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diciembre, 2013:

Un castillo descubierto a orillas del Jarama

Estos días ha sido presentado un libro que, aunque tiene su querencia hacia Madrid y sus tierras, no deja de tener importantes vinculaciones con Guadalajara, tanto históricas como geográficas: es la visión multisecular del castillo de Paracuellos, en las orillas del río Jarama, en esa orilla izquierda que como la del Henares, estuvo cargada de castillos árabes desde los años, remotos, de la Marca Media de Al Andalus. Uno de ellos, el castillo de Malsobaco, del que vamos a saber ahora un poco más.

Tres autores de Paracuellos han estado trabajando los últimos meses en busca de datos, documentos, testimonios y recuerdos en torno a un cerro pelado y agudo que se asoma sobre el valle del Jarama por su orilla izquierda, y desde el que puede contemplarse el aeropuerto de Barajas como si fuera un juego infantil, delante del espectador.

Ese cerro pelado y picudo fue sede durante siglos de un castillo que tiene unas particularidades que le hacen de especial interés para ser conocido. Han sido concretamente Ricardo Herranz Barquinero (molinés de Tortuera), José Luis Fernández Gómez, y Manuel Mesa Alvarez (escultor además, un artista de cuerpo entero) quienes han realizado su investigación que se ha visto colmada en la edición de este libro al que tuve el honor de presentar el pasado jueves 19 de diciembre en el Museo de San Isidro, de la villa de Madrid.

Añade el libro la circunstancia de llevar una serie de ilustraciones que reconstruyen idealmente este castillo islámico y santiaguista, y que ha realizado expresamente para esta edición el artista alcarreño Tomás Barra Florián, a quien desde aquí felicito por lo acertado de sus dibujos.

Primero, el nombre

Suena raro el nombre de este castillo: el de Malsobaco. Por primera vez encontramos esa denominación en las Relaciones Topográdicas que en 1579 envían a Felipe II los de Paracuellos. Puede tener dos orígenes la palabreja. Uno latino, y llevarlo como indicación de “mal abrigo, de mala protección. Hay lugares a los que antiguamente se les denominaba “asobacado” para decir que estaba protegido. Por eso el “mal sobaco” responde a la descripción de “mala protección”, desprotegido.

Pero puede también tener una procedencia árabe, y así vendría como quieren algunos de la denominación original “Manzil al Subbap”, de la palabra Manzil, que se traduce por hospedarse, instalarse, defininiendo un lugar tomado por hostal, albergue, o, en definitiva, morada. El “al subbaq” significaría “otero”, atalaya, que le viene muy bien al cerro donde estuvo situado este pequeño alcázar: y así se castellanizó lo que en árabe supondría decir “el albergue del Cerro”, la morada en lo alto.

En todo caso el origen de la construcción es muy remoto. Posiblemente prehistórico, dado el control visual que ejerce sobre el área en torno, y las buwnas cualidades defensivas del cerro.

La situación del castillo de Malsobaco

En la orilla izquierda del río Jarama, cuando ya ha dejado las profundas gargantas de la sierra en que nace, aparecen numerosas torres de vigilancia que fueron puestas, entre los siglos VIII al XI, por los andalusíes que poblaron su valle. En las riberas de este río surgen grandes torreones, como los que aún vemos en El Berrueco, en El Vellón, en Venturada y en Torrelaguna (la torre de Arrebatacapas). En su discurso, el río ve alzarse a medio camino la ciudad fortificada de Talamanca, y más abajo surgen otros castillos o atalayas más complejas, como castilletes o hisn árabes, en Cervera, Paracuellos y Ribas Vaciamadrid. Siempre en la orilla izquierda del río, la más abrupta y, como pasa en el Henares, la que queda del lado de la Marca Media árabe, de Al Andalus.

De todo ello se colige que este castillo de Malsobaco forma parte de una línea defensiva, de una estructura militar bien planificada, y cuyo origen está en los últimos años del primer milenio. Cuando algo se contempla enmarcado en un conjunto de clara significación, parece que nos llega más fácilmente, es más inteligible.

