Peñalver en la memoria de todos
Mañana sábado, 1º de julio, y al caer la tarde, en el salón de actos del Ayuntamiento de Peñalver tendrá lugar un homenaje que el pueblo alcarreño tributa a uno de sus hijos más preclaros. Pocas veces se dan estos actos, de emoción y agradecimiento, hacia quien ha dedicado sus entusiasmos todos por un pueblo. Pero en esta ocasiona ha cuajado la bonahomía de los peñalveros, y mañana se declarará en forma de aplausos, parabienes, y aún asombros al ver, cuajada en un libro, la tarea de amor y estudio que Doroteo Sánchez Mínguez le ha dedicado durante toda su vida a Peñalver.
Gentes que pasaron por Peñalver
Si de Peñalver han salido siempre los meleros, y han llenado el mundo con su conocida mercancía, salida de las soleadas agrupaciones de colmenas alcarreñas, a Peñalver han llegado variopintas gentes que se quedaban entre sus edificios para dar su granada experiencia en forma de oficios de lo más pintoresco.
Así llegaban, ahora a fines del mes de junio, los segadores, desde lejanas latitudes gallegas, o los cochineros, más el componedor (de los trastos de la cocina) el afilador, los capadores, el tostonero, los quincalleros (la ilusión de los niños y las mozas, ambulantes centros comerciales llenos de sorpresas y novedades), los cacharreros, los hortelanos, los pieleros, los maranchoneros y tratantes en mulas, o los pelayos, que como los meleros recorrían el mundo, también, pero vendiendo sus productos sacados de la resina de sus antiguos bosques.
Venían además los “granaínos” unos cabreros alpujarreños que transportaban por toda la península su largo rebaño de dóciles cabras, grises y delgadas, con unas ubres enormes de las que en la plaza, y al pedido de las peñalveras, sacaban leche sin cuento, poniéndola en los cubos y cobrando en directo. O los esquiladores, para dejar a las ovejas magras y pálidas, tras descargarlas de su densa lana, o para dejar bien compuestas las pelambreras de las mulas, a las que con unas largas tijeras les dibujaban tiras y esquinazos geométricos sobre las ancas.
En el libro de Doroteo Sánchez Mínguez que mañana se presenta en Peñalver, hay un texto que, no por corto es menos significativo de la forma en que escribe este autor alcarreño, desde ahora obligada referencia en las lides del folclore y el más auténtico costumbrismo de nuestra tierra. A propósito de los esquiladores nos dice Sánchez Mínguez: “La operación tenía lugar en la tenada, envueltos por el polvillo de la sirle y rodeados de un calor asfixiante. El esquilador maniataba y trababa con diestra rapidez a la res y procedía a despojarla de su protector abrigo natural. Antes se hacía todo a tijera, más tarde con unas máquinas movidas por un motor. De manos de estos trabajadores salían unos animales menguados, disminuidos, blancos y espectrales, angulosos, en nada parecidos a los, hasta hacía tinos minutos, lucidos y orondos. Balbuceantes y ruborosas, como avergonzadas de su repentina desnudez, iban formando un rebaño casi fantasmal al que había que cuidar mucho los primeros días de las posibles tormentas, fatales para el desabrigado animal”.
Además entrega su recuerdo, minucioso, lleno de cariño y morriña, a los “criaos”, (los mozos de mulas), los rochanos y los pastores, al alguacil, el barbero y el hornero, a gentes de delicado hacer como el confitero, el carpintero, el carnicero y el zapatero.
Juegos de siempre
Entre los elementos que caracterizan la evocación del pasado en la Alcarria, en esta ocasión cuajado en Peñalver a través de la gran obra recopiladora de Sánchez Mínguez, están los juegos antiguos, de simples reglas y entrañables emociones. Había juegos de todo el año, y juegos de estaciones y épocas. Los toros, el gran “juego” que aún sigue vivo, casi el único, se hacía por septiembre en las fiestas. La emoción vital de enfrentarse a la muerte, a sabiendas, es algo que va tan dentro del ser humano que será lo último que pase.
Pero había otros muchos inocuos e infantiles juegos, como las chapas y los bolillos, que se practicaban en torno a la Semana Santa; o la pelota (siempre, más en verano) la barra y los bolos. La primera llegó a ser casi el “deporte nacional de la Alcarria”, pero hoy está en bastante olvido, porque la única pelota a la que se sigue es a la del balón de fútbol, y eso desde un sillón o silla de bar, nunca, o muy poco, detrás de ella.
Los bolos se jugaban en la plaza mayor de Peñalver, en una “bolera” montada al efecto. Hubo una época en que se hizo junto a la Fuente Nueva. Y en la plaza o plazoletas del pueblo se seguía jugando a la mamola, la cartuja, las majujillas, las botuillas y la taba, esta última como excelente ejemplo de juego barato y reposado, sin peligro de formar “hinchadas destructivas” que por la noche fueran destruyendo el mobiliario urbano.
En Peñalver todo el año se estaban haciendo fiestas, a iniciativa de la gente, de las cofradías y hermandades, de la religión y el cambio de estaciones. Poco ya dicen estos nombres a los peñalveros de hoy: el capuchinito, el ti, el guá, las cañás y los correazos, el trompo, el churro, la rilanca y el espumarajo… las restreguillas, la tuca, la rayuela, los nidos y la hoja del amor. Todos ellos los analiza y explica, minuciosamente, porque él sí jugó a ellos, Doroteo Sánchez Mínguez, que ese libro monumental y sabroso “Peñalver en mi memoria” que mañana se presenta.
