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marzo, 2011:

Artesanías para la vida

Una de las personas que más han trabajado en torno al tema de las artesanías, de Guadalajara, y de España entera, es Guadalupe González-Hontoria y Alledesalazar. Hace muchos años publicó una especie de enciclopedia en varios tomos, titulada “Las Artesanías de España” y en su tomo quinto hablaba de Guadalajara, haciendo un repaso de las artesanías que en nuestra provincia ella conoció, y estudió. Ahora las recorro, como de puntillas, en brevedad, con ella. 

Una antigua aguadera de madera

 

La artesanía, creo yo, es la capacidad humana de construir cosas bellas para mejorar la vida. Desde la propia casa, hasta las vasijas para el agua, o las telas para la cama. Cuando hoy todo lo que usamos es de plástico, de materiales sintéticos, de producción industrial, la artesanía ha quedado apartada en los museos y es materia de estudio arqueológico de la vida pasada. Lo que nos venden como Artesanía son hoy meros adornos para colocar en las estanterías o ponérselos encima como abalorios. 

Artesanías de Guadalajara 

En el repaso que Guadalupe González-Hontoria hace de la artesanía popular de Guadalajara destacan algunas cosas que de pasada quiero recordar. Son las primeras las cosas hechas con metales, que eran muy numerosas especialmente en la parte oriental del Señorío de Molina, donde había minas de hierro en explotación. Allí se ven colecciones estupendas de rejas, lo mismo que en otros pueblos, como Pastrana, en el que luce una de las más espléndidas muestras de esta manufactura, la “Reja de la Hora” sobre la pared principal de su palacio ducal. También encontramos veletas, y aún gigantescos muñecos de metal, los giraldos o mambrús, como los de Molina (San Francisco) Arbeteta y Escamilla, que anunciaban con sus giros monumentales de qué parte venía el aire. 

Clavos además para reforzar las puertas, llamadores para hacerse notar, y mil trastos como candiles o planchas, que tenía su misión cabal en la vida diaria. 

También la madera se usó para hacer cosas de la vida diaria. Desde los muebles, mesas, sillas y alacenas, a las aguaderas, carretillas y elementos de trabajo y sustento. Guadalupe añade en este capítulo algunas artesanías que servían al entretenimiento, y eran base de la fiesta, como las máscaras de madera tallada y pintada que llevaban (y aún llevan) lo botargas campiñeros, y los elementos del juego de la piragua de Berninches o del taco en Horche. Aún los pastores se entretenían en tallar sus garrotes, y sus colodras, en este caso más frecuentemente sobre el hueso de los cuernos. 

Con las fibras vegetales se hicieron canastos, asientos de sillas, serones, cuévanos y alforjeros. Se utilizaba la enea y la espadaña, pero también el esparto y hasta la paja de trigo, muy manejable en los adornos. Todo tenía una utilidad práctica y diaria, todo tenía un alto de valor, más de consumo y agilidad vital que de adorno o belleza. 

Lo mismo puede decirse del cuero y la piel, que tanto se trabajó en lugares de la Alcarria como Budia, o Romanotes, y aún en Sigüenza con sus botas de vino. La piel y los cueros se trabajaron en plan casi industrial en las tenerías de Budia, y de Illana. En otros pueblos también existieron, hasta que la industria moderna acabó con ellos. 

Y los tejidos, de siempre hechos artesanalmente en las casas, hilando y con la rueca, en largas jornadas en las que las féminas hacían maravillas y veían pasar, en el movimiento de las ruedas y las lanzaderas, con velocidad la vida. A nivel industrial, Guadalajara centró buena parte de la industria naciente del tejido, con sus fábricas nacionales de paños en Brihuega y en Guadalajara, y con la de sedas y tapices en Pastrana. Pero la auténtica artesanía de la manta de lana, de la puntilla de hilo, o de la puñeta de seda suave, se hacía en las salas altas de las casas, al amor de la lumbre, en medio de la distendida charlas de cosas nuevas o de leyendas viejas. 

