Villaescusa de Palositos, imágenes para el recuerdo
En la Feria del Libro que se está celebrando en Guadalajara, y precisamente hoy viernes, a las ocho y media de la tarde, va a tener lugar un acto cultural en el que será protagonista un libro, pero con una historia humana muy especial, porque se va a poner en la calle, en el núcleo palpitante de los libros y las memorias, la colección fotográfica de la antigua esencia de un pueblo hoy desaparecido (aunque no abandonado), Villaescusa de Palositos.
Con la participación de los miembros de la directiva de la Asociación de Amigos de Villaescusa de Palositos, en la carpa central de la Feria del Libro se presentará esta publicación, que va acompañada de un DVD en que se ofrece la película realizada allí en 1979, y que enseña vivo aún aquel paraje que enseguida quedaría silencioso.
Una tarea común
Esta obra, que se subtitula “Imágenes para el recuerdo”, consiste básicamente en la presentación de un centenar largo de imágenes rescatadas del olvido. La tarea de rebuscar fotografías antiguas, entre una población muy dispersa, dado que el pueblo está ya vacío y todos sus habitantes repartidos por mil y un sitios de la geografía española, ha sido mucho más compleja que en otros intentos similares.
Con esta obra, la asociación “Amigos de Villaescusa de Palositos” hace realidad un proyecto que asumió prácticamente desde su creación y pone en manos de los lectores una colección de fotografías, cedidas para este fin por varias familias con profundas raíces en el pueblo, que documentan la vida y costumbres hasta el momento de su despoblación a finales de la década de los setenta, y que constituyen un valioso legado cultural que salvaguardar y difundir. Con similares palabras, Carlos Otero Reiz, verdadero artífice y coordinador de esta obra, explica lo que ha supuesto su tarea: una llamada constante a puertas y teléfonos, a corazones y memorias, para sacar de viejas cajas de metal, o de carteras ajadas, fotografías que eran risas cristalizadas y momentos de un verano, de una vacación, de un esfuerzo, puestas sobre el papel.
Dice así Otero, y con él los que han hecho posible la obra (Tomás, José María y tantos otros que han rebuscado y se han movido para abrir esas viejas cajas de sus familias) que son las aquí reunidas “imágenes de la vida de nuestras gentes… de lugares familiares y de personas que seguramente nunca nos han resultado desconocidas porque hemos oído a nuestros padres y abuelos hablarnos de ellas en muchas ocasiones. Imágenes de una forma de vida distinta, no tan lejana en el tiempo, más dura y humilde, pero que todos recordamos más auténtica y feliz. Imágenes de un lugar que sigue vivo en nuestros corazones”.
El libro sobre Villaescusa no es un libro más de fotografías antiguas recopiladas para la ocasión. Otros pueblos han editado el suyo pero tienen la gran ventaja de que los sitios y lugares, aún cambiados por el tiempo, siguen estando allí, a su alcance. Este es un caso diferente, porque los espacios, casas, plazas, que aparecen en el libro, ¡ya no existen! De ahí que se convierte en un libro-denuncia ante lo que ha ocurrido en los últimos ocho o diez años en aquel pueblo de la Alcarria Alta: la compra por un solo propietario de todo el caserío, el permiso para derribarlo, el vallado del mismo, y la prohibición de llegarse allí, de entrar, de visitarlo, de fotografiarlo… todo con un discurso de prepotencia vehiculado por guardas y encargados que en ocasiones llegaron a utilizar la violencia física, ha quedado como un ejemplo de lo que podía haber ocurrido en tiempos pasados, pero que ya en los actuales es impensable, aunque ha ocurrido hace solo unos meses.
Los sucesivos intentos de acudir, todos los antiguos vecinos y sus descendientes juntos, a lo que queda de Villaescusa de Palositos, y allí estarse una tarde, una, en todo el año, junto a la fuente, a la olma o al cementerio, ha sido reiteradamente prohibido y aún defendido por la Guardia Civil. Este año, el último domingo de abril, volvió a repetirse la marcha, y, (a la tercera va la vencida) parece ser que se practicó más la cordura que en ocasiones anteriores. Los expedicionarios entraron en el pueblo, se pasearon por él, no molestaron a nadie ni nadie les molestó a ellos, y aunque con cierto rictus desangelado, todos volvieron felices de la aventura. La Tercera Marcha de las Flores al fin cuajó y como un brote nuevo surgió ese día, entre todos los asistentes, este libro que hoy se presenta a la ciudadanía y los lectores/coleccionistas de Guadalajara.
Dice Otero en su Introducción que “la memoria es indestructible, por mucho que algunos se empecinen en borrarla, aunque a veces nos cueste algún esfuerzo recordar detalles y rincones de Villaescusa. Por eso hemos querido incorporar una película del pueblo tomada hacia 1979 cuando quedó deshabitado después de que las últimas familias se vieran forzadas a abandonarlo, pero su entorno y sus calles, sus plazas y sus fuentes, sus casas y corrales, el ayuntamiento, la escuela, el cementerio municipal y la iglesia románica se conservaban prácticamente intactos”.
