Zancadas de Membrillera

viernes, 27 junio 2008 0 Por Herrera Casado

La arquitectura popular es uno de los aspectos más definitorios de la idiosincrasia de las gentes, porque durante largos siglos, han sido los propios ciudadanos y los habitantes de los infinitos pueblos de nuestra tierra, lo que se han construido, con sus propias manos, las casas y edificios en los que han vivido. Eso suponía, de entrada, unos conocimientos de física constructiva nacidos de la más absoluta y primigenia experiencia, en la que cálculos de resistencia y aplicación de materiales se manejaban en la plaza pública, o en las conversaciones de abuelos a nietos, con la misma seguridad y eficacia que hoy se dan en las Escuelas o Facultades de Arquitectura.

Viaje a Membrillera

Hoy propongo un paseo por Membrillera, y especialmente por la memoria de sus cosas. La realidad histórica, bien sencilla, de este pueblo, se inicia desde los primeros momentos de la reconquista del valle del Henares, a finales del siglo XI, y entonces ya consta la existencia de población en este entorno, aunque en principio fueron dos pequeños lugares, San Pedro de Castillo y Condemios de Bornoba, los que dieron fundación al más importante enclave de Membrillera, que surgió hacia el siglo XIII. Perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza y luego pasó a la de Jadraque, en cuyo sesmo de Bornova quedó incluida. Como todo el Común jadraqueño, pasó en 1434 a poder de don Gómez Carrillo, por donación del rey Juan II de Castilla, y luego a don Alfonso Carrillo de Acuña, quien en 1478 se lo traspasó al cardenal don Pedro González de Mendoza, y en el «Condado del Cid» que este fundó para trasmitírselo a su hijo Rodrigo, marqués de Cenete, pasó luego a los duques del Infantado, sus descendientes, en cuyo señorío permaneció hasta el siglo XIX.

De siempre ha vivido esta villa de la labranza de sus tierras, cereal, y algo de huerta. En el siglo XVIII se instaló en el pueblo una escuela de tornos de hilar para la fábrica de paños de Brihuega, y hoy se mantiene, a duras penas, comoenclave agrícola, y sí un mucho vacacional, en el que la Asociación Cultural, que dirige Gabino Domingo, tiene mucho que decir.

Anécdotas populares de Membrillera

Viene todo esto a propósito de un libro que ha escrito Gabino Domingo Andrés, y a partir de ello me gustaría dar un repaso a este tema de la arquitectura popular, y a todo cuanto ella arrastra. Porque como dice mi buen amigo Gabino, que a pesar de su mezcla de ruralismo y urbanitismo (perdón por el palabro) tiene una capacidad expresiva envidiable, en las casas nacen las gentes, y estas a su vez hacen y recrecen a las casas, de modo que llega a establecerse una especie de feed-back vital que las hace inseparables.

En los primeros capítulos de su obra, Domingo Andrés nos describe la forma de las casas, a partir de una en la que ha puesto todos sus afanes reconstructivos: los materiales de que consta, la distribución de sus plantas, la asombrosa mezcolanza de cosas y funciones, entre habitantes y animales domésticos, que en ella había. Cuenta después los nombres y funciones de esas habitaciones, de sus bajos y alturas, de sus relaciones, para seguir con la retahíla de las cosas que en ellas había, entre muebles, cacharros de cocina, juguetes o armarios para las vestimentas. Siempre con su gracejo y llaneza, que parece que estamos entre las cosas que describe.

Finalmente, Domingo Andrés saca las humanas historias de esos ámbitos, se pone a contar los dichos y sucedidos que siempre se contaron por el pueblo, y que, indefectiblemente, surgían  se columpiaban entre las habitaciones, los muebles y las cosas que poblaban la casa.

Quizás sea uno de los capítulos más recurrentes el de la cocina, la olla, la comida, los panes y los aprovechados cochinos tras la matanza. El mundo gastronómico, a lo largo del siglo XX, en Membrillera como en todos los demás pueblos de esta provincia fue un tempus de mera supervivencia, y las primeras anécdotas, que surgen de la cocina de la casa tradicional, tienen que ver con la forma de mantener vivo siempre el fuego de la chimenea, de cómo se vivía (toda la familia junta, a todas horas) y de cómo se preparaban los alimentos. Sazonado enseguida con la sal y pimienta de las anécdotas que protagonizaban todos aquellos que se las ingeniaban para comer de balde, de lo que había hecho el sobrino de la Bernarda para sacar los chorizos de una olla que, a fuerza de sufrir mermas, sus dueños la habían aherrojado con un candado por su tapa superior: de nada sirvieron tales medidas, porque el ingenioso truhán sacaba los “bichos” picantes por el culo de la olla, a la que había practicado un agujero en su fondo.