La Arquitectura Popular 

Una de las expresiones más claras de la artesanía es la arquitectura popular. Ambas cosas se estudian en distintas “asignaturas”, ya lo sé. Pero en definitiva, si seguimos considerando que artesanía es aquello que el hombre hace con sus manos para vivir mejor, y más cómodo, seguro que mis lectores me van a consentir que haga este aserto: la parte donde más se vive, y mejor se vive, es la casa, y ahí es donde el hombre ha desarrollado, en el camino lento de los siglos, mejor su inteligencia, en las tareas de hacerse un espacio cómodo donde vivir. 

La arquitectura popular de Guadalajara es hoy una entelequia. Simplemente no existe. Se ha ido tirando todo, sistemáticamente, ante la indeferencia de la mayoría, y a veces con el aplauso de algunos. 

El que en Atienza podamos admirar la Plaza del Trigo, perfectamente restaurada; en Sigüenza su calle mayor hacia el castillo, y en Pastrana la cuesta del Heruelo, poco significa ante lo que se ha tirado y destruido en cien pueblos más. El que en algunos pueblos de la Sierra Norte como Majaelrayo, Campillo, o Valverde se conserven viejos edificios de pizarra, o muchos de ellos se hayan reconstruido con los materiales originales, tampoco nos defiende de cuanto se ha derruido o abandonado por otros cien pueblos de esa misma Sierra Norte. No se consideró ese patrimonio nunca como un bien cultural propio. Y así nos ha ido. 

En todo caso, y para quien quiera ver algunos ejemplares interesantes, o algunos conjuntos poblacionales en los que esta arquitectura popular tiene aún vitalidad y figura, hay que considerar dos tipologías fundamentales. La primera, todo lo consturido con piedra de la zona, y que hoy se encuadra en la llamada “Arquitectura Negra”, en los pueblos de las estribaciones meridionales de Somosierra y Ayllón. La emigración de los años 60 dejó la zona casi vacía y hoy se estimula el asentamiento de gentes nuevas gracias a un naciente turismo de interior. Son edificios de grandes dimensiones, con una planta baja habitada y otra superior bajo cubier­ta, generalmente no utilizada o empleada únicamente como pajar, con atrevidos recursos arquitectónicos de madera labrada en los balcones, gateras y dinteles y gruesos muros de mampostería sin revocar exterior­mente y guamecida de blanco en su interior, puertas adinteladas con cargaderos de madera, que quedan en ocasiones a la vista, lo mismo que las ventanas; éstas, por lo general, de pequeño tamaño. Se utilizan también edificios independientes para cuadras, establos y pajares que aparecen adosados formando hile­ra o conformando junto con vallas de mediana altu­ra unos recintos a cielo abierto que quedan delante de la vivienda, constituyendo como un patio conec­tado con la misma, y en el que suelen existir poyos de piedra para ser utilizados como asientos. Sus cubiertas son de doble vertiente con chafán en uno de los hastiales. Las chimeneas son de gran tamaño, y bajo ellas existe el hogar con gran campana sin embocadura. 

La segunda tipología es la típica de la Alcarria, de casas con entramado revocado y muros de mampostería y sillería recercando los huecos, provistas de un amplio zaguan que da paso a alguna dependencia auxiliar en plan­ta baja y del que arranca la escalera que conduce al piso superior. Dentro de esta tipología están los edificios de los pueblos de Molina, donde aún se conservan hermosos ejemplares. El urbanismo rural, en fin, se ha mantenido, con su Ayuntamiento, su olma, su iglesia y las casas más nobles o de prestancia en la calle mayor y la plaza. Pero para ver un edificio, o un conjunto urbano de antigua arquitectura popular no es que haya que recorrer muchos kilómetros, es simplemente que no existen, salvo los casos excepcionales mencionados. 

Homenaje a Guadalupe González-Hontoria y Allendesalazar  

Callada, perseverante, trabajadora durante años, decenios, de un siglo a otro, esta mujer ha sabido recoger la esencia de la artesanía española en sus estudios, en sus escritos, y en sus conferencias. 

Es doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, académica correspondiente de la Real Academia de la Historia, y Premio Henry Ford 1997 a la Conservación del Patrimonio. Es fundadora y directora del Museo de Artes y Tradiciones Populares de la Universidad Autónoma de Madrid, y dirige la Revista “Narria” en la que tantos temas de la provincia de Guadalajara han aparecido, escritos por ella, o por sus alumnos y alumnas a los que ella ha orientado hacia nuestra geografía. Sirvan estas líneas para enviarle, aunque no lo vea, nuestro aplauso cariñoso, porque personas así también hacen, aunque ellas no lo sepan, tierra y entraña.

