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marzo, 2018:

Caminos de Semana Santa por Guadalajara

Las ramas de robledillo de mohernandoAcabando marzo, con la primavera recién estrenada, pero aún con el soplido en las sierras del relente que pone la carne de gallina. Es el tiempo en que parece el cielo más nublado, más triste, llorón casi. Es la Semana Santa, un espacio del calendario en el que -colmados los corazones de los devotos con el recuerdo de la Pasión de Cristo, muchas gentes en muchos lugares ponen todo su entusiasmo y su piedad en la manifestación pública de su Fe. La Semana Santa ha llegado a Guadalajara, y aunque muchos están repartidos por playas y jardines, otros se afanan en las callejas empinadas de sus pueblos por revivir las tradiciones que sus antepasados pusieron como bandera de una firme voluntad trascendente.

Guadalajara ciudad va mejorando año tras año el aspecto, la imagen, de su Semana Santa. Una Federación de Cofradías y la colaboración entusiasta del Ayuntamiento capitalino, hace que nuevas procesiones, nuevos atavíos y nuevos pasos pongan en la noche del Jueves y Viernes Santo el rigor de la música fúnebre y los silencios pautados de los capuchinos. El recorrido, la familia entera generalmente, de las estaciones a lo largo del Jueves por la tarde y la mañana del Viernes, daba carácter a la ciudad, más animada que de costumbre, hecha toda una vela, un tul, un sagrario blanco.

En los pueblos se ha vivido siempre con mayor intensidad estos días. Son múltiples, casi infinitas, las variedades de celebración. Por recordar algunas, la de Usanos. La procesión del Santo Entierro salía en la noche del Viernes Santo, y durante su recorrido en torno a la iglesia, las ventanas y balcones de todas las casas del recorrido se veían alumbradas por candelas, velas, faroles y candiles de aceite, en los que temblaban sus llamas atónitas y humildes, como si fueran las almas asombradas que se entregaban al rito del misterio, la muerte del Dios. La imagen acostada de Cristo era seguida en Usanos por otra de la Virgen de la Soledad, y esa procesión humilde y sencilla, similar a la de tantos otros pueblos de la Campiña y la Alcarria sigue siendo referente común y habitual de estos días.

En el otro extremo de la provincia, en Fuentelsaz, existe una costumbre en esta época que reconoce un antiquísimo origen: en las ermitas de San Roque y de la Virgen de las Angustias se guardan siete cruces de madera en cada una de ellas; son de madera de sabina, madera incorruptible y recia donde las haya. La costumbre es que el Miércoles de Ceniza, después de la misa, las gentes van a clavar por el campo las referidas cruces, distribuyéndolas junto a los caminos que cruzan el páramo de la Sesma del Campo. De esta forma quedan conectadas las dos ermitas, mediante un auténtico viacrucis, y de esta forma durante toda la Cuaresma, y muy en especial durante la Semana Santa, las gentes de Fuentelsaz pueden hacer las catorce estaciones de la Pasión de Cristo a lo largo del Camino de las Cruces, que es como vulgarmente se le conoce.

En las tardes de los domingos de la Cuaresma, se solían hacer apuestas entre la juventud, para ver quien era capaz de hacer el Vía Crucis entero con varias cruces encima, en plan penitencia. El Viernes Santo, por fin, el pueblo todo se unía en una procesión por este recorrido, mientras los campos, fríos aún, ateridos como pocos, en la altura de Fuentelsaz se sobrecogen ante tal manifestación.

Entre las más curiosas costumbres de la Cuaresma alcarreña, pueden contarse las Ramas de Robledillo. Largos siglos tiene la tradición en este pueblo campiñero de reunirse las mozas y elegir a las Ramas que sustituirán a las que lo fueron el año anterior. Las Ramas no son otra cosa que las tres mozas que durante la Cuaresma, y muy especialmente el Domingo de Ramos, desempeñan unas funciones consistentes en ir por todo el pueblo pidiendo donativos para cera y velas que depués se usarán consumiéndose ante el monumento de Jueves Santo y en todos los actos de esta Semana tan religiosa. El Domingo de Ramos, las Ramas confeccionan una especie de gran escudo de forma ovalada, a base de cintas, medallas, cruces, abalorios, relicarios y miniaturas, poniendo sobre su extremo superior tres ramitas de olivo. Además se adornan dos espadas o floretes con lazos y cascabeles en sus empuñaduras. Armadas con estos tres símbolos, las Ramas de Robledillo se dirigen a la iglesia y allí los depositan ante el altar mayor, en el transcurso de la misa. Ataviadas con falda y chaquetilla negra, blusa blanca con encajes en el pecho, cuello y puños, mantilla de encaje negra en la cabeza, medias blancas y zapato negro, las Ramas de Robledillo son toda una institución en el pueblo y uno de los más sencillos y hermosos manifiestos del folclore religioso de Guadalajara.