La estructura del castillo

Antes del libro que acaba de aparecer, el castillo de Malsobaco fue estudiado por don Juan Zozaya, uno de los mejores conocedores de la arquitectura andalusí en Castilla. Él fue quien hizo la interpretación general del edificio, de su función y su estructura, aunque ahora se ha ampliado y profundizado, con nuevos estudios, excavaciones y deducciones.

El castillo se alzaba sobre un cerro de laderas muy pendientes, y ocupaba la totalidad de la meseta del mismo. Su planta, obedeciendo a esa superficie, era triangular, con dos largos lados a oeste y este, que confluyen al norte, sirviendo de base a ese triángulo el borde sur, más corto que los laterales. Puede verse en un plano adjunto.

Tenía una muralla exterior reforzada por al menos dos torres. De esas murallas quedan restos de sus arranques, mostrando la construcción de simple tapial, de cal y canto, con enlucido de cal, en los bordes este y oeste; y se ven restos de la cerca en forma de grandes bloques de derrumbes por la ladera suroeste. Además colegimos la raíz de una torre sobre el borde oeste. En el interior, irregular por los derrumbes ya suavizados por el tiempo, llama la atención la existencia de un gran aljibe, que es una cámara rectangular abovedada con paredes de ladrillo revocadas de almagre, y que con seguridad estaba en el interior de la fortaleza, protegido por una de las torres.

La superficie donde asentó el castillo de Malsobaco tenía unas dimensiones medias de 60 metros  de largo por unos 15-25 de ancho. Solo nos queda hoy imaginar cómo sería este castillo árabe, que pasó a los cristianos cuando se produjo el cambio de gobierno de estas tierras a finales del siglo XI, y que durante toda la Edad Media fue controlado por las familias que señorearon Paracuellos (los Hita y Armengol) y por la Orden de Santiago. Cuando en el siglo XVI lo adquirió don Arias Pardo de Saavedra, y se escribieron las Relaciones topográficas, ya solo quedaba el recuerdo.

El escultor Manuel Mesa ha realizado una interesante reconstrucción, en forma de maqueta, de este castillo, la cual aparece ilustrando la portada del libro. Y el artista alcarreño Tomás Barra ha realizado diversas ilustraciones que también reconstruyen, con visos artísticos basados en la documentación, la forma y aspecto de esta fortaleza.

Un Bien Protegido por la Comunidad de Madrid

Aunque nada  o casi nada palpable queda del castillo de Malsobaco, la Comunidad de Madrid lo incluyó en 2001 en el Catálogo de Bienes Protegidos. En definitiva, lo que se protege es un paisaje y un área de contenido histórico, donde si bien hoy no queda resto construido visible, sí se conoce que allí lo hubo y por eso adquiere una importancia patrimonial. Esto no se ha tenido en cuenta en la legislación del Patrimonio de Castilla-La Mancha, lo que ha permitido la destrucción de muchos espacios de singular importancia.

La estructura del edificio, con su pequeña muralla defensiva en lo alto del cerro, más las dos fuertes torres, y algunos muros interiores que separarían la residencia del alcaide de la de los peones de tropa (cabían unas 40 personas residentes en su recinto, y por eso los inventarios de armas y pertrechos que se han encontrado dicen siempre que debe haber de todo para cuarenta…) sería muy similar a otras fortificaciones de la comarca, más allá del Jarama, pero también protegiendo ríos y sus vados. Así, los autores comparan a Malsobaco con la fortaleza de Olmos, en Toledo, y con las de Alharilla y Alboer, sobre el Tajo. Otras en este río, aguas abajo del Jarama, como Oreja o Fuendidueña, serían algo más grandes.

Los autores discriminan, a la hora de catalogar “el castillo de Malsobaco”, entre las torres vigías (las atalayas del Jarama antes referidas), las torres de guarnición (los bury islámicos), los castillos o alcazabas (al-cala) como el de Alcalá la Vieja, y las ciudades fortificadas, como Talamanca o Torrelaguna, sin duda más grandes. Esta sería lo que ha dado en denominarse un “hisn”, de los que podrían asemejarse a los de Inesque, Arbeteta, Ocentejo.. por mencionar algunos que seguro que mis lectores conocen: en definitiva, una fortaleza pequeña, pero real. Un elemento de fuerza defensiva, vigilante y resistente a un ataque. Un punto seguro que marca una frontera.