Los eremitas del fin del mundo

El pasado jueves se presentaba en Madrid, en el Centro Cultural de “La Arganzuela”, un libro que hace referencia continua a la tierra de Guadalajara. Un autor afincado en ella desde hace años, y que la conoce bien, ha querido ambientar en tierras de Jadraque, de Bujalaro y Mandayona su tercer libro en danza: Los Eremitas de Henarejos y otros cuentos, que nos brinda la pluma joven y aventurera de Luis Miguel Díaz.

Un aspecto del centro de la villa de Bujalaro

El libro de Luis Miguel Díaz nos sorprende y entusiasma a nada que nos enfrentamos a él con ánimo de descubrir un libro valiente, nuevo, sugerente…

De entrada podemos decir que es un relato humano y animal, como una película de dibujos animados en la que los hombres y mujeres corren de un lado para otro, y los animales hablan y participan en la acción.

El coro griego que nos saluda al principio del libro es un lugar elevado desde el que se ve todo, el mundo entero, la trama de la novela y el hondo ánimo de los personajes. Allá en lo alto están Musa, Felipe, y La Luz, que es una especie de dios pagano que todo lo ve, todo lo sabe, todo nos lo cuenta. Ese coro, tan singular, tiene fuerza y no deja a nadie indiferente: Musa, una burra, y Felipe, un perro. Junto a una deidad difícilmente clasificable. Un hallazgo que Luis Miguel Díaz nos da de premio para empezar a discurrir por las páginas de su libro.

Son ellas las depositarias de unas estupendas aventuras que ocurren por las tierras de Guadalajara, y en el que sin duda tienen una gran fuerza protagonista las riberas del Henares por Bujalaro, las vertientes del castillo de Jadraque, las plazas orondas de Guadalajara y los callejones de la episcopal Sigüenza.

De entre todos los personajes que desfilan por sus páginas, se me hacen preferidos enseguida los protagonistas del primero de sus tres grandes relatos: son los Eremitas de Henarejos. Boni y Leonor, una rara especie de hippies bondadosos y taumatúrgicos que podrían haberse convertido, hace muchos muchos años, en referencias de peregrinaje. Por otro lado me destaca sin lugar a dudas Quintín Elvigoraco, un personaje de tremenda fuerza y personalidad, al que le ocurren desgracias y del que puede decirse que tiene la esencia del gran personaje de novela, pues su aventura discurre en un caminar por pueblos, ciudades y aventuras diversas, la mayoría de ellas cotidianas y hogareñas.

El estilo que usa Luis Miguel Díaz en esta tercera obra suya es muy español, personal pero dentro de una corriente que nace lejos, que se modula en los siglos, y que no resulta exagerado decir que nace claramente en Cervantes, al que en muchas frases, en muchas fórmulas y recursos nos recuerda.

Es este libro algo más que una novela, algo más que un cúmulo de relatos. El autor se empeña, básicamente, en ir más allá de un género, y así dedica algunas páginas a montar la narración como una representación teatral, en otras desarrolla la narración del cuento, y en algunos momentos sueltas unas pizcas de poesía (todas las del libro son suyas). Esta aventura, sin duda, es difícil, pero el reto está lanzado y los relatos muy conseguidos. Esos diversos relatos, esos “otros cuentos” que están unidos entre sí por los personajes y sus consecuencias, parecen el inicio de una gran aventura de la que este libro es un inicio, con muchas alas y muchas ganas.

Una razón geográfica

Los “Eremitas de Henarejos” viven y se mueven en las tierras de en torno al Henares, que desde Horna, en la sierra ibérica junto a Medinaceli, va creciendo y sonando hasta que en Mejorada del Campo entrega sus aguas al Jarama: ellas son la basamenta de tantas aventuras.

Explicaré muy en brevedad la razón de ese extraño nombre “Henarejos” que aparece en el título, y diré en qué vecindades asienta.