Gentes y memorias de Membrillera

Compone Gabino Domingo Andrés un verdadero mosaico de anécdotas pero con un orden metódico. Porque en cada una de ellas se describe un paisaje del pueblo o del término, estas calles y aquellas afueras, y por supuesto sale a relucir el carácter, siempre animado y muy  ingenioso de los habitantes de este lugar campiñero. Pasa luego a centrar sus anécdotas en periodos concretos del año, en especial las fiestas, o los ambienta en el discurso de sus fiestas anuales. Además relata las juergas de los jóvenes, los suspiros de los enamorados, los miedos de las recién casadas, los esfuerzos de los agricultores y las pillerías de chicos y grandes, siempre dispuestos a divertirse a costa de los demás, especialmente de los forasteros.

Empieza describiendo a una de las mujeres de “la casa tradicional de Membrillera”. Es la señora Petra, de la que dice, textualmente: “La Petra era una mujer beata, casi santa, igual que su marido Tomás; besaban la mano del señor cura siempre que se cruzaban con él. No se perdía una misa ni un rosario, ni dejaba de tomar la hostia sagrada después de confesarse cada domingo. Rezaba y pasaba las cuentas del rosario todas las noches antes de irse a dormir. Casi siempre llevaba un pañuelo negro en la cabeza y vestía con una saya oscura igual que su delantal, que solo se quitaba para ir a misa o cuando se iba a la cama”. Y sigue con las descripciones de gentes y cosas, para luego entrar en otros personajes de aún mayor calado, como la señora Bernarda, que se empeñó siempre, por miedo a  que la tiraran por un barranco cuando se muriera, en tener preparada, y en su habitación, la caja de pino que habría de ser su última morada, de modo que incluso había veces que se metía en ella, por ver si la seguía valiendo, y quedándose alguna noches dormidas, de puro cansancio que acumulaba, dentro del féretro.

Pero el personaje más singular de todos, como el representante y paradigma de los ingeniosos y testarudos habitantes de Membrillera, fue el Zancada, atributo inventado pero que sin duda identifica a ese individuo, de los que hay uno o dos en cada generación en cada pueblo, que son capaces de hacer reir y hacer temblar a medio pueblo, porque el otro medio son ellos por sí mismos.

Al Zancada le ocurren muchas cosas en este libro, y por ello le considero protagonista casi absoluto. Desde su memorable primer viaje a Madrid en tren, a su regreso, huyendo a toda prisa por los campos desde Carrascosa, cargado de su maleta y un montón de fardos, todo porque no había comprado un nuevo billete de tren al volver a su pueblo: él creía que con haber pagado una vez, ya era suficiente para que en cualquier época de la vida o condición vital le valiera el primer billete para viajar siempre que quisiera en tren.

Son magistrales las descripciones que hace Gabino Domingo en las páginas de su libro respecto al viaje del Zancada en tren hasta la capital del Reino. Describe los paisajes, se asusta al pasar los puentes metálicos, y hasta disfruta en la rifa que hacía aquel señor manco que además contaba chistes que hoy nos pondrían la cara con ceño.

Se ha convertido este narrador de nuestra Campiña en un elemento sustancial a ella: describe las casas (alma del libro) con todos sus detalles arquitectónicos y de estructura tradicional; pinta a sus gentes con los rasgos exactos de cómo eran (camisa blanca ancha y pantalón de pana negra atado casi en las costillas con un buen cordón o un elegante cinto de plástico) y se entretiene por tantas anécdotas y chascarrillos que se dijeron en sus tiempos, y que él ha recuperado, -en una tarea que hoy se da por académica en muchas universidades-, formando ese “archivo de la memoria hablada”, del relato vivo, que ha sabido transcribir y ofrecernos con sus detalles, sus diálogos y sus sorprendentes desenlaces. Una joya de libro, que tendrá que tenerse en cuenta por todos los que gustan de revivir tiempos lejanos, y tan tiernos.

Apunte

Un nuevo libro de Gabino Domingo

Acaba de aparecer este libro, como número 22 de la colección “Letras Mayúsculas” de la alcarreña editorial AACHE. Con 160 páginas, y algunas ilustraciones de arquitectura popular, nos ofrece medio centenar de relatos, unos muy breves y otros más largos, en los que se hace transparente el alma de Membrillera: sus gentes están vivas, y sus anécdotas todavía destilando risas. La calidad literaria no tiene nada que envidiar a los mejores, y así se constituye en una referencia de literatura local, siempre digna, y en una excelente oportunidad de cara a llevarse un libro, bueno y divertido, a las vacaciones. Es una oportunidad única de pasar unos buenos ratos leyendo bajo la sombra densa de algún cerezo.