Plazas Mayores de Ciudad Real
Para quien le guste el sol, en Ciudad Real tienen, y más en este tiempo, todo el del mundo. El lugar donde mejor se puede tomar el sol en Ciudad Real, que como todo el mundo sabe no tiene playas, son sus plazas mayores. Y aquí, en sus viejas ciudades cargadas de historias y buenos sabores, están sonrientes algunas de las mejores que pueden verse en toda España. Así es que como oferta singular de un turismo cultural de sol, y fotos, van estas recomendaciones, que hace años visité cuando me dediqué, como un Quijote en coche y sin Sancho, a recorrer estos pueblos de la Mancha abierta.
Plaza de la Solana
Sobre el blancor de una loma, la historia de La Solana está unida a la Orden de Santiago, pues fue aldea de la encomienda de Alhambra, situada poco más al este, ambas en el santiaguista Campo de Montiel. Dicen que la fundación de esta aldea surgió tras el asentamiento en este lugar de unos pastores nómadas procedentes de los altos numantinos de Soria. Desde el siglo XV adquirió la facultad de villazgo.
La plaza de La Solana es un conjunto abigarrado de construcciones y estructuras que, por ser muy grande, la hacen una de las más curiosas y animadas de la provincia. Se forma en sus costados de edificios de variadas épocas, muy diferentes entre sí, lo que le confiere un sentido popular y atractivo. Su estructura general es rectangular. En su costado meridional, y dominando con su imponente mole el espacio central, se alza el templo parroquial de Santa Catalina, que aparte su torre grandiosa, y sus buenas portadas, ofrece de cara a la plaza una galería con ventanales abiertos, que sirvió en su tiempo para contemplar en situación preferente las corridas y espectáculos de toros. En el costado frontal, el que mira al mediodía y se ilumina habitualmente por el sol, están las construcciones de regimiento municipal: el Ayuntamiento, en la esquina, y otras dependencias del Concejo. Los costados sur y norte también tienen casas soportaladas, especialmente este último, en el que se comenzó a levantar, con ideas de igualar toda la plaza, unos edificios de grandes arquerías con pilares cuadrados de piedra, y muros en los pisos altos de ladrillo visto. En un estilo que recuerda a la plaza mayor de Ocaña, la idea del Concejo en el siglo XVIII fue la de construir una gran plaza soportalada de proporciones grandiosas, muy homogénea, frente a la iglesia. No se terminó y hoy ha quedado un poco a medias, pero en cualquier caso esta plaza de La Solana es un espléndido ejemplo de gran espacio común y abierto, en el que la vida del pueblo late a cada instante.
Los edificios más singulares son la iglesia, el Ayuntamiento, y la Casa de la Posada. La iglesia parroquial, dedicada a Santa Catalina, comenzó a construirse hacia 1420, aprovechando los cimientos de una antigua fortaleza. Pero la forma actual la adquirió en el transcurso del siglo XVI. Tan grande es, que se sale de todos los cánones y estilos. Tiene detalles, especialmente en el interior, del gótico tardío, pero le suman más puntos los aportados por el Renacimiento y aún por el Barroco. La torre de esta iglesia es tan alta y majestuosa que se sale de todas las medidas. En medio de la llanura manchega, recuerda a las catedrales francesas o europeas que se atisban desde kilómetros de distancia. Se construyó también en el siglo XVI y supervisó su construcción Alonso de Covarrubias, aunque la dirigiera Alonso Galdón.
En la Plaza de la Solana hay siempre movimiento, coches que llegan, gente que corre, caminantes solitarios y grupos de chicos, siempre muchos chicos y chicas por todas partes. Es monumento histórico, y todos los que la han visto dicen siempre lo mismo: que atrae de tal manera, que siempre se vuelve.
Plaza de San Carlos del Valle
La plaza de San Carlos del Valle es uno de los espacios urbanos más hermosos e inolvidables con los que pueda encontrarse el viajero que se mueva a lo largo y ancho de esta Castilla que vive en La Mancha. Nació este pueblo, como hoy lo vemos, a inicios del siglo XVIII, gracias al Plan de Colonización de Carlos III, dirigido por el superintendente del reino, Pablo Olavide, en el que se trató de colocar en pueblos nuevos a gentes venidas de otros países europeos, o de otras regiones de España, para poner a producir territorios que hasta entonces habían estado abandonados. En esa época nacieron La Carolina y Santa Elena, en Jaén, y Almuradiel en Ciudad Real.