Ya con una consolidada tradición, pues lleva más de cuarenta haciéndose, en Hiendelaencina, (el pueblo de las minas de plata), el Viernes Santo se celebra la Pasión Vivente. Consiste esta vistosa celebración en una representación comunitaria al aire libre, en la que intervienen una buena parte de los vecinos del pueblo, todos ellos vestidos con trajes de la época de la Pasión de Cristo, auxiliados incluso por alguna decoración ambiental, especialmente inspirada en los palacios de Poncio Pilato y el Sanedrín, que se montan en dos de los extremos de la Plaza Mayor; en su centro, junto a la fuente, se instala un olivo entre unas matas de romero y unas grandes piedras, figurando así el Monte de los Olivos. Cuando por la calle del Comercio aparece Jesús montado en una borriquilla, rodeado y seguido del pueblo que le aclama con palmas y ramos, mientras algunos extienden sus mantos por el suelo a su paso, puede decirse que comienza la representación, y a partir de ese momento se sucederán las escenas, muy medidas y bien ambientadas, de la Pasión Completa de Jesucristo. Así, pues, a la entrada en Jerusalén seguirán la oración del huerto, el Prendimiento, el juicio ante los jerarcas judíos y romanos, cruzando la plaza los actores de palacio en palacio, acabando en la condena y flagelación, y en la imposición del manto y de la corona de espinas. El tránsito por la calle de la Amargura, con sus caídas con la cruz a cuestas, mas las escenas de la Verónica y el Cirineo, se representan con gran patetismo por la calle del Cementerio y el Camino de la Dehesa, al final del cual, y sobre un pequeño montículo, se desarrolla con gran realismo la escena de la Crucifixión de Jesús entre los dos ladrones, mientras suena el llanto de las tres Marías y los soldados, distraidos, se juegan sus vestidos a los dados. Finalmente, se llega al trance de la muerte, que la representan con tal verismo que parece cierta, pues los efectos especiales preparados al efecto la hacen acompañarse de ruidos de truenos y disparos de flash simulando relámpagos. El espectáculo es realmente emocionante, sobre todo teniendo en cuenta que se desarrolla la Pasión Viviente al aire libre, enmarcada siempre por el paisaje de montañas bravías, muy a menudo aún nevadas, a las que preside el Santo Alto Rey muy cercano.

Hoy son varias las localidades de la provincia que organizan también “Pasión Viviente”. Entre ellas destacaría la de la localidad alcarreña de Albalate de Zorita, que también cuenta con larga tradición en esta presentación religiosa. Es otra alternativa a visitar.

Aunque el Viernes Santo muchos alcarreños lo pasarán lejos de sus habituales lugares de residencia, en muchos otros anidará aún esa nostalgia y el impulso de participar en la celebración litúrgica de la Iglesia: las procesiones, los pasos, el rezo bajo y el adorno sinfin de costumbres ancestrales, dan a estas celebraciones un aire propio, un nuevo valor a nuestras más puras raíces territoriales.

López de los Mozos, ya pasado

Jose Ramon Lopez de los MozosLa semana pasada fallecía, y era despedido por muchos alcarreños que le admiraban, nuestro amigo y compañero, entre otros muchos lugares, de estas páginas de “Nueva Alcarria”. Ahora conviene echar un poco la mirada atrás, y decir algo –tiene que ser breve a la fuerza, para no cansar a mis lectores- por lo que López de los Mozos pasa a la historia de Guadalajara.

El capital más seguro que tiene el hombre, a lo largo de su vida, es el tiempo. En él caben todas las aventuras, el despliegue de las esperanzas, el remate de los esfuerzos. Nada que ver con los dineros, con las propiedades, con las influencias… desnudos llegamos y desnudos nos vamos. Lo que caiga entre medias serán golpes de suerte. Pero a la suerte, que los antiguos la pintaban calva, hay que agarrarla al amanecer, porque pasa muy temprano por la puerta de las casas. Hay que llamarla entrenando, y hay que conquistarla trabajando.

Digo esto a cuento de que a mi amigo José Ramón López de los Mozos, que acaba de dejarnos en amarga nostalgia de amistades, nadie le regaló nada, y lo que ha conseguido (fundamentalmente la amistad y la admiración de muchos alcarreños) ha sido a base de su propio esfuerzo. De eso que los americanos llaman determinación. O sea: plantearse hacer algo, que no han hecho otros antes, y no parar hasta conseguirlo.

Visión de las esencias

José Ramón López de los Mozos estudió en Guadalajara los primarios estudios, se hizo lo que hoy se llama graduado en Pedagogía (o sea, maestro), y se dedicó a la gestión administrativa en la Diputación Provincial de Guadalajara, en el área de la Cultura.
Pero eso que son, en brevedad estricta, los datos académicos y profesionales de su figura, apenas tienen relieve si los emparejamos a las tareas que realizó sin compromiso previo con nadie, tan solo porque le gustaba hacerlas. Y fueron estas, fundamentalmente, la búsqueda de las esencias de Guadalajara, de sus gentes, de sus tierras, de sus fiestas, de sus efemérides, de sus guerras y de sus huellas en la piedra, en el aire, en los sonidos.

Se le ha calificado a López de los Mozos como etnólogo, que viene a ser algo así como estudioso o especialista en los modos de comportamiento humano. Una especie de antropología de base, radicada en su caso sobre un territorio que lleva ya casi dos siglos de existencia: la provincia de Guadalajara.

De ese interés, de su profundo análisis, de su incansable sondeo, han surgido trabajos escritos, libros, artículos, conferencias, asesorías, dictámenes y, sobre todo, la amigable traslación a los demás de cuanto aprendía o encontraba.

De ahí que sea hoy considerado como el más atento estudioso de las botargas de nuestra tierra. Por empezar por algo. Pero también de los refranes, de los gentilicios, de los topónimos, de las danzas, de los ritos ancestrales, de las canciones de ronda, de los mayos, de los autos sacramentales, de las vestimentas, de las estelas funerarias… interminable sería la relación de los temas tocados por nuestro amigo, que pueden plasmarse en un listado de títulos, de referencias bibliográficas, de breves resúmenes. Algún día, y por alguien que tenga el esfuerzo entre sus virtudes anclado, deberá hacerse esa relación, y aún sacar a luz una antología de sus mejores aportaciones.

