La Hoz del Gallo

viernes, 13 marzo 2009 0 Por Herrera Casado

Aunque no incluido plenamente en el Parque Natural del Alto Tajo, el recorrido del río Gallo por el señorío de Molina conforma una serie de espectaculares paisajes y entornos característicos que le hacen extensión natural de ese Parque.

Para cuantos esta primavera se animen a viajar, a descubrir una de esas facetas que la provincia encierra y está deseando enseñar, la “Ruta del Gallo” es un destino a estudiar, porque va a proporcionar todo tipo de sorpresas: páramos silenciosos entre pueblos medievales, y abruptos cortados rocosos con ermita subterránea incluida. Preparar las botas, los mapas y los ánimos. Y poneros a andar por sus caminos.

 

Aunque el recorrido por el Gallo es muy amplio, pues nace en los altos montes de en torno a Motos y Alustante, en el extremo más oriental del Señorío, como un regalo de la sierra de Albarracín, y va a dar en el Tajo justamente en el espacio conocido como Puente de San Pedro, todas las miradas, y todas las pisadas se dirigen al estrecho barranco que forma el río Gallo entre las localidades molinesas de Corduente y Torete, aunque más abajo sigue, por cuevas Labradas, hasta la junta con el Tajo en el sitio dicho.

Ahí están los espectaculares paisajes que cifran su belleza en la verticalidad y proximidad de los muros rocosos que dan límite al hondo cañón por el que corre el río. En su mitad se esconde (o se muestra, según se mire) la Ermita de la Virgen de la Hoz, que es patrona del Señorío molinés, y cuya leyenda, historia y realidad hoy es algo que se mete en los corazones de todos los molineses esparcidos por el mundo.

Merece la pena acercarse de nuevo hasta la Hoz del Gallo, y recorrerla desde un punto de visto más naturalista que piadoso, más ecologista que histórico. En ese sentido, quienes todavía no hayan viajado hasta ese lugar privilegiado deben hacerlo en cuanto puedan. En esta primavera que ya apunta tímida. O en el próximo verano en el que las sombras de los altos árboles y las inacabables rocas darán frescor a quien hasta allí se llegue.

Imágenes inolvidables

Fue la cámara de Luis Solano, recordado siempre, la que supo captar en su peregrinar constante por el Alto Tajo, algunos rincones poco vistos del barranco de la Hoz. Desde luego que es conocida de todos esa especie de catedral maciza que parece cobijar sin aplastarla a la ermita de la Virgen. Pero quizás son menos conocidos esos otros hitos rocosos que, como «el Huso», y algunos otros de las cercanías de la ermita, dan valor de sorpresa a la excursión.

Entre las imágenes, los altos pináculos de roca rosácea, los pinos recortándose sobre la limpia distancia de los cielos, la ermita cargada de glamour y versos. Allá están puestas en el muro las catorce líneas de Suárez de Puga que dan vida a uno de los más hermosos sonetos escritos en lengua castellana, aquel que se inicia con la invocación a María en la Hoz: «Con qué dulce volar la rama espesa / de tu parral ¡oh, Virgen en clausura!», y acaba en esos versos que a la hoja de parra dedica porque sabe que es sagrada y es eterna: «Promete, ¡oh, tierno tallo de esperanza!, / un día darte la cosecha entera / de su primer racimo transparente / enseñándotela, pues no te alcanza, dentro de la sagrada vinajera / de algún misacantano adolescente».

Prometidas excursiones

Y no vale que andemos más en detalle contando vestidos dorados de vírgenes, o fundaciones pías de familiares de Santo Oficio y Liga Santa, porque a la Hoz del Gallo se va fundamentalmente de excursión, de coche cargado hasta los topes con sillas plegables, mesas ídem, abuelos que se valen y niños por desfogar. Y tortillas, muchas tortillas. Incluso carne empanada, y coca-cola, y (que no falte nunca) vino de la Mancha en bota. Con todo eso, el día por delante, y ganas de pasarlo bien, no hay mejor lugar en el mundo que el barranco de la Hoz.

En Molina de Aragón, primeramente, se ha podido mirar el castillo, o el ábside románico de Santa Clara, o el portalón barroco del Palacio del Virrey. Luego, en Corduente, su bien conjuntado caserío, de nobles casonas recias y francas. Y al fin la hospedería, clavada en el interior de la roca, un verdadero lujo del turismo rural que aquí en la Hoz alcanza el máximo de las posibilidades que el turismo de interior puede ofrecer.

La perspectiva de quedarse a comer en su inmenso salón, a dormir en sus pequeñas y bien acondicionadas habitaciones, y a despertarse arrullado por el sonoro discurrir del Gallo, es algo que verdaderamente carga de sugerencias cualquier plan de «Fin de Semana».