Aunque la gente de Bujalaro, que es el municipio de la provincia de Guadalajara en el que discurre buena parte de la narración, sabe dónde están los Henarejos, es precisamente un jesuita, el padre Gonzalo Martínez, quien en su obra titulada “Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana” editada por Editora Nacional en 1983, y en su página 277, nos dice que este nombre es el de un despoblado, un antiguo pueblo, ya desaparecido, que se encuentra en el término de Bujalaro, 1.600 metros al Norte/Nordeste, unos 250 metros a la derecha de la carretera que va de Jadraque a Matillas, pasado el pueblo, lindando con el arroyo del Sestero, y a cuyo enclave hoy llaman “La Magdalena”, que está documentado a mediados del siglo XIV, exactamente en 1353, año en el que la Gran Peste Negra europea azotó a Castilla.

Los otros enclaves en los que Luis Miguel Díaz sitúa a su personajes y les hace vivir y discurrir son Guadalajara ciudad, Jadraque cercano, como gran villa con estación de tren, lo mismo que Sigüenza, en la que se menciona de pasada la catedral y su Doncel lector, y finalmente la villa de Mandayona, a orillas de lo que hoy es el río Dulce, en cuyos alrededores, y en una casona aislada entre los campos, discurre la última aventura.

Esta es una tierra, la de  Guadalajara, el Henares, el río Dulce, la medieval Sigüenza, que sin duda está cuajada de historia y llena de encantos. Es esta, pues, una ocasión especial  para invitar a todos a visitarla, cosa que hago con mucho gusto. Sobre todo porque tras la lectura del libro de Luis Miguel Díaz van a quedar unas ganas muy señaladas de salir a hacer esa ruta imaginaria y real que él propone en su libro.

La Ruta de los Eremitas

Si algún valor “turístico” ofrece esta novela de Díaz González, es la de poder marcarse la ruta de los eremitas, y vivir con su recuerdo la aventura de viajar a pie por donde ellos lo hicieron. Y así esta ruta va desde la ciudad de Guadalajara, pasando por Taracena, y a su vera el pico del Aguila, en cuyas faldas, pobladas ahora de pinos, y en el camino que conduce a Tórtola, los viajeros se abrasan en un primer beso que marca el resto de la obra. Siguen por Hita, y se asombran ante el castillo de Jadraque, donde aposentan gracias al panadero de la villa. Y siguen hasta “la Magdalena”, que entonces era un pueblo ya prácticamente hundido, vacío de gentes, pero con latido aún.

Desde ese mítico Henarejos de Bujalaro, los viajeros discurren luego, por Matillas tomando el valle del río Dulce arriba, hasta Sigüenza, y volviendo es en Mandayona donde ocurre la última y sorprendente historia.

Apunte Bibliográfico: Los eremitas de Henarejos

Es este libro una novela que en forma de cuentos y con diversos estilos literarios entrelaza varios relatos. Todos los personajes están relacionados o se les recuerda en cada uno de los cuentos. No solo supone una entretenida secuencia de aventuras y anécdotas, sino que el autor describe esta tierra de en torno al Henares en la que surgen los despoblados o las ciudades tal como son. El título es “Los Eremitas de Henarejos y otros cuentos” y el autor Luis Miguel Díaz González. Forma como número 30 de la Colección “Letras Mayúsculas” de la editorial alcarreña AACHE. Tiene 170 páginas y cuesta 15 Euros. Desde Madrid, a Sigüenza, en cualquier librería puede encontrarse.

Pilas románicas de Atienza

Uno de los espacios más recónditos de las iglesias suelen ser las capillas bautismales. Al fondo de todo, bajo el coro, en la última de las capillas, siempre en oscuridad, sirviendo de almacén de andas y faroles… la capilla bautismal, ahora en que casi nadie se bautiza en los pueblos, está ya casi en el olvido. Y el elemento fundamental de ella, la pila bautismal, que suele una piedra tallada descomunal y pesadísima, ha ido siendo olvidada de todos. Pero conviene recordarlas, porque las hay hermosas, antiquísimas, espectaculares… 

Pila bautismal de la iglesia de la Santísima Trinidad de Atienza (fotografía de A. Herrera Casado)

Atienza románica 

La villa de Atienza es uno de los enclaves principales de Castilla, de esa Castilla antigua, pionera, esencia de un idioma, de unas instituciones y clave para entender la historia de un gran país como es España. De esa semilla han nacido muchas cosas, que ahora están usándose como elementos de un cóctel amargo. Pero hay sustancias que brillan por sí solas, y una de ellas es Atienza. La villa fronteriza, en medio de los caminos que bajan de una meseta a otra, que dan paso desde Aragón a la Extremadura, que atalayan sierras y explican memorias. 

