Un hecho mínimo
Hay cosas que ocurren y que parecen circunstanciales, anecdóticas, puntuales sin proyección más allá de una fecha, o de un lugar. La mayoría son así, latidos anónimos de la vida de un individuo, o de una ciudad… pero algunos tienen, en su minimalismo y silencio, un mensaje hondo, que permite generalizar y apunta a la temperatura de un sistema social.
En estas líneas va, resumido, un hecho breve, puntual, mínimo. Ocurrido en un lugar perdido del planeta Tierra, conocido solo por dos o tres personas; o una docena. En definitiva, casi nada. Pero la dimensión de lo que se traduce de ello es grande. Me explico.
En el siglo XV los caballeros de la Orden de Calatrava alzaron un castillo, uno más de sus sistema de poder, en la orilla derecha del río Tajo, en término y encomienda de Auñón. Del castillo poderoso, tras el paso de los siglos, solo quedó una torre, en pie, a la que la gente que por allí pasaba la llamaba “El Cuadrón” o torre de Santa Ana, porque en tiempos sirvió de ermita. Era el resto de una enorme torre de homenaje de un castillo medieval: villa de Auñón, la Alcarria., tierra de Guadalajara, Castilla. Una nación con solera, que recibió su nombre de los alcázares defensivos que en cada otero se alzan.
Tras casi seis siglos de existencia, y sin aparente daño estructural, en una noche, la torre del Cuadrón se ha venido al suelo. Se ha convertido en un montón informe, blanquecino, de piedra pulverizada. Un derrumbe muy medido. Ya no queda nada. Ya nadie puede impedir que el dueño del terreno construya en su cerro una urbanización de chalets con vistas al Tajo, como desde hace tiempo pretendía.
¿Alguien se ha quejado, lo ha denunciado, se ha lamentado? Sobran los dedos de una mano para contarlos. Este es el hecho, y el correlativo síntoma. La pérdida de la sensibilidad y el amor a la historia de la tierra en que vivimos. El aire no se ha movido apenas. Los espíritus tampoco. Paz absoluta.
Publicado en la Revista Virtual dirigida por Juan Ruiz de Torres.