Pero además la Hoz nos ofrece muchas otras cosas. Una: subir por el escalonado vía crucis que parte de detrás de la ermita, hasta lo alto de los roquedales, disfrutando a cada tramo de las vistas suculentas del barranco, de los pinares de Molina, de los cielos transparentes de su altura. Recientemente el Ayuntamiento de Molina ha acondicionado pulcramente aquel entorno, haciendo fácil el discurrir por sus recovecos.

Dos: quedarse a disfrutar las mesas y asientos de madera que se han distrubuido a lo largo de las riberas del río.

Tres: adentrarse en el bosque y buscar los restos de una antigua ciudad celtibérica que cercana a Ventosa existe.

Cuatro: cruzar el bosque a buscar ardillas, comadrejas, petirrojos, y algún ciervo.

Cinco: dormir plácidamente al arrullo fresco de la sombra de un cerezo.

Y muchas más cosas. Llegar, entre otras, finalmente a Torete, donde parte una carretera hacia Lebrancón, que junto al arroyo Calderón, también profundo y hermoso, nos da posibilidades de admirar paisajes sin cuento. O seguir carretera abajo hacia Cuevas Labradas, puestas en un alto bien oreado y fresco; seguir en dirección a Cuevas Minadas, para saber lo que es bosque salvaje y denso; o seguir ya sin pausa hasta el lugar en el que la carretera se une a la que viene desde Corduente y Molina en dirección al Puente de San Pedro. Todo son bocas abiertas, y ganas de volver, aunque se esté pasando por vez primera.

Ese es el mejor folleto de propaganda turística que puede proporcionar Guadalajara: recorrer entero el barranco de la Hoz del río Gallo en su tramo final, entre Corduente y el encuentro con el Tajo. Con el telón de fondo de ese Parque Natural del Alto Tajo, que ya cuenta con su Centro de Interpretación en Corduente, y que significa un aula vertiginosa y espléndida para saber más del mundo, de la geología, de los animales del aire y el agua, de nosotros mismos.

Un complemento

En fechas recientes, la editorial Mediterráneo ha sacado a luz un libro que atrae y enseña, un libro de imágenes y textos que ofrece, entero, el río Gallo atravesando el Señorío de Molina. Ese río al que Sánchez Portocarrero, cuando escribió la historia de la comarca, llamó “nuestro padre río” porque sabía que de él, y de sus aguas, habían nacido los pueblos, las ganas de la gente, los huertos, y los paisajes. Habían nacido, del Gallo, las estatuas y los pilares que hay debajo de la tierra en aquella altura, los cimientos que sujetan desde hace siglos la grandiosidad molinesa.

El autor de los textos es Carlos Sanz Establés, y las fotos se deben a Paco Gracia. En gran tamaño, con todas sus fotografías en color, “El río Gallo” que es como se llama la obra, nos presenta, quizás por vez primera, el recorrido del río, y los lugares, todos (son más de 20) por donde va transcurriendo, dejando sobre su espalda puentes, alamedas frondosas a sus lados, riscos inaccesibles, poblados celtibéricos, ermitas sagradas y castillos legendarios. Buena cosecha de motivos para hacerse el recorrido que Sanz Establés nos indica.

En su obra, Carlos pinta ligeramente la historia de la comarca: su sentido de “estado independiente” durante dos largos siglos de la Edad Media. Y el crecimiento de su ganadería, y la pujanza de sus hidalgos en los siglos modernos. Nos cuenta en detalle cuales son los pueblos que va sorteando el río, desde Motos y Alustante, hasta Cuevas Labradas, pasando antes por Prados Redondos y Chera, bañando un paisaje siempre verde y suave, que ofrece en cada loma el recuerdo de su densa población celtíbera, allá por los siglos quinto y cuarto antes de Cristo. En medio de su camino, el Gallo hace ciudad a Molina, la preña de solemnidad y altivez, con su alcazaba mora, de color rojo sangre, que a nadie que la vea deja indiferente. Y en la suave vega que alcanza, en el aire quieto y oscuro de las amanecidas invernales, las temperaturas más bajas de toda la Península, se alzan como de puntillas los pueblos de Rillo, de Corduente, y los caseríos de Santiuste, de Castellote, con sus muros levemente inclinados, cansados de tanto aguantar siglos fríos.

Añadido el bagaje viajero de algún plano que en la Oficina de Turismo de Molina tienen, y sobre todo con las ganas de ver espacios nuevos y rústicos, fuertes en color y siluetas, el viajero debe lanzarse a dar sus pasos largos junto al río Gallo. Los ríos son siempre libros que cuentan cosas, que cuentan penas y alborotan la memoria, pero que dan siempre, -eso no falla- agua a la sed del caminante, sombra fresca para su descanso, conciencia tranquila de que se está todavía en un mundo amigo y sabio.