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marzo, 2013:

Lecturas en torno al palacio del Infantado

Sin duda que el palacio del Infantado es la joya del patrimonio de nuestra ciudad. Un edificio que ha cumplido holgadamente los cinco siglos de existencia, y que ha cabalgado siempre a lomos de la rueda de la Fortuna: en unas ocasiones estuvo en lo más alto (visita de los Reyes Católicos, boda de Felipe II con Isabel de Valois) y en otras cayó a lo profundo (el bombardeo de diciembre de 1936 lo dejó hecho puré). Pero ahí sigue, ahora en uno de sus momentos menos amargos.

Construido a lo largo de la última década del siglo XV, y declarado Monumento Nacional (ahora se les llama BIC) en 1914, dentro de un año cumplirá un siglo con ese título. En ese siglo le ha pasado de todo: le tiraron bombas, lo destruyeron, lo abandonaron, lo restauraron, le dieron vida, y ahora parece que vuelve a endormecerse: tenemos que conseguir que siga adelante el expediente para declararlo «Edificio Patrimonio de la Humanidad».  Porque merece serlo y reúne las características que la UNESCO pide para ello.

Libros antiguos sobre el palacio

En la “Crónica de la provincia de Guadalajara” de José María Escudero (impreso en 1869, aunque hay edición facsímil de 1994 -Aache/Cobos-) se habla muy por lo menudo del palacio del Infantado, y se dice, entre otras cosas, que “son también dignos de mencionarse el salón de Don Zuria y el espacioso llamado De Cazadores de cuyo enramado friso que adornan escudos de armas, arranca una cúpula sembrada de flores y estrellas”. Describe los suntuosos salones de la planta alta, cubiertos de artesonados mudéjares, pero no dice nada de los ilustrados con pinturas manieristas en la planta baja.

Es este, sin duda, uno de los primeros libros que trata del palacio del Infantado, considerándole un edificio capital del arte español: en esta “Crónica” de José María Escudero, editada en 1869 por Rubio, Grillo y Vitturi sus páginas 45 y 46 están dedicadas plenamente a describir el edificio, anotando detalles que hoy son interesantes porque desaparecieron en guerra. En la página 17 aparece este curioso grabado de sierra que ilustra el aspecto de la portada del palacio ducal en plena Gloriosa. El libro trae otras imágenes del palacio también muy curiosas.

Poco antes, en 1861, los franceses Gustavo Doré y Carlos Davillier hicieron un interesante (sobre todo para ellos) viaje por España, inaugurando como vehículo el tren recién montado. En su paso por Guadalajara, el dibujante universal que fue Doré se entretuvo en realizar un estupendo dibujo del patio de los Leones, que también reproduzco junto a estas líneas, y en el que se ven a unos paisanos rigurosamente abrigados charlar bajo los arcos cargados de escudos y leones. La crónica de ese viaje se publicó primeramente por fascículos en “Le Tour du monde” una revista francesa de altos vuelos editada por Hachette gracias al entusiasmo de Edouard Charton, y que proponía imágenes y relatos de todas las cosas curiosas del mundo. El dibujo del patio del palacio del Infantado lo firma Doré, sin embargo, en 1872.

Es José María Quadrado, en el tomo dedicado a «Guadalajara y Cuenca» quien en 1885 describe con detalle el palacio del Infantado. Poco dice de él en las páginas 37 a 45 de la edición de «El Albir», y además no parece que le guste mucho, porque empieza diciendo que «en los tiempos del segundo duque y al terminar el siglo XV, fue cuando se levantó con más lucimiento que gusto…» el palacio, y aún dice que parece mentira que fuera el autor de la maravilla de San Juan de los Reyes de Toledo, quien levantara este palacio en Guadalajara. Como es difícil de encontrar el libro antes mencionado, el «Guadalajara y Cuenca» de José María Quadrado, tanto en su edición original de 1885 (para bibliófilos adinerados) como de «El Albir», editorial de Barcelona que lo hizo en 1978, doy la pista de que en Aache de Guadalajara se ha vuelto a sacar este libro, en sendos CD individuales (uno para Guadalajara, otro para Cuenca) en formato digital.