Fue Atienza un punto crucial en las comunicaciones, y en las estrategias, de la Edad Media. En torno a un castillo casi nacido de la naturaleza, se levantó un pueblo, de origen celtíbero, y siempre cuidado por romanos, por visigodos, por árabes… el reino cristiano de Castilla lo tomó en 1085. Era rey entonces don Alfonso VI, hace de ello más de novecientos años. Y fue prosperando, mientras la gente iba, de un lado a otro, a pie o en mulas. Allí pusieron sus casonas los arrieros, que llevaban expediciones de materiales de una meseta castellana a la otra. Allí los reyes de Castilla, especialmente Alfonso VIII, dejaron beneficios y exenciones. Y allí sus gentes levantaron edificios magníficos, palacios, iglesias, el castillo, posadas y concejos. 

Hasta catorce iglesias parroquiales llegó a tener Atienza. A más del convento de los franciscanos. Y otro de los hermanos de San Antón, en el arrabal de Puerta Caballos. Esas iglesias, la mayoría construidas, en los siglos XII y XIII, ofrecían elementos arquitectónicos propios del estilo románico, la esencia de una religión dominante con un sistema de catecumenismo muy simple: parlamentos de los ministros en los templos, domingos y días de fiesta (que eran la tercera parte del año) y muestras gráficas de la religión, símbolos y escenas, tallados o pintados sobre los muros, en las portadas, al sol del verano, a la luz del invierno. 

De todo aquello han quedado hoy seis iglesias, en Atienza, en las que aparecen restos más o menos importantes del estilo románico. Y en cuatro de ellas, y como por milagro, han pervivido sus pilas bautismales, que paso a describir, porque merecen ser recordadas, admiradas, apuntadas aquí, al menos, para que el viajero que vaya por Atienza sepa que también son ellas, aunque en espacios escondidos, las que reclaman su visita. 

La pila de San Gil 

En la iglesia de San Gil, que es ahora Museo de Arte Antiguo (el primero que fue creado en Atienza a instancias de su incansable párroco don Agustín González) a los pies de la nace aparece una pila de 96 cms. de alto por 112 de diámetro de la copa. Con un pedestal estriado, y decorada a base de arcos de medio punto separados por gruesas columnas dobles, vemos cómo estos arcos se cobijan bajo una pequeña chambrana que parece estar formada de perlas peñas, o de diminutas puntas de diamante, a imitación de las que aparecen en las portadas de los templos. Sobre estos arquitos, va un filete en cuyo borde vuelven a aparecer las puntas talladas de diamante (o dientes de león que otros llaman). Forma parte del museo de San Gil, y es expresión de la función primera que tuvo, la de cristianar a la gente, administrando ese sacramento que imprime vida y sentido de comunión con los demás hermanos. 

La pila de la Santísima Trinidad 

En esta iglesia, también convertida en Museo, se ha dejado la pila antigua en su originaria capilla, donde se acompaña de un fabuloso Calvario románico restaurado. Es de copa semiesférica y basa troncopiramidal estriada en su superficie. De 102 cms. de alto y 109 de diámetro de la copa, en esta vemos tallados una serie de arcos de medio punto que la recorren por completo. Estos arcos se unen en sus fustes y llegan hasta el nudo de la basamenta de la pila. Tiene además un ribete por su extradós, a modo de chambrana, con finas labras que semejan mínimas puntas de diamante como las que presentan las portadas de los templos. En el brocal se ve un tallado de puntas de diamante más grandes. Todos los arcos van unido en sus fustes. Como se puede apreciar, a nada que se piensen en lo leído, las pilas de San Gil y la Santísima Trinidad son prácticamente iguales. La de este templo añade un detalle, como son pequeñas cruces talladas entre las arcadas. Es sin duda obra de la segunda mitad del siglo XII o principios del XIII, y como se verá por las descripciones que siguen, todas ellas fueron hechas en la misma época y por el mismo grupo de tallistas. 

