivos de universidades, colegios profesionales, unidades y cuerpos militares, institutos de Bachillerato… Hasta -ya en el siglo XX- clubes de fútbol y otros organismos deportivos han usado de estos elementos transformándolos en emblemas y logotipos propios.
En el siglo XX hemos asistido, por una parte, a una excesiva mercantilización de la Heráldica de linajes, transformándola el vulgo en “de apellidos”erróneamente, mientras que una importante serie de tratadistas tratan de enfocar con rigor estos temas: Fernández de Bethencourt, Piferrer, el Marqués de Saltillo, Julio Atienza, barón de Cobos de Belchite, y otros intentan recuperar el antiguo prestigio de la Heráldica como ciencia. Con respecto a lo que se refiere a la descripción de las de los linajes es imposible olvidar la monumental obra de García Caraffa, publicada bajo el título “Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles e hispanoamericanos”, comenzada a partir de 1920 y que totaliza 80 volúmenes desde entonces, cuya consulta resulta imprescindible cuando de una investigación seria se trate. Más modernos son heraldistas como Cadenas y Vicent, Martín de Riquer, Faustino Menéndez Pidal, Messía de la Cerda o González-Doria.
Y, mientras tanto, pueblos y ciudades, además de personas, reclaman su escudo de armas como alusivo a su pasado y emblema de su presente. En los último siglos hemos asistido al intento de resucitar emblemas perdidos o de crear otros nuevos en un número increíble. Tratamos aquí de recopilar los que a la provincia de Guadalajara se refiere y se ha autorizado su uso: el número de los mismos mostrará la importancia que el tema ha adquirido, y aún siendo nuestra provincia una da las más “despreocupadas” por esta cuestión, y aún España un país poco interesado con respecto a otros por lo mismo. Indicaremos también unas pautas necesarias a seguir por aquellos pueblos que quieran sumarse a la serie de los que han incorporado el uso de un escudo a su propia identidad.
También nuevas entidades políticas han aparecido demandando el uso de los emblemas heráldicos como alusivos a las mismas: la comunidades autónomas. Y, finalmente, y como propio de la evolución del mundo del diseño en nuestros días, estamos asistiendo a la transformación de la antigua Heráldica al mundo del logotipo. Logotipo que, no por ser más moderno y actual, prescinde del originario diseño en forma de escudo y sus componentes.