Otro de los libros que hablan del palacio del Infantado, y hasta usa un dibujo de su patio, muy idealizado, en la portada, es la “Guía del turista en Guadalajara” de su cronista Juan Diges Antón. Fue publicada en 1914 y para su época era un libro importante… con muchas fotografías. Al palacio le dedica las páginas 20 a 28, y pone en ellas algunas imágenes tomadas en esa época. A las pinturas de las salas bajas les dedica exactamente 3 líneas, pero pone una imagen aunque muy oscura del fresco principal de la Sala de Batallas. Este libro ha sido reeditado por Diputación Provincial en 2010, con prólogo de J.A. Ruiz Rojo y F. Martos Causapé. El dibujo de la cubierta se debía a un tal Catalán, y la foto del techo pintado a M. Lecea.

El siglo XX

Sin duda el más relevante de los autores que ha tratado sobre el palacio del Infantado en toda su historia fue don Francisco Layna Serrano (1893-1971). Aunque médico de profesión, se dedicó a investigar por afición/pasión sobre la historia de su tierra, y a poner su empeño y su perseverancia en defender lo que estaba siendo mal usado. Él vió como se llevaban a América el monasterio de Ovila, y solo pudo protestar en la prensa y escribir un monumental libro que dejó grabada su historia y su imagen para siempre.

En el palacio del Infantado, Layna hizo otro tanto: empezó a estudiarlo, pero llegó la guerra y las bombas lo dejaron reducido a cenizas. Después de ello, Layna investigó, encontró todos los documentos que definían su trayectoria vital, desde su construcción por Juan Guas en 1492, hasta el momento en que escribe, cuando el palacio es una ruina: él pide su reconstrucción, se mueve, habla con unos y otros, y al fin lo consigue. Layna con otros, por supuesto. De esa tarea nacieron varios escritos, publicados sueltos, que finalmente se reunieron en un solo tomo en 1997 (“El palacio del Infantado” por Aache Ediciones). Aquí le vemos, junto a estas líneas. (más…)

Recordando a Caro Baroja, un enamorado de Guadalajara

Una casa de Robledillo de Mohernando, dibujada por Julio Caro

Muy amigo de Sinforiano García Sanz, Julio Caro Baroja, de quien al año próximo se cumplirá también el centenario de su nacimiento, vino a Guadalajara pero ni paró: estuvo subiendo cuestas por Retiendas, tomando tintos por Robledillo, cogiendo olivas por Tendilla y mirándole el culo a las mulas en la fiesta de las Candelas de El Casar, aunque de esto no llegó a escribir. Una lástima, porque le hubiera sacado mucho jugo, seguro.

La última vez que Julio Caro Baroja estuvo enGuadalajarafue el 12 de febrero de 1991. Fue esa también una de las últimas veces que se alejó más de lo debido de «lchea», su casona residencial, su familiar mansión en la orilla del Bidasoa, en un difícil equilibrio fronterizo entre España y Francia, pero en el corazón de uno de los territorios más hispánicos que existen: Euskadi.

Esa fue la última vez que el gran historiador, el gran intelectual español Caro Baroja estuvo en Guadalajara. Antes había venido muchas otras veces por nuestra tierra. En ella fue el descubridor, junto al también desaparecido Sinforiano García Sanz, de quien el pasado año celebramos su centenario, de las botargas de nuestros pueblos serranos y campiñeros. El fue quien valoró el inmenso tesoro etnológico de estas figuras ancestrales, y con ellas y la pericia cinematográfica de su hermano Pío, rodó una película de soberana grandeza: «A caza de botargas» que restaurada por el DEFIHGU de Guadalajara se está proyectando en encuentros culturales, el último de ellos en el IV Día de la Serranía celebrado el pasado octubre en Jadraque.

