Evocación de una Guadalajara antigua
En la pasada semana, en el prólogo de las Ferias de Otoño, hubo una tarde cultural y expositiva en la que se pusieron al alcance de los guadalajareños multitud de propuestas artísticas y culturales. Asistimos a las que pudimos, porque apenas daba tiempo a ir de una en otra. Pero sí que estuvimos, de principio a fin, en las tres magníficas exposiciones con que Diputación Provincial y su delegación y servicio de Cultura nos ha obsequiado a los alcarreños. Todas ellas para asombrarse un rato, para aprender, para pasar una parte de la Fiesta entre colores, sonidos e imágenes sorprendentes. Yo recomiendo que nadie se pierda, al menos, estas tres exposiciones del Centro de San José. Y ahora las explico un poco y digo su por qué.
Lluvia de Moleskines
Cuando me enteré del título de la exposición, me fui al diccionario a ver qué era esto que exponía la Diputación. Ni en el Diccionario de la Real Academia Española, ni en el Diccionario del Español Actual, de Manuel Seco, que son los que más uso, viene esta palabra, Y en el Collins inglés encontré esto: “Piel de topo”. Ahora resulta que una Moleskine es una agenda de mano con esa marca. Bien: estamos en un mundo en el que las marcas mandan, y sustantivizan los objetos. En el Espacio de Arte “Antonio Pérez” del Centro San José se expone “Arte en una Moleskine”.
Y el asunto es que colgando de sus cuatro paredes, aparecen docenas y docenas de estas moleskines de piel negra en su tapa, y hojas unidas como en acordeón en las que diversos artistas, la mayoría recién salidos de la facultad, exponen secuencias de imágenes. La variedad es tal, que el efecto conjunto es muy agradable, y la visión de cada una de ellas en detalle nos llena de gozo. Arte de siempre sobre una superficie nueva. Ya saben pues, mis lectores, algo que yo ignoraba hace poco. Y desde luego les recomiendo que vayan a verla.
Instrumentos musicales de la Edad Media
La segunda exposición, que sirve además para inaugurar un nuevo espacio para la cultura en el San José (se ha transformado en sala de arte el hueco que hace años sirvió de capilla, de minicapilla, al centro) es un espectacular museo que no por minúsculo deja de ser impresionante. Comisariada por José Antonio Alonso Ramos, y con la colaboración de Pepe Rey y el Centro de Artesanía y Diseño de la Diputación de Lugo, se ha abierto lo que se titula “Los sonidos de Buen Amor”, en lo que podemos ver, y oir, las formas diversas en que los hombres del Medievo hacían e interpretaban música.
En paneles muy precisos, y sobre vitrinas preparadas al efecto, se enseñan instrumentos de todo tipo (la típica zanfona, el rabel, el pito, los panderos, crótalos y cencerros, la vihuela y los laudes…), y se ilustran en su uso sobre imágenes del arte medieval, especialmente en el Pórtico de la Gloria de Santiago, y también sobre otros elementos poco conocidos, pero muy elocuentes, del románico provincial: la trompa románica del brazo sur del crucero de la catedral de Sigüenza, y la viga policromada del coro de la iglesia de Valdeavellano. En ellos se ven personajes, del siglo XIII, cantando, bailando, haciendo juglarías y tocando instrumentos. La poesía del Arcipreste de Hita sirve, en otro panel, de acompañante certero describiendo nombres, explicando funciones. Bueno, una exposición para estarse un buen rato mirando, y aprendiendo.
Una vieja guía que sigue viva
La “del Turista en Guadalajara” que escribió Juan Diges Antón hace casi un siglo (de 1914 es exactamente) y que Diputación regala a los visitantes de la tercera de estas exposiciones ejemplares: “Las guías de Turismo y viajes de Guadalajara” han sido estudiadas a conciencia por José Félix Martos Causapé y José Antonio Ruiz Rojo, autores del texto del catálogo que es más bien libro, y muy documentado, que se entrega al visitante. La comisaria, que ha conseguido dejar la exposición hecha una joya, ha sido en este caso Paloma Rodríguez Panizo.
¿El tema? Casi inmaterial, pero muy sustancioso. Se trata de la colección que entre los autores y la Biblioteca de Investigadores de Guadalajara se ha conseguido unir a base de guías impresas, mapas, álbumes de fotos, fichas, folletos, postales y un largo etcétera de elementos que fueron los pioneros en la tarea de dar a conocer la provincia de Guadalajara a los viajeros que desde mediado el siglo XIX empezaron a tomársela en serio, y querer venir a visitarla.
En el denso catálogo se ofrecen mil imágenes de esas guías, y los autores nos proporcionan los datos pormenorizados de sus autores, intenciones, imprentas y hasta sus precios y tiradas.
