Diega Desmaissières, inspiradora de un patrimonio

viernes, 31 agosto 2012 0 Por Herrera Casado

El palomar del poblado de Villaflores, junto a Guadalajara, es obra firmada por uno de los más prestigiosos arquitectos del siglo XX, Ricardo Velázquez Bosco. Hoy es un patrimonio en peligro, muy deteriorado.

La riqueza y el dinamismo de María Diega Desmaissiéres, y su no disimulado afecto a la arquitectura artística y lujosa, posibilitó que en Guadalajara y sus alrededores se levantaran por su encargo algunos edificios y conjuntos poblacionales de muy subido interés, que si no llegan a ofrecer el brillo y la suntuosidad del gran panteón familiar y su aneja fundación “San Diego de Alcalá”, sí que deben ser recordados aunque sea someramente. De un lado, para demostrar esa potencia creadora y ese dinamismo fundacional de esta mujer. Y de otro para ofrecer al interesado en el arte arquitectónico de finales del siglo XIX la posibilidad de admirar algunas otras muestras de la genialidad del arquitecto burgalés Ricardo Velázquez Bosco.

El Panteón y fundación de Guadalajara

En el extremo suroriental de la ciudad, junto al parque de San Roque, se encuentra un conglomerado de edificios y detalles arquitectónicos que justifican una visita detenida. A finales del siglo XIX, doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano, mujer riquísima y muy heredada en tierras de Guadalajara, donde su familia (los Condes de la Vega del Pozo) residía desde algunas generaciones anteriores, decidió emplear gran parte de su caudal en levantar una Fundación que acogiera, en plan benéfico, a los ancianos y desasistidos sociales alcarreños, al mismo tiempo que construía su propio enterramiento con una grandiosidad inigualable.

Al final del paseo de San Roque, vemos surgir este bloque urbano, “la Fundación”, compuesto por un conjunto de edificios y espacios que articulan una interesantísima colección de muestras del arte del eclecticismo de finales del siglo XIX. Fue trazado y construido por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco a partir de 1887. Comprende el conjunto una serie de espacios en los que aparecen patios, huertos, terrenos de secano, jardines y paseos, entre los que surgen los diversos edificios, como el central o asilo propiamente dicho, la iglesia, el panteón, otros edificios menores para depósito de aperos, de agua, de grano, alojamiento de servidumbre, jardineros, etc., y rodeado todo ello por una valla o cerca espléndida, que en su parte noble muestra, dando al parque de San Roque, una portada con elementos simbólicos, y una gran reja artística de hierro forjado. Pero es muy significativa la auténtica unidad de todo el conjunto, que revela una idea directora, no sólo en su concepto arquitectónico y urbanístico, sino en el significante y simbólico.

De toda la Fundación, lo más interesante es el Panteón de la Duquesa de Sevillano, gran edificio de planta de cruz griega, ornamentado al exterior en estilo románico lombardo, con profusión en el empleo de todos los recursos ornamentales y constructivos de este arte. Se cubre de gran cúpula hemiesférica con teja cerámica, y se remata en enorme corona ducal. Su recinto interior, al que se accede por magna escalinata, es de una riqueza ostentosa en la profusión de mármoles y piedras nobles de todas clases, con variedad infinita de recursos decorativos, en capiteles, muros, frisos, etc. Cubre la cúpula una composición magnífica de mosaico al estilo bizantino; sobre el altar mayor, un Calvario pintado sobre tabla, de Alejandro Ferrán. En la cripta, el enterramiento de la fundadora, obra modernista de gran efecto, en mármol y basalto, del escultor Ángel García Díaz.

En el edificio central, destaca su gran fachada de piedra caliza blanca, de grandiosidad renacentista pero con detalles estilísticos románicos, en esa mezcla de estilos tan característica del eclecticismo finisecular, y en su interior merece verse el patio central, que utiliza la planta cuadrada, rodeado en sus cuatro costados por arquerías semicirculares en dos pisos, sustentadas por pilares y capiteles, en un revival románico espléndido.

Todo el edificio abunda en detalles ornamentales de interés, conseguidos con la mezcla decorativa del ladrillo, la piedra blanca y la cerámica. Debe admirarse, en fin, la iglesia dedicada a Santa María Micaela, tía de la duquesa constructora, y fundadora de las Religiosas Adoratrices. Es de estilo románico al exterior, aunque en el interior sorprende la magnificencia de su abundante decoración mudéjar, con reproducción de modelos de frisos y mocárabes del palacio del Infantado, iglesia de San Gil y otros edificios arriacenses. Presenta también extraordinario artesonado de estilo mudéjar. Es de una sola nave y de tres ábsides semicirculares que abocan al presbiterio. El conjunto del Panteón lo enseñan las monjas Adoratrices que lo tienen a su cargo, estando la iglesia abierta al culto parroquial.