En todo caso, los autores (que además estudian con amplitud la historia y el devenir secular de Paracuellos, sus otros monumentos, los documentos que dan noticia del castillo, la Orden de Santiago, muchos dibujos, fotografías e ilustraciones) se centran en la valoración del castillo de Malsobaco como un edificio andalusí, un vestigio remotísimo de la época del dominio islámico sobre la Península, aprovechado luego por los cristianos, y dejado hundir (si no se hundió aposta para aprovechar sus materiales en otras construcciones cercanas) cuando mediado el siglo XVI, y en pleno estado absolutista bajo el dominio del Emperador Carlos de Habsburgo, ya no tenía ningún interés militar ni estratégico.

Así es que, a pesar de no estar en los límites provinciales actuales, (perteneció a la provincia de Toledo, y al partido de Ocaña, junto con muchos otros lugares de la Campiña y la Alcarria), este castillo de Paracuellos es un elemento a conocer y apreciar, porque nos puede servir de referencia para valorar mejor los que en nuestra tierra existen. Y es, sin duda, un estupendo ejercicio de memoria histórica, que en este libro que se acaba de presentar, y en el que los autores me han hecho el honor de permitirme interpretarlo y valorarlo, se ofrece a todos.

Un fin de semana en Mayagüez

El monumento a Cristóbal Colón en la Plaza de Armas de Mayagüez (Puerto Rico)

En Puerto Rico he pasado unos días, asistiendo al XXX Congreso de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo. Las autoridades de la provincia y municipio de Mayagüez, “la Sultana del Oeste”, están en el camino de poner a su ciudad principal en la órbita de las más señaladas de América. Y aunque hasta ahora muy pocos habían oído hablar de este lugar del Caribe profundo y sonoro, es justo que aquí se de noticia de lo que nos ofrece. De tantas maravillas que encierra, tanto naturales como monumentales, folclóricas y gastronómicas, incluso sociales y políticas.

Está considerado como “Estado Libre Asociado” a los Estados Unidos de América. En todo son norteamericanos, excepto en la capacidad de votar al Presidente. Pero cuando suena el himno de los Yankees nadie se emociona ni aplaude, nadie (lo he visto) y sí se les saltan las lágrimas al escuchar el himno de Puerto Rico. Esto ya dice bastante de cómo se mueve y funciona un país.

Puerto Rico lo hace a ritmo de salsa, de aguinaldo y de plena, con mucho tambor a lo lejos, que empieza lento y acaba trotando, levantando las haldas blancas de sus mulatas, saludando en mil formas elegantes sus oscuros hombres. Hay pocos negros puros, porque los esclavos, hace siglos, iban más a La Española (Santo Domingo y Haití) y a Cuba. Aquí quedan muchos criollos, de origen balear sobre todo, pero llegados durante cinco siglos (exactos, en 1513 se funda San Juan, la capital) de toda España, de Europa también. Y hoy forman todos un pueblo de características bien definidas, unido por un lenguaje casi único (el inglés solo lo conoce el 10% de la población) que es el español, que hablan con modulaciones muy pintorescas a las que algunos llaman el espaninglis, que hace a todos broders y ponen como deporte nacional el “juego de pelota” al que más bien conocemos, por aquí, como beisboll yankee puro.

Mayagüez será capital americana de la Cultura en 2015

Designada para este puesto, que la va a lanzar a la primera línea de ciudades americanas, Mayagüez se prepara para este evento con mucha ilusión. Cuenta con 100.000 habitantes y una enorme extensión de terreno, que costea por largos kilómetros sobre el estrecho de Mona (el mar que media entre Puerto Rico y República Dominicana), entre Mayagüez y Punta Cana, hermanas de azules aguas. En Puerto Rico hay más coches que habitantes (están contados) y si todo el país tiene ahora tres millones y medio de habitantes, otros tantos viven en el continente, repartidos por todos los estados pero centrados en Nueva York y Nueva Jersey. En la isla no hay red de ferrocarriles (los que construyeron los españoles, con gran esfuerzo, se perdieron, y ya son carne de museo), ni de autobuses de línea. Todo se mueve sobre automóviles particulares, y algunos, pocos, taxis. Una flota de media docena de avionetas hacen de red aérea poco recomendable.