Además, y como según dice el refrán “la mejor muestra es un botón” nos entregan reproducida en facsímil la “Guía del Turista en Guadalajara” que escribió el que fuera por entonces Cronista de la Ciudad, Juan Diges Antón, y vio publicada en 1914 gracias a la iniciativa de la Junta Provincial del Turismo, dependiente de la Diputación Provincial a los efectos de dar a conocer la tierra alcarreña. Los autores del catálogo, ponen una introducción a esta guía con los datos biográficos del prolífico cronista Diges.
Y luego el lector entra de lleno en esa Guadalajara apasionante y casi ya desaparecida que era nuestra ciudad en 1914. ¡Qué diferencia de aquel entonces con el hoy bullicioso y festivo de esta tarde! Pero también, hay que decirlo, ¡cuantas cosas que entonces existían han ya desaparecido! Quién dijo que cualquier tiempo pasado fue ¿mejor? Uno se llena de dudas al ver lo que entonces tenía la ciudad y al compararlo con lo que hoy ofrece. De una parte, entonces muchos edificios que hoy solo aparecen en esta guía. De otra, los parques, la avenidas y los edificios extraordinarios que le han ido surgiendo a Guadalajara en este siglo, y especialmente en la última década.
Con la Guía de Diges en la mano uno debe darse una vuelta, (literalmente, desde el Infantado hasta Santo Domingo) y andar descubriendo “cosas que fueron”. Verá así cómo el convento de Santa Clara acababa de ser comprado por el conde de Romanones para poner un Hotel, dejando la iglesia de las clarisas como parroquia de Santiago. Hoy el edificio negro y marmóreo de una Caja de Ahorros ocupa aquel lugar histórico.
Verá así que el convento de las monjas bernardas desapareció como tocado por la varita de un prestidigitador, y de él solo queda ese dibujo que el propio Diges hizo y a estas líneas acompaña.
Verá así cómo era el palacio de los Davalos, por dentro y por fuera, y si quiere lo podrá comparar con la evolución que ha sufrido convirtiéndose en Biblioteca Pública Provincial, cuajada de vida, y recuperada de escudos y artesonados que entonces estaban cayéndose.
Verá así las tumbas de los condes de Tendilla y del Adelantado de Cazorla y su mujer en el presbiterio y crucero de la iglesia de San Ginés, que Diges vió enteros y hoy solo podemos contemplar sus muñones tras el fogonazo al que fueron sometidos en julio de 1936.
Verá así el sepulcro de Azagra en la iglesia de San Esteban, de la que solo queda el nombre de la plaza, y él al menos aporta un curioso dibujo que tampoco me resisto a copiar junto a estas líneas.
Verá la capilla de Luis de Lucena, en un ámbito urbano mimado y con una restauración de muros y pinturas que la dejan hecha una joya del Renacimiento, frente a la ruina en que entonces estaba y que gracias al Conde de Romanones, ministro por entonces de la “cosa cultural” fue declarada Monumento Nacional el 7 de abril del 14 y así se salvó de ser demolida, como querían hacer sus dueños.
Verá el solar de la gran Academia de Ingenieros Militares, que nueve años después de escribir este libro ardió hasta las raíces y se esfumó para siempre.
Verá también que el palacio del Infantado, en este siglo, ha sufrido retoques y reformas pero, sobre todo, el bombardeo de la Aviación del ejército de Franco, que lo incendió y destruyó casi al completo, desapareciendo para siempre los artesonados que todos, antes, incluido por supuesto Diges Antón, reputaban por ser los mejores de España.
Verá escenas, dibujadas por el propio autor, de la vida sencilla de entonces en Guadalajara, con esa fuente y lavadero de Santa Ana, que estaba en la confluencia de calles más concurrida del Amparo, o ese “Paisaje visto desde la puerta de Bejanque” en el que un burro anda comiendo las hierbas de una valla del barrio de Budierca.
Y verá, aún, y sin embargo, un monumento que Diges no menciona, porque entonces estaba ya tapado por las casas circundantes, pero que hoy está vivo y resplandece: la antigua (o su fragmento arqueado) puerta de Bejanque real y descrita.
Será un paseo entretenido, contemplando nuevas caras de la ciudad, recordando otras viejas que desaparecieron. En definitiva, esta “Guía del Turista en Guadalajara” que como regalo de Ferias nos ha entregado el Servicio de Cultura de la Diputación Provincial, y esa tercera exposición en la que se acoge, serán rutas obligadas por las que pasar estos días, haciendo un requiebro a la Batukada, a la Dulzainada y a los Gigantes y Cabezudos, pero con esa intención, tranquila y llena de gusto por lo nuestro, con que el paseante de Guadalajara va descubriendo huellas, y alegrándose de ver cómo aún muchas resplandecen.