La medicina popular
Además de las plantas, descritas minuciosamente en sus propiedades y formas de encontrarlas, están estupendamente descritas las enfermedades que preocupaban a los peñalveros de décadas pasadas. Hoy todo se arregla acudiendo al especialista correspondiente en el Hospital de la Curva del Toro, pero antes las mujeres que acababan de ser madres solían tener “el pelo” que era una mastitis la mar de molesta, que les hacía sufrir por infección de los conductos galactíferos a la que daban de mamar a su retoño. Explica Sánchez Mínguez como se solía remediar este problema en el pueblo, ayudando unos y otros: o con un moderno aparato “sacaleches”, o llevándole a la puérpera una camada de perrillos, o simplemente llamando a un auténtico especialista en estas lides, el “tío Mamón” que como el lector puede imaginar prestaba sus servicios con veteranía y disposición inmediata por todos los hogares de la Alcarria.
Es tan divertido este capítulo del libro de Doroteo Sánchez, que es recomendable leerlo y admirarse ante enfermedades que parecían castigos divinos, y hoy los arregla el especialista con unas pastillas de diazepam o con una operación de anginas: el niño “encanao” era el que se quedaba privado con frecuencia, arreglándolo con golpecitos en la espalda y una retahíla de frases mágicas. El grave problema de “juntarse las mantecas” que acontecía a los obesos, era más complejo. Todos saben que la obesidad, antes casi inexistente, llevaba a la gente que la padecía a la tumba en poco tiempo. Hoy no solo hay cada vez más obesos/as, sino que la propia “civilización” que padecemos nos anima a enfermar de esta manera: “son más felices, los gordos” (referencia bibliográfica, J. Mac Donalds y cols.). Y muchos se lo creen.
A las nerviosas se las etiquetaba de tener por enfermedad a “los malos” y la mayoría de las afecciones, a nivel de catarros y otras molestias, se subsanaban con unas cucharadas “del hongo”, una especie de puré de horroroso aspecto que se cultivaba en un cacharro en la propia casa. Todo ello lo trata Sánchez Mínguez en su libro con una gracia y un lenguaje castizo, que suponen un entretenimiento y una fuente de saber inagotable. Lo mejor de todo, sin duda, la forma en que se diagnosticaba y trataba “la pepita de las gallinas…” Rigurosamente cierto.
Apunte
Doroteo Sánchez Mínguez, en homenaje
Doroteo Sánchez Mínguez nació en Peñalver el 21 de mayo de 1937, saliendo del pueblo para hacer sus estudios medios y cursar en Guadalajara la carrera de Magisterio. Desde muy joven, y con una vocación a prueba de toda adversidad, se dedicó a ejercer de Maestro Nacional en pequeños pueblos de la provincia, entre ellos Casasana, Zarzuela de Jadraque, Establés y Valdenuño Fernández, alcanzando finalmente su gran ilusión de llegar a ser maestro en su pueblo, y dar clases en la misma que él había recibido sus primeras enseñanzas.
La huella que Sánchez Mínguez dejó en Peñalver, a lo largo de más de 20 años en que ejerció como maestro, con otras tantas generaciones que cariñosamente le apelaron “don Doro”, permanece viva, y hoy todos le quieren y saben que es él uno de los más preclaros estudiosos del pueblo, de los que mejor le conocen, y quien con más ahínco ha trabajado siempre en la promoción de sus valores: llegó en ese sentido a ser también alcalde de su localidad natal. La jubilación le llegó estando de profesor en la capital, en Guadalajara, donde ahora reside.
Ha ejercido durante años de «tertuliano» en la Cadena Onda Cero, en temas de la provincia de Guadalajara, a la que conoce en profundidad. Sánchez Mínguez ha sido quien más y mejor ha escrito sobre Peñalver a lo largo de la historia. Quien ha rebuscado los viejos legajos de su archivo municipal y parroquia, quien conoce tradiciones, dichos, toponimias, palabrarios, ritos y leyendas: en su haber figuran gran cantidad de artículos repartidos por revistas científicas, periódicos provinciales, y la “Peñamelera” que él fundara y en la que en ningún número ha dejado de escribir. Es especialmente reseñable su trabajo sobre “La botarga” de San Blas, que se publicó en un folleto de gran valor por su contenido y lenguaje.
Toda su obra se ha visto reunida en un gran volumen titulado «Peñalver en mi memoria» y en el que a lo largo de 368 páginas ofrece sus profundos estudios sobre la historia, el arte y, sobre todo, el costumbrismo de su pueblo natal.
Apunte
Será mañana sábado cuando se presente este libro, en Peñalver, y salga a la luz tanta sabiduría y memoria relativa a esta villa. La obra completa de Sánchez Mínguez queda reflejada en este volumen de 368 páginas, y varias docenas de artículos, muchos de ellos de gran amplitud. Resaltamos el dedicado a la botánica y farmacopea popular: quien quiera afianzar su salud con remedios naturales, esta especie de “guía de las plantas medicinales alcarreñas” nos ofrece la oportunidad de buscar y saber para qué sirven muchas de ellas. También hay una referencia muy amplia a las construcciones más simples y populares: los chozos, las cabañas en medio del campo. Sánchez Mínguez las cataloga y clasifica, de tal modo que casi estamos ante una “guía de chozos y cabañas” donde poder refugiarse de la lluvia en pleno paseo por la Alcarria. El libro ha sido editado por AACHE, con el patrocinio de la Excmª Diputación Provincial y la coordinación del Ayuntamiento de Peñalver, que lo ofrece en homenaje a su autor, Doroteo Sánchez Mínguez.