Surgió San Carlos, un pueblo trazado sobre un plano totalmente regular, estructurado en torno a un eje, el camino que lo atravesaba (ahora carretera que va de Valdepeñas a La Solana) poniendo a uno de sus lados la Plaza. Se accede a esta plaza por medio de tres arcos de ladrillo en tres de sus flancos. Su planta es prácticamente rectangular. En sus lados mayores, surgen al levante la iglesia parroquial, y al poniente un largo cuerpo de edificios soportalados y adintelados sobre columnas de piedra, con dos pisos superiores de balaustradas de madera entre pies derechos y zapatas del mismo material. En los lados menores, los edificios también soportalados tiene un solo piso, pero en la misma estructura que el lado largo, siempre apoyadas las galerías sobre fuertes vigas con las cabezas talladas. Uno de esos edificios era el Ayuntamiento, que actualmente se ha trasladado a un costado, casi fuera de la plaza.
A la plaza se entra a través de tres amplios arcos que son casi zaguanes, y la visión desde ellos, con el marco arqueado de las bóvedas, y el contraste de los oscuros muros con la luz que surge de las galerías de madera, es en cualquiera de las tres perspectivas realmente bonito. En la puerta que da a la carretera, aparece una gran placa de cerámica que dice así: “La Casa Grande de la Hospedería fue construida en 1710 como lugar de reposo de peregrinos y viajeros del Camino Real. La iglesia del Santo Cristo se construyó entre el 18 de septiembre de 1713 y el 13 de septiembre de 1729 durante el reinado de Felipe V de estilo barroco con influjos neoclásicos. La Plaza Mayor se construyó posteriormente a la iglesia y sus dimensiones son 53 m. por 21 m. El pueblo fue proyectado durante el reinado de Carlos III”.
Aún siendo un espacio de personalidad muy viva, hermoso y resplandeciente ante los ojos de cualquiera con un mínimo de sensibilidad, parece hecha como atrio de la fabulosa iglesia construida a comienzos del siglo XVIII, que con su volumetría impactante, su decoración barroca, sus tallas de santos y gentes, dejan boquiabierto al más indiferente.
De 1713 a 1729 es la construcción de esta iglesia del Cristo de San Carlos del Valle. No me entretengo en describirla y ponderarla. Ya lo hará quien visite la plaza, que es a lo que hemos ido.
Plaza de Almagro
Tiene Almagro el título de ciudad desde 1796, pero desde mucho antes es un lugar importante en La Mancha, por cuanto fue, durante muchos años, capital de la Orden de Calatrava, y espacio de residencia de sus maestres primeros, y luego de los delegados regios de la misma. La llegada de la familia alemana de los Fugger como administradores y concesionarios de la explotación de las minas de mercurio de Almadén, hizo que se levantaran nuevos edificios en la plaza, y en las calles aledañas, así como palacios, conventos y oficinas administrativas reales y concejiles. Así nació esta plaza, que es sin duda la más hermosa de nuestra Región, y una de las mejores de España.
De grandes dimensiones, con más de 100 metros de largo, ve alzarse en su costado oriental el edificio del Ayuntamiento, de elegante fachada construida con piedra sillar, y una pequeña torre aterrazada en el ángulo izquierdo sosteniendo el reloj de forja que sobresale de una estructura metálica. A su lado se levanta una casa-palacio de balcones simétricos y balcón angular, ofreciendo su portada del siglo XVI. En el lado norte, al otro lado de la calle que por ese costado accede a la plaza, se levanta la mole del Convento de San Agustín, con sus pesadas torres y su dinámica volumétrica.
En el costado de poniente estuvo situada la gran iglesia de San Bartolomé, derribada por vieja en los primeros años del siglo xix. Quedó levemente levantado el nivel de la plaza en ese lugar, y ello dio visión a los palacios maestrales que durante siglos fueron ocultados por la iglesia. En su lugar se crearon unos jardines, en los que hoy luce una gran estatua en bronce del adelantado de Chile, don Diego de Almagro, obra de García Donaire.