Lo ideal para recorrer Puerto Rico, y una vez que se consiga el vuelo directo desde España (lo va a poner Hidalgo con su Air Europa a partir de Enero próximo) es alquilar un coche: la gasolina de 95 está a 1 dólar, lo que equivale a 73 cts. de euro, justo la mitad de cómo la pagamos en Guadalajara. El paisaje es monótono, pero tan bello, que nunca cansa. Se atraviesan bosques sin fin, sabanas verdes, pueblos y pueblos colgados de las montañas, ríos caudalosos, cascadas, y todo ello en la abundancia que proporciona un clima tropical al que solo puede ponérsele un pero, y es que todos los días llueve, más unos que otros, pero al fin cae “el goterón” que tienes que torear bajo techado, porque el rato que cae parecen que tiran cubos de lo alto.

Hemos estado, en este Congreso, visitando la mayoría de las localidades del oeste insular, la que llaman región de “Porta del Sol”. Costa lineal, abrupta y llamativa, con pequeñas playas salvajes, adornadas de palmeras. Y un interior cubierto de carreteras, autopistas cómodas, y muchos pueblos, en los que sus alcaldes y población nos han recibido con verdadero entusiasmo.

Decir aquí de todos ellos que tienen lo fundamental para hacer agradable un viaje por un país desconocido: que hablan nuestro idioma, son como nosotros, amables y entusiastas, alegres y comunicativos. Así era Heriberto Vélez Vélez, el alcalde de Quebradillas, que después de mostrarnos su “Teatro Liberty” restaurado, y enseñarnos la gran “plaza de armas” que mantiene la estructura del siglo XVI, me quiso dar una vuelta en su Ford Expedition porque mostré entusiasmo al contemplar el automóvil que recientemente se ha comprado.

Así era Miguel “Papin” Ortiz, el alcalde de Sabana Grande, donde nos recibieron con un baile de plena, interpretado por jovencísimos danzantes ataviados a la usanza portorriqueña. El baile es espectacular, pero quizás lo que más me llamó la atención fueron los personajes enmascarados que incorpora, que tienen cierto parecido con las botargas de nuestra Campiña y Serranías.

Así era Roberto Ramírez Kurtz, el alcalde de Cabo Rojo, que a pesar de recibirnos ya de noche, nos enseñó el Parador Nacional de la localidad, y el gran Museo de Arte y múltiples objetos que han construido, recogiendo los mil detalles de su historia local. Un poco de envidia me dio el dinero que han empleado, el entusiasmo y el cariño que ponen en este pueblo pequeño de Puerto Rico en ese Museo de Historia local, cuando ciudades españolas de tanta prosapia como (por poner un ejemplo) la nuestra, llevan años, siglos, pensándoselo.

Y así era José Guillermo Rodríguez, el alcalde de Mayagüez, que nos agasajó en el acto por muchos motivos sorprendente del “Gran Encendido de la Navidad” que tuvo lugar la tarde del sábado 30 de Noviembre, acompañado de manifestaciones folclóricas, coros típicos, niños pequeños cantando villancicos tradicionales, etc. Y unos fuegos artificiales que parecían surgir de la iluminación artística de la fachada de la Casa Alcaldía: un esfuerzo que fue seguido con aplausos por miles de personas.

Mayagüez, un destino obligado

En los días siguientes, hemos tenido la oportunidad de recorrer, de la mano de amigables guías, de gentes que viven con pasión su ciudad, el centro antiguo de Mayagüez. Solamente mencionar, de entrada, que ese paseo es siempre agradable porque la temperatura del oeste portorriqueño es suave en el invierno y bastante llevadera en el verano. La calle nos llama.

