Sorpresas del románico alcarreño: Cereceda
La mañana de verano da todavía para un viaje sorpresivo, un viaje que no estaba en el programa: da para una subida hasta la altura de Cereceda, pueblecito alcarreño colgado entre huertos y arboledas de las empinadas laderas que abrigan el valle del arroyo de La Puerta. Las antaño espesas olmedas han quedado hoy un tanto diezmadas por la grafiosis. Los incendios de hace unos veranos, especialmente la voraz hoguera que se originó en Pareja y se comió 2.000 hectáreas de pinar, han amenazado y descolorido el paisaje vegetal del entorno. El sol, sin embargo, todavía pinta las terreras con el oro luminoso de la mañana. El caserío, tras las curvas pronunciadas, aparece tierno y poco a poco restaurado. Vivo, sin duda, este pueblo que hace poco sólo prometía ruina y abandono.
Cereceda es lugar apartado de todos los caminos, situado en alto, pero no en meseta, abrigado de carrascales, de escuetas olmedas, de olivos dispersos y nubes próximas: restaurado casa a casa, por sus propios habitantes, hoy muestra la esencia de la vieja aldea alcarreña, alegre en el verano, sonriente y multicolor, con partidas de cartas junto a la fuente, y ruidos de niños y radiocasetes por entre las callejuelas empinadas.
Los viajeros se admiran de la plaza, con su renovado ayuntamiento, sus casas de siempre, coloreadas y limpias. Se retratan junto a la fuente, porque parece que contagia vida y rumor. Y vuelven a ver la iglesia, que aunque ya saben románica, siempre depara sorpresas. Especialmente después de unas breves obras de consolidación y limpieza que se hicieron hace algunos años, en otro empujón al bloque monumental tan singular del románico alcarreño.
Viendo la iglesia
La iglesia parroquial de Cereceda está situada en el centro mismo del pueblo, cerrando con sus flancos de poniente y mediodía una buena parte de la plaza mayor del lugar, remoto y alto entre las barrancadas que de la Alcarria bajan hacia el profundo valle del arroyo de La Solana.
Es un ejemplar de arquitectura románica, cuya construcción podemos remontar, como el general de estas edificaciones en esta tierra, a la segunda mitad del siglo XII ó incluso la primera del XIII. Trátase de un edificio que posee una sola nave, con un presbiterio recto y sobreelevado por un par de escalones sobre la nave, sumado de un ábside semicircular. La cubierta es a dos aguas, y el presbiterio se cierra con una bóveda de cañón, algo apuntada, mientras el ábside lo hace al modo clásico con otra bóveda de cuarto de esfera, ambas en bien tallada piedra de sillería. Sobre pilastras molduradas asienta el gran arco triunfal que sirve de paso de la nave al presbiterio. Es, en resumen, un bonito templo, fielmente conservado en su interior, que evoca sin dificultad su estructura original.
En el exterior destacan varios elementos. Uno es la espadaña, alzada a los pies, con su estructura de remate triangular y arriba del todo la cruz de hierro que parece amenazar a los viajeros con caer sobre ellos y ensartarlos para siempre. Otro es el ábside, de sillarejo, partido en tres tramos por columnillas adosadas que ascienden hasta la cornisa, y rematan en capiteles sencillos. En cada uno de esos tres tramos, el ábside se ilumina (es un decir) por sendas ventanas aspilleradas, muy estrechas, que tienen arcos de medio punto sustentados por dos columnas enanas y sus respectivos capiteles.
Todo el circuito del templo ofrece cornisa de piedra apoyada en canecillos. Aquí la variedad de estos elementos es tal que podemos decir no existe otra iglesia en la provincia, a excepción de la catedral seguntina, con tal riqueza de elementos: hay cabezas de animales, rostros humanos, figuras completas, roleos, frutos, vegetales diversos, y formas geométricas, en una riqueza asombrosa. Se quedan los viajeros mirándolos, uno a uno, y siempre sorprende algún detalle, alguna forma rara.
Esa misma cornisa sigue por la cara norte del templo, en la que aparece la sorpresa de una portada románica, que hasta no hace mucho estuvo tapiada y oculta por completo a todas las miradas. Se abre esta puerta románica en la cara norte del templo, y ofrece sus molduras simples, una de ellas adornada con los clásicos dientes de león. Llama la atención sobre todo los capiteles que sostienen esas arquivoltas, y a su vez rematan las columnas: el de la izquierda (del espectador) representa un sagitario clásico (un ser mitológico, al que Homero hace descender de las montañas tesalias), y que compone un cuerpo híbrido, mitad humano, mitad caballo, que además lleva en su mano izquierda un arco del que teóricamente surgen flechas. Flechas que van a parar a un ser monstruoso (quizás un león, o un perro alano) que hay junto a él. La factura de este capitel es de los más sencillo y burdo que cabe ver en el románico castellano. Pero está ahí, tiene ocho siglos encima, y en cualquier caso es un nuevo elemento iconográfico que añadir al románico castellano.