El palacio de Guadalajara

En el centro de la ciudad, a las espaldas del edificio de la Diputación, destaca el palacio residencial de los vizcondes de Jorbalán, construido por sus antepasados al menos un siglo antes, y que María Diega decidió reformarlo radicalmente durante los años que tuvo el mando único de la casa. La estructura cerrada del palacio, con bloque único, cubiertas a varias aguas, y patio central que centraba la monumentalidad de la casa toda, fue reformado por deseo de la nueva propietaria, que encargó a su arquitecto particular Ricardo Velázquez la realización de estas reformas. Debieron de realizarse al mismo tiempo que las obras del panteón y fundación, concluyéndose a principios del siglo XX, pues ya en 1910 la prensa alcarreña se hace eco de la maravilla en que las últimas obras han convertido el palacio y la capilla de la duquesa de Sevillano.

En el palacio, hoy convertido en Colegio de Hermanos Maristas, y muy alterados sus primitivos espacios, destaca la portada centrando la fachada norte. Sobre el dintel, y en alto, surge el gran escudo de los Desmaissiéres y Sevillano, sostenido de dos fieros leones y coronado del emblema ducal. El aire dado por Velázquez a este edificio es totalmente renacentista, y el revival que introduce en el aspecto decorativo, al menos en lo exterior, es de este aspecto. Se demuestra especialmente en la fachada y torre de la aneja iglesia de San Sebastián, que fue tradicionalmente un pequeño oratorio al servicio de la familia, pero que la duquesa María Diega quiso darle un aire de grandiosidad, poniendo a occidente la puerta, de recias columnas, preciosistas capiteles, abultadas cornisas y un gran frontón incluido en la arcada donde aparece una movida y modernista escena del martirio de San Sebastián debida sin duda al cincel de Ángel García Díaz. Sobre esta puerta surge la gran torre que hoy caracteriza el perfil de la ciudad, con dos cuerpos en los que abiertas ventanas geminadas de arco circular, delicados capiteles y profusa baranda sostienen un gran chapitel de placas metálicas escamadas rematando la aguda punta en una cruz.

Por el interior del palacio pueden aún verse un cuerpo ó rotonda poligonal con grandes ventanales, columnas de gran prestancia adornadas de violentos grutescos en sus mitades inferiores y rematada por terraza con baranda de balaustres. Aparece también un cuerpo de edificio rematado por una cubierta «afrancesada», y los balcones y galerías adornados con profusa decoración renaciente, balaustres y grandes ménsulas con bustos de cariátides. El interior de este palacio, hoy totalmente remodelado para colegio, era en época de la duquesa una sorpresa continua de lujo y modernidad. Velázquez decoró escaleras, patios, y salones, con estilos diversos dentro de su concepto del eclecticismo artístico. Predominaba el aire orientalista, pero así y todo le puso ascensor eléctrico, el primero instalado en Guadalajara, cuartos de baño, teléfono, luz eléctrica, timbres y multitud de fuentes por habitaciones y patios, dedicando finalmente un lugar para «garaje» donde la duquesa albergaba sus nuevos vehículos de motor junto a los tradicionales «landós» de caballos. El jardín de detrás era todo un mundo romántico de avenidas, árboles y cenadores, que ha desparecido por completo, salvándose únicamente el gran cedro del Líbano que se empareja a la torre y que aún acoge, en la primavera, a las cigüeñas criando.

El poblado de Villaflores

El tercero de estos ejemplos sería el complejo de explotación agraria que construyó en otra gran finca que poseía junto al camino de Cuenca, ya en la llanada alcarreña: la finca de Villaflores. Nada más remontar las cuestas que en Guadalajara llamamos «del Sotillo», en la carretera que sube a Horche, y luego va a Sacedón y Cuenca, nos encontramos con un conjunto de edificaciones planificadas para albergar una colonia de trabajadores de la tierra, diseñada a su gusto por Velázquez, en un estilo que hasta entonces no había probado en ningún otro sitio.