Y en ella nos encontramos siempre con la plaza grande, el espacio dedicado al Almirante Descubridor, a Cristóbal Colón (¿genovés, mallorquín, gallego, alcarreño…?) y a la raíz de una comunidad humana bien plantada. Con alegría en las caras de la gente que encontramos, y con limpieza y mimo los edificios, los viales y las plazas.

El Consistorio al que aquí llaman “Casa Alcaldía” porque en la estructura política del Puerto Rico de hoy los alcaldes tienen un peso específico muy notable, es un edificio que se construyó de inicios en 1845, muy sobrio al inicio, con solo dos plantas, arcos en la superior y vanos rectangulares en la inferior, pero que sufrió mucho en el severo terremoto de 1918, y se hizo de nuevo en 1926, bajo la dirección del arquitecto  Fidel Sevillano, con detalles decorativos a cargo de Gregorio Iñesta. Quizás sea este el edificio más bello de Mayagüez: a este viajero así le pareció, y más visto en diciembre, cuando la luz y la magia de la Navidad le envuelve en un espectáculo único de color cambiante.

Se han propuesto todos sus edificios para ser votados por la población y elegir los siete más bellos. Cuando estas líneas escribo está pendiente de resolver la votación popular que los designe. Pero es muy probable que estos que aquí ofrezco como exponente claro de la ciudad sean los que la representen en el liderazgo cultural que se avecina.

Después de la Casa Alcaldía, sin duda el edificio más solemne es el que le planta cara, al otro lado de la plaza Colón: es la catedral dedicada a la virgen de la Candelaria. En 1763 se construyó, con madera, el primer edificio, que el terremoto de 1918 echó abajo. Las reparaciones y mejoras, a partir de 1922 propusieron una fachada nueva, sin torres, diseñada por el arquitecto mayagüezano Luis Perocier. Pero ya en nuestro siglo el impulso cultural y ciudadano ha conseguido mejorarla aún más, remodelando su aspecto exterior, alzándose las dos torres laterales, bajo la dirección de Carlos Juan Ralat. En los últimos años se ha mejorado el interior, se le ha añadido un fabuloso retablo de madera policromada hecho en Barcelona, y se han decorado suelos, techos y muros: hoy esta catedral (tiene esta categoría desde 1976) es sin duda el edificio religioso más llamativo de Mayagüez.

Y no es manía, pero en la plaza mayor seguimos, porque todo en ella es sorpresa. La primitiva “plaza de armas” que como espacio común entre el gobierno o “casa real” y la iglesia se abría para el común disfrute, es hoy un enorme plazal dedicado a Colón. Amable, sonoro, brillante. Su actual disposición data de 1883, cuando se puso en su centro una fuente dedicada a Neptuno. Sin embargo, los fastos del Centenario llegaron a Mayagüez cuando en 1896 se alzó en su centro el monumento a Cristóbal Colón. Propuesto por el alcalde Miguel Pons (obsérvese la abundancia de apellidos de origen balear que aún existen en este costado occidental de Puerto Rico) se encargó la estatua en bronce al escultor Antonio Coll y Pi, siendo Federico Masriera quien la fundiera en Barcelona. El pedestal está hecho en granito y muestra el escudo de la ciudad, el perfil de los Reyes Católicos y un retrato de Antonio de Marchena, el franciscano protector de Colón.

Pero aún queda por admirar, a la que se pasea sin cansancio esta plaza encantadora, las estatuas que la adornan en sus costados, también de Coll: hay alabarderos de diversas épocas (egipcios, griegos y españoles) que totalizan dieciséis figuras sosteniendo faroles.

Otro de los singulares espacios de Mayagüez, solemne, cargado de historia seria, de recuerdos entrañables, de tardes de música y algún que otro doloroso acontecimiento, es el teatro Yagüez, adosado a la espalda de la Alcaldía, pero independiente en todo. El primer teatro mayagüezano perteneció a Francisco Maymón y se construyó de madera. Inaugurado en 1909, ardió diez años después durante una representación, ocurriendo unas sesenta muertes. Por completo se reconstruyó en 1920 bajo la dirección del arquitecto local José Sabas Honoré. En 1976 pasó a pertenecer al Municipio, restaurándose sucesivamente y presentando hoy un soberbio aspecto, digno de una gran ciudad. Solamente la lámpara que nutre el espacio interior nos hace abrir la boca de asombro.

