Recuerdos mendocinos en Quejana (Alava)
Hace escasas fechas me desplazaba, con mis amigas y amigos de la Asociación “Arquivolta”, hasta las frías y altas tierras de Alava, allá por donde se alzan la Sierra Salvada con sus impresionantes picos fronterizos entre Castilla y Euskadi, y el alto de Altube, cuajado todo de hayedos neblinosos y empapados helechares.
Llegamos a Quejana, una pequeñísima aldea en la que aún se ven restos de muralllas, y la presencia imponente de un conjunto palaciego monasterial dedicado a la Virgen del Cabello, y con la solemne altura de algunas torres medievales, restos de un castillo o residencia de grandes señores.
Los picos cercanos, como el Monte Aro o el mojón Alto, apenas se ven porque se tamizan en el gris de la mañana lluviosa. El autobús cruza sobre el estrecho puente del río Izalde, y accedemos al conjunto. Nuestra guía nos lleva por el laberinto de estancias, y mientras avanzamos por ellas comprobamos que se relacionan en una simbiosis total que hace difícil distinguir unas de otras. Están formadas por muros de mampostería, patios interiores y diminutos ventanales, y rodeadas de varios caseríos antiguos. El considerado palacio dispone de entrada independiente mientras que a los demás núcleos de interés se llega a través de los bajos de la casa del cura, que cuenta con un patio distribuidor.
Es este de Quejana el lugar donde nace el linaje de Ayala, uno de los más señalados de la historia de Castilla. Entramos primero al palacio de los Ayala, que data del siglo XIV, y en el que hasta hace pocos añpos se albergó una comunidad de monjas dominicas, que ahora lo han dejado. Es de planta cuadrada, con torreones en las esquinas, y un pequeño patio interior y central, en el que nos sorprende, de estilo gótico simplísimo, la puerta de entrada a la «Torre del Canciller»
Además de visitar un pequeño museo, nuestro objetivo se cumple al penetrar en el amplio espacio o capilla de San Juan, el lugar sacro donde, tamizado por la luz débil que entra por las altas ventanas, encontramos el enterramiento de don Pero López de Ayala, y de su mujer, doña Leonor de Guzmán. Ambas yacen en horiznotal postura, junta una al lado de otra, ante el altar que ofrece un ancho retablo, réplica del original que se encuentra en un Museo de Chicago (USA) .
El enterramiento del Canciller López de Ayala es una obra exquisita de principios del siglo XV, hecha sobre alabastro pulido, tallado por ignoto artista que representó al magnate y señor del territorio y del castillo en decúbito supino, revestido de armadura y cubierto de capa, con unas manos poderosas enguantadas sosteniendo la gran espada que le retrata de guerrero y político. A sus pies, un enorme perro significando la fidelidad a los cinco monarcas de Castilla a los que brindó sus trabajos. Junto a él, la figura de Leonor de Guzmán, esppléndida de belleza y ajuares, con dos perritos a sus pies. La basamenta del sepulcro, muy plana, tiene tallas curiosas entre cardinas, y el todo apoya en diversos cuerpos de leones, significando la seguridad que los personjes tienen en la Resurrección final.
Junto a estas líneas reproduzco algunas fotos con el aspecto de esta capilla de San Juan, detalles del Canciller, y del retrato pintado que junto a su hijo le muestra severo y elegante. Pero López de Ayala fue un político, militar y literato que cumplió con creces los parámetros del Humanismo, aunque adelantado a ellos casi un siglo. Estos son muy resumidos los datos de su vida.
Memoria de don Pero López de Ayala
Nacido en Vitoria, en 1332, hijo de Fernán Pérez de Ayala y Elvira Álvarez de Cevallos, recibió una cultura libresca porque, al ser segundón, iba destinado al servicio de la Iglesia. Y así ocurre que al morir el primogénito de los Ayala, don Pero que entonces cuenta solo 20 años entra al servicio de la Corte castellana, en la que ocupa el trono Pedro I (llamado «el Cruel» por muchas y bien ganadas razones).
En esa corte ocupó cargos militares, e incluso ejerció de capitán en la flota que Castilla tenía navegando por el Mediterráneo. Pero tanto él como su padre, al iniciarse la lucha armada entre don Pedro y su hermanastro Enrique [de Trastamara], deciden pasarse al bando del aspirante, en 1336: Por el rey matar omnes, non llaman justiçiero, ca sería nombre falso: más propio es carnicero. Y como él mismo refiere en sus escritos, Viendo que los fechos de don Pedro no iban de buena guisa, determinaron partirse dél. Ese apoyo a Enrique, y tras la victoria del mismo en la pelea de Montiel, le supuso la concesión de numerosas y progresivas «mercedes», entre las que cuentan la de Alférez Mayor del Pendón de la Banda, y luego de la batalla de Nájera los cargos de Alcalde Mayor de Vitoria y posteriormente de Toledo, así como los señoríos de Artziniega, Torre del Valle de Orozco y Valle de Llodio, además de miembro del Consejo Real. Luego fue designado embajador especial ante las monarquías de Inglaterra y Portugal.