La pila de San Bartolomé 

Es esta iglesia el tercero de los actuales museos de arte que ofrece Atienza. Aparcada en un lateral del mismo, sus dimensiones son parecidas a las anteriores: 83 cms. de altura y 113 cms. de diámetro de la copa. Su base es también troncopiramidal, estriada. Y en la superficie aparecen, una vez más, los anchos arcos, con su extradós decorado de pequeñas bolas simulando puntas de diamante, que también aparecen decorando el borde de la pila. Cualquiera diría que las tres pilas fueron hechas en serie. Los arquitos de esta apoyan sobre columnas, pareadas, que van muy en relieve, por lo que ofrecen sombras pronunciadas, dándole un mayor sabor románico a esta pila. 

La pila de Santa María del Rey 

Ahora salvada y limpia, esta pila estuvo muchos años, como el templo todo, bajo los escombros de una progresiva ruina. Es más pobre (quizás más antigua) que las anteriormente descritas. Aunque esta iglesia, bajo el castillo directamente, fue la que presidía un barrio denso de habitantes y cuajado de palacios y casas de ricos recueros. De menor tamaño también, y de las primeras décadas del siglo XIII. En todo caso, también lleva tallados una sucesión de arcos que se suceden sobre incisiones que forman gruesos gallones. Su borde es liso, y, como digo, impresiona de mayor sencillez y antigüedad que las anteriores. En todo caso, la piedra es evocadora de tantas jornadas alegres, de tantos ritos bautismales, de tantos cánticos, sonrisas y parabienes. Piedras talismanes, quizás, podrían ser llamadas estas pilas bautismales. Ganadas al tiempo, en todo caso, ganadas al olvido.  

Reunión románica en Atienza 

El próximo fin de semana que va del viernes 25 al domingo 27, Atienza va a ser la sede de la Asamblea anual de los “Amigos del Románico”, una institución que reúne a miles de personas interesadas en el estudio, la visita y la admiración de todas las manifestaciones (artísticas, sociales, literarias) que el mundo románico dejó en España. Una visita a estas iglesias museo el sábado 26 por la mañana; una jornada de comunicaciones y asamblea por la tarde, y un viaje al románico de la sierra Pela el domingo 27 completará esta reunión que supone mucho para el turismo de Atienza y de Guadalajara. Para conocer esta potente asociación cultural de rango nacional, entrar en su sitio web, http://www.amigosdelromanico.org/ donde se puede uno pasar, de visita, varios días, y donde cualquier puede hacerse socio de esta activa e interesante entidad cultural.

Toda Guadalajara en un cofre de dibujos

El pasado miércoles 2 de marzo de 2011 tuvo lugar un acto cultural en el Salón de Usos Múltiples del Colegio de San José en el que se vieron dos vertientes de un mismo hecho: la divulgación visual de las riquezas patrimoniales de Guadalajara, a través de una exposición, la de “Imágenes para un libro” y la presentación de ese libro, el “Cuaderno de Viaje por la provincia de Guadalajara” que prologado por María Antonia Pérez León va cuajado de imágenes pintadas por José María Antón, y explicadas en brevedad por quien esto escribe. 

El "Cuaderno de Viaje por la provincia de Guadalajara" que ofrece las mejores imágenes del patrimonio y la naturaleza de nuestra tierra

 Como un fotógrafo que acude ante cada edificio con sus pinceles, sus papeles y sus artificios del color y la imagen, así José María Antón se ha puesto, uno a uno, ante dos centenares de edificios y paisajes de nuestra provincia, para sacarles una “Fotografía” inusual y magnífica. 

Con este “Cuaderno de Viaje” nos invita a realizar un nuevo recorrido por Guadalajara. Eso es lo que persigue este libro, recién presentado y que durante dos semanas se ofrecerá en sus imágenes por los muros de la Sala Multiusos del colegio de San José de Guadalajara. 

Esas partes son, quizás, los elementos más emblemáticos y que hoy captan la razón de un viaje para muchos –cada día más- que han decidido conocer de punta a cabo esta tierra de alcarrias, campiñas, sierras y señoríos. Merece la pena hacer un recorrido, como si fuéramos nuevos, por Guadalajara entera, y empaparnos de sus maravillas a través de esta obra, que nace hermosa y ya fundamental, para ser testigo de nuestra valía patrimonial. Cinco son esas rutas, esos caminos que José María Antón emprende para mostrarnos, a todo color, la provincia de Guadalajara, que tras pasar sus páginas se nos muestra limpia, llena, con esa nitidez que queda en el aire tras la lluvia. 