Como editor tuve la gran suerte de poder sacar a librerías su obra mejor calificada, las “Fiestas Tradicionales de Guadalajara”, y como historiador, colaborar con él (y junto a García de Paz) en la redacción de una Historia de Peñalver en la que López de los Mozos aportó un enorme aluvión de datos antropológicos y etnológicos hasta entonces desconocidos.

También “Nueva Alcarria” tuvo la suerte de contar con su ancho saber en la preparación de otro libro, gigantesco y hermoso, sobre “Guadalajara: Fiesta y Tradición” cuya portada acompaña a estas notas. Habrá que hacer esa antología, aunque sea labor dificil, porque el fruto de su pluma y sus trabajos de investigación han dejado un reguero de cientos de títulos y temas.

Análisis de los libros

Otra de las tareas en las que López de los Mozos destacó, y se hizo único, fue en la bibliográfica, en la recopilación de datos escritos y publicados sobre temas provinciales. De esa manera, se ocupó de llenar siempre las páginas de Bibliografía de revistas de tanta altura como “Revista de Folklore”, “Cuadernos de Dialectología”, “Wad-Al-Hayara” y “Cuadernos de Etnología de Guadalajara”, que él fundó, y de la que no ha podido llegar a ver impreso el número 50, que se proyecta para este año. En él deberá figurar un homenaje, aunque sea mínimo, a su figura de creador de caminos. Sus ultimas aportaciones las hizo precisamente en estas páginas de “Nueva Alcarria”, en las que semanalmente durante casi ocho años ha cuajado su análisis bibliográfico en la sección “Baúl de Libros”.

Colaboramos juntos, durante estos últimos diez años, en un blog bibliográfico que ha alcanzado en este tiempo a tener un cuarto de millón de lectores. Se trata de “Libros de Guadalajara” (www.librosdeguadalajara.blogspot.com), y que a lo largo de este tiempo ha colgado en pantallas casi 700 referencias bibliográficas y artículos de análisis sobre libros de Guadalajara. Aunque lo creé yo y lo mantengo aún, pero fue López de los Mozos quien lo nutrió de contenido. Creo que esta es otra de sus grandes obras, que no deberían caer en el olvido, ni andar perdidas en el silencio de nuestra sociedad local.

La senda cultural

En otro aspecto, más amplio, más diverso y posiblemente más conocido, trabajó José Ramón en su fructífera dinámica social. Fue en eso que ahora llamamos dinamización cultural. Participó desde sus inicios en la “Institución Provincial de Cultura Marqués de Santillana”, eje dinamizador de la cultura provincial durante un par de décadas. Estuvo activo en el Núcleo “Pedro González de Mendoza” y fue uno de los creadores y mantenedores de “Enjambre”, un grupo literario con mucha fuerza.

Allí donde se fraguaba una actividad cultural que supusiera mover los ánimos de la siempre adormecida sociedad guadalajareña, estaba López de los Mozos. Por ejemplo, en el alumbramiento de los “Encuentros de Historiadores del Valle del Henares” que tal catarata de aportaciones científicas ha supuesto para esta tierra. Desde el primero de esos Encuentros, en 1988, hasta el último del pasado año, José Ramón ha sido secretario y alma mater de la organización de los mismos.

La Biblioteca de Investigadores de la provincia de Guadalajara, y en el contexto oficial de la Diputación Provincial, fue iniciativa suya y a su tarea incasable se debe su creación, organización y existencia. Aparte de reunir por todas partes donde pudo los miles de libros alcarreñistas que hoy la integran, captó la aportación fundamental de Sinforiano García Sanz, también bibliófilo y coleccionista. Quizás sea (aun en el difícil parangón de todas sus actividades) esta la más importante de todas.

Últimamente presidió la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara, dirigiendo su Revista, participando en los coloquios y congresos que organiza, en los viajes culturales a espacios arqueológicos, etc. Y todo ello, todo lo que he referido aquí brevemente, y deprisa en esta hora prieta de la despedida, sin tener carnet de conducir, y sin haber pilotado nunca un coche. Que hoy por hoy, según están los tiempos, parece todavía más titánica y milagrosa circunstancia.

La Ruta de la Lana por Guadalajara

El camino de Santiago por la ruta de la lana por la provincia de GuadalajaraUno de los elementos que puede constituir una nueva fortaleza para el Turismo por Guadalajara, es la revitalización de la Ruta de la Lana, o Camino de Santiago, a través de nuestra provincia.

En este sentido, un libro que acaba de aparecer, fruto de una serie de viajes y una larga dosis de esfuerzo y entusiasmo por parte de su autor, el doctor Alvarez de los Heros, es la prueba más contundente de que ese es un Camino por hacer, una verdadera autopista de oportunidades.

Desde hace muchos siglos, los fieles cristianos, y sobre todo los devotos del Apóstol Santiago, declarado después Patrón de España, han recorrido el camino que desde su casa lleva a la catedral de Santiago de Compostela, donde está el sepulcro de este santo varón.

Como es lógico, habrá tantos “caminos a Santiago” como peregrinos a lo largo de los siglos se movieron. Pero al final hubo unos caminos que se encargaron de canalizar el mayor trasiego de gentes andariegas. Y así se crearon numerosos caminos santiaguistas por toda Europa, y por la Península Ibérica estuvo y sigue estando el llamado “Camino Francés” que desde el Pirineo (por Jaca, o por Roncesavlles) lleva paralelo a la costa cantábrica hasta la tumba del Apóstol.

