Isidre Monés retrata Sigüenza

sábado, 4 febrero 2017 2 Por Herrera Casado
Isidre Monés Pons

Isidre Monés Pons

En el libro de reciente aparición “La catedral de Sigüenza” y que me he encargado de firmar después de escribirlo, hay –creo yo- una serie de aportaciones novedosas al conocimiento de este singular edificio provincial. Pero una de ellas, posiblemente de las más relevantes, es la aportación artística que hace en sus páginas el gran dibujante y artista catalán Isidre Monés Pons, quien ofrece tres visiones de la catedral que considero excepcionales.

Resumiendo datos sobre Isidre Monés Pons 

Ilustrador e historietista, nacido en Barcelona, en 1947, vive en un pueblo, Esparraguera, cercano a Montserrat, rodeado de su familia y entre lápices de colores, acuarelas y rotígrafos…

Comenzó como ilustrador, a los 15 años, colaborando en colecciones de cromos. Como historietista trabajó para la editorial estadounidense Warren Publishing, a través de la agencia Selecciones Ilustradas, a principios de la década de 1970, en sus revistas de terror: Creepy, Eerie y Vampirella.

A principios de los 80 ilustró gran número de juegos de tablero para Cefa: Imperio Cobra, MisTeRio, Alerta Roja, etc. Dedicándose durante 20 años a ilustrar juegos y puzzles de Educa. Es un prolífico portadista de libros para editoriales como Bruguera.

En el mundo del cómic ha aportado muchísimo, con su dinámica capacidad de afrontar cualquier escena. Aportó páginas bélicas y otras de terror, de artístico acabado, para las revistas de la Warren, destacando además como ilustrador publicitario, de libros y discos, y como pintor.

Dibujante de agencias, contactó con Miguel Conde, con quien comenzó a realizar ilustraciones para álbumes de cromos (“Historia de la Navegación”, o

“La vuelta al mundo con Bimbo”, “El por qué de las cosas”), y tras trabajar con otro par de agencias, decidió continuar su labor por libre, ilustrando cromos para Bruguera (Historia de la velocidad, Zoo color, Todo), para Ruiz Romero editor y para Ediciones Este (Técnica y acción, Mis casitas).

Él dice que se inició “en la publicidad y el cómic, porque eran buenos tiempos, Creepy, S.F. Luego todos quisimos ser Moebius y la cosa se acabó, o casi”.

Se reconoce deudor de las enseñanzas de Valls, en su Academia/Taller, y puede decirse (eso lo digo yo) que es todo un ejemplo de la voluntad como arma que todo lo puede. Todo lo hacía a mano, con todas las técnicas posibles (lápices, rotuladores, pastel, acuarela, etc.) pudiendo decir que es un auténtico clásico de la ilustración, pues hoy son muy pocos los que, en este campo, no trabajan exclusivamente con ordenador.

Al hablar de sus inicios, dificiles, aunque cuando a uno le da la gana trabajar nada hay difícil, nos dice que “Gracias, también, a la noble institución del bachiller nocturno. Estudiar griego y filosofía en un bachiller de letras, tras ocho horas de curro, por puras ganas de aprender, tiene guasa. Hoy, en la distancia, me parece la mejor inversión. Descubrir a los 17 años y por uno mismo a Kafka, Pachelbel, Edvard Munch, Camus y Fellini no es lo mismo que tener que tragarse La Celestina a la fuerza en la escuela. Algunos, tras un Quijote a destiempo, no han vuelto a leer”.

Muchos lo han dicho de Monés: aunque es un todo terreno, para quien el dibujo no tiene secretos, él sale de una cascarita muy pequeña, sale del cromo. Sigue por las historietas, por los de mesa, y acaba en el cómic. Pero por el camino se entretiene, y mucho, en carteles de películas, en carátulas de vídeo, en Biblias para niños, en anuncios de detergentes y en monumentales composiciones de mundos imaginados e imposibles.

Sus patos abrigados de gabardina, y sus lagartijas malhumoradas, se cuelan por todas partes, y él vive en el acto superhumano de dibujar, de crear mundos que no existen tras mirar los paisajes por los que camina. Además, cuenta en su haber con los trabajos de ilustración de más de doscientos libros juveniles.

Si le preguntan por sus inicios, no se corta y achaca su entusiasmo por la pintura tras ver los dibujos de su hermano mayor para anunciar las funciones teatrales que con sus amigos hacía, o visitar las salas de Rusiñol y Casas en el Museo de Arte de Cataluña, cuando estaba ubicado en el Parque de la Ciudadela, y finalmente tras admirar los cromos de “Razas Humanas” de Vicente y los christmas de Ferrándiz. Una veta muy variada, de la que, en ese orden, se reconoce deudor.

Hoy, lo que son las cosas, muchos ven en Monés Pons al referente seguro de un mundo dibujado, colorista y vibrante. Por delante del arte digital, muy cerca de los grandes constructores de mundos virtuales, con la llaneza de quien tiene técnica, imaginación y todavía estudia.

Isidre Monés ilustra la catedral de Sigüenza

Solamente tres, pero estupendas. Esas son las ilustraciones que Isidre Monés nos desvela en “La catedral de Sigüenza” que acaba de aparecer. La imagen solemne de la catedral en su exterior occidental, la oscura vibración del claustro, y el redondo arcano humanista de la Sacristía.

Ya antes había centrado su atención ilustradora en Sigüenza y su catedral. Lo ha hecho, recientemente, en otro libro, “El misterio de la llave de oro”, escrito por Miriam Martínez Taboada, una preciosa fábula histórica que comenté hace pocas semanas aquí mismo. En ese libro coloca a la catedral de fondo de escenas vivas, con reyes, muchachos, cardenales y moriscos.

Y como una de sus pasiones puedo contar la de enfrentarse a menudo con esa figura ancesral y subilme que e sla estatua yacente de don Martín Vázquez de Arce, en la catedral seguntina. Le ha dibujado de mil modos, pero quizás el más genial de todos es el que acompaña hoy estas líneas, ese “Doncel de barrio” entretenido en la lectura.

Pero ahora es el detalle concreto de la obra espléndida la que aparece ante los ojos admirados del lector. Y así Monés nos desvela una catedral gigantesca y valiente, en su cara occidental, tal como era mediado el siglo XVIII, sin verja barroca todavía, pero ya con el relieve de San Ildefonso en su centro, y la coronación abalustrada de la fachada entre las torres.

También hay gente en su retrato del claustro: un joven misacantano parece leer y tratar de comprender algún latinajo de su libro de oraciones. En tonos bermellones, el original, y con técnica de aguada, esta visión del claustro de la catedral nos transporta al siglo XVI, en sus inicios, cuando el ámbito estaba recién terminado.

Al final, una imagen dibujada a lapicero de grafito de la Sacristía de las Cabezas, con su presencia humana dando el contrapunto al equilibrio de las bóvedas, y al lujo pimpante de los detalles, cargados de mensajes. Los dos clérigos que en el centro cuchichean, posiblemente están contándose los hallazgos de esas enjutas, de esos dinteles y grutescos que desde lo alto de los muros les miran. Son tres imágenes que dan fe de la maestría de un artista que, por suerte para todos, ha puesto sus ojos en los ámbitos fieles y eternos de la iglesia catedral basílica de Santa María, en Sigüenza.