Los costados mayores de la plaza mayor de Almagro son los que le confieren todo su carácter. En ellos se levanta un armónico conjunto de viviendas que se disponen sobre soportales en dos alturas, sostenidas por ochenta y cinco columnas de piedra de orden toscano, sobre las que descansan las gruesas zapatas y vigas de madera pintadas de almagre. Estas edificaciones están construidas con materiales modestos, como el yeso, el adobe y el ladrillo y ofrecen su mayor originalidad en el doble piso de galería acristalada, que proporciona un característico sabor que evoca las construcciones populares de los países del Norte de Europa, especialmente Alemania y Países Bajos. Estas galerías estuvieron abiertas originariamente, siendo de carácter público y utilizadas para presenciar los espectáculos que tenían lugar en la plaza. Luego se usaron por familias, se añadieron a las viviendas a las que antecedían, y por lo tanto se cerraron. Al principio eran de color almagre, rojizo, luego por mandato de Carlos III se pintaron de azul, y ahora son verdes. Sobre las galerías aparecen sencillos canecillos que soportan el alero, y en el tejado, cubierto con teja árabe, se levantan buhardillas encaladas, blancas chimeneas y algunas veletas de hierro.
En el lado norte de la plaza se abre el callejón del Villar, corto de trayecto, pero suficiente para poder admirar en él la estructura de la construcción de las viviendas, columnas y capiteles, ventanales con rejas, portaladas y soportales añadidos. Al fondo de este callejón, está el Museo del Encaje almagreño. En el lado sur se abre la antigua calle del Toril, hoy del Capitán Parras, en recuerdo de un hijo de este pueblo que murió heroicamente en 1924 durante la guerra de África. En esta calle, como su nombre indica, se localizaban los toriles para encerrar en ellos a los toros que se lidiaban en las fiestas celebradas en la plaza.
En esta misma acera, está situado el Corral de Comedias de Almagro, una pieza arquitectónica excepcional, que se ubica en el antiguo mesón de la plaza, y que era conocido popularmente como mesón o posada de las Comedias. Fue construido a finales del siglo xvi o primeros del xvii. Se rescató de una amalgama de edificaciones que habían ido ocultando su verdadero sentido, y una magnífica restauración le devolvió su esplendor y su sentido funcional de teatro popular. Declarado Monumento Nacional desde 1955, había sido completamente restaurado un año antes. Durante el mes de julio sirve de sede al Festival Nacional de Teatro Clásico.
Junto al Corral de Comedias, se encuentra la casona de don Diego de Molina el Viejo. En este lugar, el soportal y las galerías acristaladas se cortan y dejan paso a la elevación de dos grandes columnas de granito que sostienen zapatas y una fuerte viga con escudos heráldicos tallados. La portada de la casona, tallada en piedra, fue construida a finales del siglo xvi, y en ella está tallado el escudo heráldico de los Molina, Dávila y Fajardo. Hay en los costados de la plaza algunas otras edificaciones interesantes, con dinteles de piedra, escudos, inscripciones pías, etc, y ya en el inicio de la calle de las Nieves, la portada y palacio de los Rosales, con magnífica fachada de fines del siglo xvii.
En el extremo occidental de la plaza mayor de Almagro están los monumentales restos del palacio maestral, que han sido rehabilitados estupendamente y albergan hoy el gran Museo Nacional del Teatro, un lugar que es de imprescindible visita.
Esta Plaza Mayor de Almagro, a lo largo de la historia, fue testigo de la celebración de justas y torneos, además de tener su clásica función de servir de celebración de las corridas de toros, viendo en las cálidas tardes del verano cómo se llenaban sus balcones de gentes de la aristocracia, y del pueblo llano. Los más pudientes alquilaban los balcones de las casas que dan a la plaza. Hay constancia de la celebración de corridas de toros, además de en muchas otras ocasiones, en los años 1663 y en 1833, esta última con motivo de la subida al trono de la reina Isabel II.