Pero muchas otras gentes fueron allá desde diversos lugares de España. Uno de esos lugares eran Sevilla, Córdoba, el valle del Guadalquivir, donde siempre hubo cantidad de mozárabes que hacíanel llamado “Camino de la Plata” para subir, atravesando Extremadura, hasta Astorga y allí enlazar con el camino francés. Otro, famoso y transitado, fue el Camino de Levante, que desde Valencia y Alicante se dirigía, cruzando las montañas levantinas, la Mancha, las Alcarrias y los páramos sorianos, hasta Burgos, para también entroncar con el Camino Francés.

Este Camino de Levante coincidió mucho tiempo con el Camino de la Lana, que servía para que los ganaderos llevaran sus ganados, y los comerciantes sus lanas, hasta Burgos. La travesía se hacía por el interior de las sierras de Levante, por Cuenca, por la actual Guadalajara, por Soria, hasta llegar a Burgos.

Es por ello que al Camino de Santiago por la provincia de Guadalajara se le llamara siempre “La Ruta de la Lana” por esa coincidencia. La Ruta de la Lana coincide en su mayor parte con el camino jacobeo que en el “Repertorio de Alonso de Meneses” (siglo XVI) iba desde Cuenca a Burgos y por el que iban la lana de la Alcarria y los paños de Cuenca hacia las ferias de Medina del Campo y el Consulado de Burgos. En su origen, la Ruta de la Lana fue usada por esquiladores, ganaderos y comerciantes para llegar al gran centro comercial de la lana que era la ciudad de Burgos.

Este Camino fue seguido, también en parte, por el rey Felipe III cuando desde sus bodas en Valencia vino a visitar el Monasterio alcarreño de La Salceda (1604), y sabemos que se seguía siendo usado en el siglo XVIII y Madoz más tarde en su Diccionario (1850) lo menciona repetidamente (“Caminos: los locales y el que conduce a Valencia y Cuenca”) al describir las villas alcarreñas por las que pasa. En varias zonas (Gárgoles, Miedes…) coincide con antiguas vías romanas, de las que a veces encuentra los restos el caminante.

Datos concretos del Camino

Desde Cuenca, esta Ruta de la Lana iba por El Villar, Torralba, Priego, Valdeolivas, Salmerón, Trillo, Cifuentes, Mandayona, Atienza y Miedes, continuando por Retortillo, El Fresno, Inés, San Esteban de Gormaz, Alcubilla, Huerta del Rey, Silos, Retuerta, Cobarrubias, Hontoria, Venta de los Molinos y Burgos. De allí el Camino Francés sigue por Castrojériz, Fromista, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada y Samos hasta Santiago de Compostela.

Está documentado que la “Ruta de la Lana” fue aprovechada por diferentes peregrinos para llegar a Compostela. No fueron muchos los que dejaron escrito su periplo, pero algunos sí lo hicieron.

Existe un relato escrito en valenciano, L’Espill (“El Espejo”) que relata un viaje a Santiago hecho por su autor, Jaume Roig, antes de 1460. El más conocido, porque ha servido como eje para el primer libro que sobre esta Ruta se ha escrito, es que hicieron en la primavera de 1624 Francisco Patiño, su mujer María de Franchis y su primo Sebastián de la Huerta, quienes desde Monteagudo de las Salinas (Cuenca), se lanzaron al Camino para cumplir con un voto hecho al apóstol en momentos peligrosos de sus vidas. Dan señal de su paso por Astorga y Molinaseca.

Siguiendo las descripciones que estos personajes hacen, y que recoge el Antonio López Ferreiro en la Historia de la Santa Apostólica Metropolitana Iglesia de Santiago. Tomo IX, págs. 315-318. Apéndices documentales XI (págs. 50-52) y XII (págs. 53-74), el peregrino que saliera de Monteagudo de las Salinas (Cuenca), llegaría al final del tercer día de camino a la Alcarria conquense por Albalate de las Nogueras hacia Villaconejos de Trabaque. La cuarta etapa (Villaconejos – Salmerón, 24 Km.) la haría por Villaconejos a Albendea (14 Km.), de Albendea a Valdeolivas (4 Km.) y de Valdeolivas a Salmerón (6 Km.), ya en la provincia de Guadalajara. La quinta etapa (de Salmerón a Cifuentes. 34 Km.) iría desde Salmerón subiendo a Villaescusa de Palositos y Viana de Mondéjar (16 Km.), de Viana de Mondéjar a Trillo (9 Km.), de Trillo a Gárgoles de Abajo (4 Km.) y de Gárgoles de Abajo a Cifuentes (5 Km.).

La sexta etapa (de Cifuentes a Baides, 33 Km.) iría desde Cifuentes a Moranchel (5 Km.), de Moranchel a Las Inviernas (7 Km.), de Las Inviernas a Mirabueno (10 Km.), de Mirabueno a Mandayona (3 Km.) y finalmente de Mandayona a Baides (8 Km.). La etapa séptima (de Baides a Atienza, 27 Km.) saldría de Baides para pasar por Viana de Jadraque, Huérmeces del Cerro, Santiuste, Riofrío del Llano para llegar a Atienza.

La octava y última etapa por nuestra provincia discurriría desde Atienza por Tordelloso y Alpedroches hasta Miedes de Atienza, y de aquí subiendo el Alto de la Carrascosa entrar en Soria a Retortillo de Soria y Tarancueña.

Opciones ruteras y turísticas

Desde hace pocos años se ha mezclado la antigua devoción religiosa con la curiosidad turística. Aprovechando el “tirón” se han hecho numerosas rutas de senderismo, bicicleta o en caballería y “Caminos de Santiago” por casi todas partes, alcanzando así unas aceptables opciones de promover un desarrollo rural sostenible en zonas que podrían ser poco visitadas.

