Recuperando a Cela por la Alcarria
La asignatura de la Caminería, que la ha puesto Manuel Criado de Val en la carrera de la vida, es una de las más entretenidas que existen. No hay que estudiar apenas, no te examinan al final del curso, y puedes ir por libre a donde quieras. La única condición es que camines, que busques caminos, que preguntes por dónde ir, que apuntes todo lo que veas. Esa es la Caminería, aunque haya otras definiciones más académicas por ahí plasmadas.
La Caminería de la Alcarria está protagonizada por su propio nombre. Al-carria significa “el Camino”, en un viejo ibérico del que aún vivimos en el cotidiano hablar y andar, porque cuando se va desde la plaza de Torija a la vieja fuente de la vega, se toma “carralafuente” para bajar, y así mil ejemplos en nuestra tierra. Así es que sin exagerar puede decirse que en la Alcarria todos son caminos. Antiguamente, de tierra, ahora de asfalto, y a salto de mata, entre los cerros, por donde quieras.
El Camino más famoso ha sido, y será para siempre, el que trazó Camilo José Cela en 1946. Programó un “Viaje a la Alcarria” a sugerencia de su amigo Benjamín Arbeteta de Cifuentes, pero también él lo planificó a conciencia, con horarios, medios de transporte, jornadas de descanso, problemas literarios y apariciones fantasmales, más un par de amigos, uno de ellos con máquina de fotos, que fueron haciendo la crónica gráfica de cuanto acontecía. De entonces acá, miles de ediciones, en muchos idiomas, un Premio Nóbel de Literatura, y algunas placas prendidas en las esquinas de los pueblos que le vieron pasar.
La crónica real y erudita de ese viaje la hizo, años después, Francisco García Marquina, que ha sido biógrafo de Cela, y notario de sus nuevos andares y reposares por esta tierra. Paco Marquina, teniendo acumulado un valioso y certero material de conversaciones personales con el autor, de cuadernos originales, fotos y testimonios de gentes, se puso a escribir un día un hermoso libro, que al final tituló “Guía del Viaje a la Alcarria” y que editó AACHE como número uno de su Colección “Viajero a pie”. El libro, al que rememoramos aquí como un elemento capital de la Caminería Hispánica, es una reconstrucción del original trayecto del escrito gallego. García Marquina consulta los textos y apuntes tomados sobre la marcha por Cela; mira el mapa (un Michelin de los buenos) que el autor llevó en la mochila; y habla con la gente que aún queda (está escrita esta Guía en 1992) viva de aquellas jornadas: entre ellos el Portillo de Brihuega, el Rata de Cifuentes, el señor Demetrio de Budia, don Paco y don Mónico de Pastrana, y a todos les rescata su memoria de aquel verano del 46. Con esta obra, Marquina viene a demostrar que la cosa fue bastante más organizada de lo que en el libro original se quiere dar a entender. Cela viajaba (era imprescindible en aquellos años) con un salvoconducto del Gobernador Civil, en el que venía a decir que “tranquilos, que a pesar de su aspecto este señor es de los nuestros”, no le fueran a confundir con un maqui y se acabara violentamente la historia.
Aporta en su libro García Marquina un buen acopio de fotografías graciosas: unas hechas por él, otras rescatadas del viejo baúl de los protagonistas. El vibrante, entretenido, a veces jocoso y siempre perfecto idioma que usa Marquina dos hace leer este libro sin pestañear, sin apenas respirar para no romper el encanto que tiene. Se refiere a cosas ya antiguas, a cosas que ocurrieron mediado el siglo XX…. Casi nada, porque con las ideas que hoy circulan, y que cada vez están más asentadas en los escritores de progresía fashionable, cualquier va a salir diciendo que esto huele a franquismo y que debe ser enviado, sin remisión, al Indice de la modernidad, o sea, a la hoguera. Pero a mí no me preocupa esta posibilidad, porque sé, de muy buena tinta, que el libro se ha vendido poco, que no se ha leído casi nada, y que por lo tanto no va a dar motivos de que ningún ejemplar de esta ralea se escandalice. Sé, también, que donde ha caído muy bien, y ha gustado, y se lo han recomendado unos a otros, es entre las gentes que pueblan los pueblos por donde pasó Cela, porque allí siguen recordándole, muchos de oídas, pero siempre con una cariz de “leyenda urbana” que ha hecho que los que conocimos al Nóbel, lo tratamos y conocimos su buena intención al escribir aquello, nos palpemos la ropa para sentirnos seguros de que aún existimos, de que no somos un sueño.