Podríamos estar reseñando, sin cansarnos, decenas de edificios estupendos, evocadores y simpáticos. Útiles los unos, como la fábrica de cervezas (la más grande y sonada de Puerto Rico) donde se fabrica la deliciosa Medalla Light, y otros patrióticos, como el busto que se levantó en homenaje a Eugenio María de Hostos, en 1939, con ocasión de su centenario, y que tienen de contrapunto urbano a las Fuentes de Hostos, diseñadas por Fantauzzi, estudiante del Colegio de Ingeniería.

El viejo casino, los caserones de rancio sabor colonial, la Casa Grande, el vasto puerto antañón y movido… todo en Mayagüez nos da la imagen de un tiempo largo, de una cultura densa, y de un vivir sin descanso, siempre en la rutina alegre de este Caribe “que sabe a mangó”.

La voz de Sigüenza se ha apagado

No por prevista la noticia ha dejado de sorprendernos. En este otoño languideciente y frío, en la tarde del pasado 27 de Noviembre, nos ha dejado Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, la voz de Sigüenza durante años, décadas, siglos casi. A todos se nos va un sabio, un estudioso, un entusiasta de la ciudad y de la provincia. A mí, además, se me va un amigo. Alguien con quien compartí muchas horas: de charla, de profesión, de proyectos, de realidades, de veranos sonoros e ilusiones por mejorar nuestra tierra. Acaba de morir, casi a punto de cumplir los noventa años, el Cronista Oficial de Sigüenza, Gómez-Gordo…

Juan Antonio Martínez era un ser medido. Todo lo hizo con justo equilibrio. Creo que lo planificó así, y por eso, por calcular lo que uno debe hacer en la vida, y ponerse a ello, todo le salió bien. Nacido en Madrid, transcurrida la infancia (la patria verdadera) en Mérida, y luego formado como médico y humanista en la capital de España, un buen día de la década de los sesenta, hace más de 55 años, llegó a Sigüenza y allí quedó, para siempre, como una estatua latiente y productiva, llenando de vida, -la que él transmitía- a las piedras y las instituciones de tan vetusta ciudad.

Recuerdo que, cuando yo empecé en estas lides de escribir, cronistear y viajar por Guadalajara, al leer las páginas de Nueva Alcarria ya aparecía la firma de Gómez-Gordo. Allí estaba (a mí me lo parecía) aquel decir equilibrado, sucinto, sabio y medido: hablaba de personajes antiguos, de edificios solemnes, de actos programados y necesidades perentorias. Ya era la voz de Sigüenza, y así ha seguido siéndolo, hasta ayer mismo. Aunque él ya no lo recordara, pero la ciudad creciendo y viviendo, por su savia.

Cuando se va algún grande, en nuestra tierra, pensamos que hemos aprovechado poco y mal de su compañía y su magisterio. No tengo yo esa sensación, aunque hacía ya tiempo que no podíamos compartir charlas y encuentros. En su día, hace unos 20 años, cuando se jubiló, le dediqué un artículo en estas mismas páginas, porque como suele decirse, aunque no se cumpla nunca, que “los homenajes en vida”, porque luego de muertos resultan demasiado fríos y protocolarios. Aburridos incluso. Y aunque la renovación social de Guadalajara ha supuesto, en la última década, que muchas de las personas que han llenado el siglo XX con su quehacer generoso, o incluso están llenando este en que vivimos, no sean reconocidas apenas, sé que en Sigüenza la piedra dura de sus edificios y el corazón noble de sus gentes sí saben lo que han perdido. Quien era y cuánto le debían a Gómez-Gordo.

Una semblanza que sirve para ahora

En aquel artículo, sabiendo que él iba a leerlo, le dediqué muy pocos elogios –todos merecidos–. Ahora puedo extenderme en la consideración de todo lo bueno que hizo. Con el dejecillo extremeño que nunca le abandonó, en Sigüenza se estableció en 1958, y tras haber discurrido lo mejor de su vida en guardias, urgencias, actos y preparaciones, siguió con sus trabajos sobre Sigüenza, estudiando su historia, contándosela a los demás, pintándola con sus acuarelas desde cualquier perspectiva, preparando viandas en sus fogones, y paseando la Alameda.