La Federación Española de Amigos del Camino de Santiago (web http://www.caminosantiago.org) agrupa a la mayoría de estas asociaciones para informar y dar soporte a los peregrinos (o a los simples viajeros) que recorren una serie de rutas establecidas, teniendo una merecida buena fama. Ha recuperado y señalizado diferentes rutas jacobeas y publica desde 1987 la mejor y más difundida revista a este respecto, “Peregrino”, dirigida por José Antonio Ortiz Baeza.

En Guadalajara existe una Asociación de Amigos del Camino de Santiago, con una página web (www.deguadalajaraasantiago.blogspot.com.es) y muy notable actividad, que estos pasados años ha cuajado en la normalización, señalización y balizado del Camino que atraviesa nuestra provincia.

Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara

Libros sobre la Ruta de la Lana

Hace casi veinte años apareció el primero de una serie de libros que han tratado de abrir el Camino de Santiago por nuestra tierra, recuperando la antiquísima tradición que casi llegó a perderse.

El primero de ellos fue el titulado “La Ruta de la Lana” que escribieron Jesús Herminio Pareja Pérez y Vicente Malabia Martínez y editó la Editorial Alfonsiópolis, de Cuenca, en 1999.

Muy interesante es el libro “Los Caminos de Santiago en la Guadalajara medieval” escrito por Margarita del Olmo y Emilio Cuenca en 2009 y editado por “Nueva Alcarria”.

Luego hicieron una guía del Camino de Santiago por Guadalajara, siguiendo esta Ruta de la Lana y otras variantes, Angel de Juan-García Aguado y Manuel Martín Aranda, con un libro titulado “De Guadalajara a Santiago, un camino por conocer”, en 2010, editado por Editores del Henares, con el patrocinio de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara.

Y ahora es el doctor don Fernando Álvarez de los Heros (Avilés, Asturias, 1950), Caballero de la Orden del Camino de Santiago , quien ha realizado de nuevo este camino y ha plasmado su experiencia en un estupendo libro /guía para poder hacer con comodidad y “a la moderna” este trayecto que era el que usaban también los peregrinos que se decidían desde el Levante español a visitar al Apóstol en Galicia.

El libro está muy bien escrito, y para ser la primera aventura literaria del autor, no tiene un solo pero: es amable, gracioso, entretenido, útil, erudito y práctico. Una guía viajera en toda regla. Lleva además las fotografías de los lugares por donde discurre, y los testimonios que atestiguan el paso del viajero por pueblos y barrancas.

Lleva un Prólogo mío, y una introducción que explica el sentido del libro y el significado del Camino. Le siguen 19 capítulos que corresponden cada uno a una de las etapas de este Camino. En cada uno de ellos aparece, de inicio, a página completa, un mapa con el trazado de la ruta seguida por el viajero, así como cuatro epígrafes medidos y adecuados: la llegada, el pueblo, datos útiles y el camino. Cuenta así cómo se llega al pueblo, lo que en él hay que ver o las anécdotas que en él suceden, los datos referentes a Albergues, Casas Rurales, restaurantes, bares, médico, etc, y finalmente concluye con unas indicaciones de cómo seguir ruta hacia la siguiente etapa.

El libro acaba con un obligado epílogo en el que describe el trazado de la “Ruta de la Lana” entre Mandayona y Atienza, y que no es el que el viajero sigue, porque no era el auténtico Camino de Santiago. Así nos da los datos justos para saber que Sigüenza, la episcopal ciudad, tuvo descansadero de reses, y alojo de caminantes, pero referido a los viajeros que hacían la ruta lanera, no el periplo jacobeo.

En definitiva, y tras haber tenido un buen rato este libro entre las manos, curioseado por sus mapas y visto sus imágenes, al lector le entran unas ganas irrefrenables de echarse al camino, y hacer entero este zig-zag de cuestas, ríos, plazas mayores y ermitas perdidas.

Creo sinceramente que no solamente es una buena guía viajera, sino que se presenta seguro como una estupenda promoción de la provincia de Guadalajara, que como aquí demuestra Álvarez de los Heros, tiene muchas más cosas que mostrar que los tan manidos caminos del románico, de Camilo José Cela o de la Arquitectura Negra. Este “Camino de Santiago por la Ruta de la Lana”… debería ser librito que cupiera en todos los macutos de quienes vienen a esta tierra a sorprenderse de ella.

La capilla del hidalgo Diego Garcia de Guadalajara

Escudo del hidalgo Diego Garcia de Guadalajara en la capilla gótica de Santiago de GuadalajaraEn estos días han concluido las tareas de restauración, limpieza y acondicionamiento de uno de nuestros rincones más emblemáticos: la capilla del Contador Real don Diego García de Guadalajara, en la cabecera del tempo parroquial de Santiago. Y tras esas tareas pueden verse las luces, los colores y los símbolos (escudos, dragones, letreros…) que le dan valor artístico y fuerza histórica.

Entrar en Santiago es siempre una experiencia. El hecho de pasar del nivel de la calle a su profunda nave, parece trasladarnos a un mundo de criptas y húmedas sombras en las que nos van apareciendo, a diestro y siniestro, recuerdos de antiguas épocas. Santiago, que fue la iglesia enorme de un convento de monjas clarisas, ha sufrido muchos avatares, pero es al fin un lugar de culto en el que palpita siempre la vena segura del encuentro con Dios. No solo personal e íntimo: también conducido por la luz de los vitrales, por el ansia de elevación de los pilares pétreos; por esa razón alegre del ladrillo mudéjar. Y al fin por ese vericueto valiente de la capilla gótica del fondo de la nave de la epístola, o la renacentista covarrubiesca del fondo de la nave del evangelio.