Julio Caro Baroja ha sido una de las colosales figuras de la cultura española del siglo XX. Como decía Alvar en su apresurada necrológica, la mejor definición que le cabía era la de ser «un hombre libre, un hombre independiente». Qué pocos podemos decir hoy eso. “Sólo soy libre, cuando me siento libre” intentaba definir Paul Valéry a esa intangible condecoración que para el hombre esla Libertad. CaroBaroja la llevaba puesta, antes que esos premios (decenas de ellos tenía cosechados) que Academias, jurados, Príncipes y ministras le concedieron. En 1980, el entonces ministro de Cultura Ricardo dela Ciervale nombró asesor suyo. Pocos meses después abandonaba el puesto (que a tantos les hubiera parecido miel sobre hojuelas) declarando que la vida pública española le desencantaba profundamente: seguiría dedicando sus horas a la investigación, al estudio, a la meditación, a los viajes, a ilustrar con sus libros y sus palabras la inacabable y honda avenida de las antropo-aguas españolas. ¡Qué sencillo era, qué sabio!Comole admiramos todos a don Julio, a su ejemplo de serenidad, de paciencia, de serio enfrentamiento con la realidaddelpasado, que es mucho más difícil que la de hacerlo con ladelpresente, tan vacía.

Julio Caro Baroja había nacido enMadridel 13 de Noviembre de 1914. Su padre, Rafael Caro Raggio, era editor de libros, y su tío, Pío Baroja, universal escritor hispano. En un ambiente de intelectualidad serena y cierta creció el joven, que estudió en el Instituto Escuela de Madrid, luego en la madrileña Facultad de Filosofía y Letras, y después de la guerra en numerosas escuelas y universidades de Europa. Soltero pero no sólo («el hombre no tiene una soledad absoluta decía‑ porque la soledad pura no existe») alcanzó a ser director del Museo del Pueblo Español en su primera etapa, abriendo un camino de investigaciones sobre antropología española, hasta entonces tan marginales entre los sesudos profesores universitarios, que no tardaría en hacerse acreedor a las máximas distinciones de la cultura española: académico de número dela Realde Historia en 1962, fue elegido en 1985 miembro de la máxima entidad de las letras,la Real Academiadela Lengua. Subibliografía llegó a ser tan extensa, que en 1978 se contabilizaban ya 380 títulos entre libros y artículos, y al final llegaron a sumar el medio millar. Un récord que no es tan sólo numérico, sino cualitativo, porque pocas personas habrá en España que hayan dicho tanto, tan importante, y tan sucintamente como lo dijo Caro Baroja. No sólo antropólogo fue,comosu estereotipo repite, sino grandioso historiador, fabulador, folclorista, científico, pintor, y viajero: un sabio al uso antiguo, pero en nuestros días. Un ejemplo para todos. Un español, como a su muerte le calificó Laín Entralgo, «irrepetible».

Guadalajara es un lugar donde el hueco de su vida se muestra patente y dolorido. Porque él conoció bien esta tierra, la pateó a modo, la estudió y dibujó con pausa, con amor incluso. Recordar solamente cómo de su viaje a Robledillo tomó apuntes que luego plasmó en sendos dibujos: la ermita dela Soledady una casona popular, que serían incluidos en el Catálogo de su Exposición antológica de 1986 en San Sebastián. Recuerdos del paso de este hombre porla Campiñadel Henares, y que también anduvola Alcarriabuscando colodras para su Museo madrileño, que llenó con lo que él y su amigo el americano Foster recogieron a través de los16.000 kilómetrosque se hicieron andando por España. ¿Quién queda hoy con este bagaje y esta capacidad? ¿De quien podría decirse, como lo hacía Francisco Rico en el necrológico «tombeau» que le dedicó, que fue «Libre, genial, erudito,/ tímido y audaz y raro,/ en la prosa y en la vida… Julio Caro»?.

Los dibujos de Robledillo

Julio Caro pudo demostrar que era tanto un erudito de despacho, como un hombre de su tiempo capaz de discernir lo libresco de lo real, alcanzando conclusiones que desvelan buena parte del ser de España y de sus pobladores.

Se inició en los trabajos arqueológicos y de historia antigua tras la Guerra Civil, comenzando a trabajar y publicar en los temas de «Los pueblos del norte de España» (1943), «Los pueblos de España» (1946) y «Los vascos» (1949). Tras éllos, Caro se decantó por una perspectiva etnológica y por la antropología cultural. En aquellos años publicó «Análisis de la cultura», resultado de un curso que dió en el Archivo Histórico de Barcelona. Sus conclusiones se mantienen absolutamente vigentes hoy.