La ciudad de Guadalajara primeramente, para desde ella salir, rumbo a Torija, y tras parar con sosiego en el castillo y ver cuanto nos ofrece el CITUG, darnos una amplia vuelta por la Alcarria que visitara Cela. Después será el inmenso retablo del románico rural el que nos salude, y a continuación la oferta de los castillos, decenas de ellos, resplandecientes. Finalmente, otra propuesta de recorrer Guadalajara, fundamentalmente por su frontera norte, es a través de los elementos más singulares de su arquitectura popular, desde los edificios singulares de la Arquitectura Negra, hasta las casonas molinesas pasando por los edificios dibujados de Palazuelos o los clavos y aldabones, los pairones y fuentes de los pequeños pueblos del recorrido. 

Guadalajara ciudad 

En la capital, que tanto ha sufrido de alevosías a su patrimonio, el viajero puede moverse con tranquilidad para ver sus edificios emblemáticos. A pie, en coche (porque cada vez hay más aparcamientos subterráneos) o en bici (porque a pesar de ser una ciudad de cuestas, ahora tiene la ocasión de usar bicicletas eléctricas). La Calle Mayor, espléndida tras su remodelación de pavimento, entrañable siempre, cargada de memorias sencillas y hasta novelas de hondura, es el corazón de la vieja Arriaca. Y a los costados de ella van surgiendo los edificios que hablan, con todo el detalle que uno quiera escuchar, de tiempos pasados: el templo barroco de los jesuitas (San Nicolás), la severidad gótico-mudéjar de las monjas clarisas (Santiago) o el brillo nuevo del palacio renacentista de don Antonio de Mendoza (Liceo Caracense) más la renovada Santa María, concatedral con aromas árabes, o la capilla de Luis Lucena, esa pequeñísima “Capilla Sixtina” de la Alcarria que obliga a subir la cuesta de San Miguel para verla. Debajo de la calle, cuando se abre en plazal de pinos y cornetas, aparece el palacio del Infantado, el monumento esencial del burgo, la pincelada final que Antón nos depara con las sombras de los grifos y los leones de su patio tembloroso. 

La Alcarria de Cela 

En dirección al este, dando un bucle por las tierras orientales de la provincia, sobre sus alborotados valles y sus interminables alcarrias, el viajero puede prepararse y disfrutar de una ruta ya establecida, pero que de la mano de Antón se nos hace colorista y viva. 

Todos los lugares que se ofrecen son ya conocidos, y de relieve sus monumentos: Torija primero, con su castillo y sus almenados detalles, más la importancia del CITUG que ahora se alberga entre sus muros; Brihuega después, cuajada de mensajes de todas las edades y estilos; Cifuentes con su agua y su piedra sonando siempre; Trillo en sus puentes y Budia en sus plazas: la memoria de Camilo José Cela permanece en las placas que desde la esquina de cualquiera de sus plazas nos explican, en brevedad, su paso sentencioso. 

Sigue la Alcarria hacia el sur, parando en Alcocer, subido a las piedras románicas de su catedral de la Alcarria, y por Monsalud recordando el rezo de los monjes cistercienses, que hoy en silencio esperan todavía la restauración que necesitan tan venerables ruinas. 

Más hacia el sur nos encontraremos con Pastrana, la esencia del pensar, del recitar y de la suculencia de la miel en la cocina: la silueta de la fachada del palacio ducal, ya restaurado, la viveza de esa gran “reja de la hora” en su torre norte, y los recuerdos teresianos, nos llevan hasta Zorita, donde el río Tajo y las ruinas de Recópolis siguen repartiendo y barajando recuerdos y sorpresas. 

El románico rural 

Quizás la esencia monumental de Guadalajara esté en su románico rural, porque no en balde su centenar largo de templos marcan una verdadera enciclopedia de formas, de susurros, de detalles nuevos, de visiones siempre evocadas. Aquí el viajero va a ir saltando de un monumento a otro, y por el libro se encontrará con los más singulares, los más declarados: la catedral de Sigüenza, los templos seguntinos, y la riqueza románica de Atienza, en sus diversas iglesias cuajadas de tallas expresivas. 