A la primera de ellas me dirijo hoy. Porque la han arreglado, la ha restaurado y reucperado en su primitivo valor de luces y colores. La suelen llamar (guías y gentes habituales) la “capilla gótica de Santiago”. Es una forma de identificarla. Realmente se trata de la capilla que a la iglesia clarisa quiso añadir un alto funcionario real para en ella ser enterrado. En 1452 don Diego García de Guadalajara la fundó, y enseguida los buenos maestros de obra que a mediados del siglo XV había en la ciudad la dieron dimensión, altura y vanos.

Su planta, que continúa a través de un arco, la de la nave meridional del templo, tiene unos 7 metros de larga, por la mitad de ancha. Consta de dos tramos separados por delgados haces de columnas adosadas al muro adornadas con afiligranados collarines en vez de capiteles, donde lucen los escudos del fundador y sobre los que apoya un arco apuntado adornado en su intradós por calada piedra; el fondo de la capilla, lo qie podríamos llamar su presbiterio, ofrece la inserción de la apuntada bóveda nervada en el muro. Con mucho tino hecho todo. Los nervios descansan sobre unas ménsulas similares a los collarines del tramo, y en la clave de la bóveda aparece como volando, colgando de ella, un pétreo y dorado rosetón tallado en piedra de Tamajón y ahora pulcramente dorado.

El escudo familiar de los García de Guadalajara es muy simple: se trata de una banda de gules sobre el campo de oro. En este, el borde se cubre con frase de letras azules que dice “Ave Maria Gratia Plena dominus Tecum”, lo cual nos da a entender dos cosas: que aun siendo hihodalgo, el caballero comitente pertenecía a la Orden de la Banda, fundada siglos antes en nuestra ciudad. Y otra que se consideraba familiar, no sabemos en qué grado, de la familia de los Mendoza y de la Vega, grandes magnates por entonces de este lugar.

Una de las espectaculares razones por las que conviene ahora visitar esta capilla, son los dragones, pintados sobre las nervaturas, que han aparecido al limpiar, similares a los que pululan por los nervios de la bóveda principal del convento de San Francisco. Y similares a muchos otros conjuntos góticos del arte español de la segunda mitad del siglo XV

Estos dragones, monstruos terribles, de color verde el cuerpo, escamas sobre el dorso, cabezas enormes, fauces abiertas de las que salen largas lenguas rojas, y miradas exoftálmicas, tienen dos posibles funciones. Una de ellas, la meramente decorativa, porque enaltecen la forma simple del arco con esos colores y formas. Y la otra, una función simbólica de protección, sugiriendo que su poder suprahumano está defendiendo al muerto/muertos que descansan en la capilla.

En la parte del muro y bajo el arranque de los nervios apuntados, corre la leyenda que identifica, tras tantos siglos, a la capilla y su autor. Ahora todo límpido, brillante, con claridad se leer: ESTA CAPILLA FUNDÓ EL NOBLE CAVALLERO DIEGO GARCIA DE GUADALFAJARA, SECRETARIO DEL REY DON JUAN Y DEL CONSEJO DEL REY DON FERNANDO Y DOÑA YSABEL SUS HIJOS. ACABÓSE AÑO DE MCCCCLII AÑOS.

Del análisis de la frase, de lo que dice Núñez de castro en su Historia de Guadalajara, y de algunos documentos, el cronista Layna llega a identificar a este personaje, el don Diego García de Guadalajara, a quien se nos hace difícil ver formando parte del Consejo de los Reyes Católicos en 1452, cuando estos aún ni habían ennoviado.

Este sujeto, secretario que fue del rey Juan II, según nos dice en la cartela, tuvo por padre a otro caballero del mismo nombre, regidor que fue del estado de los caballeros hijosdalgo de la ciudad, en la primera mitad del siglo XV. Del fundador de la capilla se dice en un documento que fue varon de aventajadas prendas y de tan gran talento que el Rey don Juan el Segundo le escogió por su Secretario y de su Consejo. Y del hijo de este, también llamado Diego García de Guadalajara, se sabe que fue secretario en la ciudad del gran Cardenal Mendoza, además de regidor perpetuo del burgo.

De los tres Diegos, el de en medio es quien construye esta capilla gótica, cuyos escudos dominan ahora con su brillo el conjunto arquitectónico. Aunque la acabó en 1452 como se dice en la cartela, no debió dotarla hasta algunos años después, cuando entre 1462 y 1470 fue regidor, según consta en el documento de las Ordenanzas Antiguas del vino, que redactaron y aprobaron con sus firmas los regidores, estando “en el corral de Santo Domingo” (la ermita que ocupaba el rincón norte de la actual plaza mayor) el 16 de septiembre de 1463.

Piensa Layna que tras la batalla de Toro en 1475, el contador don Diego García mejoró su estado, pero siendo ya mayor entonces, fallecería hacia 1478. Un curioso documento que encontró el cronista nos permite saber que su viuda, doña Leonor García de Torres, dispone la distribución de las mandas que aquel dejó en su testamento, y que consistían en “tres mil mrvs. de censo perpetuo cada año sobre ciertas casas de su propiedad en la colación de Santiago, más cinco pares de buenas gallinas también como censo anual perpetuo, con obligación por parte del convento de que cada viernes se diga una misa cantada de réquiem por el alma del fundador, el día de la Magdalena, un oficio también cantado y al día siguiente una misa”.