En 1944 fue nombrado director del Museo del Pueblo Español, trabajando intensamente, hasta 1954 en que fue retirado del cargo, recogiendo piezas por España, y haciendo análisis profundos de la etnografía hispana. En esa época, 1950 concretamente, viajó por toda España, y muy singularmente por Andalucía, en compañíadelantropólogo norteamericano George M. Foster. Se hicieron 16.000 Kms. por los caminos de España, recogiendo entonces fotografías y sobre todo apuntes de campo y dibujos que han sido luego la base de su contundente muestra artística.

Porque Caro Baroja no es sólo un erudito o un antropólogo genial, es también un magnífico dibujante que supo plasmar lo esencial de las cosas vistas en cuatro trazos de plumilla. Si de aquél viaje con Foster surgieron libros tan interesantes como los «Estudios sobre la vida tradicional española» (1968), y otras cosas aún posteriores como «Teatro popular y magia», «El Carnaval» y «La estación del amor», es cierto que allí comenzó su pasión por el dibujo y de entonces se conservan los más genuinos esbozos de personajes, de fiestas, de elementos tradicionales y de arquitectura popular debidos a su mano.

Vinieron después los profundos estudios sobre la historia española, especialmente relativos a aspectos o minorías marginadas: los judíos, la brujería, la Inquisición, la literatura de cordel, los moriscos granadinos, etc. Quizás una de sus más profundas y monumentales obras, poco conocida aún, sea «Las formas complejas de la vida religiosa (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII)», editada por Akal en 1978, todo un monumento de erudición y análisis. Trabajaba don Julio en una «Historia falsa de España» que cuando vino a Guadalajara nos presentó en idea, y que no llegó a terminar.

De su enorme y espléndida colección de dibujos, se hicieron numerosas exposiciones por España. Una de éllas, en 1986, en una galería comercial de San Sebastián, tuvo tal éxito, que según confesó el propio autor, ganó con élla más dinero que en toda su vida escribiendo libros. La Generalitat valenciana hizo otra en 1989, resultando de élla una publicación muy interesante, en la que el autor nos da una «Explicación defensiva» de su pasión por el dibujo, que es el exponente máximo de su real pasión por el análisis de las cosas.

En ese libro figuran los dos dibujos que hoy presento a mis lectores. Se trata de sendos edificios populares de la localidad campiñera de Robledillo de Mohernando: una casa de la plaza, y la ermita de laSoledad, a la salidadelpueblo. Los hizo Caro en enero de 1965, cuando junto a su hermano Pío viajó por algunos pueblos de nuestra provincia, para escribir el trabajo sobre «A caza de botargas» y producir para NO&DO el documental que luego se reprodujo mil veces, genial de factura y contenido, sobre estas tradicionales fiestas de nuestros pueblos. Fue a Montarrón, a Robledillo, a Beleña y a Retiendas. El artículo resultante de ese viaje, aunque sin dibujos, se publicó en la edición de «Estudios sobre la vida tradicional española» que en 1968 hizo Ediciones Península. Luego viajó Caro a otros lugares de Guadalajara, entre éllos a El Casar, donde analizó la fiesta de las Candelas, aunque nunca llegó a publicarla en profundidad.

Estos dibujos de Julio Caro Baroja sobre sendos edificios populares de Robledillo, dan una idea bastante justa de cual es su forma de tratar las cosas. Son apuntes rápidos, esquemáticos, pero muy fidedignos. Sin mediciones exhaustivas, sin proporciones exactas, tienen lo esencial de lo retratado, sus elementos que le identifican, y hasta algunos detalles de minuciosidad que prueban lo entrañable que resulta para este autor dibujar las edificaciones más simples de nuestra tierra. En éllas encontró, encuentra todavía, la esenciadelpueblo y de sus formas de vida. Y con esos dibujos estudia y se expresa, y a todos nosotros nos maravilla.

Hoy la fotografía alcanza más cosas y entresijos de una fiesta. Tenemos, incluso entre nosotros, estupendos fotógrafos de lo popular, del costumbrismo, que están dejando documentos para el futuro de gran valor (ahora recuerdo a Jesús de los Reyes Martínez Herranz, a Paul Rojas, a Javier Lizón y al irrepetible Luis Solano, que ya se nos fue, con la cámara en la mano). Pero esa pulcritud y profundidad con la que Caro Baroja analizó comportamientos, y diseñó con lápiz los personajes y las fiestas que veía, nadie la tiene ya en su haber. Un recuerdo, en todo caso, para este vasco, español y alcarreño por condecoración que en su casi centenario hoy recordamos.

