El puente romano de Murel
Un monumento remoto en el tiempo y en el espacio, el puente de Murel, construido por los romanos, y del que muy pocos conocen su existencia. Esta es otra de las joyas patrimoniales de la Alcarria, que ha llegado a estar en ruina absoluta, y que al menos no ha de caer en el olvido. Le dedico hoy estas líneas resumidas y esenciales para mantener su recuerdo.
En el término de Carrascosa de Tajo, que es límite y frontera entre la Alcarria y la Serranía, y sobre las aguas del padre río, se ven todavía monumentales restos de lo que fuera un gran puente levantado por los romanos (con la ayuda de los celtíberos autóctonos, se sobreentiende). Servía para salvar el río en una zona poco habitada, pero con el tránsito de una importante calzada o vía romana, la que iba de Valeria (Cuenca) a Segontia (Guadalajara).
En la red de calzadas que el Imperio Romano trazó como elemento clave de su expansión mundial, eran muchas las que cruzaban la Península Ibérica, partiendo de los puertos y costas levantinas, hacia las ciudades claves y los lugares importantes económicamente de Iberia. Esta calzada de Valeria a Sigüenza suponía el acceso a Segontia y el corazón de la Celtiberia desde las tierras levantinas. Estuvo activo y en pie, en uso por la gente, hasta el siglo XVII, en que se hundiópor alguna avenida fuerte, y ya no se rehizo.
El puente de Murel, en término de Carrascosa, tenía una anchura de 79 metros, de estribo a estribo. Aún existen los restos nítidos de estos estribos, que anclaban el puente a las orillas, más otros cinco pilares sobre las aguas, de los cuales quedan dos en pie, otro caido sobre el lecho, y dos más desaparecidos.
En el entorno del puente tuvo que existir alguna población o villa romana. Porque a mediados del siglo XX un vecino del pueblo, Hilario Moranchel, encontró en la margen derecha del río, y casi dos kilómetros abajo del mismo, una gran lápida hispano romana con una inscripción funeraria del siglo I d. de C. en la que se aludía a un liberto de nombre Licinius Andronicus.
Pero es del año 1186 de cuando data el primer documento encontrado relativo al puente. En él se lee que el rey Alfonso VIII de Castilla lo entrega a la comunidad de monjes cistercienses de Ovila, que el rey había fundadopoco antes. Y que entonces se levantó junto al puente. En lo que era un poblado antiguo, quizás habitado desde época romana. El documento dice concretamente que les dona las tierras comprendidas “…en el río Tajo, desde el puente que hay en Murel hasta el puente de Ovila”. Ese poblado debió existir al menos hasta el siglo XIV, siendo uno de los que fueron despoblados por la epidemia de peste, y ya no volvió a rehacerse. El puente dejó de llamarse de Murel y pasó a ser conocido como “de Carrascosa”, pues así se denomina en las guías de caminos de los años 1546 y 1576.
En las Relaciones Topográficas enviadas en 1578 por los vecinos de Carrascosa al rey Felipe II, se dice que «en dicho río ay una puente por donde pasa el dicho río y es de mucha costa, porque tiene muchos gastos en los reparos de ella, la cual es del señor de esta Villa, y en el dicho río ay algunos peces».
Siempre con problemas de mantenimiento, los años, los siglos, y las avenidas, hicieron que a finales de 1789 estuviera ya hundido e inutilizado. Aunque dos siglos antes estaba en unas condiciones muy precarias para el paso. Apenas para personas, pero no permitía que lo atravesaran carros ni caballerías. En una sentencia dada en Trillo en 1591, se alude por parte del juez que custodiaba los derechos de los madereros que transportaban troncos por el río, a su mal estado, y culpaba al dueño (el duque de Medinaceli) y dos de sus encargados, a que restituyeran lo caído y arreglaran el puente. El escribano de Carrascosa firmaba este escrito, pero lo cierto es que el puente no podía usarse, y nadie ponía un ochavo en arreglarlo.
La propiedad del puente no era comunal, como en otros muchos casos, sino que fue patrimonial primero de los monjes bernardos de Ovila, y luego estos, en 1565, lo vendieron a don Alonso Piña Mayor, vecino de Almansa, por 4.000 ducados, quien debió darse cuenta a tiempo del mal negocio que hacía, y al año siguiente se lo vendió al señor de la villa y del enorme territorio que conformaba el Ducado de Medinaceli.
Sobre este puente han escrito especialmente Luisa Alcázar García, en un artículo publicado en la Revista Wad-Al-Hayara nº 19 de 1992, muy amplio y documentado, y Francisco García Escribano, en su “Carrascosa de Tajo” (Aache, 1993) con muchas fotografías. También lo menciona Layna Serrano aunque muy de pasada, en su Historia del Monasterio de Ovila.
El hecho de no haber quedado apenas restos visibles, y haberse perdido por falta de uso los caminos que en él confluían, llevó a que durante todo el siglo XIX y XX fuera olvidado. El puente de Trillo cobró protagonismo, y Murel se hundió en el olvido total. No está mal que de vez en cuando se recupere la memoria de este que fue testigo del movido tráfico humano que el Imperio Romano estimuló por nuestras tierras.