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por Trallero

 

Hoy tiene el fondo de esta capilla un pequeño retablo dedicado a la Virgen María en su advocación de El Pilar. Antiguamente, -se sabe por referencias escritas- hubo un retablo gótico constituido por tres tablas pintadas separadas por hacecillos de columnas, protegidas por doseletes calados y un guardapolvo finamente tallado; quienes lo vieron (José María Quadrado, y Juan Diges Antón) lo describieron como retablo borroso, antiguo y mal dispuesto, pero es muy posible que, si fue pintado por mandado del fundador, como es lógico, hacia 1465/1475, posiblemente fueran sus autores los pintores avecindados en la ciudad Sancho de Zamora y Juan de Segovia, que por entonces pintaron el retablo del convento de San Bernardo. El de Santa Clara lo vendieron las monjas, junto con muchas otras piezas artísticas, incluida la talla mortuoria de don Juan de Zúñiga, a algún chamarilero, parando Dios sabe donde. Lo más seguro, en algún museo norteamericano, que es donde hace poco identificó Tomás Barra la estatua yacente de don Juan de Zúñiga (en el Museo de los Angeles, CA), procedente también de aquella almoneda.

El caso es que hoy se ha rescatado de la oscura desmemoria esta capilla gótica del contador don Diego García de Guadalajara, que añade un motivo más para visitar, y admirar, la iglesia (hoy parroquial de Santiago) de las señoras monjas de Santa Clara.

Por la Calle Mayor de la Celtiberia

torre de los moros en Luzon GuadalajaraEl pasado domingo se llevó a cabo, organizada por el Colegio Oficial de Médicos de Guadalajara, una marcha-rutera por la “Calle Mayor de la Celtiberia”. Un amplio número de médicos y médicas, en autobús desde Guadalajara, y a pie desde Anguita a Luzón, nos marcamos el paseo que hay de un pueblo a otro, con tranquilidad y sin perder el paso. Dos leguas de nada…

El Cantar del Mío Cid nos refiere que don Rodrigo Díaz de Vivar, cuando fue expulsado de la corte de Castilla por desavenencias con su Rey y señor, Alfonso el sexto, se arropó de numerosos caballeros fieles, y se desnaturalizaron del reino. Pensaban hacer la guerra por su cuenta, contra quien se pusiera por delante, pero fundamentalmente contra los moros del reino de Zaragoza, y contra los de Valencia… porque a todos ellos podían sacar más dinero, y bienes, que a cualquier otro. Corría el año 1081, y ese camino que Mío Cid (como le llaman los suyos, “mi señor”) recorre lentamente, pasa por lo que hoy es provincia de Guadalajara, atravesándola desde su extremo noroeste (entra por Miedes, y va hacia Atienza, a la que no se atreve a atacar por saberla muy fuerte) hacia el sureste, quedando a residir una temporada en Molina, hecho amigo de su señor Abengalbón. El paso por estas tierras nos deja algunas evidencias toponímicas en el Cantar de Gesta. Así, sabemos que El Cid pasó por Anguita, en cuyas cuevas durmió, al menos una noche. Estaban esas cuevas en el angosto paso que el río Tajuña hace junto al pueblo, bajo la actual Torre de la Cigüeña, que entonces sería castejón más defendido. Y de allí siguió camino hacia el Campo Taranz (“passaron las aguas / entraron al campo de Torancio”) que es la altura de Maranchón, por lo que no cabe ninguna duda que el Cid y su ejército recorrió este camino que hoy vamos a hacer, sabiendo además que cruzamos por otro de los ejes fundamentales de la vida celtíbera.

Anguita nos recibe y nos despide

Al llegar a Anguita, medio pueblo (teniendo en cuenta que ahora en invierno no lo pueblan más de 70 personas) nos recibe. Saben que venimos en son de paz, y ese son suena desde las dulzainas y los atabales que los MediCid portan en sus espaldas. Son estos José María Alonso Gordo, Octavio Pascual, y Carlos Royo Sánchez, tres médicos guadalajareños que llevan años recorriendo la España Cidiana (junto a Juan José Palacios) a bordo de sus bicicletas. Ellos sí que saben de esto, de los caminos recónditos y las plazuelas abiertas.

Aquí admiramos la recia fisonomía de Anguita, la digna presencia de su Casa Ayuntamiento, el altivo edificio de su ermita de Nuestra Señora de la Lastra, que hace de iglesia parroquial, porque la verdadera parroquia, San Pedro, un vetusto edificio gótico, y eje del barrio primitivo de la Hoz (o de las Cuevas) está habitualmente cerrado. Tras el concierto, y la reparación de fuerzas en forma de un suculento desayuno, los viajeros se lanzan por el camino hacia Luzón. Nuestro agradecimiento será eterno especialmente a José María (Pepe), y a Santos Ballesteros el alcalde, que se han desvivido por enseñarnos todo lo que en Anguita merece la pena verse.

La Torre de los Moros

Al salir de Anguita, vamos descubriendo hitos geográficos que tienen, todos, su propio nombre y su propia leyenda: la Peña del Águila, las Mijotas, Ceño el Ojo, la Roca Horadada, y entre ellos, aunque ahora mustios de color y empaque, los avellanos, las sabinas, los robles y las encinas…

Después de pasar por varios estrechos, y ver las grandes cuevas del entorno, se llega a un recodo del camino que está presidido por una enorme torre de medieval origen. El cerro en el que asienta, veinte metros sobre el camino, está además medio volado, lo que le añade un poderoso efecto de perspectiva.