Memoria de Goyeneche en Illana

Entre los personajes que podemos decir incidieron de forma positiva en la  historia  de  Illana, se cuenta de forma notoria a don Juan de Goyeneche, quien a comienzos del siglo XVIII impulsó de tal modo la vida económica y social de esta villa, que debe sin falta estar en los anales de la misma, entre la nómina de sus personajes ilustres.

Quien fue Goyeneche

El linaje de Goyeneche procede del valle de Baztán, en la Navarra pirenaica, donde tuvieron varias casas en su origen. Juan de Goyeneche nació en 1656 en el barrio de Ordoqui, próximo a Arizcun, en el Baztán navarro. Era el menor de seis hermanos, por lo que como «segundón» (más bien como sexendón) sus padres le mandaron a Madrid, a que estudiara. En 1670 llegó a la capital de España, estudiando Humanidades en el Colegio Imperial de los Jesuitas.

Casó en 1689 a los 33 de su edad. Celebró la boda en su casa de la calle del Arenal. Su mujer era María Francisca de Balanza, hija de Martín de Balanza, noble navarro natural de Aoiz. De los varios hijos habidos solo sobrevivieron Francisco Javier, futuro marqués de Belzunce; Francisco Miguel, que heredó este mismo título tras la temprana muerte de su hermano, y Juana María. El segundo, Francisco Miguel, añadió el título de Conde de Saceda por otorgamiento por Felipe V en 1743.

Por su formación madrileña y herencia de familia, Goyeneche fue un hombre muy culto, un gran humanista y erudito. Le gustaba comprar, coleccionar y leer libros. Él mismo fue escritor. Su único gran libro, publicado en 1685, es la Executoria de la Nobleza, Antigüedad, y Blasones del Valle de Baztán, que es un «auto de fe de su navarrería baztanesa» más que un libro de erudición. Además escribió una breve biografía de don Antonio de Solís y Rivadeneyra, apoyando la edición y poniendo prólogo de las Varias poesías sagradas y profanas del mismo Solís. Y siendo editor, finalmente, en 1688, de la Mística ciudad de Dios de Sor María de Jesús de Ágreda. Todo ello da muestras evidentes de su preocupación intelectual y literaria, de la que el mismo padre Benito Feijóo afirma que «su casa… es noble Academia donde concursan los más escogidos Ingenieros…» añadiendo que «las Ciencias le reconocen como Protector, y las Artes como Promotor».

Además puede calificársele de devoto cristiano, y más aún, de entusiasta «pro-jesuita», cosa que luego, en el siglo XVIII, se pondría bastante menos de moda. Su formación en el Colegio Imperial, y su trato frecuente con ilustrados religiosos, le hizo crecer en su apoyo a los Jesuitas, a la par con su devoción por San Francisco Javier, lo cual se puede leer como clave de muchas de sus actuaciones: en su testamento pedía ser enterrado en la iglesia de San Francisco Javier del Nuevo Baztán, o en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de Almonacid de Zorita, por él fundado.

La actividad de Goyeneche durante su vida en Madrid (que fue donde pasó toda su vida) es realmente impresionante. Él sirve de aglutinante a un amplio foro de empresarios e ilustrados navarros que viven en la Corte. Se hacían denominar como «protectores de la restauración de la abundancia de España» y trataron por todos los medios de dotar al país de fuentes de riqueza propias, aumentando la producción nacional y disminuyendo las importaciones.

Entre los cargos meramente cortesanos, aunque a su vez administrativos y económicos, Goyeneche fue Tesorero General de las Milicias, hasta 1710. Además fue Tesorero de doña Mariana de Neoburgo, por nombramiento de Carlos II. A partir de la muerte de este, y la subsiguiente Guerra de sucesión, Goyeneche fue siempre partidario del partido francés, por lo que una vez Felipe V en el trono alcanzó los cargos de Tesorero de las reinas María Luisa e Isabel de Farnesio, ambas esposas del primer Borbón. Este cargo se lo pasó a su hijo Francisco Javier en 1724.