Juan Antonio llegó a ser todo lo máximo que puede ser uno en su pueblo (el de adopción en este caso): médico de cabecera de todos los seguntinos, ginecólogo y pediatra de todas las mamás y todos los niños; geriatra de todos los abuelos; y palabra afable y comprensiva de todos cuantos alguna vez se sintieron enfermos en los últimos sesenta años. Fue también poeta, escritor, conferenciante, pintor, animador cultural, organizador de actos, de congresos, de conmemoraciones, de exposiciones… además de haber llegado a ser, por votación popular, concejal y Alcalde. Por eso en 1972 se le reconoció su mérito y su aplicación con el título, honroso como pocos, inexistente hasta que él llegó, de Cronista Oficial de la Ciudad de Sigüenza.

Escritos, charlas, emociones…

Un largo artículo habría que planear ahora para decir la aportación de Martínez Gómez-Gordo como escritor e investigador. Casi un centenar de escritos nos dejó, todos ellos sustanciosos, con aportaciones novedosas, investigaciones y apreciaciones nuevas sobre elementos de la historia de Sigüenza, de sus monumentos, de sus personajes e instituciones. Quizás su obra más importante (agotada desde poco después de aparecer, en 1978) sea la titulada «Sigüenza: Historia, Arte y Folklore». Le han escoltado, antes y después, otros muchos escritos, más breves, pero siempre enjundiosos. Como las varias ediciones de «El Doncel de Sigüenza: Historia, leyendas y simbolismo» (desde 1974), de «El Castillo de Sigüenza», que desde 1989 ha alcanzado una tirada de 20.000 ejemplares y ha sido traducido al inglés. Sobre la figura de Santa Librada, sus mil interpretaciones, leyendas y hagiografía, escribió Martínez Gómez-Gordo muy varios artículos. Uno de ellos, en forma de folleto, llevaba el título de «Leyendas de tres personajes históricos de Sigüenza: Doña Blanca, Santa Librada y El Doncel» (1971). Después colaboró con nuevas interpretaciones en Congresos, Encuentros del Valle del Henares, conferencias en Francia, etc.

Uno de los aspectos en que destacó nuestro amigo fue en todo lo relativo a la Gastronomía de Guadalajara. Verdadero experto en el arte del cocinar (y del yantar, por supuesto), durante muchos años el doctor Gómez-Gordo se dedicó a recoger y anotar recetas, modismos en el hacer las comidas, detalles curiosos, clasificación de manjares, etc. Nacido de su especialidad médica cual era la Endocrinología y lo relativo a la Nutrición, la dietética fue el hilo conductor por el que Juan Antonio Martínez llegó a la gastronomía. Animado por ese otro gran conocedor del tema, y buen amigo suyo, el molinés-seguntino doctor Alfredo Juderías, se lanzó a publicar un libro sobre «La Cocina Seguntina» (1984), otro sobre «La Miel en la Cocina» (1991), y finalmente su gran obra de gastronomía provincial, firmada conjuntamente con su hija Sofía M. Taboada: «La Cocina de Guadalajara» (1995). Con el entusiasmo de ambos vivió una larga temporada el boletín «Sigüenza gastronómica».

De su paso por la profesión ha quedado, fundamentalmente, el cariño de quienes fueron sus pacientes, de quienes confiaron en su saber y en su palabra confortadora cuando se ponían malos. La jornada entera la dedicaba a esto, a cualquier hora del día o de la noche le sacaba una llamada para ir a ver y confortar (y a poner en el camino de la curación) a mucha gente. Pero en el camino, o al regreso, nuestro amigo volvía a su escribir, a su meditar, y de ese claro rostro del humanismo contemporáneo, salió ese libro que lo he leído y releído, porque es manantial de ejemplos: «Marañón en mis recuerdos» cuenta con las suficientes páginas para que a su través sepamos de la intimidad de varios años que junto al gran maestro de la Medicina española del siglo XX, pasó formándose como alumno y luego colaborando como dibujante en la cátedra de este doctor, en el Hospital Provincial de Madrid.