Esta torre, a la que la gente de aquí llama “de los moros” es una construcción de incierta época, pero seguro que medieval, de hacia el siglo XII, porque esta que fue tierra de paso, era también de frontera, en esa época, entre Castilla y el Señorío de Molina. Posiblemente hubo antes un pequeño castrum celtíbero, y luego un hisn musulmán, pero los castellanos terminaron de levantar esta torre, defensiva a todas luces, porque la entrada la tiene en el primer piso de la construcción.

Ya desmochada, no se sabe cómo sería su cubierta, posiblemente remataba en terraza, almenada, y a su vez cubierta de armadura de madera, para proteger a los vigilantes. Lo más curioso de ella, aparte del contraste del color de las piedras de los paramentos y las esquinas, es el hecho de que lleva incrustadas algunas piedras talladas con elementos cruciformes, propias de haber servido de estelas funerarias.

La ciudad celtibérica de La Cava

Poco más de quinientos metros río arriba, siguiendo el camino fácil, llegamos a un lugar espectacular. Es la ciudad celtibérica de “La Cava”, sobre un altozano, defendido naturalmente, pero todo él rodeado de una fortísima muralla en la que se aprecian dos entradas (quizas protegidas por torreones en su día).

Los viajeros ven al otro lado del río un montículo, no muy elevado, en el que se aprecian evidentes restos de fortificación, aunque estén ocultos entre densas matas de rebollos. Hay un pequeño puente que nos permite cruzar el río, y enseguida nos plantamos ante el conjunto arqueológico, que es (según los expertos) más una ciudad que un castro. Le llaman de “La Cava” y aunque se conoce de siempre, fue metódicamente analizado extrayendo restos cerámicos, haciendo mediciones y levantando planos y alzados del mismo, por tres arqueólogos a los que cabe aquí rendir tributo de admiración por su tarea. Fue en 1989, y eran ellos E. Iglesias, J. Arenas y Miguel Angel Cuadrado.

Analizaron el conjunto, pura ruina, y llegaron a las siguientes conclusiones: “La Cava” de Luzón es una ciudad celtibérica, ocupada entre los siglos III a I antes de Cristo por varias “gens” o familias amplias de la tribu de los bellos, o de los tittos, que eran las que Celtiberia tenía repartidas por estos altos. Bien es verdad que podrían haber pertenecido también a los lusones, puesto que el nombre de esa tribu ha quedado fielmente reflejada en el nombre de dos pueblos de la zona: el inmediato de Luzón, y el próximo de Luzaga.

Ocupa la ciudad una extensión de dos hectáreas y media, teniendo una dimensión de 160 metros en su parte más ancha. La fachada que vemos, según nos acercamos desde el río, es la más escarpada, aunque nunca puede decirse que llegue a ser un cerro. De todos modos, era fácilmente defendible en ese costado norte, y aún sus pobladores le añadieron una fuerte muralla, con enormes sillares bien trabajados, que llegó a constituir una muralla que se calcula tuvo 7 metros de altura. A los lados (por el este y por el oeste, tras un suave repecho), se accedía a la ciudad y se penetraba en ella por sendas puertas, protegidas quizás por torres. La parte trasera, la que da al sur, como se prolonga en llano sobre la meseta, tenía más dificil protección, por lo que la defensa se hizo a base de excavar la tierra, construyendo un foso, amplio, de dos metros y medio de profundidad, que con lo siglos se ha ido colmatando.

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Se han encontrado muchos fragmentos de cerámica, de arcilla fina con empastes, alguno de ellos decorado. Se han encontrado muchos “perfiles” de vasijas, por lo que se ha podido determinar el tipo y dimensiones de los cacharros que utilizaban. De momento no se ha encontrado ningún resto metálico, aunque ya entonces se usaban (esta ciudad es de plena época o Edad del Hierro). Tampoco ha aparecido la necrópolis, el lugar de enterramientos, que lógicamente tendría que estar junto al río, alejado al menos 500 metros de la población. La verdad es que tampoco se ha buscado.

Los viajeros de hoy nos preguntamos ¿quiénes eran estos lusones, tittos o bellos que habitaron en “La Cava”? ¿A qué se dedicaban? ¿Cuál era su religión, su sistema judicial, quienes eran sus jefes? En todo puede contestar a estas preguntas lo ya escrito sobre los celtíberos en el área derecha del valle del Ebro. Estos eran los más aguerridos, sin duda, porque vivían en la parte más alta, la Sierra del Ducado hoy llamada, la parte más fría de la Celtiberia.

En esta ciudad habitaron hasta 300 personas, en su época más cuajada. Eran agricultores, y ganaderos, pero tenían un selecto grupo de hombres dedicados en exclusiva a la defensa (o el ataque) frente a otras tribus, y, ya en el siglo I, frente al invasor romano. Y no digo más, porque sería inventarme las cosas. Hay un libro dirigido por María Luisa Cerdeño y titulado “Los Celtíberos en Molina de Aragón” en el que todo esto se explica estupendamente, al detalle. Muy recomendable.

Llegamos a Luzón

Poco después de una hora de camino, a cuatro kilómetros de este monumento, los viajeros llegan a Luzón, donde les espera mucha gente, que se ha enterado de la marcha, y donde nuestros amigos los MediCid protagonizan de nuevo un concierto con sus dulzainas y atabales, con lo que nos sentimos aún más castellanos, más celtíberos, más antiguos y fuertes.

Javier López Herguido se alza como cicerone de las novedades que se están restaurando en el antiguo Centro Bolaños, que fuera a finales del siglo XIX Colegio de Escolapios, construido por Marañón, y hoy es un estupendo museo de la escuela, y de los diablos y botargas. Comiendo al sol clemente del mediodía, en la solana de la plaza, acabamos el día, que será inolvidable.