Lo mismo que lo que nos presenta el capitel de la derecha. Tan burdo como el anterior, y aún más destrozado que él, ofrece la imagen de una mujer, vista de frente, con sus brazos extendidos, sujetando en cada uno de ellos un pez. Es una tipología muy utilizada en el románico español, y en la Alcarria existe otro ejemplo muy conocido en uno de los capiteles de Pinilla de Jadraque. También nace de las leyendas mitológicas que se difunden en la Edad Media, moralizando los asuntos clásicos del mundo griego: el centauro, que es deforme y comulga de las materias del animal y el hombre, rememora el pecado, que parece fuerte, y bello, pero que lleva al hombre espiritual a su perdición, por querer ser más de lo que en realidad. La otra imagen es una variante de la sirena, de la que el románico ofrece las dos formas: cuerpo de mujer y cola de pescado, o mujer entera con sendos pescados en sus manos. De la Odisea nace, y lleva aparejada también esa imagen de pecado, de sugestión por los sentidos, de debilitamiento del alma que debe estar siempre alerta y pensante. Poner esos dos elementos en los capiteles de la entrada norte de la iglesia de Cereceda es, sin duda, una apuesta por los modelos más difundidos y profundos del románico europeo. Aunque sea haga, en este caso, con los elementos y las formas más rudimentarias que pueda imaginarse.
La atención de los viajeros se detiene, finalmente, y como siempre ocurre en esta iglesia románica, en la portada, el acceso cobijado a este templo remoto y abierto. La portada principal del templo de Cereceda se ampara bajo un pórtico grande y ahora bien mantenido sobre pilastras firmes de madera. Su estructura, elaborada y minuciosa, se incluye dentro de un cuerpo levemente saliente del muro meridional del templo. Se enmarca por dos grandes haces de columnas, que desde el pavimento suben hasta el tejado del pórtico, rematando en simple moldura. La bocina de esta portada se forma por cuatro arquivoltas de medio punto, sencillamente estructuradas con biseles y molduras, excepto la más interna, que ofrece motivos geométricos en zig-zag. Apoyan sobre una cenefa que corre como imposta sobre la fachada, y ésta a su vez sobre un bloque de capiteles que coronan las pilastras que escoltan el vano. Entre esos capiteles, sumamente maltratados por las gentes y los siglos, y con elementos de la vegetación simple medieval, aparece uno con figuras de todo punto irreconocibles, superadas por esos elementos vegetales en los que predomina el acanto.
En el interior de la arquería, sobre el dintel de la entrada, se alza un tímpano decorado, el único que encontramos en todo el románico de Guadalajara. Le faltan algunas piezas y las tallas que en él existen son tan imperfectas, y han sufrido tanto los rigores de la edad, que apenas se pueden identificar los temas que le ocupan. El nivel inferior está cuajado de figuras alineadas, muy simples, que nos hacen pensar en un grupo de seres humanos, de almas en espera de juicio. El nivel superior presenta dos figuras de ángeles que enmarcaban a otra figura central, posiblemente más grande, y hoy desaparecida, que podría ser Cristo en Majestad. Estamos sin duda ante una teofanía, quizás el Juicio Final o una representación escatológica imprecisa que supone un verdadero hito, por su excepcionalidad, dentro del estilo románico de la provincia de Guadalajara. Lástima que se perdieran algunos de sus elementos, en un tiempo impreciso y antiguo, y hoy solo podamos evocarlo e imaginarlo. En todo caso, una pieza única y por lo tanto admirable.
Apunte
Otros elementos románicos
Cercanos a Cereceda, el viajero que se anime puede encontrar otros elementos románicos de interés. Sin ir muy lejos (bajar de nuevo al arroyo de La Solana y tras dejar La Puerta a un lado, llegar a Viana) nos encontramos con la estupenda iglesia románica de Viana de Mondéjar, empinada en el cerro agrio, defendido de antigua muralla fenecida, y mostrando espléndida la portada de arquerías semicirculares con capiteles tallados.
No lejos de allí, cruzando la meseta que separa el valle del Tajo del Guadiela, bajamos a Millana, donde se admira su portalada impresionante, grande como catedral, de numerosas arquivoltas y múltiples capiteles cuajados de figuras antropomorfas, amén de las metopas que cubren el alero, alternando canecillos con ellas.
Finalmente, y para volverse ya a Guadalajara desde allí, hacerlo por Alcocer, donde siempre terminará el viajero admirando, entre otras cosas, su enorme iglesia en la que tres portadas dan idea del mejor románico de transición de la Alcarria, con arcos redondos o apuntados, y múltiples capiteles que en este caso llevan tallados en profusión los hace de las verduras que perfuman, en pétrea dignidad y añeja mirada, el ámbito del románico alcarreño.