Rescatando del olvido a La Isabela
El pasado día 22 de mayo, en acto organizado por la Asociación de Amigos de la Biblioteca Pública Provincial de Guadalajara, y como colofón del ciclo de conferencias “El río que nos une”, intervinieron en una charla con imágenes algunos de los autores de un reciente estudio, muy amplio y detallado, sobre los Baños de la Isabela, una de las atracciones turísticas de la Alcarria tristemente desaparecidas.
El libro, muy detallado en información histórica y en gráficos con planos y fotografías, es obra dirigida por dos profesores de la Escuela de Arquitectura Técnica de la Universidad de Alcalá, con sede en Guadalajara:
Antonio Trallero, Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, especialista en Urbanismo y Francisco Maza, Doctor en Cartografía, SIG y Teledetección por la Universidad de Alcalá e Ingeniero en Geodesia y Cartografía por la misma universidad.
Han sido protagonistas, sin embargo, otras cuatro personas que como trabajo fin de carrera se animaron a investigar, en documentos, archivos y sobre el terreno, todo cuanto quedaba de este conjunto balneario-palaciego de La Isabela. Estas personas han sido Cidoncha Marañón, Núñez Pérez, Ruiz Castillo y Sancho Olóriz, que también elpasado 22 de mayo participaron en la presentación y comentario de la obra.
Su trabajo se realizó a lo largo del año 2005 haciendo un estudio urbanístico, arquitectónico, topográfico y constructivo, con la vista puesta en el terreno, por una parte, y en los archivos por otra.
El Real Sitio de La Isabela, así denominado desde comienzos del siglo XIX, había sido lugar de peregrinación y asistencia de mucha genteque sabía que en la orilla derecha del río Guadiela, término de Sacedón, nacían aguas medicinales muy efectivas. Sería el infante don Antonio, hermano del rey Carlos IV, quien acudió allí, enfermo como estaba, reumático perdido, a probar suerte. Y tan bien le fue la probanza, que ya decidió acudir con frecuencia, animando a su sobrino el rey Fernando, a que igual hiciera.
Se decidió desde la Corte pedirle a un afamado científico del momento, don Alfonso Limón Montero, que hiciera un informe más exhaustivo de esta agua, ampliando lo que en 1697 había escrito como “El espejo cristalino de las aguas de España”.
Si en la potenciación de las aguas de Trillo que se hizo bajo el reinado de Carlos III, estudiando composiciones y beneficios de las aguas del Tajo, participaron también científicos de nota, la obra “Análisis de las aguas minerales y termales de Sacedón”, que se hizo cuando empezó a usarlas el Infante D. Antonio, en el mes de julio y agosto de 1800, fue el remate de estos estudios previos.
Pasada la Guerra de la Independencia, Fernando VI honró el lugar con su presencia, y le quiso poner el título de “La Isabela” en homenaje a su esposa, Isabel de Braganza, con la que varios veranos asistió, alojándose en el palacio que al efecto se había construido en Sacedón, pensando ya en levantar jubto al Guadiela un gran centro balneario. Un lugar para el que el subtítulo de este libro de Trallero y colaboradores lo define perfectamente: Balneario, Real Sitio, Palacio y Nueva Población.
Sería el arquitecto Antonio López Aguado quien recibió el encargo, del Rey y sus ministros, de transformar aquel lugar humilde en un emporio lujoso y atractivo para la Corte entera. En el lugar denominado “Dehesa de las Pozas” comenzóse la edificación de una “Casa de Baños”, que sirvió perfectamente para el uso que había de dársele, añadiendo una nueva población, una pequeña ciudad de ortognales trazas, en la parte alta del entorno. Se construyeron puente (uno de piedra, otro de madera, muy atractivo), y se abrieron grandes cantidades de tierras para repoblarlas de árboles, instalar jardines “regios” y añadir unas amplias huertas que hicieran al lugar autónomo. Numerosos arquitectos colaboraron, y de algunos de ellos han quedado los planos que hicieron, concibiendo “La Isabela” como un lugar monumental, grande y atractivo, un espacio de auténtico lujo donde la Corte se encontraría durante el verano.
Pero la situación política vino a romper sueños y espectativas. Los españoles anduvieron a la greña durante decenios, trienios y tercios de siglo, quedando aquello como en suspenso, aunque la gente seguía yendo a la toma de aguas.
Las nuevas modas de trasladarse al mar (Santander, San Sebastián) por parte de la corte, y los destrozos de los carlistas (y liberales) en las instalaciones durante las guerras civiles del siglo XIX, paralizaron totalmente este sueño.