Juan I, al heredar a su padre Enrique II, sigue considerando la gran personalidad de don Pero López. La querella por el reino de Portugal, tras la proclamación de Juan de Avis como rey frente a las apetencias del rey castellano, supone una nueva guerra, que don Pero aconsejó no llevar a cabo. No obstante, cuando se inició la contienda, él fue el primero en acudir, como militar, en apoyo de Castilla. En la batalla de Aljubarrota (1385) peleó bravamente y cubierto de heridas cayó prisionero, sufriendo cautiverio en los castillos de Leiria y Obidos durante un año largo, siendo rescatado con 30.000 doblas de oro recaudadas por familiares y amigos.
Al regreso, fue confirmado por el rey Juan como Camarero, Copero mayor, y alférez mayor de la Orden de la Banda, retomando sus tareas diplomáticas con el reinado de Enrique III, tras haber intervenido en las Cortes de Guadalajara defendiendo la integridad del reino, ante los deseos de Juan de partirlo. Y finalmente en 1392 consiguió que se firmara la paz entre castellanos y portugueses.
En 1398 fue finalmente nombrado Canciller Mayor del reino, título máximo con el que ha pasado a la historia.
Su actividad intelectual fue también muy notable, amplia, sustentada en una cultura fuera de lo normal para la época, lo que subraya la importancia de su educación en el seno de la familia de los Ayala. Su instrucción comprendía desde la Biblia, a los escritos de Tito Livio, Valerio Máximo, San Agustín, Boecio, San Isidoro, Bocaccio, etc… Su más reconocida obra es el «Libro Rimado de Palacio» que consta de unos 8.200 versos escritos en «cuaderna vía», y en el que además de una confesión general de sus pasados, describe con ironía la situación de su tiempo, de la sociedad en que vive y los personajes a los que conoce. Es muy virulento con los clérigos y tampoco deja bien parados a los judíos. Se queja amargamente de cómo se acumulan los impuestos sobre los pobres, y cómo ello provoca una crisis demográfica. Y termina con oraciones a la Virgen, haciendo paráfrasis de algunos pasajes del Libro de Job de San Gregorio Magno. Es ese «Rimado de Palacio» sin duda uno de los primeros aportes a la literatura realizados en Castilla.
Además don Pero López de Ayala escribió (dicen que cuando estuvo preso en Portugal) el «Libro de la Caza de las Aves» en el que recoge todo el conocimiento práctico sobre la cetrería, y una «Historia de los Reyes de Castilla», que incluye muy directamente los reinados de Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III en los que él mismo actuó directamente. En esta obra, el Canciller Ayala analiza los hechos y las circunstancias que los rodean, mostrándose vivaz en los retratos y consiguiendo una moderna, muy atenta a las fuentes y a la realidad viva.
Tradujo multitud de obras clásicas, lo que demuestra su dominio de las lenguas antiguas (las Décadas de Tito Livio, De consolatione philosophiae de Boecio, las Morales de San Gregorio, o la Caída de Príncipes de Bocaccio).
Incluso dejó muestra de su capacidad de análisis genealógico escribiendo el «Linaje de Ayala».
Entronque de Ayala con Mendoza
Aldonza López de Ayala, hermana del Canciller López de Ayala, casa con el noveno señor de la Casa de Mendoza, don Pero González de Mendoza. Caballero destacado de la corte castellana también, y héroe de Aljubarrota, al haber muerto en la batalla por dejar su caballo al rey Juan I de Castilla para que se salvase.
Hijo de ambos fue don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, gran señor en la todavía villa de Guadalajara, y padre a su vez de Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana.
Es este el entronque de los Ayala con los Mendoza. De ello puede colegirse (y de su común trabazón con la también alavesa casa de Orozco) cómo la clase dominante de la monarquía de Trastámara está cimentada en personajes de gran valía procedentes de la tierra alavesa: señores de Llodio, de Ayala, de Mendoza, y de otros lugares que hoy cualquiera puede visitar y admirar en las alturas verdes y brumosas de las sierras alavesas.