La actividad empresarial de don Juan de Goyeneche, en una época de crisis y depresión, causa hoy asombro. Empezó con poco: en 1697 adquirió el periódico «La Gazeta de Madrid», fabricando en sus molinos del Tajuña hasta el papel del rotativo. De ese inicial «poder de información» le vinieron enseguida otros. Suministrador de materiales para el Ejército y la Armada, cortaba grandes árboles en el Pirineo para hacer mástiles de barco, bajándolos en grandes almadías hasta el Mediterráneo. Creó fábricas de brea y alquitrán en los montes de Tortosa. Promocionó y pagó buena parte de la carretera de Madrid a Valencia, porque intuía que la base del crecimiento económico eran las buenas comunicaciones. (más…)

San Macario, hallado en Valdesaz

Un libro que habla de Valdesaz y del nacimiento y desarrollo de una leyenda.

Para cualquier viajero que se anime a recorrer la Alcarria, Valdesaz es un minúsculo pueblecillo en el que seguro va a encontrar muchos puntos de esencia rural: naturaleza en estado puro, en ese valle de sauces que le da nombre desde hace siglos; historia leve pero tradiciones cuajadas; y algo, poco, de arte, porque su iglesia no es nada del otro mundo, pero su conjunto urbano tiene guiños de autenticidad y sabe dejar el regusto de lo auténtico en las retinas de quien por él pasean.

En ese contexto, aparece ahora una historia suculenta: un ir y venir de noticias ciertas, soñadas, irreales y tradicionales, que bien mezcladas con la esencia rural de las metáforas, y analizadas con la lupa del entomólogo cultural, nos ponen a un paso del asombro. De todos modos, tampoco hay que exagerar. Esto que hoy cuento era ya sabido en el pueblo y los ámbitos alcarreñistas, pero la carrera que contra el tiempo ha establecido un valdesaceño, Jesús María López Sotillo, para tratar de alcanzar la verdad en un tema siempre apasionante, ha dado su fruto. Ese fruto es un libro, como no podía ser de otra manera. Porque, como siempre pasa, el pálpito esencial de la cultura para por los libros. Y este que titula “Valdesaz y San Macario” se condensa todo lo que sobre este pequeño pueblo de nuestra provincia debe saberse.

Antecedentes remotos

Empieza su historia el autor contándonos lo que se sabe de los orígenes de Valdesaz. Muy poco. Junto con Fuentes, se creó como pueblecillo en los días de la repoblación, una vez tomado el territorio por las fuerzas (militares y políticas) del reino de Castilla, a finales del siglo XI, va ya para mil años. En el nacimiento del río Ungría, en el profundo y abrigado valle, nacen estas poblaciones (y otras más, como Caspueñas) con una vida de pálpito simple y sereno. Sus nombres castellanos claramente demuestran sus esencias. Al principio quedaron el el señorío civil de Hita. Luego pasaron por donación real al señorío eclesiástico de los obispos de Toledo, dentro de un alfoz comandado por Brihuega: desde los inicios del siglo XII aparece en los papeles Valdesaz. Un documento del arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, de 1221, le nombra como “Vallem Salicis”, y poco después, en 1242, el Fuero de Brihuega también le menciona.

La historia permaneció estancada, todos felices excepto cuando tocaba peste, y en el siglo XVI que el rey Felipe se ve en aprietos económicos y no se le ocurre otra cosa más que apropiarse de los bienes de la iglesia, y vendérselo a los que tengan el dinero que pide: eso pasa con Valdesaz, y con Fuentes y algún otro lugar del entorno: la Hacienda real se lo toma a los obispos toledanos, y se lo vende al regidor madrileño don García Barrionuevo de Peralta. Esto ocurre en 1579.

Al año siguiente, en 1580, es cuando las normas macroeconómicas de la monarquía realizan las conocidas “Relaciones Topográficas” y Valdesaz por boca de sus mayores expresa lo que sabe de sí misma. Aquella crónica certera y contemporánea, nos informa de muchas cosas de Valdesaz en ese año. Entre otras, la de que su santo patrón era San Macario, santo anacoreta de los desiertos de Egipto, a quien celebraban por voto muy antiguo el 15 de enero. Y dicen que su efigie, pintada sobre tabla, es venerada  por todos los aldeanos, diciendo de él muchos milagros y portentos. Un abogado celestial en toda regla. Un seguro contra las desgracias y los desarraigos, salido de la antigüedad más solemne. (más…)