En 1865 fue vendido por la Corona, todo el conjunto, aunque al final hubo que hacerlo en lotes: el palacio por un lado, las huertas por otro, un almendral por otro, la Casa de Baños aparte, etc… En el “Informe de Tasación” que entonces se realizó, muy minucioso, y que los autores del mencionado libro reproducen en su totalidad, con planos anejos, se muestra al detalle cómo era este enclave de la Alcarria junto al Guadiela.
Fue en los años de la Restauración borbónica en los que se puso muy de moda, como en el resto de Europa, el “turismo de balneario”. Si unos iban a Baden Baden, otros a Karlovy Vary, y los de aquí a La Toja, en la Alcarria surgieron dos modelos que fueron muy representativos de aquel movimiento: Los Reales Baños de Carlos III en Trillo, y los Reales Baños de La Isabela en Sacedón. En manos privadas, que intentaron hacerlos retables, aunque siempre con grandes dificultades, debido a lo difícil de los caminos para llegar a ellos, y la carencia de comodidades “a la europa” que tenían ambos.
Después de años de relativo auge, la llegada de la República supuso la casi inasistencia a este lugar de sus tradicionales clientes, entre los que se encontraba el Doctor Marañon, y otros conocidos intelectuales y gentes adineradas.
Ya en 1930 había sido adquirido el conjunto por el marqués de Vega-Inclán, de quien no es necesario hacer aquí el encomio, en punto al entusiasmo que desplegó por toda España en orden a recuperar, -y en buena parte a su costa- el patrimonio arquitectónico e histórico del país. Desde su puesto de Comisario Regio de la Comisaría de Turismo y Cultura Popular se preocupó por la recuperación y divulgación de la cultura española, y entre sus muchas actividades, está la de poner en marcha la idea de los “Psradores Nacionales” que vieron sus primeros ejemplos en los de Gredos, Mérida y la Hostería del Estudiante de Alcalá de Henares. Tras el fallecimiento del marqués, La Isabela pasó a la Fundación Vega-Inclán, dependiente del Ministerio de Educación, hasta que durante la Guerra del 36-39 fue convertido en cuartel, y en sanatorio psiquiátrico (y quizás en centro de reclusión forzada para disidentes, lo cual no está suficientemente estudiado) con lo que finalizó su vida como establecimiento termal. Habían transcurrido solamente 150 años.
Después, vino lo que todos conocen. La construcción por parte del Estado autocrático del general Franco del conjunto de emblases de la cuenca del Tajo, y en particular el de Buendía, supuso la inundación por las aguas del pantano de todo el conjunto de La Isabela, además de la aldea de Poyos. Sus habitantes fueron trasladados a otras poblaciones de España (concretamente a la nueva población de “San Bernardo” en Valladolid, junto al Duero), y los edificios previamente desmantelados. Durante muchos años, nada se veía porque las aguas, altas, lo tapaban todo. Pero ahora, cuando el esquilmo de las aguas castellanas ha dejado el embalse de Buendía practicamente vacío, han vuelto a aparecer los restos de este conjunto monumental e histórico.
Los autores, durante un año, han visitado y medido, valorado y reconstruido mentalmente aquello. Y sobre planos. Y con las nuevas tecnologías han recompuestos, en imágenes virtuales, lo que fue La Isabela, los edificios, las calles, las plazas, los jardines… Quizás uno de los capítulos más valiosos, aunque hoy sea un puro diletantismo investigador, es el de la aportación de los nombres de los arquitectos que hicieron aquello, y de los que pretendieron mejorarlo. Estaban en nómina lor mejores profesionales de la nación, y entre ellos el antes citado Antonio López Aguado, más Narciso Pascual Colomer, pasando por Silvestre Pérez, Isidro González Velázquez y Custodio Teodoro Moreno, etc.
Hoy se están organizando excursiones a la ruinas de La Isabela. Es un poco estremecedor pensar que buena parte de lo que fue nuestro patrimonio histórico-artístico, sea hoy motivo para organizar visitas “a ruinas”. Hay gente que va a ver “lo queda de…” Bonaval, Sopetrán, Pelegrina, Galve de Sorbe, Villaescusa de Palositos, San Salvador de Pinilla o La Vereda. También de La Isabela, el gran proyecto que nació en años precarios pero que en los años buenos podría haber llegado a ser algo importante. Todo es soñar, porque, aunque no hubiera habido aguas de pantano, trasvase ni abandono…. ¿Qué sería hoy el Balneario de La Isabela, junto al Guadiela, en Sacedón, de cara a unas vacaciones, con la inmensa competencia de Benidorm o de Marina d’Or…? Pues prácticamente nada.