Algunos datos sobre Villaescusa
Este pueblo de las parameras más altas y frías de la Alcarria se encontraba situado entre los términos de Viana de Mondéjar, La Puerta, Escamilla, Salmerón, Castilforte y Peralveche, habiendo quedado su antiguo término y sus intereses hoy anexionados a este último municipio. Está a 1.100 metros sobre el nivel del mar, y se localizaba en una suave elevación del terreno que daba vistas a un arroyo siempre seco que circulaba al norte del caserío. Lo más alto, hoy ocupado por la iglesia, y que sus antiguos habitantes denominaban “la Coronilla”, tuvo posiblemente alguna atalaya en tiempos medievales, al inicio de la repoblación. Estuvo muchos siglos en el territorio aforado de Huete, marcando su límite norte. Exenta de impuestos, y con elementos que hacían notar esa función de frontera (de ahí el nombre de “villa escusada” o libre de pagar), y el apellido de los “palos hitos” o enhiestos que marcan un límite o frontera, llegó -reconociendo solo al rey su señorío- hasta el año 1834 en que dejó de pertenecer a la tierra/provincia conquense y pasó a estar incluida en la de Guadalajara.
En ella se desarrolló la vida como en tantos centenares de pueblos de nuestra provincia: agricultura de secano, a merced siempre de cómo vinieran los vientos, los años, las nubes y las sequías… un año bueno era preludio de tres malos. No fallaba. Además se contaba con el producto escaso pero fijo de las pequeñas huertas, y los animales justos para la supervivencia: un cerdo por familia, una docena de gallinas, las cabras y ovejas a cuidar entre todos, y lo que apareciera por el campo (setas, majuelos y uvas de parra). La crisis de la emigración azotó a Villaescusa como a otros muchos lugares de la Alcarria. Yo recuerdo haber viajado por esta tierra nuestra, en los años 60 y 70, y cada fin de semana que pasaba se habían ido de cada pueblo dos o tres familias… muchos lugares quedaron despoblados por completo, Querencia, Matallana, Villacadima, Valdelagua… por el sur y el norte, por el este y el oeste. Todos se fueron, unos a Alemania, otros a Suiza, otros a Barcelona, y los más a la capital. Los pueblos se quedaron solos y nadie tenía dinero para reconstruirse la casa y usarla los fines de semana. En fin: que a este como a tantos pueblos le llegó la hora de echar el cierre. Pero a Villaescusa con peor suerte que a otros. Porque aquí solo vino uno, que lo compró todo, le puso puertas al campo, y no volvieron a entrar ni para verlo de cerca sus antiguos habitadores. Desgajado de su propia historia, el municipio se anuló y quedaron sus tierras adscritas a Peralveche.
Cuando yo fui a visitarlo, a finales de los 80, el pueblo estaba ya vacío y la mayoría de los edificios hundidos. Solo quedaba en pie, altiva y hermosa, su iglesia parroquial de la Asunción de la Virgen. Un precioso ejemplar de la arquitectura románica de la que aparecen en este libro, también, fotos desde todas las perspectivas, con la alegría de las celebraciones en su puerta, con un párroco joven y alegre jugando con los vecinos, y con los paseos de San Antonio sobre unas andas por las empinadas calles de la villa.
Este templo, para el que tampoco está muy claro su futuro, pues se ha pensado desmontarlo y llevarlo a otra parte, cuando no existe amenaza cierta que le haga desaparecer en el lugar en que está, es una joya del románico, tiene en el muro de poniente un gran parche, generado en tiempos en que allí debió abrirse un boquete. Y a lo largo del eje central del ábside se está abriendo peligrosamente una gran hienda. Hasta hace pocos años se conservó digna, pulcra y perfecta, como recién hecha. En los últimos 8 años, ha sufrido una serie de actuaciones que, si en teoría podían justificarse como intentos de evitar su ruina, lo que en realidad han hecho ha sido llevarla a una situación caótica y peligrosa. Ha perdido la cubierta, se han puesto testigos adheridos a los muros, se ha desmontado el palomar de la espadaña, y se han cubierto de rasillas las columnas de la puerta.
La orientación del templo es clásica: hacia oriente el ábside, hacia poniente el campanario. La planta es rectangular, alargada de este a oeste. La puerta de ingreso, única, está en el centro del muro sur. Sobre el extremo poniente de ese muro se alza la espadaña (que los de Villaescusa llamaban “campanario”) de tres vanos. Los muros de poniente y del norte están lisos, cerrados herméticamente, sin el más mínimo adorno. El extremo de levante ofrece el airoso y elegante ábside de planta semicircular perfecta, con cuatro semicolumnas adosadas, apoyadas en basamentas polimolduradas, y en los tres espacios que dejan libres se abren sendas ventanas, aspilleradas. La central es algo más amplia y tiene una cenefa ancha y moldurada linealmente que cubre el arco semicircular superior y aún se alarga algo a los lados. Las laterales están hoy cegadas.
La puerta de ingreso es simple pero muy hermosa. Se inserta en un cuerpo que sobresale ligeramente del muro del templo. Se forma de un vano semicircular, abocinado en profundidad, con un arco externo decorado con bolas lisas, y luego otros dos arcos de arista viva que a través de una imposta moldurada apoyan en pilares adosados.
El interior es de una sola nave con tres tramos, algo más corto el occidental, y un presbiterio elevado y más estrecho que la nave. Rematando todo, un ábside de planta semicircular, cubierto de bóveda de cuarto de esfera, de piedra. La longitud de la nave es de 13 metros y su anchura de 9, adoptando el plano de este templo una forma en todo tradicional y del más puro y riguroso estilo románico rural. Su época de construcción, sin embargo, es muy tardía, posiblemente del siglo XIII en sus finales.
En las piedras del ábside se ven tallados múltiples signos lapidarios o «marcas de cantería» propias de los diversos canteros que las hicieron. Y tallado en una de las piedras del muro norte figura el nombre del autor, un remoto “maestro de obras” o rural arquitecto que dejó tallada esta frase en una piedra del muro norte: GILEM FECIT HAC ECCLESIAM. O sea, que tiene hasta la firma del arquitecto que la hizo en la Edad Media. Solo por eso ya merece un respeto.