El edificio central es majestuoso. De planta cuadrada, muros cerrados al exterior, solamente se abre en su fachada orientada al sur, donde aparece el gran portón arquitrabado, al que remonta un cartel donde consta el nombre, Villaflores, de la finca, y sobrepasando el nivel de la cornisa, un enorme frontón que remata en escudo del apellido Desmaissiéres, el reloj y un campanil, todo ello en un claro sentido simbólico de poder y trabajo. Los muros de este edificio, destinado a albergue de guardeses y almacén de aperos y cosechas, ofrecen un movido conjunto de grandes ventanales en su fachada, con pequeños vanos en el resto de los paramentos. En el centro hay un patio de grandes dimensiones, y en el centro de este se levanta un cobertizo central, ampliamente porticado, para el alojo de las caballerías, con un sólo pilar cilíndrico central que sostiene una cubierta a cuatro aguas.

Repartidas con amplitud por el entorno de la finca existen otras interesantes edificaciones. Una de ellas es la iglesia del conjunto, situada en lo más alto, rodeada en su parte anterior por un pequeño jardín con dos mínimos pabellones. La sencilla puerta da paso a un interior de una sola nave con coro sobre la entrada. Coronando su fachada, que está trazada y construida con los mismos elementos tradicionales que usa Velázquez en la tierra alcarreña, esto es, el ladrillo y la piedra caliza, surge airoso el campanil.

Un bloque de cuatro grandes casonas para residencia de los labradores aparece en el costado oriental de la finca. Puestas en semicírculo, son edificaciones de gran consistencia y belleza por el uso de los referidos materiales autóctonos y la sensación de poder de sus muros y volúmenes.

Finalmente, cabe reseñar como muy espectacular el palomar, que diseñó Velázquez para completar el ámbito rural, y que enmarca en una tradición castellana, burgalesa por más señas, de poner estos edificios para residencia de las palomas junto a los poblados humanos. Es de planta circular, constituido por dos edificaciones cilíndricas concéntricas, de tal modo que la exterior, totalmente cerrados sus muros excepto por una pequeña puerta elevada sobre el zócalo, encierra a la interior, más delgada y elevada, rematada en una cupulilla rebajada. Uniendo ambos cilindros, existe una cubierta plana con lucernarios y un reducido peto exterior. Allí viven las palomas a sus anchas, y para el espectador y curioso se constituye en un elemento de imprescindible referencia en el paisaje de la meseta alcarreña cuando viaja hacia Horche. El juego de los paramentos calizos y los pilares de ladrillo, con incrustaciones decorativas de cerámica, le constituyen en uno de los monumentos más singulares del patrimonio artístico alcarreño y una singularidad preciosa en la obra del arquitecto Velázquez Bosco.

Lástima que el conjunto, ahora propiedad de una empresa constructora, que planeó construir en él un centro residencial de calidad, está muy abandonado y progresivamente va sufriendo los efectos de las inclemencias del clima y el allanamiento de los vándalos.

Madrid y Dicastillo

Tanto en Madrid capital como en la provincia, quedaron huellas constructivas de doña María Diega. En la capital sigue siendo un monumento a la vista y al recuerdo de la prócer el gran Colegio del Pilar, en el corazón del barrio de Salamanca, en el que los Marianistas han establecido un régimen de enseñanza muy efectivo, y en el que la gran masa de edificios de ladrillo y piedra siguen dando memoria de una época y un estilo que esta mujer implantó en no pocos sitios.

En Vicálvaro, donde tenía abundantes y extensas fincas, quiso dejar su memoria en forma de una capilla aneja a la iglesia parroquial de la virgen de la Antigua, patrona de la villa. Se construyó un edificio en estilo ecléctico revival gótico, que hasta la guerra Civil llamó la atención. En ella sufrió su destrucción y luego se ha restaurado, aunque a falta del retablo y las vidrieras.

En la localidad navarra de Dicastillo, cercana a Estella, doña María Diega Desmaissiéres mandó construir un gran palacio sobre lo que ya de antiguo era propiedad de la familia. La inmensa construcción, bien cuidada hoy en día, y sobre la que no podemos aquí detenernos, es un magnífico ejemplo del neogoticismo que aquí ensayó Velázquez, con grandes volúmenes en la parte central del conjunto, abiertos de ventanales geminados, y torreones esquineros en los que la imaginación soñadora del artista se recrea. En la portada aparece, bajo alfiz de tono gótico, el gran escudo ducal de María Diega sostenido por leones coronados, como en Guadalajara, y en el patio aún se mantiene el recuerdo del perrito preferido de la duquesa, para el que mandó a Velázquez construyera una tumba también de estilo neogótico.