Algún secreto debía tener esa jovialidad continua, esa incansable curiosidad. Hasta no hace mucho, a Martínez Gómez-Gordo podía vérsele, con un aspecto de hombre joven que no para, cavando en su huerto de Alboreca, o dirigiendo una visita por la catedral ante un grupo de 50 profesores universitarios que le escuchaban admirados.

En el adiós a Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo

Y ahora que ya no sabe de amaneceres ni ocupaciones, que apagada su llama no puede ni agradecer ni saludar, ¿qué puedo decir de este hombre que tuvo siempre el corazón abierto y en canal generosa? ¿Que pintaba como los ángeles? Son de ver sus retratos a la acuarela de Sigüenza entera, de su catedral, de su Alameda; o los bodegones sutiles, latientes, cálidos… incluso se atrevía con el alma que a la gente le asoma por el rostro, haciendo retratos, y aun caricaturas… Dirigió Revistas (los «Anales Seguntinos» de estudios científicos sobre la Ciudad Mitrada) presidió asociaciones (la “Santa Teresa” como cofradía gastronómica, o “El Doncel” de Amigos de la ciudad de Sigüenza) y todo en solitario, poniendo dinero de su bolsillo, porque Gómez-Gordo solo era ignorante en una cosa: en el valor del dinero, que no lo apreciaba. Haciendo las cosas con corazón, sin valorar en monedas su tiempo, y su saber. Consiguió recaudar amigos, que al fin y al cabo es el mejor tesoro que uno puede hacer a lo largo de la vida. Yo lo voy sabiendo ahora, a costa de perderlos.

Termino con esas obligadas, e impetuosas, nociones del sentir personal. Porque repito que no solo ha muerto el sabio, el cronista, el nombre que quedará eternamente grabado en las piedras de la ciudad mitrada: ha muerto un amigo, un enorme compañero de muchas horas: para mí fue un orgullo, un honor singular que me saludara un día, yo todavía muy joven, y me animara a seguir en esos primeros pasos de la escritura. Luego, me rogó que colaborara con él en su clínica “Santa Librada” de Sigüenza, en la que tantas horas pasé, pasamos juntos, viendo pacientes, dando ánimos, operando incluso, y a veces pasando ratos difíciles, que son los que más unen.

Con Juan Antonio estuve muchos años colaborando en la cultura provincial. Cuando él, como alcalde de Sigüenza y diputado provincial, responsable de la Cultura y de la Institución “Marqués de Santillana”, nos empujaba a todos a que planteáramos nuevos caminos, abriendo proyectos, y promoviendo esas sendas que entonces (eran los años 80 del pasado siglo) se abrieron enormes: allí nacieron la Revista “Wad-Al-Hayara” que junto a él pusimos en marcha, o el “Aula de Historia”, o las colecciones de libros “Atrium”, “Alfoz” y “La botarga”, entre otras, mientras él empujaba en los Encuentros de Historiadores del Valle del Henares, la Asociación de Amigos de la Ciudad de Sigüenza, los veranos culturales por toda la provincia… sacando color nuevo a esta tierra que hasta entonces había andado a medias oscura. Sin enfadarse nunca, educado, pletórico, durmiendo (me consta) 4 ó 5 horas cada noche, escribiendo, buscando, viajando, llevando a todos los foros el nombre de esta ciudad que ¡por fin! en 2002 y con el empuje de un par de amigos suyos que lo movieron hondamente, le nombró Hijo Predilecto de Sigüenza.

Ahora es su hija, María Pilar, quien recoge el testigo y sigue adelante en esa tarea iniciada por su padre del oficio de Cronista (de Sigüenza). Y quien, junto a su familia ha creado la Fundación Martínez Gómez-Gordo que tratará de mantener vivo el legado de saberes y escribires de Juan Antonio. Dolorido termino este escrito, aún sin asimilar que tampoco con él podré charlar, como lo hacía en su tiempo, del Doncel, de doña Blanca o del obispo albañil, al que le dio en sus últimos tiempos por regalar sus estados a la Corona.