No se olvida de los templos de la sierra de Pela (Villacadima, Campisábalos, Albendiego), y se entretiene por los que la piedra medieval dejó sembrados, -y ahora restaurados y limpios- por Sauca, Carabias, Pinilla de Jadraque, Jodra del Pinar, incluso Hontoba en la plena Alcarria y Beleña junto al Sorbe, sin olvidar la esencia románica del cisterciense lugar de Buenafuente. 

Los castillos medievales 

En este libro, que es oferta de viajes por haber nacido en muchos de ellos, se contempla la serie monumental de los castillos alcarreños, que vienen a dar consistencia, en su memoria, a los orígenes de una historia y de un nombre regional, Castilla, como nación con dignidad propia, fraguada en muchos presupuestos, pero uno de ellos este de la fuerza: Antón se sienta ante las siluetas de Riba de Santiuste, de Atienza, de Cifuentes o Torija: en unos dibuja ruinas, en otros con detalle sus almenas. 

Sigue después a Molina, y allí se entretiene frente a la gran alcazaba de los Manrique, o en Zafra evoca su heroísmo defensivo. Palazuelos tiene la singularidad de su muralla completa, y Pioz es señalado como el primer punto del que emergen muchas aficiones y entusiasmos. Todos ellos, necesitando ayudas, reconstrucciones, fuerzas seguras. Pero todos ellos también pregonando la belleza de unos perfiles sobre el cielo brillante de nuestra provincia. 

La Arquitectura Popular  

En esta última salida, la propuesta es más amplia que en las anteriores, más variada. Anima al lector y luego caminante a que se trace él mismo la ruta, siempre por el norte de la provincia, por sus flecos altos, pero buscando un tema fijo: la arquitectura popular, en sus edificios emblemáticos, o en sus detalles singulares. Así empieza a caminar por la sierra del Ocejón, recorriendo los pueblos de la Arquitectura Negra (y pasa por Matallana, por Campillo, por Umbralejo) para seguir por Galve y las alturas de Pela hacia Atienza, donde los conjuntos urbanos de sus plazas, de la villa misma, centran la atención del artista. 

Sigüenza con su catedral sobre los rojos tejados, y los edificios enormes, emblemáticos de otro tiempo, en el Señorío de Molina, son los destinos del siguiente paso: casonas de Tartanedo, de Milmarcos, de Molina mismo. La casa de don León Luengo en Embid, o las veletas y espadañas de otros pueblos ínfimos, conforman este viaje necesario por esta ruta tan etérea de la provincia. Porque todos sus pueblos la forman 

Al final, y en esta ocasión de contar a mis lectores esta noticia y esta llegada, lamentar que las páginas de Nueva Alcarria no puedan en esta ocasión ir tintadas a todo color. Porque así darían fe del que las pinturas de Antón Avila derrochan en su exposición y en su libro. En todo caso, esta tiene que ser la llamada necesaria para ir a visitar su muestra, o para hacerse con un ejemplar de su libro. 

El libro que ha nacido 

Libro es este “Cuaderno de Viaje por la provincia de Guadalajara” que ha tenido una larga elaboración, pero que finalmente se ha hecho realidad, gracias a la iniciativa de la editorial AACHE de Guadalajara, y al patrocinio de la Excmª Diputación Provincial, que va a usarlo como elemento activo de promoción de la provincia. 

Consta de 112 páginas, sobre papel de tipo acuarela, impreso todo él a color, en tamaño 24 x 24 cms. con encuadernación en tela y estampaciones en oro. Las imágenes, todas realizadas con técnica de acuarela, sobre apuntes hechos al natural por el artista José María Antón Avila, van acompañadas de breves textos aclaratorios de A. Herrera Casado. En el inicio del libro aparece un prólogo de María Antonia Pérez León, y el colofón se llena con un amplio texto en el que se dan explicaciones sobre todos los monumentos, sus tipologías, medios de admirarlos, características estilísticas y formas de planificar el viaje para conseguir admirar con tino estos cinco cuadros generales: la ciudad de Guadalajara, la Alcarria de Cela, el románico, los castillos y la Arquitectura Popular.